Hace dos años, en la celebración de Socialismo 2.007, en Chicago, hablé acerca de un «gobierno invisible», un término empleado por Edward Bernays, uno de los fundadores de la propaganda moderna. Fue Bernays el que, en la década de 1.920, inventó la expresión «relaciones públicas», como un eufemismo para referirse a la propaganda. Desarrollando las […]
Hace dos años, en la celebración de Socialismo 2.007, en Chicago, hablé acerca de un «gobierno invisible», un término empleado por Edward Bernays, uno de los fundadores de la propaganda moderna. Fue Bernays el que, en la década de 1.920, inventó la expresión «relaciones públicas», como un eufemismo para referirse a la propaganda. Desarrollando las ideas de su tío, Sigmund Freud, Bernays, contratado por la industria tabaquera, hizo campaña para que las mujeres americanas asumieran fumar como un acto de liberación feminista, llamó a los cigarros «antorchas de libertad.»
El gobierno invisible que Bernays tenía en mente aunaba el poder de todos los medios – las relaciones públicas, la prensa, la radiodifusión, la televisión y la publicidad. Era el poder de la forma: de la construcción de una imagen de marca, sobre la sustancia y la verdad – y quiero hablar hoy sobre el logro más reciente de este gobierno invisible: el ascenso de Barack Obama y el silenciamiento de la izquierda.
Primero, me gustaría volver atrás unos 40 años, a un bochornoso día en Vietnam.
Yo era un joven corresponsal de guerra que acababa de llegar a un pequeño pueblo llamado Tuylon. Mi misión era escribir acerca de una compañía de marines de EEUU, que habían sido enviados a este pueblo a ganarse los corazones y las mentes.
«Mis órdenes», dijo el sargento de Marines, «son vender el Modo Americano de la Libertad, tal como se establece en el Manual de Pacificación. Este manual está diseñado para ganarse las mentes y los corazones de la gente, tal como se dice en la página 86.» La página 86 estaba encabezada por la expresión WHAM (ganarse las mentes y los corazones, por sus siglas en inglés). La unidad de Marines era una Compañía de Acción Combinada que, explicó el sargento, «quiere decir que atacamos a estos tipos los lunes y nos ganamos sus mentes y sus corazones los martes». Estaba bromeando, pero no del todo.
El sargento, que no hablaba vietnamita, había llegado al pueblo, se había puesto de pie en un jeep y había dicho con la ayuda de un megáfono: «¡Venid todo el mundo, tenemos arroz y caramelos y cepillos de dientes para daros…!»
Sólo hubo silencio.
«Escuchad amarillos, ¡o salís o entraremos y os sacaremos nosotros!»
La gente de Tuylon finalmente salió, y formó una fila para recibir paquetes de arroz Uncle’s Ben Miracle, chocolatinas Hershey, globos de fiesta y varios cientos de cepillos de dientes. Tres urinarios portátiles amarillos, que funcionaban con baterías, fueron reservados hasta la llegada del coronel.
Y cuando esa tarde llegó el coronel, mandaron llamar al jefe del distrito, y los urinarios amarillos portátiles fueron enseñados. El coronel se aclaró la garganta y pronunció un discurso garabateado en un papel.
«Señor jefe de distrito y toda esta buena gente,» dijo, «lo que estos presentes representan es más que la suma de sus partes. Ellos llevan consigo el espíritu de América. Damas y caballeros, no hay lugar en el mundo como América. Es la tierra donde ocurren los milagros. Es una guía luminosa para mí, y para vosotros. En América nos sentimos realmente afortunados de tener la más grande de las democracias que el mundo ha conocido, y queremos que vuestra buena gente comparta nuestra buena suerte.
Thomas Jefferson, George Washington, incluso «la ciudad sobre una colina» de John Winthrop fueron mencionados. Lo que único que faltaba era el himno Star Spangled Banner sonando de fondo.
