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Pablo de la Torriente Brau en la historia memorizada

Fuentes: Rebelión

Llega a su fin el llamado «Año de la Memoria Histórica» (permítase la redundancia entre memoria e historia) en que se recuerda el inicio de la Guerra Civil española (1936-1939) y se conmemoran las gestas de aquellos hombres que lucharon por la libertad y en favor del gobierno legítimo de la II República y contra […]

Llega a su fin el llamado «Año de la Memoria Histórica» (permítase la redundancia entre memoria e historia) en que se recuerda el inicio de la Guerra Civil española (1936-1939) y se conmemoran las gestas de aquellos hombres que lucharon por la libertad y en favor del gobierno legítimo de la II República y contra el fascismo. Un año que ha habilitado el recuerdo de volver a la contundencia de los hechos; en abrir el debate a nuevas generaciones con la presencia mermada de los que lucharon en las trincheras y los que perfilaron un espíritu combativo frente a la intolerancia fascista, con el deseo de acabar con aquella «España de charanga y pandereta».

En este memorando hay cientos de miles de nombres de combatientes y represaliados por el franquismo. En este recordatorio la memoria incide en Pablo de la Torriente Brau (San Juan de Puerto Rico, 12 de diciembre de 1901-Majadahonda (Madrid), 19 de diciembre de 1936), el joven cubano que vino al frente de Madrid a combatir el fascismo perdió su vida. Cercanos ya al 19 de diciembre tenemos que recordar a este revolucionario cubano que puso todo su talento y acción en favor de una causa noble como era la libertad de los oprimidos de España y frenar las diversas corrientes fascistas que habían escogido a España como escenario de mayores aventuras bélicas. Pablo de la Torriente pertenecía a aquella generación de jóvenes concienciados y bregados en la lucha contra la dictadura de Gerardo Machado en Cuba que pasaron a ser reprimidos, encarcelados y exiliados.

De la Torriente estaba en la nómina de los aparatos represivos cubanos, por ser un luchador contra las tiranías de los Machado y de los Grau. Hablamos del período de 1933-35, cuando en Cuba se promovían las huelgas bajo el auspicio del movimiento estudiantil. Aquel período fue el precursor de una conciencia y de una consolidación que nos alecciona bastante bien sobre el triunfo de la Revolución cubana de 1959.

Todos estos acontecimientos contribuyeron a que Pablo de la Torriente huyera de Cuba y se refugiase en los Estados Unidos (1935). En Nueva York le sorprende la noticia del inicio de la Guerra Civil española, el 18 de julio de 1936. Él conocía España, de chico viajó a Santander con su padre, dado que su abuelo formaba parte de aquella saga familiar de los de la Torriente cántabra. España no solamente era una referencia familiar para Pablo sino que aquellas impresiones de infancia con la gente montañesa, pobre y solidaria que compartía sus pocos enseres que tenía le estimuló a defenderla. Y esto se venía a sumar a su ideología marxista, motor de sus acciones e inquietudes.

La toma de decisión de Pablo de la Torriente de participar en la Guerra Civil española, en sus primeros momentos, fue sólida después de escuchar un mitin en Unión Square en el cual se pedía apoyo y reclutamiento para intervenir a favor de la República española. En aquel entonces el estaba en los Estados Unidos y no era fácil desde allí trasladarse a España por su estatus de refugiado. Pablo era un reconocido y ardiente periodista, a quien se le debe numerosos artículos sobre acontecimientos políticos y sociales por los que pasaba Cuba. En este caso, él buscó una credencial que le posibilitase su traslado a España y la consigue como corresponsal de guerra de la revista «New Masses» de Nueva York, del periódico «El Nacional» de México y de «El Machete», órgano del Partido Comunista de México.

La toma de decisión la manifiesta con estas palabras: «He tenido una idea maravillosa: me voy a España a la revolución Española». No dice me voy a la guerra sino a la revolución. Y esto nos aclara mucho sobre la motivación ideológica de Pablo de la Torriente. La guerra era un medio para ganar la revolución. La mayoría de los españoles que participaron en aquella conflagración hablan de guerra y muy pocas veces de revolución. Pablo de la Torriente conocía los términos y los valores y así los matizaba coherentemente, como podemos ver en sus cartas y artículos, que envió a los citados periódicos y, en los cuales, hizo mucho énfasis en el proceso revolucionario que se vino gestando en todo el período preguerra de la II Republica y que durante la confrontación se promocionaron los valores revolucionarios para contrarrestar el fascismo en sus diversas direcciones.

