Entender la política de Asia Occidental tras la derrota del imperio otomano en la Primera Guerra Mundial y la intervención de las potencias occidentales aliadas de la Triple Entente (Francia y Gran Bretaña) en la división de los territorios al este del Levante Mediterráneo implica dar cuenta de Acuerdos, Cartas y Tratados donde ese imperio otomano, pagaría esa capitulación con sus antiguas posesiones imperiales.
El Imperio otomano, denominado despectivamente “el hombre enfermo de Europa” vivía, en el tercer lustro del siglo XX, una rápida desintegración que lo llevaría, no sólo a su fin como potencia imperial, sino que modificaría su vida futura dando paso a una nueva Turquía bajo el marco del llamado Kemalismo. Ello, bajo un marco regional donde potencias extrarregionales – Francia y Gran Bretaña específicamente – tejían su telaraña para suceder, finalizada la Primera Guerra Mundial (PGM) al agonizante imperio, en el control de una región dotada de enormes riquezas hidrocarburíferas, una situación geográfica de importancia capital y con planes de dominio, donde una ideología foránea y expansionista comenzaría a influir sobre Asia occidental: el sionismo.
La confluencia entre Sykes-Picot y Balfour
Los intereses europeos y la idea de reparto post imperio Otomano, se distinguieron con claridad, tres años y medio antes del fin de la IGM con el llamado Acuerdo Sykes -Picot, signado con esa denominación por el nombre de los actores involucrados en su creación: el británico Mark Sykes y el francés Charles George Picot. Un acuerdo que constituye, históricamente, uno de los diseños de conformaciones políticas y territoriales, que han situado a Asia Occidental, como una de las zonas de mayor pugna por su control en la historia moderna.
Hablar de un primer diseño o esquema de dominio, es dar cuenta de la labor llevada a cabo por aquellas potencias imperiales de inicios del siglo XX en su tercer lustro: Francia e Inglaterra, que fragmentaron y redibujaron la región en función de áreas de influencia destinadas al control, explotación y usufructo de materias primas marcadas por la presencia de la enorme riqueza hidrocarburífera, que al día de hoy sigue marcando el interés foráneo. Este primer trabajo de diseño territorial se consumó bajo el marco de acuerdos secretos entre Paris y Londres, además de la participación de otras potencias como fue el caso de la Rusia Imperial y movimientos como el Sionista, de gran influencia en la política inglesa y francesa, que décadas posteriores mostraría su influjo en Estados Unidos con la creación del denominado Comité de Asuntos Públicos estadounidense-israelí (AIPAC, por sus siglas en inglés):
El mencionado esquema de dominio describe al enfoque destinado a prometer la independencia a los pueblos árabes sujetos al dominio otomano, siempre y cuando unieran sus fuerzas a occidente para derrotar aquel “hombre enfermo”. Una palabra dada sin cumplimiento y finalmente traicionada, pues mientras se juraba ayudar a la independencia de países árabes, se trabajaba en los Acuerdos Sykes-Picot. Esta labor de convencer al líder árabe, Hussein Ibn Ali (Jerife de La Meca) fue llevada a cabo por el Alto Comisario Británico en El Cairo, Henry McMahon, quien tuvo un fluido intercambio con Hussein Ibn Ali. Labor realizada, fundamentalmente, a través de un intercambio epistolar. “Si la nación árabe se coloca a su lado en esta guerra, Inglaterra le garantizará contra toda intervención exterior en Arabia y dará a los árabes toda la ayuda necesaria contra una agresión extranjera”, fueron las palabras de McMahon.
En siete de estas cartas se mencionan temas territoriales. Ya en la primera de las siete cartas que abordaron temas territoriales, Hussein definía el futuro reino árabe, limitado al Norte por Mersina y Adana hasta una latitud de 37º, en cuyo trazado figuraban Birijik, Urfa, Mardin, Midiat, Jezirat (Ibn Umar), Amadia; al Este por las fronteras de Persia hasta el Golfo de Basora (Golfo de Arabia o Golfo Pérsico); al Sur por el Océano Índico, con la excepción de Adén, que permanecería tal cual; y al Oeste con el Mar Rojo y el Mediterráneo, nuevamente, hasta Mersina
A Hussein Ibn Ali se le solicitó generar un alzamiento de los pueblos árabes contra los turcos, con la proposición de pagar ese apoyo, con la creación de un reino árabe que iría desde Siria hasta Yemen, donde él tendría un rol preponderante. El levantamiento efectivamente ocurrió y permitió dar un respiro a las alicaídas tropas imperiales británicas, pero la palabra empeñada pasaría a mejor vida tras la Conferencia de Paz de París del año 1919 y la posterior conformación de mandatos imperiales sobre los territorios de Asia Occidental, regidos hasta entonces por el Imperio Otomano. Hussein terminó sus días exiliado en Amman sin haber visto concretada la promesa occidental y con un Levante Mediterráneo fragmentado en función de los intereses franceses y británicos
El acuerdo Sykes-Picot consistió en dar a conocer anticipadamente la forma en que se repartirían, entre Londres y Paris, los restos del imperio otomano al finalizar la gran guerra. Ambos países, tal como sucedió en los procesos independentistas latinoamericanos del siglo XIX lograron introducir y extender conceptos e ideas europeos en el mundo árabe, vinculadas al nacionalismo. Afirman, algunas analistas, que hasta entonces los árabes no pensaban en términos de Estado-nación y ese influjo europeo habría generado conceptos y prácticas nacionales. (1) Además, que los trazos dibujados en los mapas imperiales representarían una desgracia ya que “se separó a tribus y familias que antes no necesitaban cruzar fronteras para comunicarse entre sí, y se otorgó el control de los nuevos países a minorías gobernantes”.