Por supuesto, los habitantes de pueblo no tenían ni idea de lo que el coronel estaba hablando. Cuando los marines aplaudían, ellos aplaudían. Cuando el coronel saludaba, los niños saludaban. Cuando se marchaban, el coronel estrechó la mano del sargento y le dijo: «Tiene usted un montón de mentes y de corazones aquí. ¡Siga así, sargento!»
«¡Sí, señor!».
En Vietnam fui testigo de muchos espectáculos como éste. Yo había crecido en la lejana Australia, con una dieta continuada de películas de John Wayne, Randolph Scott, Walt Disney, los Tres Compadres y Ronald Reagan. El Estilo Americano de la Libertad que ellos retrataban podía haberse extraído del manual WHAM.
Aprendí que los EEUU habían ganado la II Guerra Mundial ellos solos, y que ahora lideraban «el mundo libre» como la «sociedad» elegida. Sólo mucho después, cuando leí Opinión Pública, de Walter Lippmann, comprendí algo del poder de las emociones atrapadas en las falsas ideas y la mala historia.
Los historiadores lo llaman «excepcionalismo» – la noción de que los EEUU tienen el derecho divino de llevar lo que ellos llaman la libertad al resto de la humanidad. Por supuesto, esto es un viejo estribillo; los franceses y los británicos crearon y celebraron sus «misiones civilizadoras» mientras que imponían regímenes coloniales que negaban libertades civiles básicas.
De todos modos, el poder del mensaje de EEUU es diferente. Mientras que los europeos eran orgullosos imperialistas, los estadounidenses han sido entrenados para negar su imperialismo. Cuando México era conquistado y los marines eran enviados para controlar Guatemala, los libros de texto se referían a ello como una «edad de la inocencia.» Los motivos de EEUU eran bien intencionados, morales, excepcionales, como el coronel decía en su discurso. No había ideología, decían; y esta es todavía la sabiduría heredada. De hecho, el Americanismo es una ideología que es única porque su elemento principal es la negación de que se trata de una ideología. Es a la vez conservadora y liberal, de derechas y de izquierdas. Y todo lo demás es herejía.
Barack Obama es la personificación de este «ismo». Desde que Obama fue elegido, los líderes liberales han estado hablando del retorno de EEUU a su verdadero status como «nación de nobles ideales» – las palabras de Paul Krugman en el New York Times. En el San Francisco Chronicle, el columnista Mark Morford escribió que, «las personas con moral elevada consideran a Obama como un ‘portador de la luz’… que puede ayudar a marcar el comienzo de una nueva existencia en el planeta.»
Dile eso a un niño afgano, cuya familia haya volado por los aires por las bombas de Obama, o a un niño pakistaní cuya familia esté entre los 700 civiles asesinados por los aviones no tripulados de Obama. O díselo a un niño en la masacre de Gaza causada por las bombas inteligentes de EEUU, las cuales, según desveló Seymour Hersh, se reanudó su suministro a Israel para que las usaran en la matanza «sólo después de el equipo de Obama dejara saber que no habría ninguna objeción.» El hombre que guardó silencio en Gaza es el mismo que ahora condena a Irán.
El de Obama es el mito que constituye el último tabú de EEUU. Su tema principal nunca cambia; se trata del poder. Los EEUU, declaró, «lideran al mundo en su combate contra los males inminentes y promueven el bien definitivo…debemos liderarlo con la construcción de un ejército del siglo XXI para reforzar la seguridad de nuestro pueblo y promover la seguridad de todos los pueblos.» Y aquí tenemos esta significativa declaración:»En momentos de gran peligro en el siglo pasado, nuestro líderes se aseguraron que EEUU, por medio de los hechos y siendo un ejemplo a seguir, liderara e impulsara al mundo; que resistiéramos y lucháramos por la libertad buscada por miles de millones de personas más allá de sus fronteras.» En los Archivos Nacionales del 21 de Mayo, podemos encontrar la siguiente declaración:»Desde Europa al Pacífico, nosotros hemos sido la nación que ha derribado las cámaras de tortura y que ha reemplazado la tiranía por el imperio de la ley.»