Pablo de la Torriente fue uno de aquellos participantes solidarios que se incorporó muy prematuramente a la primera línea de combate. Sale de Nueva York el 1 de setiembre de 1936 y el 24 del mismo mes se integra a aquel «No pasarán» del heroico frente de Madrid, a uno de los regimientos más duros y combativos como fue el comandado por Valentín González, El Campesino, donde Pablo de la Torriente fue comisario político. En todo ese período que va del 24 de setiembre al 19 de diciembre, fecha de su muerte -como ya queda señalado-, descubrimos a ese joven de treinta y cinco años en sus más extraordinarias dimensiones como un hombre de pensamiento. Más allá del político y del estratega militar encontramos al hombre de cultura y al apasionado de ganar la guerra para poner en práctica la revolución. Su espíritu combativo parte de aquel humanismo y de aquel aprendizaje martiano muy presente en todas las batallas dialécticas que se produjeron en Cuba, su pensamiento lo hay que entender desde este parámetro.

Si nos detenemos en su libro: «Peleando con los milicianos», publicado en Cuba en 1962, con un excelente prólogo de Juan Marinello, nos damos cuenta que esas 252 páginas de lo que son las cartas enviadas y los artículos periodísticos publicados abren un camino informativo y de interpretación que pocos periodistas o cronistas de guerra han revelado con la nitidez como lo hizo Pablo de la Torriente. Él supo orientar en dos direcciones su misión de periodista y de combatiente. Y no es fácil separar y, al mismo tiempo, conjuntar estos dos parámetros con la lucidez que observamos en sus escritos. Naturalmente, él buscó la noticia; dio la noticia de los acontecimientos in situ, pero también los dimensionó porque él participaba del desarrollo de los mismos. Por supuesto que supo crear noticia en un horizonte nuevo como era el espacio bélico en la Sierra de Guaderrama, donde el estaba a las órdenes de Paco Galán el jefe de la brigada.

La naturaleza de su periodismo de contienda tendría un cambio cualitativo al que no estaba acostumbrado en Cuba y en Nueva York. El escenario le obliga pero no lo domestica y sus escritos parten de valores ideológicos. Pablo de la Torriente era marxista y esto se nota en el momento de concretar los hechos y las circunstancias que se desencadenaron. Queremos decir que en sus cartas como en sus artículos observamos que es una persona muy minuciosa y que lo que escribe no lo hace al estilo de crónica de guerra, como era habitual en periodistas normales que cubrieron la información de la Guerra Civil española. No en todos, pero una gran mayoría incurría en ese modelo de información cerrada.

De la Torriente, además de fornecer de alma nueva a la noticia propició en ella lo concreto de lo vivido y observado y estableció un diálogo con los hechos, no para provocar al lector sino para situarlo en un escenario obligadamente el que él concibe y le interesa divulgar lo concreto de aquella lucha. Las cartas y las crónicas de Pablo de la Torriente mantienen vivo su pragmatismo que nunca cercenó la veracidad de los acontecimientos ni se dejó llevar por la pasión personal o por una euforia de circunstancias. Como buen revolucionario entabla dos batallas, una contra el fascismo y otra contra el tiempo. Intenta no dejarse atrapar por ninguno de ellos. En una de sus cartas, señala: «Trabajo sin descanso. Me sobran energías, pero me falta tiempo. Debía prolongarse el tiempo, aunque fuera por un decreto revolucionario». Con creces supero estas precariedades y aventajó al reloj. Y todo esto se debe a un espíritu encendido que buscaba las cosas para entender su lenguaje y asumir su propio respiro.

Lo que nos fascina de Pablo de la Torriente es su fecunda y acelerada traslación para escudriñar los acontecimientos y, sobre todo, la manera de concurrir a las fuentes originales que fomentaban información. En una guerra es frecuente llegar a las fuentes de información desde su rango de comisario político. Pero estamos ante un comisario político muy especial y mentor de otros procesos que experimentó en Cuba. Todo esto le dio gallas para alcanzar otras vicisitudes que necesitaban los medios de información a los que él enviaba sus noticias. En aquella incontinencia de buscar y transmitir la realidad, Pablo de la Torriente fue el periodista que supo concretarse en cada uno de los factores que la materia periodística requería, en función de los acontecimientos que se desarrollaban en el cerco de Madrid.

