Un mes y arreo después de la explosión de la plataforma extractora costera Deep Horizon de BP -y dos meses después de que el propio presidente Obama abriera anchas fajas de la plataforma continental a la extracción costera-, el gobierno federal ha abierto una investigación criminal sobre la fuga masiva de petróleo en el Gofo […]
Un mes y arreo después de la explosión de la plataforma extractora costera Deep Horizon de BP -y dos meses después de que el propio presidente Obama abriera anchas fajas de la plataforma continental a la extracción costera-, el gobierno federal ha abierto una investigación criminal sobre la fuga masiva de petróleo en el Gofo de México, según declaró el pasado martes Fiscal General, Eric Holder.
Muy bien. Pero no puede dejar de plantearse la cuestión de porqué, unos tres años después de comenzar la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión, Justicia no ha abierto NINGUNA investigación criminal contra Wall Street. El contraste es llamativo. Tal vez haya investigaciones en curso en el momento de escribir estas líneas, pero parecería cuando menos curioso que el Departamento de Justicia mantuviera en la discreción su fuego contra Wall Street (una importante fuente de donaciones electorales para los Demócratas), cuando procede agresivamente contra la gran industria petrolera (que, mira por dónde, ha sido uno de los mayores contribuyentes al Viejo Gran Partido [republicano] en las últimas contiendas electorales).
Los EEUU tienen dos graves problemas que podrían resultar críticos el próximo año. Los bienes raíces comerciales son un desastre (otra burbuja pinchada), y los bancos andan muy lejos de reconocer sus pérdidas en este sector. Los bancos se sirvieron de su poder político, y de las bendiciones de Ben Bernanke, a fin de lograr que el Congreso presionara al Comité de Criterios de Contabilidad Financiera (FASB, por sus siglas en inglés) para que trucara las reglas de contabilidad con objeto de que se evitara el reconocimiento de las pérdidas. El mismo Departamento de Justicia se abstuvo de actuar tras hacerse público el Examiner’s Report sobre la quiebra de Lehman’s, que proporcionaba pruebas contundentes de que mientras uno de los mayores bancos nacionales se hallaba al borde de la quiebra, sus ejecutivos enmascaraban la esa realidad con trucos contables, hinchando sus ingresos trimestrales. Vale la pena preguntarse de nuevo, como acaban de hacer Eliot Spitzer y Josh Rosner en su blog en New Deal 2.0: ¿dónde estaban el Tesoro, la SEC [comisión controladora delmercado de valores, por sus siglas en inglés] y la Reserva Federal? (La pasividad de la Reserva Federal resulta particularmente alarmante, dado el poder regulatorio que recibirá con la nueva ley de reforma financiera.)
Imagínense el revuelo que se organizaría hoy en los EEUU (incluso en estados petrofílicos como Luisiana), si BP se viera implicada en un caso de interferencia legislativa para desleír las políticas energéticas públicas. Bueno, eso ocurrió… bajo la administración de Bush, quien reclutó al ejecutivo de Enron Ken Lay precisamente para este propósito. Ahora estamos pagando las consecuencias de esta perversa decisión del poder ejecutivo, y yo sospecho que unos pocos años pagaremos las consecuencias del fracaso de nuestras «reformas» de la regulación financiera, que no hacen nada para cambiar las estructuras y prevenir la repetición de la crisis en curso.
El otro problema grave lo constituyen los títulos hipotecarios subprime (en donde las pérdidas oscilan entre los 50 y los 85 centavos por dólar). Esas pérdidas no están reconocidas. Peor aún: la Reserva Federal las esconde y Fannie Mae y Freddie Mac son su vertedero, mientras los políticos y el Tesoro declaran haber «resuelto» la peor crisis financiera en 80 años sin prácticamente costes para el contribuyente. Muchos cuentos se han contado al respecto, sin duda agresivamente patrocinados desde el Tesoro de Geithner: «Inside Man», de Joshua Green, así como «Obama is from Mars, Wall Street is from Venus», de John Heilemann, son dos ejemplos del género que me vienen ahora a la mente.
Como mi amigo Bill Black ha observado repetidamente, nuestro gobierno y nuestros reguladores siguen lidiando con el fraude contable con ánimo de tapar unas pérdidas que son, efecto, producto del fraude contable. Las péridas siguen ahí. En realidad, como bien sostiene Black, no han hecho sino crecer.