Desde 1945, «por medio de los hechos y siendo un ejemplo a seguir», los EEUU han derrocado cincuenta gobiernos, incluyendo democracias, y han aplastado alrededor de treinta movimientos de liberación, apoyando tiranías y estableciendo cámaras de tortura desde Egipto a Guatemala. Un número incalculable de hombres, mujeres y niños han muerto en los bombardeos. Los bombardeos son una receta que siempre funciona. Y ahora, aquí tenemos al cuadragésimo cuarto presidente de los EEUU, que ha llenado su gobierno de militaristas, defraudadores de las grandes corporaciones y directivos de empresas contaminantes de las eras de Bush y Clinton, burlándose de nosotros mientras que promete más de lo mismo.
Y tenemos al Congreso, controlado por los Demócratas de Obama, votando a favor de un presupuesto de 16.000 millones para tres guerras y un próximo presupuesto militar presidencial que, en 2009, excederá del total acumulado desde la II Guerra Mundial, incluyendo los picos de gasto en las guerras de Corea y Vietnam. Y tenemos un movimiento pacifista que, si no todo en gran parte, está preparado para ver el lado positivo y creer o esperar que Obama restaurará, como Paul Krugman escribió en el New York Times, «la nación de nobles ideales.»
No hace mucho tiempo, visité el Museo Americano de Historia, en el famoso Instituto Smithsoniano de Washington. Una de las exposiciones más populares se llamaba El Precio de la Libertad: EEUU en Guerra. Estábamos en vacaciones y colas de gente feliz, incluyendo muchos niños, se movían en lo que parecía una cueva de Santa Claus de guerras y conquistas, donde los mensajes sobre «la gran misión» de su país aparecían iluminados. Estos incluían, cito textualmente, «los estadounidenses excepcionales que salvaron un millón de vidas» en Vietnam donde estaban «decididos a parar la expansión del comunismo». En Irak, otros valientes estadounidenses «emplearon ataques aéreos de una precisión sin precedentes.»
Lo que impactaba no era tanto el revisionismo de dos de los épicos crímenes de la era moderna, sino la extrema rutinaria escala de aquello que se omitía.
Como todos los presidentes de EEUU, Bush y Obama tienen mucho en común. Las guerras de ambos presidentes, y las guerras de Clinton y Reagan, Carter y Ford, Nixon y Kennedy, están justificadas por el perdurable mito de la excepcionalidad de EEUU – un mito que el Harold Pinter tardío describió como «un brillante, ingenioso, muy exitoso acto de hipnosis.»
El joven inteligente que acaba de llegar a la Casa Blanca es un hipnotizador muy hábil, en parte porque resulta extraordinario ver a un afroamericano en la cumbre del poder en la tierra de la esclavitud. Sin embargo, estamos en el siglo XXI, y la raza – junto al género e, incluso, la clase social – son herramientas de propaganda muy seductoras. Para lo importante, por encima de la raza y el género, está la clase a la que uno sirve.
El círculo íntimo de George Bush – desde el Departamento de Estado hasta la Corte Suprema – era quizás el más multirracial de la historia presidencial. Era políticamente correcto por excelencia. Pensad en Condoleezza Rice y Colin Powell. Era también el más reaccionario.
Para muchos, la mera presencia de Obama en la Casa Blanca reafirma los ideales de la nación. Es un sueño forjado por la publicidad. Como Calvin Klein o Benetton, él es una marca que promete algo especial – algo excitante, casi arriesgado, como si pudiera ser un radical, como si pudiera representar el cambio. Él hace que la gente se sienta bien. Se trata de un hombre postmoderno, sin bagaje político.
En su libro, Los sueños de mi padre, Obama se refiere al trabajo que tuvo después de graduarse en la Universidad de Columbia, en 1983. Obama describe a su empresa como «una consultora para corporaciones multinacionales». Por alguna razón, no dice cuál era la empresa ni a qué se dedicaba él allí. La empresa era Business International Corporation, que tiene una larga historia proporcionando tapaderas para acciones encubiertas de la CIA, e infiltrándose en los sindicatos y en los grupos de izquierda. Sé esto porque era bastante activa en mi propio país, Australia.
