El desastre es un fenómeno social, no la ocurrencia del hecho meteorológico, sísmico o volcánico, sino el impacto de ese hecho en una comunidad o sociedad. Mas aún, el desastre es una manifestación de fallas en el sistema social para proteger a las personas ante consecuencias de fenómenos naturales. Cuanto más pobre es un país, […]
El desastre es un fenómeno social, no la ocurrencia del hecho meteorológico, sísmico o volcánico, sino el impacto de ese hecho en una comunidad o sociedad. Mas aún, el desastre es una manifestación de fallas en el sistema social para proteger a las personas ante consecuencias de fenómenos naturales. Cuanto más pobre es un país, mayor es el impacto del fenómeno natural y la posibilidad de que este se convierta en desastre. Además de que la pobreza aumenta la probabilidad de desastres, los desastres contribuyen a hacer más subdesarrollado el subdesarrollo. La vulnerabilidad es la probabilidad de que una comunidad expuesta a una amenaza natural, según el grado de fragilidad de sus elementos, pueda sufrir daños humanos y materiales. Los desastres son evitables con las políticas públicas adecuadas para reducir la vulnerabilidad de las sociedades. Sin embargo, América Latina es cada vez más pobre y más desigual, y por ende, mas vulnerable que antes y no se perciben perspectivas de cambio mientras continúen aplicándose políticas neoliberales. Cuba, a pesar de los riesgos a los que está sometida, con su política pública solidaria y responsable, ha demostardo ser la gran excepción.
I VULNERABILIDAD SOCIAL Y DESASTRES
Vivimos en un mundo complejo tanto por las relaciones de los hombres entre si, como por las relaciones de los hombres con la naturaleza. Junto a la problemática asociada a la conservación del medioambiente para evitar o mitigar algunos desastres, se ha venido prestando atención a la problemática asociada a los desastres como consecuencias de fenómenos naturales.
La ONU ha calculado que a lo largo del siglo XX cada año como promedio han perecido 60 000 personas y unos tres millones han quedado lesionadas o sin hogar como consecuencia de la acción de fenómenos naturales. En América latina los desastres son recurrentes. En 1999 la CEPAL consignó que cada año como consecuencia de fenómenos hidrometeorológicos, sísmicos y vulcanológicos se producían, como promedio, en América Latina, unos 1500 millones de dólares en perdidas y se cobraban 6 000 vidas. Siendo Centroamérica y el Caribe una de las regiones más vulnerables a este tipo de fenómeno, mencionaremos el caso del huracán Mitch, considerado causante de la peor catástrofe del siglo XX en la región, que provocó perdidas por 6 mil millones de dólares, contabilizándose 9614 fallecidos y más de 15 000 heridos.
Cada año, justamente en esta época, de junio a noviembre, se vive la temporada ciclónica y nuestros países están más expuestos a este tipo de fenómeno natural. Sin embargo quisiera adelantar un criterio, bastante generalizado en las ciencias sociales, de que un fenómeno natural alcanza la categoría de desastres cuando es conjugado con determinadas condiciones sociales. En este sentido, el desastre es un fenómeno social, no la ocurrencia del hecho meteorológico, sísmico o volcánico, sino el impacto de ese hecho en una comunidad o sociedad, o sea cuando golpea de tal forma al sistema social que afecta la capacidad de éste para manejarlo y recuperarse, afectando en grado sumo a las personas, sus bienes y los recursos de la comunidad. El fenómeno físico es el agente, pero la magnitud de los muertos, heridos, afectados, los daños económicos y las perdidas en general están relacionadas con condiciones y procesos sociales.
El desastre es una manifestación de fallas en el sistema social para proteger a las personas ante consecuencias de fenómenos naturales. La aseveración anterior se capta mejor, cuando analizamos el efecto de un mismo fenómeno en países con diferentes niveles de desarrollo. Por ejemplo, el huracán George afectó a la República Dominicana en 1998, causando daños estimados en 2 193 millones de dólares, equivalente al 14% del PIB de ese país y cerca de la mitad de sus exportaciones (CEPAL). Ese mismo huracán afectó al estado Norteamericano de La Florida, pero la magnitud de sus daños no tuvieron los mismos efectos ni para ese estado, ni para ese país, los Estados Unidos.
