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POTUS, plantas de interior

Fuentes: El Cohete a la Luna

Estados Unidos tiene el privilegio único de pagar las importaciones con su propia moneda, lo que refuerza su posición de ser el país más proteccionista del planeta.

El POTUS (President Of The United States) Joe Biden, además de ser el gobernante más poderoso del planeta –gradación que a nadie se le ocurre discutir- sería una excepción en la fenomenología del espíritu, al menos en el caso del comercio mundial y las inversiones externas, porque de acuerdo a lo que adscribe una imponente masa de analistas estaría en condiciones de elegir en esos campos en libertad y no por el asedio implacable de la necesidad. Así, en materia de flujos externos no habría otra demora que las propias de la voluntad política y su deontología para proceder a dar vuelta como una media la situación heredada y sus perspectivas. En esa generalizada manera de abordar las cuestiones de los flujos externos, el escorzo del panorama se completa dejando en claro que el anterior POTUS, Donald Trump, de puro irracional la encaró contra la globalización delimitada como el reino de la libertad con relación al comercio exterior y de inversiones externas.

Entre estos avatares, hay que reparar en ciertas identidades culturales globales que juegan de factores de retraso, por ejemplo, al señalarle a Biden lo que tiene que hacer y en verdad no debe si quiere cumplir con el papel que le asignó la historia. Se entiende, entonces, por qué una parte clave de la lucha política en la Argentina es reemplazar ese sentido común global. Claro que hay que tener con qué. Al tiempo que se intenta enmendar esas insuficiencias locales lo cierto es que en este mundo que viene profundizando su interconexión desde hace siglos, incluso para lo peor como en el caso del tráfico humano o el de la actual maldición cotidiana de la pandemia, el sentido común imperante  le posibilita al orden establecido contar con el apoyo de los que perjudica y de esta forma hacerle espacio político a sus irracionales demandas.

La naturaleza de un mito fundante de todo este estado de cosas en el que los afligidos respaldan a sus verdugos, como es el de la preponderancia del mercado, es examinada por Immanuel Wallerstein cuando invita a impensar las ciencias sociales. Para dejar en claro que el capitalismo es enemigo del mercado, Wallerstein recala en las categorías del historiador Fernand Braudel que llevan a la “diferenciación de la realidad capitalista en tres partes y el razonamiento de que debiera usarse la palabra ‘mercado’ para designar sólo una de estas partes, el estrato entre la ‘vida cotidiana’ [vida material] en la base, y el ‘capitalismo’ en la cima”. Braudel, al organizar la realidad a partir de estas categorías, subraya Wallerstein que “En lugar de considerar que el libre mercado es el elemento clave del capitalismo histórico, adjudica esta función clave a los monopolios […] los acumuladores más grandes y poderosos de capital han sido quienes controlan estos monopolios. Incluso, puede afirmarse que la capacidad de acumular grandes montos de capital ha dependido de la capacidad de crear monopolios”.

Immanuel Wallerstein

Parado sobre esta base ahora es Wallerstein el que deduce que “todos los monopolios tiene [n] una base política. Nadie lograr dominar una economía, estrangularla y frenar las fuerzas del mercado sin apoyo político. Se necesita la fuerza de alguna autoridad política que pueda crear barreras no económicas para entrar en el mercado”. La apreciación conduce a Wallerstein a reflexionar que “Si esto es cierto, el significado de la las luchas políticas entre la derecha y la izquierda cambia en el mundo contemporáneo. No es y nunca fue una lucha por la legitimidad de la interferencia del Estado en la economía; el Estado es un elemento que forma parte de funcionamiento del sistema capitalista. La discusión gira en torno a quiénes serán los beneficiarios inmediatos de la interferencia estatal”.

En la vida cotidiana con respecto a la determinación de los precios esto repercute en que se aluda una y otra vez al mercado y resulta que el susodicho no establece los precios de equilibrio. La realidad social de hoy en día despojó al mercado de ese rol. En rigor, siguiendo a Braudel: prácticamente desde que el capitalismo sentó sus reales años ha. Esto no se debe a que el precio del más importante factor de producción, la fuerza de trabajo, no es más parte de su orden del día. Nunca lo fue. El salario es un precio político. Esto se conecta con que los instrumentos de la política económica privan al mercado de toda fuerza determinante de los precios de equilibrio por sobre los otros factores, máxime cuando se trata de los instrumentos propios de cualquier plan de austeridad: restricción del crédito, impuestos, etc. El abrumador alarde del imperio del mercado es inversamente proporcional a su atribución.

