Un libro breve y de amena lectura recoge acontecimientos e impresiones de la estancia del revolucionario en suelo ibérico, iniciada poco más de un año antes de la gran revolución bolchevique de octubre de 1917.
La pericia del creador del Ejército Rojo para cultivar el género autobiográfico cuenta con una magna muestra: Mi vida, la vasta mirada sobre su trayectoria vital que publicó ya expatriado de la Unión Soviética y cuya primera edición se efectuó en 1930.
Allí se encuentra el relato integral de su existencia, si bien con poco hincapié en los aspectos familiares e íntimos. Es en lo fundamental una indagación en torno a la vida política y el pensamiento del dirigente ruso. Eso sí, escrita con mano maestra. El revolucionario era un escritor consumado, además de un experto en el análisis literario, como lo demostrara su Literatura y Revolución.
Existen otras obras de contenido autobiográfico, mucho más breves que Mi vida y, hasta en cierto sentido, “menores”. Nos hemos ocupado hace poco de La fuga de Siberia en un trineo de renos, como puede consultarse aquí. En esa obrita se encuentran deliciosas observaciones acerca de la periferia del entonces imperio ruso, que ya permiten avizorar una pluma brillante.
En este tipo de escrituras se revela Trotsky como un autor observador y penetrante, por más que se encuentre fuera del campo del debate político, la reflexión teórica o la reconstrucción historiográfica, sus principales objetos de atención.
En 1916, en plena guerra y en la España neutral
En esa misma línea va Mis peripecias en España, una narración de menos de cien páginas que refleja su forzado paso por el país ibérico, entre los últimos meses de 1916 y los albores del año de la revolución de octubre
Trosky atraviesa los Pirineos. El motivo de su llegada a España es el de las expulsiones sucesivas, primero de Alemania por “francófilo” y después de Francia por “germanófilo”. Ambas expresiones son erróneas simplificaciones al respecto de las posiciones sostenidas frente a la guerra mundial en curso de quien formaba parte destacada de la llamada “conferencia de Zimmerwald”.
Por su parte argumentó: «Claro está que no soy ni una cosa ni otra; soy un socialista que ve en la guerra una consecuencia fatal y lógica del sistema capitalista».
España era neutral en el conflicto y albergaba tanto a simpatizantes de la Entente como de los “imperios centrales”. Esa situación no fue suficiente para que se lo dejara en paz.
Su primer destino fue Irún, en la frontera del país vasco, y de allí se trasladó sin mayores demoras a Madrid. No tardó en producirse una nueva detención, esta vez a manos de la policía española. No había realizado ninguna actividad política ni manifestación de ningún tipo allí, lo que no le valió a la hora de ser apresado y enviado luego a la Cárcel Modelo de la ciudad capital.
Como él mismo confiesa, durante su viaje León no estuvo en las mejores condiciones para hacer observaciones sobre España. Desconocedor del idioma, pasó su estancia allí sometido parte del tiempo a estrecha vigilancia policial y un lapso importante encerrado en la prisión madrileña.
En sus propias palabras: “No viví en España como investigador u observador, ni siquiera como un turista en libertad. Entré en este país como expulsado de Francia y residí en él como detenido en Madrid y como vigilado en Cádiz, en espera de una nueva expulsión.”
Tampoco tiene reparos en reconocer que sus nociones previas acerca de lo que iba a encontrar en territorio hispano eran bastante sumarias. Enviado allí a la fuerza por las autoridades francesas, no había tenido oportunidad de prepararse para el viaje.
Cádiz, por ejemplo, a donde lo trasladaron después de su accidentada estadía en Madrid, sólo le invocaba un lugar exótico, con “mar, árabes y palmeras”. Y respecto a su breve estancia en libertad en tierras madrileñas, las aprovechó en gran parte para apreciar las obras de Goya, Velázquez y Murillo en El Prado.
Si puede distinguirse un tema central en Mis peripecias, éste no es otro que la persecución, desplegada en forma de un “internacionalismo” policial, que hace que se lo eche de Francia en dirección a España, se traspasen los datos sobre el revolucionario a la policía española y esa institución lo arreste y luego encarcele.
Para dejarlo luego en situación de “libertad vigilada” hasta que zarpe un barco que lo conduzca desde Barcelona lejos de la Europa en guerra, en dirección al continente americano, con Nueva York como punto de amarre.
Para que se desatara ese ataque contra su libertad personal bastó que procediera del movimiento revolucionario ruso. Y, sobre todo, que hubiera tomado parte, como ya escribimos, en la conferencia de Zimmerwald, sosteniendo las posiciones radicales entre los socialistas que se oponían de plano al alineamiento de la clase obrera con cualquiera de los bandos de la guerra interimperialista.
Uno de sus captores de la policía española le manifestó que sus ideas eran “demasiado avanzadas” para España. Con marcada imprecisión hasta se lo tilda de “peligroso anarquista”.
