Recomiendo:
0

Una carta que se convirtió en artículo

Por qué la intelectualidad francesa odia a Chomsky

Fuentes: Counterpunch

Querido Noam: Verte en París fue un placer largamente esperado por tus muchos amigos y admiradores. Sé que resultó cansado, pero no debes pensar que tu voz se fatigara en vano. Me temo que puedas haberte llevado una impresión muy negativa de algunos medios que parecen «no haber aprendido ni olvidado nada». Sin embargo, me […]

Querido Noam:

Verte en París fue un placer largamente esperado por tus muchos amigos y admiradores. Sé que resultó cansado, pero no debes pensar que tu voz se fatigara en vano. Me temo que puedas haberte llevado una impresión muy negativa de algunos medios que parecen «no haber aprendido ni olvidado nada».

Sin embargo, me parece que lo brusco del tratamiento que te dispensó sobre todo Le Monde pone simplemente de relieve la importancia de tu visita y la honda significación geopolítica que tiene Chomsky en Francia.

Discúlpame si no presto atención en mi análisis a tu campo principal, la Lingüística, pues no me siento cualificada para hablar de ello. Pero tiendo a creer que puede que la animosidad que en Francia has despertado en ciertos círculos tenga menos que ver con la Lingüística que con tu papel de crítico, el más destacado, de la política exterior estadounidense. Sí, ya sabemos qué hay muchos más, pero Chomsky es de lejos el más conocido en el mundo entero. En mi opinión, este papel de virtual símbolo de la crítica moral sistemática de la política exterior estadounidense es la razón fundamental de la campaña contra ti que comenzó hace unos treinta años. A mi parecer, el alboroto que se registró primero en torno a Camboya y después sobre la defensa del derecho del profesor Robert Faurisson a expresar sus puntos de vista era en lo esencial un modo de desacreditar al principal crítico estadounidense del imperialismo de los Estados Unidos.

Hace falta que sitúe esta argumentación en su contexto.

El final de la Segunda Guerra Mundial dividió a Europa en dos grupos de satélites de las dos principales potencias victoriosas. Los métodos políticos de la Unión Soviética dejaron en evidencia para todos el estatus de satélite de Europa Oriental, y sobre todo para los ciudadanos de estos países, que eran conscientes de la coacción que les mantenía dentro del bloque comunista.

En Occidente, la opulencia estadounidense, la pronta complicidad de las clases dominantes autóctonas y los métodos bastante más sofisticados de persuasión política, que dramatizaban una «amenaza soviética», lograron con éxito convencer a los países satélites de que eran aliados voluntarios de los Estados Unidos. Esto funcionó la mayor parte del tiempo y hubo muy pocas excepciones temporales. Suecia, por ejemplo, que nunca había sido conquistada o liberada, tuvo momentos de auténtica independencia, especialmente con Olof Palme (cuyo oportuno asesinato ha echado gradualmente a Suecia a los brazos de la OTAN). En la década de 1960, Charles de Gaulle dio pasos de importancia destinados a recuperar la independencia política de Francia, al criticar sobre todo la guerra estadounidense en Indochina y tratar de estrechar relaciones con países del Tercer Mundo. Este giro quedó deshecho por los sucesos de mayo de 1968 y tras la caída de Gaulle se puso en marcha un proceso de normalización a fin de consolidar la hegemonía estadounidense en Francia de una vez por todas.

Ahora bien, debido precisamente a que Francia fue escenario de los impulsos más fuertes de independencia el proceso de normalización tenía que ser el más vigoroso.

La vanguardia de este proceso consistió en la operación mediática denominada de «les nouveaux philosophes«, lanzada a mediados de la década de 1970. En aquella época yo estaba en París y pude asistir a su desarrollo. Los ataques a Chomsky formaban parte integral de esta campaña, destinada a desacreditar al extenso movimiento internacional contra la guerra estadounidense en Vietnam como «ingenuo» o «apologista del gulag«, etc. Se trataba de una campaña política amplia y multifacética conducida por los medios para apartar a la opinión pública, sobre todo a la juventud de izquierdas, del Partido Comunista, del gaullismo social (Chaban-Delmas) [1], de la solidaridad con el Tercer Mundo, encaminándola hacia los «derechos humanos», entendiendo sobre todo los derechos humanos de los disidentes de aquellos países a cuyos gobiernos se oponían los Estados Unidos.