Aunque las perdidas absolutas por causa de un fenómeno natural pueden ser superiores en un país desarrollado, las perdidas como porcentaje de la riqueza nacional es superior en un país subdesarrollado. Hay una relación inversa entre potencial económico de un país y vulnerabilidad a los desastres. Piénsese en el caso de los países agroexportadores de Centroamérica y el Caribe. Economías que dependen de uno o dos productos de exportación, y en zonas de fenómenos naturales recurrentes como los ciclones, son extremadamente vulnerables.
Hace poco leí una información sobre Fiji, que refería que después de padecer 17 huracanes en nueve años y tres en menos de dos años, ocasionando cuantiosas perdidas, se estimaba que estas podían reducirse empleando técnicas constructivas más seguras, las cuales posiblemente no estaban al alcance de los sectores mayoritarios de la población. Los ejemplos pudieran multiplicarse, pero lo que quiero trasmitir es que hay una relación entre pobreza y desastre, que puede inferir que cuanto más pobre es un país, mayor es el impacto del fenómeno natural y la posibilidad de que este se convierta en desastre.
Un viejo estudio de la ONU (1974) estimaba que el 95% de las muertes por desastres ocurrían en el Tercer Mundo. Se cita el caso de Perú y Japón, ambos países expuestos a los mismos fenómenos hidrometeorológicos. Mientras para Japón las afectaciones alcanzan un promedio de 63 muertes anuales, en Perú el promedio es de 2 900. (Anderson,1985). Para ubicar estos datos en su contexto, hay que tener en cuenta que Japón tiene aproximadamente 127 millones de habitantes y Perú sólo algo mas de 26 millones. Es decir, en Japón, con 4.8 veces más habitantes que Perú, la afectación de fenómenos naturales similares causa 46 veces menos muertos.
De ahí que, asociado a la problemática de los desastres, hay que plantearse la vulnerabilidad del sistema social a la ocurrencia de desastres. Por consiguiente, en sentido general, la vulnerabilidad es la probabilidad de que una comunidad expuesta a una amenaza natural, según el grado de fragilidad de sus elementos, pueda sufrir daños humanos y materiales. Con justeza, podemos decir entonces que los desastres son evitables con las políticas públicas adecuadas para reducir la vulnerabilidad de las sociedades. Altos niveles de educación, salud y organización popular, sistemas de alerta, de prevención y de asistencia ante amenazas naturales, constituyen la clave del éxito.
El impacto de los desastres es variado: daños a la infraestructura económica y social, alteraciones ambientales, etc. Más aún, el desastre, aunque se concentre en un punto geográfico determinado, por efectos irradiatorios afecta las condiciones nacionales de vida en asuntos como las migraciones, la proliferación de vectores y epidemias, mermas en el comercio internacional, etc.
Además de que la pobreza aumenta la probabilidad de desastres, los desastres contribuyan a hacer más subdesarrollado el subdesarrollo, y esto es así, porque a los daños y afectaciones de la que son necesarios recuperar, se une el costo de oportunidad: por ejemplo, lo que se pierde por no exportación debido a las afectaciones y los gastos de restauración que pudieran tener otro destino cumulativo.
Los daños causados por los desastres en América Latina y el Caribe son cuantiosos. La CEPAL ha calculado que entre 1972 y 1999 estos ascienden a 108 mil muertes, mas de 2 millones de damnificados directos y mas de 50 mil millones de dólares en pérdidas (CEPAL-BID, 2000:2). Los daños reales son aún mayores pues estas evaluaciones corresponde sumar los daños físicos y emocionales y demás efectos perturbadores a la población afectada, así como los efectos políticos de estos fenómenos.
No podemos dejar de mencionar que en una región como la nuestra se continua expuesto a la repetición del fenómeno, porque en la práctica, independiente de la retórica, no hay cultivos alternativos resistentes a los ciclones o posibilidades reales para las grandes masas, de construcciones con materiales resistentes a estos fenómenos.
