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Órdago a mayor

Fuentes: Gara

«El pueblo debe luchar por la ley como por sus murallas». Así reza un fragmento del filósofo Heráclito. Tan importante como las murallas es la ley para la defensa de un pueblo; las unas protegen del enemigo exterior, la otra hace iguales a todos los individuos que lo componen impidiendo privilegios. «La persona del Rey […]

«El pueblo debe luchar por la ley como por sus murallas». Así reza un fragmento del filósofo Heráclito. Tan importante como las murallas es la ley para la defensa de un pueblo; las unas protegen del enemigo exterior, la otra hace iguales a todos los individuos que lo componen impidiendo privilegios.

«La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad»Š «De los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden» (Art. 56 y 64 de la Constitución)

En la cúspide del ordenamiento constitucional tenemos a un individuo que es califica do como irresponsable de sus actos. ¿Es un niño? ¿Es un demente? No, es un Borbón.

Los «defensores de la Razón» pusieron en el vértice superior del Estado lo que algunos, (no seré yo), denominan como idiota en sentido etimológico ­idio (propio) aquél que no se preocupa de los asuntos públicos, el que se ocupa sólo de lo suyo­

«Corresponde al Rey: a) Sancionar y promulgar las leyes… h) El mando supremo de las fuerzas armadas» (Art. 62)

Así pues, el que promulga las leyes, el que les da validez, es algo peor denominado por otros como idiota. Es un sujeto que, no solamente se sustrae a la justicia creando para sí un territorio opaco a la ley, sino que además, pretende que el resto de los mortales que habitamos en su Estado las acatemos.

Dar a una persona «no sujeta a responsabilidad» el mando de las fuerzas armadas es, a todas luces, peligroso. Como darle a un chimpancé una metralleta.

Se llaman víctimas, cuando lo que son es victimarios, aquellos que en la antigüedad ataban a las víctimas y las sujetaban durante el sacrificio.

A nosotros nos califican como verdugos, y en cierta medida lo somos. Aspirantes a guillotinar unas condiciones por las que un individuo, al capricho de un espermatozoide y un óvulo, puede regir la administración de un Estado.

Ahora van a «democratizar la monarquía» permitiendo a las princesas competir en igualdad con los príncipes. Con suerte, la que rija nuestros destinos será, de las dos que tenemos, la más sencilla.

Los del autodenominado bloque constitucionalista pretenden que rindamos vasallaje al «no responsable». En nombre de la Civilización, nos pretenden súbditos. Nosotros, los de la Tribu, nos queremos ciudadanos, esto es, republicanos de una nación constituida por iguales. Nuestros reyes: de oros, copas, espadas y bastos. La lucha final ya está durando demasiado, ya va siendo hora del órdago a mayor.