Los incentivos fundamentalmente perversos causantes de crisis cada vez más recurrentes y de cada vez mayor intensidad siguen ahí, prácticamente dejados intactos por las leyes de «reforma»: las remuneraciones de ejecutivos y profesionales, la mala contabilidad, el «fraude de control», los agujeros negros de la regulación y el nombramiento de reguladores que con un largo pedigrí de errores y que no creen en la regulación. Muchos de esos reguladores han sido confirmados en sus cargos por la administración de Obama, incluido el regulador en jefe, Ben Bernanke.
Por terroríficos que sean las fugas de petróleo causadas por BP, la magnitud del fracaso regulatorio que llevó a ellas palidece en comparación con lo que ha ocurrido en Wall Street en los últimos 30 años. Las mismas gentes que dirigieron el proceso que nos llevó a la catástrofe siguen todavía en el poder. No ha habido una sola acusación penal.
Tal vez las imputaciones penales acaben por llegar. Entretanto, Obama tiene una oportunidad para aplacar la indignación pública de un modo más productivo que lo hecho hasta ahora en materia de reformas financieras y de sanidad. Hay una alternativa a nuestra adicción al petróleo, ciertamente; pero mientras los halcones del déficit sigan impidiendo el apoyo a iniciativas públicamente financiadas, necesarias para romper a andar por otra vía energética, no pondremos por obra esa alternativa.
Además de mis trabajos sobre economía financiera, también he dedicado buena parte de mi investigación a las técnicas limpias y a los infinitos programas científicos sobre energías alternativas. No hay una solución mágica, pero hay técnicas ya existentes que podrían reducir nuestra adicción al petróleo. Sin embargo, la mayoría de ellas precisan de un empujón público masivo, de una escala parecida a la del Proyecto Manhattan en los años 40. El esfuerzo concentrado en el Programa Manhattan logró producir una bomba seguramente con décadas de antelación a lo que habría sido el caso sin esa inversión pública: partiendo literalmente de la pura teoría, se llegó al resultado pretendido en unos pocos años. El gobierno desvió el 11% de la potencia eléctrica nacional a la producción de unos cuantos puñados de uranio y plutonio para las primeras bombas. Las instalaciones al efecto, fueron las mayores jamás construidas por la humanidad. Lo hizo el estado, y funcionó.
El Proyecto Manhattan se desarrolló en secreto, desde luego, censurable. Pero significó un precedente histórico extraordinario. Si pudiéramos empeñarnos del mismo modo en las energías alternativas, imaginen las posibilidades. Un buen número de expertos sostienen que, sólo extendiendo la actual tecnología, en 20 años la energía solar podría costar menos de 5 centavos por vatio instalado, que es la energía más barata que puede haber. Con financiación pública, podríamos acortar mucho este trecho temporal (y, de pasada, crear puestos de trabajo). Muchos dirán que no podemos almacenar la energía solar. Absurdo. Se puede, convirtiéndola en hidrógeno, que sí puede almacenarse. Las unidades son pequeñas, Funciona perfectamente bien en los automóviles. Islandia usa hidrógeno. Los suecos tienen una nueva autopista con surtidores de hidrógeno que funciona. Lo único que necesitamos cambiar es la infraestructura de todas las estaciones de gasolina. El sector privado no lo hará. Los Estados pueden hacerlo.
En materia energética, la consigna imperante en estos últimos años parece haber sido «perforar, perforar y perforar». Los palinitas [de Sarah Palin, la exgobernadora de Alaska y ex candidata a la vicepresidencia de los EEUU, acuñadora de la consigna; T.], curiosamente, se han quedado en silencio en este punto cuando les ha estallado la terrible calamidad ecológica que nos aguarda gracias «perforar, perforar y perforar».
En materia financiera, hemos permitido que una crisis llegue a tener efectos devastadores. Uno esperaría que no ocurra lo mismo en materia energética, y que las investigaciones penales conduzcan a algo más substantivo que al horadado queso suizo del «cambio en el que puedas creer», que a eso se ha reducido la respuesta de Obama a nuestras crisis en materia de asistencia sanitaria y en materia financiera.
Marshall Auerback es un reconocido analista económico norteamericano. Investigador veterano del prestigioso Roosevelt Institute, colabora regularmente con New Economic Perspectives y con NewDeal2.0.
Traducción para www.sinpermiso.info: Casiopea Altisench