Pero la guerra no sólo es el componente necesario que él necesitaba para avanzar ante el enemigo. A todo esto, antepone la revolución como fuerza motriz de una ideología y en su radio de acción hace un exponente básico para no limitar todo en función de la acción bélica. Para luchar había que tener conciencia de clase y para ello había que estimular a aquellos campesinos reclutados, en gran mayoría analfabetos, para que estuviesen a la altura de saber que el verdadero motor de aquel fusil que empuñaban era la ideología. En efecto, cultura y combate fueron de la mano en todos los frentes republicanos. Entre los comunistas había un enorme entusiasmo para que el fusil conviviese con los libros. Pablo de la Torriente era un combatiente con enorme predisposición en alentar la lectura, el debate y otras expresiones culturales.

En Pablo de la Torriente observamos el fervor y la inquietud por interrelacionar el proceso de combate con el proceso cultural. Y en el frente de Madrid hizo los posibles por encontrarse con Rafael Alberti, María Teresa León, José Bergamín, Lorenzo Varela, Antonio Aparicio y tantos otros intelectuales fieles a la República. Se encontró, también, con el gallego-cubano, Lino Novás Calvo, uno de los grandes narradores que dio Cuba y que se encontraba defendiendo la causa del Frente Popular. Lo más prodigioso de estos contactos es el encuentro que tiene Pablo de la Torriente con un joven pastor de ovejas de Orihuela de veintiséis años, llamado Miguel Hernández. El descubre su enorme talento y lo lleva para su brigada como comisario cultural. Pluma y fusil hermanados. La épica de una gestión cultural de enorme calado empieza a dar sus frutos. Miguel Hernández, ese enorme poeta del pueblo, en aquellas circunstancias, escribe, recita y dinamiza un nuevo ambiente que se manifestó en la creación de boletines y otros escritos que se distribuían en el frente.

Algunos de los biógrafos de Miguel Hernández apuntaron que uno de los grandes mecenas en descubrir a éste gran poeta, en el campo de batalla, fue Pablo de la Torriente. En una de sus cartas, escribe: «Y ayer tuvimos dos reuniones importantes en el cuartel: una fue una reunión de todos los oficiales de la brigada, tomándose importantes acuerdos sobre la disciplina, organización, etc., y la otra una función que improvisamos en la nave de la iglesia, con la colaboración de María Teresa León, Rafael Alberti, Antonio Aparicio, Emilio Prados y Miguel Hernández, y en lo que participaron también varios milicianos y milicianas». Y seguidamente señala: «Por otra parte, tenemos unos cuantos discos entre los que hay alguna rumba. Hay que divertir al hombre en la guerra; hay que hacer que se olvide de ella, cuando por casualidad, como ahora, se nos ha dado la oportunidad de un relativo descanso. Y a parte de todo esto, hemos dotado a cada compañía de un maestro, con una campaña intensiva para que todo el mundo sepa firmar el próximo pago. Y muchos están aprendiendo ya a leer y escribir».

Son muchos los registros que revelan al combatiente inquieto que le apasionaba encontrar la verdad de los otros desde su praxis revolucionaria. Desde el primer momento en que se integra en la batalla contra el cerco de Madrid le interesa propiciar el hombre nuevo, como fruto del proceso revolucionario, ético y cultural que se estaba desarrollando. Esta reafirmación es uno de los códigos de conducta que revela, con entusiasmo apasionado, sus ansias por cambiar la historia de un país, como España, que en muy diversas circunstancias los poderes fácticos no contribuyeron a mejorar a proletarios y a campesinos que, contrariamente, los explotaron y los discriminaron secularmente.

Pablo de la Torriente se incorporó a esa solidaridad con aquel pueblo humillado y vio la oportunidad que aquellos «parias de la tierra» eran capaces de romper sus cadenas. En su libro: «Peleando con los milicianos», señala: «Salen los niños en los grandes «buses», cantando, alegres, agitando sus banderitas rojas. Nadie piensa que muchos no tendrán padres. Y nadie lo piensa, porque la revolución es la madre de todos; ella parirá, con más sangre y dolor que ninguna madre, un pueblo nuevo».

Estos testimonios revelan al luchador emergente en su espacio colectivo donde no hay cabida para lo individual. Pablo de la Torriente ha entendido muy bien el mensaje de Marx y Engels, para superar al ser individualista. Pero también sorprende su mensaje nuevo al hablarle a las masas con un lenguaje cercano, legible y de convencidas contundencias. No bastaba estar en el frente para disparar y escribir, había que conectar con el pueblo para incorporarlo a la causa revolucionaria, como muy bien señaló: «El día 2 de este mes -se refiere al mes de diciembre- fui, en unión de dos oficiales y de Miguel Hernández, a dar un mitin a Mejorada del Campo, con el fin de hacer propaganda de reclutamiento».