Obama no dice que hacía en Business International; y no debería ser nada siniestro, pero parece que merece ser investigado y debatido, seguramente, como una pista para saber qué tipo de hombre es.
Durante su breve período en el Senado, Obama votó a favor de continuar las guerras de Irak y Afganistán. Votó a favor de la Ley Patriótica. Rehusó apoyar un proyecto de ley que promovía un seguro médico de cobertura universal. Apoyó la pena de muerte. Como candidato presidencial, recibió más apoyo financiero de las grandes corporaciones que John McCain. Prometió cerrar Guantánamo como una prioridad, y no lo ha hecho. En lugar de eso, ha exculpado a los que perpetraron las torturas, ha reinstaurado las famosas comisiones militares, mantenido el Gulag de Bush intacto y se ha opuesto al habeas corpus.
Daniel Ellsberg estaba en lo cierto cuando dijo que, bajo el mandato de Bush, un golpe militar había tenido lugar en EEUU, dando al Pentágono poderes sin precedentes. Estos poderes se han visto reforzados por la presencia de Robert Gates, un compinche de la familia Bush y Secretario de Defensa de George W. Bush, y la de todos los funcionarios y generales en el Pentágono durante la era Bush que han mantenido su cargo con Obama.
En Colombia, Obama está planeando gastar 46 millones de dólares en una nueva base militar que apoyará a un régimen respaldado por escuadrones de la muerte, yendo más lejos en la trágica historia de la intervención militar de Washington en América Latina.
En un pseudo evento en Praga, Obama prometió un mundo sin armas nucleares a una audiencia global, la mayoría ignorante de que EEUU está construyendo nuevas armas nucleares tácticas diseñadas para difuminar la diferencia entre guerra nuclear y convencional. Como George Bush, usó el absurdo de una Europa amenazada por Irán para justificar la construcción de un sistema de misiles que apuntan a Rusia y China.
En otro pseudo evento en la Academia Naval de Anápolis, lleno de banderas y uniformes, Obama mintió sobre la vuelta de las tropas a casa. El jefe del estado mayor del ejército, el General George Casey, afirma que EEUU permanecerá en Irak hasta una década; otros generales dicen que quince años. Unidades de combate se reasignan como de entrenamiento; mercenarios ocuparán su puesto. Así fue como la guerra de Vietnam perduró pasada la «retirada» estadounidense.
Chris Hedges, autor de Imperio de ilusiones lo expresa bien. «El Presidente Obama,» escribió, «hace una cosa y la Marca Obama te hace creer otra. Esta es la esencia de la publicidad que funciona. Compras o haces lo que el anunciante quiere por como te hacen sentir.» Y de esta manera se te mantiene en «un perpetuo estado de infantilismo.» Hedges lo llama «política basura.»
La tragedia es que la Marca Obama parece haber mutilado o absorbido el movimiento antiguerra, el movimiento por la paz. De los 256 Demócratas en el Congreso, treinta están dispuestos a enfrentarse al partido de la guerra de Obama y Nancy Pelosi. El 16 de junio, los Demócratas votaron a favor de conceder 106.000 millones de dólares para seguir sus guerras.
En Washington, el grupo político promotor del «Fuera de Irak» está inactivo. A sus miembros ni se les ocurre algún tipo de explicación de por qué permanecen en silencio. El 21 de marzo una manifestación frente al Pentágono del en su día poderoso «Unidos por la Paz y la Justicia» (UPJ) atrajo solo a unos pocos miles. La presidenta saliente del UPJ, Leslie Cagan, dice que su gente no acude porque, «es suficiente para muchos de ellos que Obama tenga un plan para terminar la guerra y que las cosas se estén moviendo en la dirección adecuada.» ¿Y dónde se encuentra el poderoso MoveOn estos días? ¿Dónde está su campaña en contra de las guerras de Irak y Afganistán? ¿Y qué se discutió cuando, en febrero, el director ejecutivo de MoveOn, Jason Ruben, se reunió con el Presidente Obama?
Sí, mucha buena gente se movilizó por Obama. ¿Pero qué le exigieron – aparte del amorfo «cambio»? Eso no es activismo.
