Esa ha sido la inquietud en la que se ha apoyado el juez estadounidense que ha rechazado la extradición de Posada Carriles a Cuba o Venezuela. El magistrado abriga el temor de que si entregara a Posada Carriles a la justicia de esos países caribeños, el emigrante ilegal, si es que se le acaba por […]
Esa ha sido la inquietud en la que se ha apoyado el juez estadounidense que ha rechazado la extradición de Posada Carriles a Cuba o Venezuela.
El magistrado abriga el temor de que si entregara a Posada Carriles a la justicia de esos países caribeños, el emigrante ilegal, si es que se le acaba por probar el cargo, podría ser torturado, podría ser cubierto, por ejemplo, con una capucha de saco y colgado del techo por los pulgares. Tal vez, los gobiernos de Cuba y Venezuela podrían llegar incluso a contratar a la famosa soldado England para que le amarrara una correa alrededor del cuello y lo arrastrara por el suelo de la prisión como si fuera un perro.
O peor todavía, hacerse con los servicios del no menos célebre soldado Anthony para que éste defecara y se orinara sobre el anciano Posada.
Podrían obligarlo a tener sexo con otros presos, con animales, freirlo a corrientazos, molerlo a golpes, someterlo a salvajes torturas.
Podrían esos gobiernos de Cuba y Venezuela contratar la asesoría del propio Donald Rumsfeld para que, dada su experiencia guantanamera, señale cuál es la peor manera de vendarle los ojos, la más desalmada de cubrirle los oídos, la más vil de taparle la boca, la más brutal de encadenarle los pies.
Podrían esos gobiernos mantenerlo preso sin juicio, sin cargos, sin asistencia legal, sin derecho a defensa, sin reconocimiento alguno a su situación y por el tiempo que les venga en gana, sin que sirva de nada la declaración de Ginebra o la universal de los Derechos Humanos.
Hasta podría ocurrir que lo mataran, que sus carceleros urdieran una trama criminal y, un día, mientras el pobre Posada daba vueltas al patio de su encierro saludando con la mano a otros presos asomados a las ventanas, un recluso armado de un fusil de precisión con un solo disparo disparase cinco balas y tres alcanzaran a Posada. Después se harían desaparecer las pruebas, los testimonios, las balas y hasta al propio asesino, baleado mientras era conducido preso y rodeado de policías.
O simplemente, porque de Cuba y Venezuela puede esperarse cualquier cosa, aguardar a que Posada esté tranquilo en su celda y que un francotirador lo hiera de un disparo y lo dejen que muera lentamente, desangrado, sin abrir la puerta de su celda ni permitir que reciba asistencia, como si fuera un animal.