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Por qué EUiA debe salir del gobierno catalán

Fuentes: Rebelión

La situación no puede ser más patética. Esquerra Unida i Alternativa (EUiA), soldada a una coalición con Iniciativa que más bien parece una condena -la proporción de votos entre las dos formaciones era de 1.75 a 1; la de representantes es de 8 a 1- actúa de comparsa palmera en un gobierno bipartito catalán sostenido […]

La situación no puede ser más patética. Esquerra Unida i Alternativa (EUiA), soldada a una coalición con Iniciativa que más bien parece una condena -la proporción de votos entre las dos formaciones era de 1.75 a 1; la de representantes es de 8 a 1- actúa de comparsa palmera en un gobierno bipartito catalán sostenido por una alianza entre PSC y CiU. La conclusión oficial del debate en el consejo nacional de EUiA sobre la expulsión del gobierno de ERC fue, agárrense, que el tripartito debe reeditarse y merece otra oportunidad. Es bien sabido que lo mejor antes de unas elecciones es echar a tu socio de gobierno y proclamar el brillante futuro que despunta en el horizonte junto al expulsado. Las bases de ERC claman en las calles por un nuevo pacto con los socialistas. ¿No las oyen? En el fondo las dos visiones políticas que se enfrentaron en 1997, la de Ribó en Iniciativa y la de Anguita en Izquierda Unida, continúan la pelea con algunos actores cambiados: ahora es EUiA, que se escindió de Iniciativa siguiendo la línea de Anguita, la que repite de carrerilla las tesis que esgrimía Ribó en su día.

Desde mediados de los años 70, los partidos comunistas en occidente han intentado escapar de la intensa campaña de desprestigio que las instituciones liberales, con medios muy superiores, han desarrollado con éxito hasta conseguir que en el estado español, por ejemplo, el porcentaje de población que se declara comunista no supere el 2%. Las formaciones comunistas siguieron dos estrategias: la primera, la conversión en organizaciones seguidoras de otras filosofías políticas ya existentes, principalmente la socialdemócrata, como DS en Italia, y la ecologista, como ICV en Cataluña; la segunda, la adoptada por el PCE con la creación de Izquierda Unida: construir algo nuevo, un movimiento político y social que, sin abandonar la idea central de la superación del capitalismo, fuera capaz de atraer y agrupar a estratos más amplios de la población. La diferencia entre las dos estrategias no es muy distinta de la que separaba a bolcheviques y mencheviques en 1912. Para los mencheviques -cinco años antes de 1917- al igual que para la Iniciativa de Ribó y la EUiA de Miralles, el fin del capitalismo se encontraba muy lejos, y cualquier intento de vincular las tareas inmediatas del día a día político con el objetivo comunista a largo plazo conducía al desastre. Para los bolcheviques el objetivo final debía condicionar las tareas a corto.

El debate tiene una influencia decisiva en las respuestas aportadas a uno de los grandes problemas que han acuciado siempre al movimiento comunista: la relación con la socialdemocracia. Los mencheviques, en la línea de Bernstein, subrayaban que la prioridad debía ser la consecución de mejoras políticas, sociales y económicas en el marco capitalista, para lo cual cooperación con la burguesía liberal era imprescindible. La Iniciativa de Ribó, como la ICV y EUiA de hoy, defendía que la alianza de todas las fuerzas progresistas, incluyendo el PSOE, era insoslayable si se quería cerrar el paso al gobierno de la derecha y abrir la puerta a gobiernos de izquierdas que desarrollaran políticas sociales. Para la IU de Anguita, este aparentemente bien intencionado escenario escondía muchas trampas. En primer lugar, la aceptación del PSOE como una fuerza de izquierdas, cuando su política económica ha sido y es más neoliberal que la de la derecha. Ribó, Saura y Miralles responderían al unísono que la participación en gobiernos conjuntos escora a la izquierda las políticas que se aplican. Falso. Puede tener alguna influencia en áreas irrelevantes para la estructura de propiedad, como la regulación de las parejas, pero nunca en ámbitos económicos clave. La argumentación a favor del Sí al Estatut de EUiA no está desconectada de esta lógica. Insiste en que el nuevo Estatut es mejor que el vigente, no todo lo mejor que quisiéramos, claro, pero sí algo mejor.