Desigualdad fundamental

Las ensoñaciones sobre el mercado aplicadas en el rubro comercio exterior hacen del proteccionismo una elección obtusa, pues el librecambio es lo adecuado. Su repudio no muestra otra cosa que la ignorancia generada en un cerrado nacionalismo acerca de que su puesta en práctica redunda en que todo el mundo termine mejor que antes. Razonan como si el producto bruto fuera igual al ingreso bruto que genera. Es obvio que si encarezco el producto bruto mediante la aduana cae el ingreso bruto en una cuantía similar. En otras palabras si la protección permite lograr que se alcance un superávit comercial (exportaciones mayores que importaciones) y como el producto es igual al ingreso tenemos: Producto menos Superávit Comercial = Ingreso. Claramente, más protección es más superávit comercial y menos ingreso. El perro se muerde la cola.

Pero desde Arghiri Emmanuel sabemos que en vez de igualdad entre producción e ingreso lo que hay es una desigualdad fundamental. Tal desigualdad hace a la naturaleza del sistema capitalista que crea normalmente una producción cuyo valor es superior a los ingresos distribuidos. La diferencia es la tasa de ganancia que se adosa al producto, pero para que se convierta en ingreso, es decir en masa de ganancia, hay que vender. No obstante, la producción no puede venderse más que por la anticipación misma de su venta, es decir, recurriendo a un poder de compra ficticio introducido por el crédito. La voz inglesa overtrading da cuenta de esa realidad. Esta tendencia a que las ventas se frenen puede ser sobrellevada por numerosos artificios (entre paréntesis: que son la sal de la buena política económica) pero no puede ser abolida y resulta así el fundamento de la inestabilidad congénita del sistema capitalista.

En el ámbito del comercio exterior este afán desmedido por vender, que sin embargo recoge la racionalidad básica del sistema, es paradójico. En todo sistema diferente al modo de producción capitalista, es naturalmente ventajoso importar sin exportar, comprar sin vender, porque esto permite cosechar allí donde no se ha sembrado. Pero ocurre que en el sistema capitalista la reabsorción del desempleo -que según Emmanuel alcanzaba proporciones enormes mucho antes del S XIX-, no puede realizarse más que gracias a una balanza superavitaria. Si se admite la igualdad de la producción y el ingreso, eso sería lo que no hay que hacer pues significaría menos ingreso cuando el sistema más lo necesita para salir del atolladero. Pero como el Producto siempre es mayor que el Ingreso, un Superávit Comercial lejos de agravar la situación la mejora grandemente. Esto porque al ser el Producto mayor que el Ingreso que genera, el Superávit Comercial resta del Producto y tiendo a igualarlo con el Ingreso y así la diferencia queda reabsorbida y con ella aumenta el nivel de empleo. No hay que perder de vista que cada vez más Producto que Ingreso implica aumentar el stock invendido y eso hasta que llega la crisis.

De este rasero proteccionista no se salvan ni los muy burdos y rústicos librecambistas argentinos, sumamente ideologizados y en nombre de las mejores propósitos objetivamente enemigos de la integración nacional. Su afán por el libre comercio es una mezcla de nostalgia de cuando el país tenía en la aduana su principal ente recaudador con los deseos de liquidar la nación que comenzó el 17 de octubre de 1945 para lo cual es menester hendir la base industrial alcanzada con posterioridad por el salto impulsado por Arturo Frondizi, y nunca del todo deshecha a pesar de Martínez de Hoz y Cavallo. La base teórica del librecambio se ilusiona con que podrían lograr en promedio resultado comercial cero (exportaciones iguales a importaciones) si se lo pone en práctica. Esa base teórica es una nada feliz conceptualización de la realidad, la que los obligaría a protegerse si no quieren caer en una depresión crónica. Pensándolo bien, con los antecedentes violentos mostrados, cuya última expresión son las simbólicas bolsas de cadáveres colgadas en las rejas de la Casa Rosada, estos son capaces de dejar en la estacada a los argentinos si en la alternativa al estancamiento crónico hay una seria perspectiva para ellos de perder poder.