Intelectuales del poder

El papel de los intelectuales franceses en este proceso es bastante variado y sofisticado.

Para empezar, la naturaleza y papel de los «intelectuales del poder» es muy diferente, a veces hasta opuesto, en los Estados Unidos y en Francia.

En los Estados Unidos, los intelectuales del poder (los «nuevos mandarines»), bien numerosos, trabajan directamente para el gobierno, en comités de expertos –think tanks – o como asesores y editorialistas. Su «pensamiento» se dirige a reforzar el poder de los Estados Unidos en el mundo.

En Francia la situación es casi la opuesta, pues el «poder» de verdad para el que trabajan los intelectuales franceses del poder no es Francia sino los Estados Unidos, considerado protector necesario de «Occidente», contando a Israel.

En Francia, los intelectuales que trabajan para el gobierno proceden tradicionalmente de las mejores escuelas y se preocupan, desde luego, habitualmente de los intereses franceses. En privado, expresan con frecuencia su descontento por el servilismo francés hacia los Estados Unidos. Pero en buena medida son invisibles para la opinión pública en general y sus consejos sobre política internacional tienden a ser anulados por los políticos.

En cambio, los verdaderos «intelectuales del poder» en Francia son las estrellas mediáticas que, de un modo u otro, justifican la sumisión francesa a los Estados Unidos. La idea fundamental del viejo «nuevo filósofo» Bernard-Henri Lévy es que el fascismo es «la ideología francesa» y que no se puede confiar en el pueblo ni en el gobierno francés. Así pues, el objetivo político fundamental estriba en dejar impotente a Francia insertándola firmemente en la Alianza Atlántica, la OTAN y la Unión Europea.

Mientras que los intelectuales estadounidenses del poder tienden a ser nacionalistas pro estadounidenses, los intelectuales del poder franceses son esencialmente antifranceses. En viñetas y películas se retrata a la clase trabajadora francesa como unos bárbaros racistas. Desde la película Le Chagrin et la Pitié, [2] de 1969, el péndulo se ha movido alejándose de la celebración de la Resistencia francesa y pasando a la autoflagelación por los crímenes cometidos contra los judíos bajo la ocupación nazi. La existencia misma de Jean-Marie Le Pen y su Frente Nacional durante casi treinta años ha contribuido principalmente a fortalecer una actitud en contra de antinacionalismo. Se estigmatizan las justificadas críticas a la Unión Europea por desmembrar el bienestar social en favor de un capital financiero como nacionalismo francés arcaico e inaceptable. El centro izquierda dominante ha abandonado tanto las cuestiones económicas como el antimilitarismo en favor de una ideología de los derechos humanos más preocupada por el Dalai Lama (por el que Francia nada puede hacer) que por la desindustrialización del país. La izquierda de los derechos humanos ha abandonado en gran medida la política económica, a la UE, y la política militar a la OTAN y su patrón, los Estados Unidos.

De diversas maneras, los intelectuales «humanitarios» del poder ejemplificados por Bernard Kouchner [3] trabajan para promover la división estadounidense de la humanidad en tres «uves»: villanos, víctimas y victoriosos salvadores. Este particular triángulo fatídico sirve de lecho de Procusto de todos los acontecimientos mundiales de relieve, empezando, por supuesto, por la Segunda Guerra Mundial, tal como ahora se enseña en la mayoría de los colegios: el drama de un villano (Hitler), las víctimas (los judíos) y el victorioso salvador (las fuerzas armadas de los Estados Unidos). (Se dejan cada vez más de lado el Tratado de Versalles, la depresión económica, el antibolchevismo de Hitler, la batalla de Stalingrado y muchísimos otros detalles nada insignificantes).