¿Pero es cierto que una pequeña mejora en la situación debe ser siempre bienvenida? Pensemos en el caso de una negociación laboral en la que la patronal ofrece una subida general de 1 euro para todos los miembros de la plantilla. O lo tomas o lo dejas. Es sorprendente la cantidad de gente que opina que debemos aceptar el euro pelado. Pues bien, en la mayoría de ocasiones aceptar el euro es lo peor que se puede hacer y lo que menos mejora las condiciones laborales de la plantilla. Aceptar el euro vergonzante envía un mensaje de sumisión y derrota a la dirección de la empresa que, como un resorte, anima a preparar inmediatamente el próximo plan de recortes. Pronto buena parte de la plantilla habrá perdido poder adquisitivo y beneficios sociales. Aceptar el diktat de Mas y Zapatero supone enviar un mensaje de claudicación al poder: Cataluña ha tocado su techo reivindicativo. El «ahora aprobamos este estatuto y poco a poco iremos mejorándolo» es una simple ilusión. No habrá más avances.

En segundo lugar, la participación en un gobierno de la socialdemocracia -vilmente entregado a impulsar políticas liberales que benefician a los poderosos- con la ingenua pretensión de actuar como pequeño contrapeso conduce al suicidio electoral. ¿Por qué? Porque es imposible mantener un perfil diferenciado de izquierda en esas condiciones. La disensión en un gobierno de coalición por parte de un socio minoritario se salda con el ostracismo o la expulsión, como bien ha aprendido ERC, e inevitablemente el electorado endosa la responsabilidad de las políticas al conjunto de la coalición, no a una de sus partes. El resultado es el descenso electoral del partido de izquierdas más pequeño, que desaparece de la vista de los votantes. Por eso EUiA debe salir inmediatamente del gobierno catalán, romper con Iniciativa (dado el colosal desequilibrio de los pactos con esta formación, obtendríamos lo mismo o más sin ellos) y ganar visibilidad antes de que sea demasiado tarde. EUiA debería situarse en el polo del No al Estatut, defender el derecho de Cataluña a decidir y establecer una alianza táctica con las bases de Esquerra Republicana. Condicionaríamos así un escenario electoral mucho más claro. De un lado, la coalición entre el nacionalismo conservador de CiU, la socialdemocracia del PSC y el ecologismo socialdemócrata de ICV (en el fondo, diversas variantes de liberalismo); de otro, el espacio a la izquierda de la socialdemocracia: la izquierda nacionalista de una ERC radicalizada y la izquierda socialista de EUiA.

De manera similar, IU debería alejarse decididamente del gobierno de Zapatero. Anguita apoyó la candidatura de Gaspar Llamazares a la coordinación general de IU en la VI asamblea de IU del 2000. Curiosamente, Llamazares se presentaba entonces como renovador y defendía entonces el distanciamiento, o al menos la autonomía, de Izquierda Unida frente al PSOE. Criticaba el pacto de Frutos con Almunia -según el exitoso modelo de la «izquierda plural francesa», decían- que llevó a IU a la debacle electoral de las generales del 2000 con la pérdida de la mitad de los votos respecto a las anteriores de 1996. Ahora Llamazares, junto a Miralles y Saura, es también un ardiente defensor de la línea de Ribó. Así que la pregunta no es ya si el resultado de las próximas elecciones municipales va a ser bueno o malo, sino cuál va a ser la magnitud del desastre y cómo vamos a levantar los restos de la organización que Gaspar y sus aliados van a dejar.

* Marco Antonio Esteban es miembro del Consejo Nacional de EUiA