¿Quién se la lleva? 

De manera que ni para Biden ni para nadie el proteccionismo es una opción: es una necesidad. Ciertamente a los Estados Unidos el privilegio único de pagar las importaciones con su propia moneda (el dólar es la divisa mundial) le refuerza su posición de ser el país más proteccionista del planeta. Y por supuesto, para no desmentir el rasgo básico del mundo en el que vivimos del cual venimos hablando, es el país que más alarde hizo de la importancia del librecambio. Las más de las veces, hasta da la impresión de que se la creen. Es verdad que el talante del personaje que hace poco más de un mes dejó la Casa Blanca da para cualquier hazaña mientras no sea una empaquetada con sobriedad y mesura. Pero de ahí a suponer que para Biden no hay realidades objetivas a atender que hacen a la misma esencia del funcionamiento del capitalismo, es seguir pasando de largo de la incumbencia de las situaciones estructurales que llevaron a Trump a la presidencia e impulsaron lo que trató de hacer durante el transcurso de la misma.

El tema es que a partir de la caída del Muro las grandes corporaciones de los Estados Unidos acentuaron más allá de lo aconsejado por el equilibrio socio político interno, la tendencia a localizarse en la periferia para bajar costos salariales y vender en el mercado más solvente del mundo que es el propio norteamericano. Hasta ahora Biden a diferencia de los analistas con fervor por el libre cambio, revela estar al tanto acerca de cómo operan en la coyuntura interna en su conexión con la dinámica extramuros los condicionantes estructurales entre los que se enancó su antecesor inmediato. Entre las encuestas que una tras otra constatan una opinión pública que en el mejor de los casos quiere modales más acompasados pero en todos para cuidar el empleo norteamericano y Trump que de momento no muestra signos de estar retirado, más bien lo contrario, se entiende que Biden haya designado a Katherine Tai para reemplazar al embajador Robert Lighthizer al frente de la Oficina del Representante Comercial (USTR, por sus siglas en inglés).

Karen Tai

Tai una inmigrante de origen chino que habla perfectamente mandarín, pasó la semana pasada la audiencia del Congreso para su confirmación. El antecedente más destacable de la astilla del propio palo Tai es que como asesora del Congreso en 2017 convenció a los demócratas para que apoyaran la revisión del Acuerdo México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), a cambio de que se incluyeran una serie de estrictas normas laborales que jamás antes habían sido puestas en un acuerdo comercial. Es un indicio más de que el proteccionismo de Biden tendrá la impronta diplomática de los derechos humanos. Posiblemente se pueda observar una confirmación de ese comportamiento diplomático en que no hubo ninguna sanción por el asesinato del periodista Jamal Kashogi en el que se lo involucra al hombre fuerte de Arabia Saudita: Mohamed Bin Salman, conocido como MBS.

La muy conservadora Heritage Foundation aboga en un informe reciente que patrocinó por el fortalecimiento de la respuesta de los Estados Unidos al trabajo forzoso (trabajo esclavo) en la prisión estatal de Xinjiang. Este informe pide que los Estados Unidos implementen una «presunción refutable», lo que significa que la Aduana y la Patrulla Fronteriza operarían bajo el supuesto de que ciertas categorías de bienes se fabrican con trabajo forzado hasta que se pruebe lo contrario. En la revista New Yorker salió una nota estremecedora sobre lo que acontece en la cárcel de Xinjiang. Otros países están viendo este sesgo. Por ejemplo, el parlamento de los Países Bajos aprobó una resolución que reconoce la represión de los uigures por parte de China como genocidio. A todo esto, el miércoles 3 en el que el secretario de Estado Tony Blinken dijo en su primer discurso importante, «Una política exterior para el pueblo estadounidense», tras afirmar que la relación de los Estados Unidos con China es «la mayor prueba geopolítica del siglo XXI», estableció que «Fortalecer nuestra democracia es un imperativo de política exterior». Nada de esto implica algún interés por el bienestar general de la humanidad. En este menú acostumbrado únicamente falta que como es tradicional grandes sectores de la dirigencia argentina entienda todo exactamente al revés. Ni el tiro del final, ni el búho de Minerva.

Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/los-potus-plantas-de-interior/