Inquirido acerca de la actitud del estado español respecto de quien fuera presidente del soviet de San Petersburgo, el conde de Romanones, en ese momento jefe de gobierno, responde:
“Se trata de un sujeto en extremo peligroso, expulsado de Francia por sus ideas y a quien la Policía francesa nos lo ha entregado encargándonos mucha cautela. Ningún interés tenemos en retenerlo; por el contrario, nuestro deseo es deshacernos también de él.”
En las páginas de Mis peripecias…, Trotsky no disimula su menosprecio por el aparato policial que lo vigila y custodia. Sus preocupaciones por sus vigilantes no le impiden momentos de reflexión acerca de la sociedad española, en lo que se incluyen visitas a la biblioteca de Cádiz. Allí lee a propósito de la historia del país, llevado por la insaciable curiosidad intelectual que, como a cualquier pensador genuino, no lo abandona ni en los peores momentos.
Asimismo vuelca aquí y allá observaciones sobre ciertos aspectos de la sociedad hispánica, como la profusión de población que subsiste por medios muy precarios o las características arcaicas del régimen carcelario. Busca explicaciones en el pasado nacional, que no tendrá por entonces oportunidad de profundizar.
Ya océano de por medio con la península ibérica, el hostigamiento no cesó, y hubo de sufrir prisión en el nuevo continente. Cuando se dirigía de regreso a Rusia, ya sacudida por la revolución de febrero y la formación del gobierno provisional, fue arrestado por la marina inglesa en un puerto canadiense y conducido a un campo de prisioneros alemanes. Pero esa ya es otra historia.
Las ediciones en español
Parte del valor de la narración autobiográfica a la que nos referimos puede ser deducido de que constituye un precedente de numerosos escritos que le dedicó el revolucionario a España.
Ellos han sido objeto de variadas traducciones y compilaciones en nuestro idioma. En 2014 CEIP-IPS dio a la luz en Buenos Aires una reunión muy amplia de los escritos de tema español, bajo el título La victoria era posible, que se extendió incluso a trabajos producidos por algunos de sus allegados, en diálogo o debate con él.
Los días en que España ocupó un lugar crucial en el devenir mundial, durante la segunda república y el transcurso de la guerra civil se hallan allí reflejados. Las posiciones al respecto del estudioso de la revolución permanente son aún hoy objeto de controversia. De lo que no se puede dudar es de la dedicación y el entusiasmo puesto en ellas, como base de un análisis pormenorizado de las cambiantes situaciones.
Cabe acá dedicarle unas líneas al decurso de las ediciones en español de las peripecias españolas.
La primera edición en castellano del libro data de 1929. Fue posible en primer lugar por el esfuerzo de traducción de Andreu Nin. Él gestionó del propio Trotsky la autorización para hacer esa tarea, hasta convencerlo con su insistencia, como aclaró en su prólogo para esa edición el líder ruso.
La obra vio la luz en suelo hispánico en 1929 (la edición original en ruso se había realizado en 1926). El volumen fue publicado por la Editorial España, en la que tenían decisiva influencia algunos dirigentes socialistas como Juan Negrín, Luis Araquistain y Julio Álvarez del Vayo. Intelectuales y a la vez orientadores del Partido Socialista Obrero Español, demostraban así su interés por difundir la producción de Trotsky en tierras hispanas.
La versión vertida a nuestro idioma enriqueció el texto original con el prólogo especial escrito por el autor; una breve nota editorial sin firma que introduce el texto, y una semblanza del revolucionario ruso escrita por Álvarez del Vayo. El conjunto pasó a futuras ediciones en nuestro idioma de la obra.
Entre ellas puede mencionarse la de 1933, realizada por Editorial Félix. A ésta le siguió el forzado silencio de los años del franquismo, hasta que lo reeditó el foco de resistencia intelectual encarnado por Ruedo Ibérico, en 1971, en París. Ya en las postrimerías del franquismo volvió a lanzar la obra en suelo español Akal, aunque esta vez se le cambió el título, que pasó a ser En España. Diario de un viaje 1916-1917.
Tras un nuevo intervalo lo edita Endymion en 2007y Reino de Cordelia en 2012. Esta última es, que sepamos, la más reciente de las impresas en papel, que aún se consigue con facilidad.
Ya en los últimos años se pasó a ediciones en formato digital, al menos dos de las cuales son hoy de fácil acceso en Internet. Nos referimos en primer a la fechada en 2021, reproducción íntegra de la edición hispánica original de 1929, integrada a Marxist Internet Archive en español que puede consultarse en https://www.marxists.org/espanol/trotsky/oelt/33.pdf,. También se puede encontrar una versión digital completa en el portal filosofía.org.
Esta multiplicidad de ediciones recientes indica a las claras la pervivencia del interés por la obra del protagonista de la revolución rusa. Quienes no conozcan aún su producción pueden introducirse en ella por medio de narraciones directas y breves como ésta, apta para atraer la atención futura sobre las obras de mayor calado.
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