Metida a la fuerza en el mismo molde, acaso con una mayor distorsión de la realidad, la crisis yugoslava sirvió para hacer valer el modelo básico. Los intelectuales franceses del poder estaban en primera línea del frente en esta guerra mediática, listos para reforzar la imagen de la gente como mera víctima pasiva de «dictadores genocidas», y cuya única esperanza de salvación se cifraba en ser rescatados por la OTAN.

El grupo de Euston [4] desempeña la misma función con menos brío. Por doquier la cuestión estriba en mantener unida la Alianza Occidental contra el resto del mundo.

Filósofos franceses

Por supuesto, algunos ensayistas franceses contemporáneos critican de cuando en cuando a los Estados Unidos. Le Monde des livres citaba a algunos de ellos -Pierre Bourdieu, Alain Badiou, Slavoj Zizek, Antonio Negri, y otros- como prueba de que los franceses disponen de esos grandes intelectuales, de modo que no necesitan oír lo que Chomsky tenga que decir.

Aunque sean, por supuesto, muy distintos unos de otros, vale la pena mencionar ciertas diferencias entre los filósofos franceses contemporáneos, por un lado, y Chomsky por otro.

En primer lugar está la cuestión de los datos. La crítica de Chomsky se acompaña de datos, materia que parece causar tedio a los pensadores franceses contemporáneos. Sin duda, la importancia del ensayo en el sistema educativo francés ha engendrado un mundo de «filósofos» cuya habilidad a la hora de manipular ideas desprovistas de datos era garantía de una carrera distinguida. Louis Althusser llegó a confesarlo en su autobiografía, reconociendo que no sólo eran pocos los datos que conocía sino también pocas las obras de filosofía, pero había aprendido a sintetizar. Con ello se suscita la cuestión de la utilidad social de dicha filosofía. Si el objetivo social consiste en entretener, entonces la escuela francesa cumple su propósito: la mistificación es con frecuencia bastante más entretenida que las descripciones claras de la realidad.

Por otro lado, si el objetivo estriba en ayudar a los lectores a alcanzar su propia comprensión de la realidad, sobre todo de la realidad política, entonces su primera necesidad es poder disponer de los datos básicos pertinentes, que la mayor parte de la gente no tiene tiempo de establecer mediante una investigación propia. Por tanto, Chomsky resulta útil a los ciudadanos al suministrarles materia prima para que desarrollen sus propias ideas de un modo que no pueden los proveedores de ideas confeccionadas pero de endeble sostén.

Hay otras dos diferencias referentes a la ética y la claridad de pensamiento.

La ética chomskyana se centra en la crítica del abuso de poder en nuestra sociedad, lo cual no entraña un rechazo de esa misma sociedad, pues en algunos aspectos Chomsky es muy pro estadounidense. Pero la actitud básica es que uno tiene el deber y la posibilidad de combatir el abuso de poder en la sociedad propia, mientras que esto es difícil, si no imposible, en algunas sociedades ajenas, sobre en todo en aquellas en las que se produce un gran antagonismo.

En décadas recientes, los intelectuales franceses han tenido, por contraposición, la tendencia a adoptar una ética dualista y escoger bando entre distintos «campos». Tras el desplome de la Unión Soviética y el «campo socialista», este dualismo se ha centrado en Occidente, «cuna de los derechos humanos», frente al resto del mundo atrasado, lo cual ha llevado a una completa incomprensión respecto a Chomsky, cuya crítica de los Estados Unidos poco tiene que ver con escoger un «campo» opuesto.

Por lo que toca a la claridad, el énfasis que se pone en la complejidad estilística del sistema escolar de élite francés ha llevado a la noción de que todo aquello que es claro no es «profundo». Se supone que una cierta oscuridad sugiere profundidad (Pierre Bourdieu hizo un uso deliberado de este prejuicio al utilizar frases largas para pensamientos simples. En cierta ocasión le contó al filósofo estadounidense John Searle que, para que a uno le tomen en serio en Francia, al menos el 20% de lo que escribe tiene que resultar incomprensible).