En esos escasos tres meses de permanencia en el frente parece que todas sus actividades eran imposibles de ejecutarlas en tan poco tiempo como él lo ha hecho y, también, nos sorprende su movilidad de profundo calado, ejerciendo como periodista y entrevistando a muy diversos mandos superiores del ejército republicano, a estadistas a intelectuales y hombres de letras. Hizo prevalecer su opinión sobre la táctica a realizar en no muy pocas acciones en el frente.

Es extraordinario ver como este intelectual cubano fue capaz de transformarse y de proceder, en cada circunstancia, de una manera exigente y en función de lo que en cada momento la realidad reclamaba. En este sentido, creó espacios revolucionarios para ser habitados y dirigidos, no de una forma de suplencia o de interinidad sino con una firmeza poco habitual. Pablo de la Torriente fue un revolucionario no un guerrero, en el sentido clásico de la palabra, y su motivación, en función de los hechos expresados y consumados, lo vemos actuar como un enorme ideólogo marxista, estimulado por la acción revolucionaria y, con aquel espíritu abierto a las contundencias, llegó a ser un enorme combatiente a favor de la revolución deseada. Aunque la guerra fue para él un medio, hacer triunfar la revolución era su fin.

En aquella revolución, en la cual creían y actuaban los mejores combatientes que se batieron con los fascistas, Pablo de la Torriente fue uno de los que mejor encarnó el internacionalismo proletario, con rigor y lealtad, juntamente con aquellos que vinieron auxiliar al Frente Popular. De la Torriente, representó, también, la sabia joven de aquellos brigadistas internacionales que apostaron por la revolución en España. Muchos de ellos encontraron la muerte en los frentes de guerra y otros sobrevivieron siendo fieles a aquella conducta de solidaridad y de estar al lado de los que deseaban cambiar «A España toda,/ la malherida España, de Carnaval vestida/ nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,/ para que no acertara la mano en la herida». Estos versos de Antonio Machado personifican, puntualmente, la tragedia de un pueblo sometido y alienado que aspiraba a liberarse, como bien expresan estos otros versos machadianos: «Mas otra España nace,/ la España del cincel y de la maza,/ con esa eterna juventud que se hace/ del pasado macizo de la raza./ Una España implacable y redentora,/ España que alborea/ con una hacha en la mano vengadora,/ España de la rabia y de la idea».

En las páginas de «Peleando con los milicianos» se agranda y se verifica aquella idea de la España escuálida de Machado que el propio Pablo de la Torriente apostó por la liberación de sus hermanos españoles, con rabia y con idea. Una idea que no estaba acondicionada a ningún privilegio personal. Por eso es que, para nosotros, la lucha y la muerte de Pablo de la Torriente Brau no puede ser nunca una curiosidad sino una referencia. Una apuesta por la verdad y por la utopía. El sueño utópico que los cubanos heredaron del carácter ibérico, puesto en escena y en trance, al entregar la vida por la causa de los que aspiraban a terminar con la explotación colectiva.

El escritor Lino Novás Calvo y el poeta Antonio Aparicio nos describen el impacto de su muerte en Majadahonda, aquel 19 de diciembre de 1936. Lino señala algo conmovedor: «Los camilleros le habían recogido al pié de la loma por la cual se habían descolgado los fascistas, lo velaban arrimados a sus varas. Semejaban una guardia de labriegos, erguidos, taciturnos, oscuros, tristes y silenciosos». Este ceremonial de silencio estaba presidido por el comisario de cultura de la brigada del Campesino, el poeta Miguel Hernández. A Pablo se le entierra en el cementerio de Chamartín el 23 de diciembre. Fue embalsamado con la idea que en la toma posible de dicho cementerio, por los fascistas, su cuerpo sería ultrajado y esto permitió que a principios de 1937, los cubanos que estaban en campaña y auspiciados por el también cubano Lelio Álvarez, lo trasladasen al cementerio de Montjuic de Barcelona, con la idea de llevarlo a Cuba. Allí estuvo en el nicho 3772 hasta la toma de Barcelona (1939) por los fascistas, y sus restos fueron depositados en una fosa común. Este nicho, fue un lugar de encuentro de cubanos que luchaban en los frentes de Cataluña y por españoles, para venerar y honrar al heroico revolucionario.

En este año de la memoria, Pablo de la Torriente Brau, después de 70 anos de su muerte, tiene un lugar prodigioso y un aposento altivo en la historia de España, dado que su acción y su obra, nos sirven para el reencuentro de ideas entre las gentes de las dos orillas del Atlántico. Leer a este periodista, intelectual y revolucionario nos llevará siempre a entender que la solidaridad no permite fronteras.