El activismo no se rinde. El activismo no se basa en políticas personalistas. El activismo no espera que le digan lo que tiene que hacer. El activismo no depende del opiáceo de la esperanza. Woody Allen dijo una vez, «me sentí mucho mejor cuando abandoné la esperanza.» El activismo real tiene poco tiempo para las políticas personalistas, una distracción que confunde y absorbe buena gente en todas partes.
Escribo para el periódico italiano Il Manifesto, o más bien solía escribir para él. En febrero, le envíe al editor de asuntos extranjeros un artículo que suscitaba cuestiones sobre Obama como una fuerza progresista. El artículo fue rechazado. ¿Por qué? Pregunté. «Por el momento», escribió el editor, «preferimos mantener una aproximación más ‘positiva’ a la novedad representada por Obama…estamos dispuesto a discutir temas específicos…pero no nos gustaría decir que no supone ninguna diferencia.»
En otras palabras, el presidente estadounidense llamado a promover el sistema más rapaz en la historia es santificado y despolitizado por la izquierda. Lo que es llamativo ,sobre este estado de cosas, es que la llamada izquierda radical nunca ha sabido mejor, ha sido más consciente, de las injusticias del poder. El Movimiento Ecologista, por ejemplo, ha removido la consciencia de millones de personas, de forma que prácticamente cualquier niño sabe algo sobre el calentamiento global, y a pesar de ello hay resistencia en el movimiento ecologista a la noción del poder como un proyecto militar. Observaciones similares se pueden hacer sobre los movimientos gay y feminista; por lo que respecta el movimiento de los trabajadores, ¿respira todavía?
Una de mis citas favoritas es de Milan Kundera: «La lucha de la gente contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido.» No deberíamos olvidar nunca que uno de los objetivos primordiales del poder es distraer y limitar nuestro deseo natural de justicia social e igualdad y democracia real. Hace mucho, el gobierno invisible de propaganda de Bernays elevó a las grandes corporaciones de su estatus impopular, como una especie de mafia, al de una fuerza directriz patriótica. El Modo de Vida Americano empezó como un eslogan publicitario. La imagen moderna de Santa Claus fue una invención de Coca Cola.
Hoy, se nos presenta una oportunidad extraordinaria, gracias a la caída de Wall Street y la revelación, para la gente corriente, de que el libre mercado no tiene nada que ver con la libertad. La oportunidad es reconocer una agitación en EEUU que es algo nuevo para muchos en la izquierda, pero que está relacionada con un gran movimiento popular que crece por todo el mundo.
En América Latina, hace menos de 20 años, había la desesperación habitual, las divisiones habituales de pobreza y libertad, los matones habituales en uniforme dirigiendo regímenes atroces. Hay ahora un movimiento del pueblo basado en el resurgimiento de culturas e idiomas indígenas, y una historia de luchas revolucionarias y populares menos afectadas por distorsiones ideológicas que en ninguna otra parte.
Los increíbles logros recientes en Bolivia, Ecuador, Venezuela, El Salvador, Argentina, Brasil y Paraguay representan un lucha por los derechos políticos y comunitarios que es realmente histórica, con implicaciones para todos nosotros. Estos éxitos están expresados de forma perversa en el derrocamiento del gobierno de Honduras, pues mientras más pequeño es el país mayor es la amenaza de contagio de la emancipación que sigue.
A lo ancho del mundo, movimientos sociales y organizaciones de base han surgido para luchar contra el dogma del libre mercado. Han educado gobiernos en el sur sobre que producir alimentos para la exportación es un problema más que una solución a la pobreza global. Han politizado a gente corriente para que defienda sus derechos, como en Filipinas y Sudáfrica. Una auténtica globalización está creciendo como nunca antes, y esto es emocionante.
