Los norteamericanos pueden suspirar de alivio. No más «Yo soy Barack Obama y apruebo este mensaje». No más llamadas automáticas de gente famosa pidiendo apoyo. No más comerciales de TV, uno tras otro, diciendo mentiras. Se acabó. Y después de semanas de especulación acerca de que Obama quizás gane el voto electoral, pero no hay […]
Los norteamericanos pueden suspirar de alivio. No más «Yo soy Barack Obama y apruebo este mensaje». No más llamadas automáticas de gente famosa pidiendo apoyo. No más comerciales de TV, uno tras otro, diciendo mentiras.
Se acabó. Y después de semanas de especulación acerca de que Obama quizás gane el voto electoral, pero no hay forma de que gane el voto popular, después de pronósticos de que los resultados no se sabrán hasta dentro de unos días o de unas semanas, después de sugerencias irresponsables por parte de algunos comentaristas de que las elecciones pudieran tener que decidirse en el Congreso -en el que la Cámara de Representantes seleccionaría a Romney como presidente y el Senado nombraría a Joe Biden como vicepresidente- nada resultó de esa manera. Terminó de forma rápida y clara.
Para cuando cerraron los colegios electorales en la costa occidental, sabíamos que Barack Obama había sido reelecto con facilidad, ganando tanto el Colegio Electoral como el voto popular, y triunfando en siete de los nueve estados decisivos. Con la Florida son ocho.
Sin embargo, de inmediato los enemigos de Obama trataron de socavar su victoria. En Noticias Fox, Karl Rove intentó su truco mágico del 2000 al insistir en que las cadenas noticiosas habían hecho mal al decir que Obama había ganado en Ohio. Mientras, otros en Noticias Fox aceptaban la victoria de Obama, pero trataron de minimizarla. «Esto no es un mandato», declaró Dick Morris (quien había pronosticado una «avalancha» a favor de Romney). «No tiene un mandato», rezongó Charles Krauthammer. Fred Barnes descartó de inmediato a Obama como «un hombre sin plan ni mandato». Y [I]The Wall Street Journal, [/I]también propiedad de Rupert Murdoch, aseguró que el presidente de la Cámara de Representantes John Boehner tiene «tanto mandato como el presidente».
Son una partida de malos perdedores. ¿Quieren algo de queso con ese vino? (*) Esos negativistas no solo son patéticos, sino que están totalmente equivocados. ¿Quién dice que hay que ganar por quince puntos para tener un mandato? Cuando el Tribunal Supremo nombró presidente a George W. Bush en 2000, los republicanos insistieron en que tenía una mandato. El presidente Obama ganó por sí solo. Eso es un mandato. Sumando a la Florida, ganó el voto electoral 332 por 206. Eso es un mandato. Sin la Florida, aún ganaría por amplio margen con 303. Eso es un mandato. Venció a Romney en el voto popular por casi 3 millones. Eso es un mandato.
Y nadie lo sabe mejor que Mitt Romney y Paul Ryan. Al igual que el presidente Obama, ellos definieron esta contienda como una clara elección. Al llamarla «una gran elección entre dos futuros», Ryan preguntó: ¿Desean ustedes seguir en el rumbo en el que nos ha puesto el presidente»? o en el rumbo en el que nos pondría Romney? De eso es lo que trataban estas elecciones. Si Romney hubiera ganado, no importa con cuán poco margen, él hubiera asumido su triunfo como un mandato para poner en práctica sus planes. Y por tanto, el presidente Obama con todo derecho y sin reserva alguna, puede asegurar que su victoria es una luz verde que el pueblo norteamericano le ha entregado para que continúe con sus planes: acerca del empleo, de la reforma migratoria, del cambio climático y de la reducción del déficit.
Pero Obama no fue el único que recibió un mandato el 6 de noviembre. Igualmente los congresistas republicanos. Y el mandato del pueblo norteamericano para John Boehner y Mitch McConnell está también muy claro: Dejen de decir no a todo. Y empiecen a decir sí a algo.
Los norteamericanos están cansados del estancamiento. Están cansados del excesivo partidismo. No desean presenciar campañas perpetuas. Entre una campaña y otra esperan que nuestros funcionarios elegidos de ambos partidos se reúnan para solucionar problemas. Hay un momento para la campaña y un momento para gobernar. Pero eso no está sucediendo en la actualidad, tan solo por una razón. Obama y los demócratas están dispuestos llegar a un compromiso. Pero bajo John Boehner y Mitch McConnell, el Partido Republicano se ha convertido en el «Partido del No». Como escriben Norm Orstein y Thomas Mann en su excelente y reciente libro, [I]Es peor de lo que parece: [/I]»El Partido Republicano se ha convertido en un insurgente periférico. Es extremista ideológicamente; se burla del compromiso; es indiferente a la comprensión convencional de los hechos, evidencia y ciencia; y es desdeñoso de la legitimidad de sus oponentes políticos».
Y, Dios lo sabe, no existe un momento más crítico que este para el bipartidismo, con Estados Unidos enfrentado a un «farallón fiscal» -$1,2 billones de recortes a los gastos internos y de defensa, como resultado del fracaso del Supercomité del año pasado. El presidente Obama ya ha demostrado su disposición al compromiso. Si Boehner y McConnell no ceden, quizás los republicanos pudieran acudir al gobernador Chris Christie. Él sabe de la importancia de trabajar en conjunto.
(*) En el original se hace un juego de palabras intraducible («Do they want some cheese with that whine?»), ya que «whine» (queja) se pronuncia de manera parecida a «wine» (vino).