El segundo diseño al que hago mención refiere la participación (a la par del incumplimiento de las promesas de permitir la conformación de Estados árabes independientes) de colonos sionistas de origen europeo y de creencia judía, que estaban siendo seleccionados por la Federación Sionista con sede en Londres, con la idea de instalar una cabeza de playa occidental (incluso un protectorado británico en tierras del Levante Mediterráneo, específicamente en Palestina). Ello, bajo el amparo de la llamada Declaración Balfour, que tendría también a Mark Sykes, quien gesta una reunión en la capital inglesa, en febrero del año 1917, donde asistieron los multimillonarios e influyentes miembros de la Federación Sionista con Sede en Gran Bretaña, Walter Rothschild, Herbert Samuel y Chaim Weizmann, de origen bielorruso y quien sería el primer presidente de la entidad sionista el año 1948.
La declaración Balfour era una carta que prometía algo (tierra palestina para conformar un hogar nacional judío) que los ingleses no poseían y a la cual no tenían derecho bajo ninguna ley internacional. Una carta elaborada bajo el marco de una mentalidad imperialista donde se señalaba:
“Estimado Lord Rothschild. Tengo el placer de dirigirle, en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía hacia las aspiraciones de los judíos sionistas, que ha sido sometida al Gabinete y aprobada por él. El Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, quedando bien entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina ni los derechos y el estatuto político de que gocen los judíos en cualquier otro país. Le quedaré agradecido si pudiera poner esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista. Sinceramente suyo, Arthur James Balfour».
Ese deseo expresado por Balfour no sólo daba cuenta que al agonizante imperio otomano ya se le daba la extremaunción, sino que se apoyaba decididamente al Movimiento sionista para comenzar un proceso de colonización de tierras en Palestina. Tal es así que el propio Balfour, el mismo que hablaba de respeto y no perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, el día 19 de enero del año 1919 sostuvo, en otra carta al gobierno británico:
«En Palestina ni siquiera nos proponemos pasar por la formalidad de consultar los deseos de los actuales habitantes del país… Las cuatro grandes potencias están comprometidas con el sionismo, y el sionismo, bueno o malo, correcto o incorrecto, está anclado en antiquísimas tradiciones, en necesidades actuales y en esperanzas futuras de mucha mayor importancia que los deseos o preocupaciones de los 700.00 árabes que ahora habitan esta antigua tierra».
En un artículo escrito ex profeso los 100 años de conmemoración de la Declaración Balfour sostuve: “Recordemos que Palestina fue ocupada por fuerzas militares de Gran Bretaña el año 1917 y, cinco años después, la naciente Sociedad de Naciones concedería a aquel país un “mandato especial” sobre estas tierras, que expiraría el día 15 de mayo del año 1948. Pruebas de este contubernio, entre imperialismo británico y sionismo, estaba dado por el hecho que el primer Alto Comisionado para Palestina nombrada por la Sociedad de Naciones fue el político inglés (y primer judío en entrar al gabinete inglés) Herbert Samuel, quien ocupó este cargo hasta el año 1925 favoreciendo claramente a la Federación Sionista Mundial.
Primera Parte. Cedido por www.segundopaso.es
- Un tema, por lo demás ampliamente discutible pues se considera que durante el siglo XIX surgieron en algunas ciudades árabes un aún tenue nacionalismo, vinculado, originalmente al ámbito cultural – muy relacionado en ese entonces con el modernismo laico, pero que sentaría las primeras bases y voces de discordia con el dominio otomano. El movimiento fue bautizado como Al-Nahda, el renacimiento o despertar árabe. El epicentro de este movimiento lo encontramos en El Cairo y Alejandría y, en menor medida, Damasco y Beirut.