Hemos señalado la relación entre pobreza y desastre, pero es bueno consignar que junto a los pobres del campo, el sector informal es de los más afectados en situaciones de desastre. Las actividades de este sector forma parte sustancial de la estrategia de sobrevivencia de los pobres y no son adecuadamente reflejadas en las estadísticas oficiales, aunque si se reconoce que más del 70% de los nuevos empleos creados en la Región se dan dentro de este sector y dentro de él hay una enorme proporción de niños que trabajan.
Para este sector los costos directos, casas dañadas que muchas veces son a la vez el local del negocio, los costos directos en implementos de trabajo así como los costos indirectos de empleos e ingresos perdidos que no se pueden suplir, son proporcionalmente mayores y de mayor afectación. Téngase en cuenta además que este sector no tiene acceso a créditos y la situación legal de su actividad generalmente es indefinida, por lo que en muchas oportunidades los organismos oficiales no los tienen en cuenta en sus proyecciones y en situación de desastre el enfoque caritativo hacia las personas de este sector afectada no es una solución de fondo.
Sin entrar en el terreno de otros especialistas, debemos señalar de pasada la propensión de que los desastres repetidos tienen efectos psíquicos y sociales, la posibilidad de un síndrome en las personas sobre su habilidad para manejar su ambiente y su vida. Se puede cuantificar y fijar un valor a las perdidas de ingreso por exportaciones, causadas por un huracán que afecte campos de caña de azúcar o zonas productoras de banano, pero no es cuantificable en dinero, ni se puede fijar precio a los costos sociales y psicológicos de las poblaciones afectadas por un desastre.
Igualmente lo contrario tampoco tiene precio, porque ¿ Qué precio puede tener la sensación de seguridad que da habitar en una vivienda antisísmica, o una construcción con materiales que resistan un huracán o edificada en zonas no inundables?
Por estas razones, tiene una extraordinaria importancia la prevención. La prevención es la actividad realizada para controlar o mitigar el impacto de un fenómeno natural con vista a impedir o reducir el potencial daño provocado por este. Visto con una perspectiva no economicista aunque sí económica, política y social, los recursos destinados a la prevención y mitigación del impacto de los fenómenos naturales son una inversión de alto rendimiento. La reducción de la vulnerabilidad es posible si se incorpora de manera orgánica a las políticas públicas y por tanto a las decisiones de gastos e inversiones los medios que reduzcan la exposición a las vulnerabilidad.
En esa dirección, es importante el estado de preparación para posibles desastres que en general son asignados a un organismo de gobierno. Pero esta lucha por reducir la vulnerabilidad, no se puede reducir sólo a un aparato estatal. Es importante y posiblemente decisivo el incremento de la capacidad organizativa y participativa de las comunidades, las campañas educativas y el enfoque combinado ante situaciones de desastres de reconstrucción y de transformación con el objeto de reducir progresivamente el grado de vulnerabilidad. Los costos de prevención son altos, pero los beneficios de preservar vidas, recursos y capacidad productiva son mayores. En esa dirección un país también se desarrolla cuando reduce su vulnerabilidad.
Para finalizar quisiera señalar que hay una relación entre política económica y desastres y en esa dirección las políticas neoliberales han aumentado la exposición a los desastres en nuestro continente.
Para un observador superficial, puede parecer un poco forzada la relación entre neoliberalismo y vulnerabilidad social, pero los hechos son obstinados y permítanme citar cifras de la CEPAL. Entre 1900 y 1998, la región de América Latina tuvo un promedio de 8.3 desastre por año. Durante la década de los 80 fueron implantadas progresivamente las políticas neoliberales en los países de la Región, con sus consecuencias sobre el gasto y la inversión pública, aumento de la pobreza, etc., de tal forma que la década de los 90 del Siglo XX puede llamarse en América Latina, la década del neoliberalismo, pues bien entre 1990 y1998 el promedio de desastres por año se elevó a 40.7 según esta misma fuente.
No toda la culpa es del neoliberalismo, pero éste ha tenido su contribución en este dramático salto. También la actitud de ciertos países desarrollados sobre algunas amenazas como el cambio climático, el protocolo de Kioto y otros. Es sobre estas realidades que tenemos que plantearnos las políticas de prevención y recuperación de las consecuencias de los desastres.
