Barack Obama es indiscutiblemente el primer presidente de color del imperio norteamericano en toda la deplorable historia política de esa potencia, para algunos ese hecho -aunque parezca increíble- es visto como símbolo de «apertura democrática» y como un signo de abolición total de la cruel segregación racial que los ascendientes de Obama sufrieron amargamente en […]
Barack Obama es indiscutiblemente el primer presidente de color del imperio norteamericano en toda la deplorable historia política de esa potencia, para algunos ese hecho -aunque parezca increíble- es visto como símbolo de «apertura democrática» y como un signo de abolición total de la cruel segregación racial que los ascendientes de Obama sufrieron amargamente en carne propia. ¡Qué falsa e ingenua creencia! A las escuelas públicas y de bajo nivel académico de Estados Unidos asisten todavía únicamente los negros y los hispanos, asimismo que a los hospitales de baja calidad. Obama no es producto de la casualidad y menos producto de la creencia que en esa nación del norte ya no exista el racismo. A este personaje la CIA le puso la lupa en su brillante cabeza desde que llegó a ser el primer presidente afroamericano de la escuela de leyes de Harvard. Luego de eso ingresa al Partido Demócrata apadrinado por otro brillante congresista negro del estado de Illinois.
Obama llega a la presidencia desde que le reveló sus planes a quienes imponen y quitan presidentes en ese imperio: los Harriman, Rothschild, Rockefeller y Morgan. En otras palabras también es el primer presidente que no desciende de europeos. El señor John McCain le planteó a ese mismo poderoso grupo factico que sus planes al llegar a la presidencia de Estados Unidos era continuar atacando Irak y apoderarse del control petrolífero en la región del Oriente Medio. Sin embargo, el olfato de Obama fue más digerible por ese grupo selecto y racista. De entrada por su color era una de las grandes desventajas de Obama, pero sus planes guerreristas convencieron a los grupos de poder gringos que no importaba el color del peón, sino sus planes en beneficio de la elite norteamericana. Es así como Barack Obama le plantea a este reducido grupo de archimillonarios que sus planes eran retirar paulatinamente las tropas de Irak, tratar de lidiar con el régimen de Teherán hasta hacerlo caer por sí solo y atacar en cambio a India y Pakistán. Todo esto en lo concerniente a la estrategia diseñada para la zona asiática. Quien logró convencer, no tanto por su oratoria, sino por su astucia de descubrir qué países son una amenaza para los intereses imperiales fue Barack Obama, por eso fue el ungido por la clase hegemónica de Estados Unidos y del lobby judío radicado en ese país. Desde ese verdadero debate a puertas cerradas Obama ya era prácticamente presidente y dueño temporal de la Casa Blanca.
Después vinieron los debates públicos, que es similar al circo romano; en esa ocasión la oratoria y retórica de Obama pulverizó al anciano McCain. Obama muy astutamente, ante el público asistente y ante los ojos del mundo ya no hablaba de atacar India y Pakistán. Su discurso iba encaminado a la unidad del pueblo norteamericano, y más que todo a la idea de un cambio. «Change, we can believe in», fue la consigna. Hasta varios antiimperialistas llegaron a creer en ese, al parecer, inofensivo «negrito». Pero el balde de agua fría cayó sobre millones de ingenuos norteamericanos y la comunidad internacional cuando mostró ambivalencia para con el cierre de la cárcel de torturas de Guantánamo. Obama fue cambiando de color interiormente volviéndose más blanco que McCain y que la señora Hillary Clinton, pero externamente sigue siendo el primer presidente de color. Los grupos de poder, la CIA, y los Halcones del Pentágono ya han de estar trabajando en un nuevo prospecto, solamente que esta vez será muy probablemente un hispano para los futuros eventos electorales a la presidencia.
Obama y el «gran juego»
La política exterior de los republicanos se ha basado en continuar insistiendo en su política guerrerista contra la región del Oriente Medio de manera descarada y a plena luz del día, en cambio los demócratas se centran más en la región Euroasiática. Es justamente lo que Obama quiere impulsar. Pero hay una gran limitante. Rusia quiérase o no es una potencia militar, y ya alertó al imperio de usar también su poderoso armamento en defensa de un posible ataque imperial. Por ello es que Obama quiere ir primeramente desestabilizando las zonas fronterizas con Rusia. Y hoy más que nunca tiene lógica la idea del Nobel de la Paz de desintegrar a Pakistán, porque este país tiene armas nucleares y cohetes de largo alcance, por tanto, no se aventurará a enviar una flota como lo está haciendo contra los países del ALBA. La experiencia de la balcanización en la ex Yugoslavia la pondrá en práctica en Pakistán.
En su último discurso en West Point, ha declarado que incrementará su presencia militar en Afganistán, pero, usando su habilidosa retórica, menciona más a Pakistán de manera subliminal como el principal objetivo militar; para ello, es preciso desintegrar étnicamente esa nación. Es el famoso divide y vencerás. Una vez neutralizada la nación pakistaní, continuará con la India y así sembrará el terror en la zona. Por último pretenderá neutralizar al enemigo más antiguo: Rusia.
Obama y América Latina
Como Nobel de la Paz, Obama no hará de manera descarada al estilo Bush-Cheyne su guerra expansionista y de recuperación de terrenos perdidos, tiene que hacerlo con la peculiar sutileza de un guerrero del siglo XXI, además, es el actual Nobel de la Paz, y Oslo no debe ser defraudado, porque se creerá que ese premio va envuelto en sangre, con dedicatoria y cálculo político para limpiar y encubrir pasados o futuros crímenes contra la humanidad. Lo curioso de ese premio es que nunca ha sido entregado a un héroe de Ruanda o Somalia por su valentía de sobrevivir a las hambrunas. Barack Obama en su discurso con motivo de recibir el premio Nobel de la Paz, declaró que hay «guerras justas», y la política exterior y guerrerista para América Latina irá encaminada en esa dirección. Honduras, el más indefenso del ALBA fue el primer experimento de la Doctrina Obama. De manera ambigua condenó el golpe de Estado pero no retiró su embajada ni sus bases militares; mientras esperaba las elecciones del pasado noviembre para reconocer el nuevo gobierno fruto de un golpe de Estado. A los golpistas hondureños les resbala que la «comunidad internacional» no los reconozca, les basta y les sobra con que sí lo haga el imperio, el Estado sionista de Israel y el satélite panameño. Con el tiempo, los gobiernos «moderados» y de «izquierda» irán reconociendo a ese nuevo gobierno golpista.
Una de las virtudes de los imperialistas es que nunca olvidan. La derrota del ALCA frente al ALBA no será la excepción. Venezuela y Cuba lograron detener el avance y consolidación del temible ALCA, después se sumó Bolivia, Nicaragua y Ecuador. Pero el alma del ALBA está en Venezuela, por eso Obama ha decidido cercarlo con la IV flota y las siete bases militares en la Colombia del lacayo y dictador Álvaro Uribe; utilizando la falsa creencia y apreciación de que en Venezuela hay campamentos guerrilleros de las FARC para suavizar y legitimar la «guerra justa» contra Venezuela. Los movimientos sociales y políticos, así como los gobiernos y partidos de izquierda amigos de Venezuela, tenemos que estar atentos ante cualquier agresión del imperio, solidarizándonos de cualquier forma con ese país que ahora es símbolo de la autodeterminación de los pueblos.
Fuente original: http://alimontoyaopinion.blogia.com
Alirio Montoya es escritor salvadoreño