Considerad la extraordinaria campaña de boicot, desinversión y sanciones – BDS para acortar – dirigida a Israel, que se está extendiendo por el mundo. Barcos israelíes han sido rechazados en Sudáfrica y Australia occidental. Una compañía francesa ha sido obligada a abandonar sus planes de construir una vía férrea que conecte Jerusalén con asentamientos israelíes ilegales. Los selecciones deportivas israelíes se encuentran a sí mismas aisladas. Universidades han empezado a romper lazos con Israel, y los estudiantes están activos por primera vez en una generación. Gracias a ellos el momento sudafricano de Israel se aproxima, porque éste es el modo, en parte, como el apartheid fue derrotado.
En los 50, nunca esperamos que soplara el gran viento de los 60. Sentid la brisa ahora. En los últimos ocho meses millones de correos electrónicos airados, enviados por estadounidenses corrientes, han inundado Washington. Esto no ha pasado antes. La gente está indignada mientras sus vidas son atacadas; no tienen ningún parecido con las masas pasivas presentadas por los medios.
Fíjate en las encuestas sobre las que raramente se informa. Más de dos tercios de los estadounidenses dicen que el gobierno debería cuidar de los que no pueden cuidar se sí mismos; el 64 por ciento pagaría más impuestos para garantizar asistencia sanitaria para todo el mundo; el 59 por cierto son favorables a los sindicatos; el 70 por ciento quiere el desarme nuclear; el 72 por ciento quiere a EEUU completamente fuera de Irak; y todas van en el mismo sentido.
Durante demasiado tiempo, los estadounidenses corrientes han sido representados como estereotipos que son despectivos. Eso es por lo que raramente se informa de las actitudes progresistas de la gente corriente en los medios. No son ignorantes, son subversivos. Están informados. Y son «anti-americanos».
Una vez le pregunté a una amiga, la gran corresponsal de guerra estadounidense y humanitaria Martha Gellhorn, que me explicara lo que significa «anti-americano». «Te diré lo que es ‘anti-americano’,» dijo. «Es lo que los gobiernos y sus intereses creados llaman a aquellos que hacen honor a EEUU objetando a la guerra y al robo de recursos y creyendo en la humanidad. Hay millones de estos anti-americanos en EEUU. Son gente corriente que no pertenecen a ninguna élite y que juzgan a sus gobiernos en términos morales, ellos lo llamarían ‘decencia común’. No son vanos. Son la gente con una consciencia despierta, lo mejor de los ciudadanos estadounidenses. Se puede contar con ellos. Estuvieron en el sur con el movimiento de Derechos Civiles, acabando con la esclavitud. Estuvieron en las calles, demandando el fin de las guerras de Asia. Por supuesto, desaparecen de la vista de vez en cuando, pero son como semillas bajo la nieve. Diría que son verdaderamente excepcionales.»
Un cierto populismo está de nuevo creciendo en EEUU, el cual tiene un orgulloso, aunque olvidado pasado. En el siglo XIX un auténtico americanismo de base se expresó en los logros del populismo: el sufragio para las mujeres, la campaña por una jornada laboral de ocho horas, impuestos graduales y propiedad pública de los ferrocarriles y comunicaciones, y resquebrajar el poder de los lobbys de las grandes corporaciones.
Los populistas estadounidenses estaban muy lejos de ser perfectos; a veces mantenían malas compañías, pero hablaron desde el terreno, no desde arriba. Fueron traicionados por líderes que los instaron a ceder y fusionarse con el Partido Demócrata. ¿Sueno esto familiar?
Lo que Obama y los banqueros y los generales, y el FMI y la CIA y la CNN temen es que la gente corriente se una y actúe junta. Es un temor tan viejo como la democracia: el temor de que de pronto la gente convierta su enfado en acción y sean guiados por la verdad. «En un tiempo de engaño universal,» escribió George Orwell, «decir la verdad es un acto revolucionario.»
Texto original en inglés
http://dissidentvoice.org/2009/09/power-illusion-and-america%E2%80%99s-last-taboo/
Traducido para agenda roja.org por Mariola y Jesús García Pedrajas (http://www.agendaroja.org/?p=187)
Notas
(1) El artículo es una trascripción del discurso de John Pilger en Socialismo 2.009, celebrado en San Francisco, California, el 4 de Julio