Debido en parte a estas diferencias, existe un antagonismo natural entre Chomsky y sus contemporáneos franceses. Y esto se entrecruza con las controversias políticas. En primer lugar, en el caso de Camboya, la preocupación de Chomsky, por establecer correctamente los hechos y evitar exageraciones fue groseramente malinterpretada como expresión de simpatía o apoyo a los jemeres rojos. Se produjo un choque entre alguien para quien los hechos son fundamento de la opinión y otros para quienes la opinión es lo que prevalece y los hechos tienen menor significación.

Posteriormente, en el caso Faurisson, más explosivo, el simple hecho de defender el principio de libertad de expresión se interpretó como apoyo a las tesis de Robert Faurisson, pese a la insistencia de Chomsky en que las dos cosas quedaban bien separadas. En este caso, resulta imposible determinar dónde dejamos las honestas diferencias filosóficas y entramos en el aprovechamiento con la finalidad de desacreditar a Chomsky como crítico del imperialismo estadounidense.

La «Ley Gayssot» y la religión de Estado

Nadie podría haber sido plenamente consciente en aquella época, en torno, a 1980, de adónde llevaría el «asunto Faurisson». El alboroto en torno al profesor de literatura que decidió poner en tela de juicio el hecho históricamente aceptado de que se utilizaran cámaras de gas para exterminar a los judíos en los campos de concentración alemanes resultó ser un hecho clave en el proceso que llevó al establecimiento del Holocausto o la «Shoah» (el término religioso hebreo que hoy se usa comúnmente en Francia) como una especie de religión de la memoria y el arrepentimiento, elevada al estatus de dogma oficial.

Lejos de seguir el consejo de Chomsky de dejar que las cuestiones se dirimieran mediante la libre discusión, la Asamblea Nacional francesa de julio de 1990 adoptó una enmienda a una ley de 1881 sobre libertad de prensa conocida como «Ley Gayssot», por el diputado comunista que la presentó. Esta enmienda apela concretamente a castigar a quien públicamente «impugna» (pone en cuestión o discute) «la existencia de uno o varios crímenes contra la humanidad», tal como los definieron las disposiciones del Tribunal de Nuremberg de 1945, y que hayan sido cometidos «por miembros de una organización declarada criminal» de acuerdo con esas disposiciones o «por una persona a la que se halla culpable de dichos crímenes por la jurisdicción francesa o internacional». Los crímenes contra la humanidad de Nuremberg que se enumeran son «el asesinato, el exterminio, la esclavitud, la deportación y todos los demás actos inhumanos cometidos contra poblaciones civiles» así como «las persecuciones por motivaciones políticas, raciales o religiosas».

Por lo general, esta ley se ha venido utilizando para procesar o silenciar a personas que en general no impugnan, discuten o cuestionan la existencia de los crímenes arriba mencionados pero que ponen en cuestión que se usaran cámaras de gas en la comisión de genocidios masivos. Puesto que la «negación» misma de la persecución nazi de los judíos es casi inexistente, la ley se ha aprobado con el fin de aplicarse especialmente a personas de quienes, debido a su orientación política general, se sospecha un oculto antisemitismo. Ese fue el caso de la demanda contra Bruno Gollnisch, destacado miembro del Frente Nacional.

Gollnisch, profesor de estudios asiáticos en la Universidad de Lyon, eludió simplemente una pregunta sobre el Holocausto durante una entrevista, afirmando que se trataba de una cuestión para los expertos. Las acusaciones contra él finalmente se desestimaron tras una apelación a la suprema instancia judicial francesa, pero mientras tanto quedó suspendido de su puesto universitario durante cinco años.

