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Testimonio de una inmigrante indocumentada

Post frontera (XVII)

Fuentes: Rebelión

País de llegada: Los mil oficios – Mucama (I) Nunca he tenido un trabajo fijo, de esos de lunes a viernes o de lunes a sábado o de lunes a domingo. Siempre es de trabajar unos días en un lugar y completar la semana en otros con los famosos horarios de medio tiempo. Horas aquí […]

País de llegada: Los mil oficios – Mucama (I)

Nunca he tenido un trabajo fijo, de esos de lunes a viernes o de lunes a sábado o de lunes a domingo. Siempre es de trabajar unos días en un lugar y completar la semana en otros con los famosos horarios de medio tiempo. Horas aquí y allá, así nos las vivimos la mayoría de indocumentados que somos los del trabajo temporal, y ahí vamos ajustando para las remesas y los gastos del día a día.

Cuando cumplí dos años de estar viviendo en este país surgió la oportunidad de trabajar en casa de una familia anglosajona, limpiando la casa. Ambos son doctores y mi hermana era quien hacía limpieza en la clínica y yo me la pasaba unas horas trabajando de niñera en casa de la familia Coreana en eso ellos decidieron mudarse de Estado y me dieron tiempo para buscar otro trabajo y así llegó la oportunidad en casa de los doctores.

Como apenas si lograba entender un saludo en inglés mi hermana fue conmigo a la entrevista, conocí la casa, me presentaron a mis utensilios de limpieza y al siguiente día comencé.

Del matrimonio la esposa era la que hablaba español pero tampoco lo utilizó conmigo, salvo en casos de emergencia porque también quería que yo aprendiera inglés y realizamos entonces la misma rutina: ella apuntaba en un papel y yo lo traducía con la ayuda de un diccionario. Compré un traductor electrónico tipo calculadora y lo andaba en la bolsa de la pantaloneta. Ambos me llevan más de 20 años de edad, tienen tres hijos y en la primera semana de trabajo les puse apodo a todos. Trabajar en esta casa fue crucial en mi vida porque ahí comenzó mi proceso de canalización, había algo en la armonía familiar que me daba confianza, resultó que a ellos también les gustaba hablar desde el corazón y no se valían de apariencias, una conversación cualquiera con ellos siempre era profunda y de aprendizaje.

Mi jefa me dejó ser, nunca me dijo una sola palabra acerca de la limpieza, si me quedaba cinco minutos tarde me los pagaba, entré ganando un poco más del salario mínimo y a los meses fue mayor a lo que dicta la ley laboral, al principio el trabajo sería de tiempo completo y fue así durante unos meses pero llegó la recesión y solo me quedé trabajando en su casa dos días a la semana.

El día que me subió el salario me dijo que era un privilegio para ella tener a su lado a una persona tan profesional en su trabajo. Lo curioso es que sin traspasar la línea de empleadora y empleada nació una confianza muy rara que me permitía decirle que yo odiaba limpiar que era un trabajo que aborrecía con todo mi ser y ella me decía que todo en la vida es temporal y que si había llegado a Estados Unidos y trabajaba limpiando era porque algo tenía que aprender de ahí, que todo en la vida era un aprendizaje. Que no hay casualidades. Y tenía razón, de no haber llegado a trabajar en su casa estas letras no existirían porque fue ahí donde comencé a escribir.

Con ella nos comunicábamos por miradas era como extrasensorial, (es tan fascinante ese mundo) era como si conocíamos de toda la vida la energía de cada una, a mí los días nublados y lluviosos me gustan tanto que los primeros años en este país me hicieron lloran mares porque me recordaban el invierno guatemalteco y en especial las montañas que rodeaban la aldea La Selva y El Calvario en mi añorada Ciudad Peronia.

A ella los días así le bajaban la energía, sus días favoritos son los soleados. Aprendimos a conocernos cosas de cada una, cuando estaba de mal humor me desaparecía de su vista y ella hacía lo mismo cuando yo andaba en los días en que me bajaba la sangre. Siempre pidió las cosas por favor y dijo gracias así estuviera pasando por cualquier pena o enojo. Trabajé en su casa 6 años. Los primeros tres me la pasé con los ojos llenos de agua y conversando muy poco.

Cuando me encontraba en alguna habitación arreglando las camas, sacudiendo muebles o aspirando, me miraba directamente a los ojos y me decía: llorá, llorá con todas tus fuerzas, que no te dé pena, yo también he llorado y eso es una forma de canalizar. Siempre le agradecí que me viera a los ojos cuando me hablaba, la mayoría de empleadoras no lo hacen cuando se trata de la empleada doméstica y mucho menos cuando ésta habla.

