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Testimonio de una inmigrante indocumentada

Post frontera (XXIX)

Fuentes: Rebelión

País de llegada: encomiendas (II) Como también fui parte de las encomiendas cuento aquí mi experiencia que para nada es particular porque segura estoy que a otros también les ha sucedido. Cuando descubrimos que se podía enviar paquetería a Guatemala enloquecimos con mi hermana, soñamos con enviar cosas que allá harían muy feliz a la […]

País de llegada: encomiendas (II)

Como también fui parte de las encomiendas cuento aquí mi experiencia que para nada es particular porque segura estoy que a otros también les ha sucedido.

Cuando descubrimos que se podía enviar paquetería a Guatemala enloquecimos con mi hermana, soñamos con enviar cosas que allá harían muy feliz a la familia. El solo hecho de saber que había un medio para enviar encomiendas no nos dejó dormir de la emoción durante una semana. Y andábamos por las tiendas de estantería en estantería, ¿te imaginás cómo se miraría la cume con ésta blusa? ¡Es de su color favorito! Estos zapatos se mirarían lindos con aquella muda y señalábamos la ropa que estaba en los escaparates, pero cuando íbamos a revisar el precio nos desinflábamos. No había dinero para enviar una paquetería. Instantáneamente nos volvíamos a emocionar y continuábamos el recorrido de centro comercial en centro comercial, y eso que yo soy de lo más aburrida para andar de compras, voy por el mandado y salgo lo más rápido posible de las tiendas, no me gustan los tumultos y aquí ir a los centros comerciales es el primer distractor de los indocumentados se pasan todo el día caminando entre los pasillos para ver de comerse un helado cuando el hambre ataca.

No es de compras que van, es a ver, a soñar, a ilusionarse. Vivir en un país capitalista donde el consumismo es letal, requiere doble dosis de sensatez. Nosotras la perdimos en los primeros dos años debido a la emoción de poder brindar a los nuestros lo que nosotras nunca tuvimos.

Le pasa a la mayoría, el asuntó está en lo difícil que resulta despertar, son trancazos los que uno se da, hay quienes ya se acostumbraron y es parte de la codependencia consumismo-paquetería, consumismo-aparentar, consumismo-sueño americano, consumismo-yo estoy bien, consumismo-mañana me muero y no me llevo nada, consumismo-para eso trabajo para gastar mi dinero, consumismo-nunca tuve, hoy aprovecho, consumismo-he logrado triunfar, consumismo-no soy ningún muerto de hambre, consumismo-estoy tan vacío que necesito comprar, consumismo-soy tu esclavo.

Hicimos una lista de lo que queríamos comprar, realmente de haber tenido el dinero y con el nivel de enloquecimiento que nos andábamos echando hubiéramos mandado un furgón lleno de cosas, de la primera lista ya con el dinero en la mano tuvimos que reducirla a la mitad porque no nos alcanzaba.

Nosotras también hicimos horas extras los fines de semana para poder enviar la encomienda. Salíamos del trabajo de limpiar casas y nos íbamos a dar un baño al apartamento para salir despepitadas a otras casas donde cuidábamos niños durante la noche mientras los papás iban a cenar o a discotecas, salíamos al filo de la madrugada para dormir unas horas y alistarnos a primera hora para ir al trabajo que nos daba para las remesas. Cada centavo lo íbamos juntando con la emoción de la paquetería. Cuánta nostalgia me da recordar esos días, ajetreados y a la vez con la alegría que no nos cabía en el pecho, allá tendrían por lo menos dos pares de zapatos…

Nos emocionamos con los sostenes, a nosotras nos llegó la adolescencia y la edad en que empezaron a emerger los pequeños limoncitos que al principio parecían nances tiernos, no hubo dinero para talles ni sostenes, nos poníamos doble playera cosa que en los días de frío no cubría los pezones erizados. Le enviaríamos a la cume por lo menos para que tuviera uno para cada día de la semana, un regalo invaluable salido del corazón, que solo quien nunca tuvo es capaz de valorarlo.

Nos pusimos a llorar en uno de los pasillos de un centro comercial cuando vimos en un escaparate la variedad y cantidad de desodorantes, nosotras usábamos limón con bicarbonato, también los agregamos a la lista. No tolero el olor de las lociones, inmediatamente me da dolor de cabeza pero mi hermana era quien andaba vaciándose los frascos en cada brazo para comparar aromas y escoger cuales enviar para la tribu. Yo de lejos le hacía señas que sí, que no, que muy caro mejor ésa la compramos en otra ocasión. Negra que sos tan tacaña. No, lo que pasa es que no podemos quedarnos sin lo de la renta del apartamento. Ahí miramos cómo ajustamos. No, dije. Bueno pongo de mi dinero entonces pero compramos ésta. No, no se trata de eso, dijimos mitad cada una en todo, hay que cumplirlo. Pero solo por esta ocasión. No, dije, en la siguiente paquetería la enviamos, no nos engasemos. No lo comprábamos pero a la hora de organizar todo dentro de la caja resultaban las lociones como por arte de magia. Cuando a mí me gustaba algo y no nos alcanzaba el dinero mejor ni se lo comentaba porque de decirle me contestaba: llevémoslo quien quita y ya no esté cuando vengamos a buscarlo otro día, ahí miramos cómo ajustamos para pagar la luz y así de andar en quién quita y ya no está cuando vengamos, nos quedábamos hasta sin lo de la comida de la semana.