II EL CASO DE CUBA
Después de estas reflexiones iniciales, quisiera finalizar, haciendo una referencia. La CEPAL ha compilado la relación de los desastres ocurridos en América Latina y el Caribe entre 1972 y 1999. En esta relación que comienza con el terremoto de Managua de 1972 y finaliza con el desastre provocado por las lluvias torrenciales de diciembre de 1999 en Venezuela, aparecen la mayor parte de los países de la Región, sin embargo, no aparece Cuba. En esos casi 30 años, a pesar de Cuba haber sufrido el embate de huracanes, plagas e incluso epidemias provocadas por la guerra biológica contra el país, Cuba supo hacer frente a las pérdidas y tomar las medidas necesarias para superar la situación provocada por los efectos de esos fenómenos.
Si extendiéramos el tiempo hasta el 2005, aún con los efectos de los huracanes que han azotado la Isla, Cuba sigue siendo un país exento de desastres en América Latina y el Caribe, lo cual nos lleva a la necesidad de referirnos a la experiencia cubana en materia de reducción de la vulnerabilidad social y prevención de desastres.
Cuba está sometida a diversas amenazas de desastres, producto de su ubicación geográfica, su nivel de desarrollo socioeconómico y otros factores, entre los que se encuentran huracanes, inundaciones costeras, graves sequías, epidemias y enfermedades y plagas agrícolas. En Octubre de 1963,como ya señalamos, la región oriental de Cuba fue azotada por el huracán Flora que dejó un saldo de 1200 muertos, miles de damnificados y pérdidas cuantiosas en la agricultura, la vivienda y la infraestructura. A partir de esa experiencia y otras situaciones de esos años, se ha desarrollado el Sistema de Defensa Civil del país, que ha elaborado y puesto en práctica todo un conjunto de medidas con el propósito de proteger a la población y la economía del país contra todo tipo de desastres. Sus actividades se apoyan en la utilización de los recursos humanos y materiales de los organismos estatales, las entidades económicas e instituciones sociales y la participación organizada del pueblo.
En un informe del Estado Mayor de la Defensa Civil de 1999 se consignaba que la población en riesgo por huracanes, tormentas tropicales, lluvias intensas e inundaciones por diferentes causas y graves sequías, abarcaba a los 11 millones de Cubanos, aunque las expuestas al mayor riesgo son las siguientes:
Por huracanes, 1 millón de personas
Por intensas lluvias, 600 mil personas
Por ruptura de presas, 500 mil personas
Por inundaciones costeras, 900 mil personas
En el 2005 Cuba fue afectada por 5 organismos ciclónicos , de ellos tres tuvieron afectación directa: Dennis, Rita y Wilma, este último provocó la mayor inundación en la historia de La Habana y ocacionó perdidas por 704,2 millones.
Dennis fue el más mortal con 16 muertes y perdidas por 704,2 millones.
A pesar de esas afectaciones, el país se recuperó de esos impactos y a pesar de los ciclones y del bloqueo la economía cubana puede exhibir un crecimiento de un 12% en el 2005.
Hace poco, una funcionaria de un organismo internacional, al referirle esta excepcionalidad, exclamó: «Pero si Uds. evacuan hasta las vacas!» Y esto, es cierto.
En el caso del huracán George, se evacuaron 818 000 personas y 750 000 animales y ante las lluvias provocadas por la tormenta Alberto, la primera de esta temporada ciclónica, se evacuaron 26 000 personas cuyos bienes han estado seguros y que han retornado sin problemas a sus lugares de origen.
Pero es más.
Cuba ha organizado la Brigada Médica «Henry Reeve» para enfrentar desastres naturales. Su estreno ha sido durante el terremoto que asoló Pakistán. Allí 1700 trabajadores de la salud, de los cuales 1300 eran médicos realizaron una extraordinaria labor durante 6 meses en medio del invierno del Himalaya, procedentes de un país tropical. Actualmente un destacamento de esa Brigada se encuentra en Indonesia.
Para lo que gustan de las comparaciones eso es una muestra de la naturaleza de la sociedad cubana. Los EE.UU. pueden poner 1300 marines en horas en Afganistán, Pakistán o cualquier punto del orbe, pero no pueden poner 1300 médicos en horas en Nueva Orleáns cuando fue asolada por el Katrina, ni en ningún punto del orbe.
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