No quiero este país, le decía yo. No lo quiero y no lo quiero y no te ofendás pero no es el país de ensueño que pintan, y ella me decía que tenía toda la razón y que no se ofendía. Para ellos yo no fui un mueble más en la decoración de su casa -muy hermosa por cierto-. Cuando más apagada estaba se aparecía de pronto y me mandaba a jugar 20 minutos con su hijo pequeño que cuando entré a trabajar tenía 8 años de edad.

Ella sabía que yo era una mujer con una infancia vivida a medias, no sé cómo lo supo pero reía cuando nos observada por la ventaba y nosotros corriendo por el jardín, jugábamos peleítas, técnicas al paredón, béisbol, baloncesto, voleibol, y rodábamos sobre la grama, entrábamos a la casa oliendo a monte, él a hacer sus deberes y yo a continuar con mi trabajo. Ese niño se convirtió en mi alegría, en mi fuente de energía, en la sonrisa de todos los días, tiene unos ojos azules que sorprenden, sumamente bellos. Lo llamé Guapo y a su abuela materna Guapita, es una de las gringas más hermosas por fuera y por dentro que he tenido la dicha de conocer en este país.

Siempre cuando estoy triste, alegre, nostálgica, me da por cantar. Y siempre pienso en mi profesor de cuarto primaria que se cansó de llevarme a la dirección del colegio durante dos años seguidos todos los días a la hora de recreo, para que la directora me pusiera las orejas de burro y me castigara, pasando el resto del tiempo parada con mis orejas de burro viendo hacia la pared.

Mi única expresión eran los golpes, mi enojo era que los niños no me dejaban jugar con ellos, fútbol, cincos y trompo porque decían que las niñas debían jugar muñecas. Como pedía juego y no me daban los retaba a los golpes y si ellos ganaban me iba y si yo ganaba me quedaba.

También me rompía la nariz con cualquiera cuando veía que discriminaban a alguno por su etnia. Yo vivía la discriminación en mi propia casa por mi color de piel y por ser diferente, y sabía lo que dolía. Cuando estaba en sexto primaria le fueron a avisar al profesor que me estaba trompeando en el campo de fútbol y él me agarró de las crines y me llevó a dirección pero a medio camino se arrepintió y me llevó al salón de clases, sacó dos hojas de papel donde estaba escrita la letra de Chiquitita (ABBA) y de Tormenta, Adiós chico de mi barrio. Agarró la grabadora que tenía en la mesa y colocó un casete, me dijo que escuchara las canciones y que cada vez que tuviera ganas de hablar, de pelear, que me sintiera sola, que estuviera triste o alegre, cantara porque así podía escuchar mi voz que era la expresión de mi ser interior. Me abrazó tan amorosamente y lloramos los dos pero no pude decirle nada, esa tarde mientras pastoreaba las cabritas en la arada, me aprendí la letra de las dos canciones, son por supuesto dos de mis favoritas de todos los tiempos.

En casa de mi jefa cantaba mientras trabajaba, no sé cuántos cientos de veces canté Chiquitita y Adiós chico de mi barrio. Mientras planchaba la ropa, aspiraba, lavaba los baños, sacaba la basura, esperaba al hijo de mi corazón en la parada del bus escolar. Un día ella se apareció en la lavandería y me dio un tocador de discos compactos y me dijo que escuchara música mientras trabajaba.

Para esos primeros no tenía dinero suficiente para comprar una computadora y pedí favor a un matrimonio guatemalteco que si la podía sacar por pagos pues ellos tenían documentos, lo hicieron pero me cobraron el precio de cinco computadoras, cosa que yo no sabía que harían esperaron a que tuviera el ordenador en mis manos para darme la noticia. Con ese dinero supe que pagaron la mensualidad de su casa. Así nos pasa a la mayoría de inmigrantes sin documentos en este país, los que ya están hacen caballo en nosotros porque se aprovechan de nuestro desconocimiento y circunstancias.

Buscando en Internet descubrí a Violeta Parra y a Mercedes Sosa, copié sus canciones en algunos discos compactos. Violeta Parra es la culpable de que sea Chile el país de mis amores, el del ensueño, el que quiero conocer antes de morir. Mercedes Sosa me fue abonando el amor por Argentina, el Sur y la Patria Grande. Ambas fueron mis compañeras en esos años limpiando la casa de aquella familia, con ellas fui conociendo mi voz, porque les conversaba y también en mis largos silencios las que me conversaban eran ellas. Son ambas mi locura. ¡Cuánto les debo!

La locura de mi exjefa es Bruce Springsteen, Bod Dylan y su John Lennon. En el intercambio cultural que hicimos ella y yo a lo largo de los años en los que trabajé en su casa, ella se enamoró de mi Mercedes y mi Violeta y yo de su Bod Dylan y su John Lennon, aunque durante años no entendí ni una sola palabra de lo que cantaban pero el sentimiento no conoce de idiomas.

(Continúa.)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.