Las encomiendas en esta ciudad salen cada dos meses. Acercándose la fecha iba mi hermana al local de le compañía a comprar la caja, una vez armada la veíamos enorme pero conforme comenzábamos a colocar las cosas el espacio no alcanzaba, tocaba otra vez sacar todo y colocarlo de nuevo, siempre nos sobraban cosas para enviar en el siguiente viaje. Era todo un ritual pegarle un pedacito de papel y escribirle el nombre de cada quien a los obsequios.

Como mis tías maternas son como si fueran mi mamá y mis primos mis hermanos, así nos criaron, cuando pensamos en familia no es solo en mi papá, mamá y mis hermanos de sangre, incluye a todos y si enviábamos era para todos. De alguna manera queríamos devolver y compensar los días en que mis tías nos prestaban su ropa para que nosotras fuéramos a las actividades extracurriculares de la escuela en diversificado, somos de la misma talla, y queríamos enviarles cosas significativas: el color, los recuerdos, una marca favorita, algo que nunca pudieron comprar y que deseaban. Cosas mínimas porque el salario no nos alcanzaba pero que tuvieran una conexión con el tiempo de angustias y carencias.

Lo primero que compramos fueron zapatos, queríamos que respiraran el olor a nuevo, ya que ni mis papás ni nosotras tuvimos nunca zapatos nuevos, los comprábamos en los sótanos del mercado La Terminal, mi mamá los buscaba dos números más grandes para que n o los dejáramos luego. Los más baratos porque no alcanzaba el dinero. Entonces enloquecimos y les enviamos zapatos para estar en la casa, para la escuela, para salir, tenis y sandalias. A mis papás también, por lo menos cuatro pares para cada uno.

¡Aquello era regalo de millonarios nunca antes visto en nuestra familia! Algo así como si nos hubiéramos sacado la lotería. Lo mismo con la ropa queríamos que experimentaran lo que se sentía tener algo nuevo. Nosotras solo tuvimos un par de calcetas que lavábamos en la noche y poníamos a secar atrás del congelador donde hacíamos los helados, para la mañana siguiente ya estaban listas.

Les enviamos por lo menos quince pares de calcetas y calcetines. ¡Para que hicieran chinchilete! Nosotras aquí comprábamos ropa de segunda mano y los inviernos los pasamos con ropa de verano porque la ilusión era que tuvieran allá aunque nosotras aquí no. Entonces la satisfacción era respirar el olor a nuevo de las cosas y que allá las usaran. Una lloradera que nos agarraba recordando los tiempos de calamidad y la ilusión de poder darles algo distinto, de enviar cosas materiales que para nosotras eran como un abrazo, una caricia en la distancia.

Para ese tiempo dos de mis primos acababan de parir, hacía muchos años que no había bebés en la familia ellos fueron los primerizos de la tercera generación, los llegó el trastorno y enviamos cuanta ropa pudimos para ellas, era como recibirlas y hacer una especie de limpia, como decir que ellas no vivirían los tiempos de miseria que nos tocó a los primos. Nos turnábamos la ropa recuerdo, la que iba dejando mi hermana me la ponía yo y de ahí las primas siguientes hasta que terminaba en retazos, igual con los calzoncitos de repollito, las calcetas caladas que blanqueábamos a puro cloro y agua caliente. Les compramos ropa de meses y hasta que tuvieran siete años, la ilusión era recibir una fotografía por lo menos con una mudadita puesta, nunca llegó. Nos azareamos pero con el corazón de pollo aun confiamos y enviamos algunas veces más. Con los mismos resultados.

Recuerdo aquella primera llamada telefónica en la que la familia nos avisó que ya había recibido la caja, lloramos todos emocionados, allá con las cosas y aquí con la alegría de poder darles felicidad. Y contaban de las calcetas y de las blusas y de los pantalones y de las lociones y de los desodorantes. Y contaban de las camisas, de los zapatos. Se me aguan los ojos cada vez que viene a mi memoria aquel instante, con las voces eufóricas que celebraban la tan peculiar encomienda que llevaba nuestra añoranza, nuestro amor y nuestra sangre gota a gota. Pero la felicidad es tan fugas y como canta Mercedes Sosa: cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo… Aquel momento nunca volvió a repetirse con tal emoción.

(Continúa…)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.