Una ley de este tipo tiene efectos que rebasan su inmediata aplicación. Para empezar, ha contribuido a sacralizar el Holocausto, o la «Shoah», que ha venido considerándose cada vez menos como un acontecimiento histórico que como un dogma sagrado. En un Estado secular en el que las religiones tradicionales están excluidas de la escuela pública, sólo la Shoah exige la adhesión tanto mental como emocional tradicionalmente reservadas a la religión. Su lugar en el plan de estudios crece mientras mengua en general la enseñanza de la historia.

Inicialmente, los crímenes nazis se mostraron como algo contrario a la humanidad, pero conforme la identificación de las víctimas se ha ido centrando cada vez más en los judíos, el resultado ha sido dividir implícitamente a los escolares entre víctimas potenciales, a saber, los judíos, y todos los demás, cuya inocencia está menos garantizada. Esto equivale a invertir la estigmatización tan abominada de los judíos como «asesinos de Cristo». Hoy los no judíos se encuentran en la incómoda posición de ser descendientes de «matajudíos» (o tal vez de quienes no lograron salvar a los niños judíos de la deportación a Auschwitz).

Un efecto inevitable consiste en animar a otras comunidades étnicas a acentuar su estatus de víctimas históricas, sobre todo de víctimas de «genocidio». Africanos, armenios, musulmanes y otros sienten todos que las tragedias de sus antepasados merecen respeto y conmemoración comparables. Esta rivalidad en el victimismo puede conducir a una ampliación de la Ley Gayssot o de una ley anterior contra la incitación al odio racial para procesar a quienes consideren inapropiado el término «genocidio» en relación con los trágicos acontecimientos de Ucrania, Armenia, Bosnia, etc.

Hacer de la historia objeto de reverencia antes que de curiosidad señala una sutil pero grave regresión de los valores seculares de la libre investigación. Contribuye a una atmósfera de autocensura, de «corrección política» que alienta el apocamiento intelectual en lugar de la osadía. El resultado político es que se inculca en los niños la visión del mundo de las tres «uves», en la que los Estados Unidos representan al victorioso salvador y Francia es un testigo poco menos que culpable.

Los tiempos están cambiando

Para buena parte de la generación más joven, el culto de la Shoah, con sus conmemoraciones anuales obligatorias y su constante recordatorio del «deber de memoria» se está volviendo tan aburrido como cualquier otra religión impuesta. Y no consigue reprimir las críticas al tratamiento dispensado por Israel a los palestinos. Puede que el periplo de la culpa esté llegando a su fin.

Tu visita a París durante los últimos cinco días de mayo llegó en un momento en el que hay señales de que están cambiando las tornas ideológicas y una de esas señales fue la asistencia de gente por lo general joven a tu charla en el auditorio de la Mutualité, apadrinada por la publicación mensual Le Monde diplomatique.

Al contrario que Le Monde diplomatique, Le Monde, antaño respetado diario de referencia, se ha convertido en enseña de «la pensée unique» y el servilismo proatlantista hacia los Estados Unidos y la Unión Europea. Primero, el diario publicó una atontada crónica de su reportero, que no pudo entrar en el Collège de France a escuchar la conferencia principal de Chomsky y redactó una queja por haber tenido que quedarse fuera. Pocos días después, Le Monde publicó un malicioso ataque en su sección semanal de libros, ignorando nuevas publicaciones de importancia y desenterrando el asunto Faurisson a fin de deshacerse en elogios de los críticos de Chomsky, sin hacerse siquiera mínimamente eco de los argumentos del mismo Chomsky en favor de la libertad de expresión.

Pero, por otro lado, al final de tu visita te entrevistaron en Ce soir ou jamais, el popular programa nocturno, lo que te dio la oportunidad, después de todos estos años, de responder a las principales preguntas planteadas por el presentador, Frédéric Taddei. El programa es popular y los espectadores que se fueran a la cama temprano pueden encontrarlo fácilmente en Internet.

Esta entrevista en televisión fue favorablemente comentada en Marianne, que en los últimos años se ha convertido en el semanario más leído de Francia. Marianne recalcó el «extraño silencio de los medios» respecto a la visita de Chomsky, y sobre todo la incapacidad de citar sus contundentes críticas al ataque israelí contra la flotilla de la libertad para Gaza, que había tenido lugar esa misma mañana. La revista mencionaba las declaraciones del mismo Chomsky para explicar esta desatención de los medios: a veces de modo consciente, a veces inconscientemente, tendemos a filtrar lo que no queremos ver u oír si nos resulta incómodo.

Chomsky todavía incomoda a alguna gente de los medios franceses. Pero no a todos. Está, por supuesto, el gran despliegue en Le Monde diplomatique, uno de los organizadores de la visita, con un largo artículo del profesor Jacques Bouveressse, anfitrión de Chomsky en el Collège de France. Daniel Mermet, del popular programa vespertino de radio là-bas si j’y suis retransmitió el encuentro de Chomsky con dirigentes sindicales. El diario católico La Croix publico un artículo informativo sobre nuestro visitante.

En febrero de 2003, el entonces Ministro de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin, pronunció un discurso en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas oponiéndose al ataque estadounidense a Iraq. Su intervención le valió un entusiasta aplauso internacional. Parecía que Francia podía recuperar una voz independiente. Pero el temor a las represalias estadounidenses tuvo su papel en el posterior alineamiento de Sarkozy con los Estados Unidos e Israel. Con ello no se consiguen recompensas visibles, aparte de compartir el atolladero afgano y enajenarse a buena parte de la población árabe de Francia. Los años de George Bush, la guerra de Afganistán, el apoyo sin crítica a Israel por parte de los Estados Unidos, la crisis financiera y la creciente desilusión con la Unión Europea están socavando la aceptación popular de la pasiva lealtad de Francia al imperialismo estadounidense.

El péndulo se mueve. Villepin, el enemigo político más feroz de Sarkozy, ha vuelto a escena, apelando a que Francia «aprenda las lecciones de Vietnam, de Argelia, del colonialismo», para retirarse de Afganistán y reconocer que el mundo está cambiando. Occidente ya no puede dictar su voluntad al mundo, en el que surgen nuevas potencias, insiste Villepin. Está fuera del poder, pero sus palabras tienen resonancia. La paradoja es que Chomsky, a quien se considera antifrancés por su desdén hacia los intelectuales franceses, ofrece apoyo a quienes quieren recobrar la independencia nacional francesa con el fin de desempeñar un papel constructivo y pacífico en el mundo multipolar de mañana. Por lo menos, contribuye a la libertad de palabra.

Con mis mejores deseos, Diana Johnstone

NOTAS T.:

[1] Jacques Chaban-Delmas (1915-2000) fue Primer Ministro bajo la presidencia de Georges Pompidou entre 1969 y 1972, y desarrolló el proyecto de Nouvelle societé (aconsejado, entre otros, por Jacques Delors) en la vertiente más social del gaullismo.

[2] Le chagrin et la pitié, documental franco-suizo de Marcel Ophüls (hijo del gran director judío alemán Max Ophüls), examinaba de modo nada complaciente el papel del colaboracionismo y la pasividad francesas durante la ocupación alemana entre 1940 y 1944.

[3] Kouchner fue fundador de Médicos sin Fronteras en 1971 y uno de los promotores del principio de «injerencia humanitaria». En la actualidad es Ministro de Asuntos Exteriores y de Europa con Sarkozy.

[4] El Manifesto de Euston, publicado en el New Statesman londinense en abril de 2006, fue redactado por un grupo de intelectuales británicos sedicentemente progresistas con el ánimo de redefinir los valores de la izquierda, amenazados en su opinión por la posición antiestadounidense, el antisemitismo y las críticas acerbas a Occidente. Sus numerosos críticos lo juzgan más bien un intento de plegarse a los nuevos designios de la política imperial estadounidense, desactivar las críticas a Israel y respaldar las agresione bélicas, empezando por la guerra contra Iraq.

Diana Johnstone es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.

Traducción para www.sinpermiso.info : Lucas Antón

rCR