Recomiendo:
0

Preciosa claridad

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

La invasión israelí del Líbano marcó el comienzo de una nueva situación regional, donde la opción entre la guerra y la paz se ha vuelto extremadamente clara. Esta claridad le resulta molesta a Israel, poco dispuesto a pagar el precio que cada una de las opciones implican. En consecuencia, EEUU, Israel y una serie de gobiernos árabes están tratando febrilmente de nublar esa claridad y la herramienta de que se sirven para hacerlo, al menos en elámbito de relaciones públicas, es la industria creada a partir de la ocupación palestina: esa fuente inextinguible de cuasi-iniciativas, pseudo-diálogos, «procesos» de construcción de confianza y esfuerzos para encontrar un camino de retorno a la hoja de ruta. Mientras tanto, los palestinos siguen despertándose cada mañana y siguen encontrándose con que necesitan un nuevo mapa tan sólo para poder llegar hasta su trabajo, al ser su territorio violado con tanta frecuencia por las ampliaciones del muro de separación, por las barricadas y por los controles, que siguen apareciendo por doquier e impidiendo el paso un día tras otro.

No fue mera coincidencia que Olmert archivara su agenda para el desenganche unilateral de Cisjordania tan pronto como terminó la guerra en el Líbano. Digo «agenda» porque ese esquema para disponer de una frontera permanente que se ha planificado para anexionar Jerusalén entero a Israel, además de grandes espacios de Cisjordania, difícilmente merece ser definido como plataforma política, no hay nada más a la vista que se refiera a los palestinos. ¿Por qué no hubo coincidencia? Porque la retirada del Líbano en 2000, para la mentalidad israelí, fue una acción unilateral: fue entonces cuando por vez primera se les ocurrió a los israelíes que el unilateralismo era una alternativa viable y preferible a los acuerdos diplomáticos. Debido al colapso de las negociaciones con Siria, los árabes consideran -merecidamente- que se trató de una retirada forzosa de Israel conseguida a través de la lucha por la liberación. Sin embargo, los israelíes la consideran como una acción voluntaria emprendida con independencia de cualquier convenio o acuerdo de paz, aunque podrían haberse retirado del Líbano dentro del marco de un acuerdo con Siria que hubiera resuelto la cuestión de los Altos del Golán. En este sentido, Barak, más que Sharon, es el padre de la retirada unilateral.

El desenganche unilateral de Gaza fue la respuesta de Israel al colapso de Camp David II, que se produjo bajo el mandato de Barak, y el consiguiente deseo, bajo Sharon, de cortar todas las posibilidades para cualquier nueva iniciativa, como la iniciativa árabe de paz o incluso la hoja de ruta, de la que el Israel del Likud quería escaquearse a pesar de lo lesiva que era para los árabes.

Israel llevó a cabo la retirada completa del Sinaí considerándola como el precio que tuvo que pagar para eliminar a uno de los estados árabes clave de la ecuación del conflicto árabo-israelí. Desde entonces, la conducta negociadora de Israel puede resumirse de la siguiente forma: si alguna de las partes árabes que quedan en la negociación rechaza las condiciones de Israel para llegar a un acuerdo sobre la cantidad de territorio ocupado que hay que devolver a cambio de la paz, Israel declara que no existe «socio árabe para negociar». Y, a continuación, procede a ejecutar sus propios planes, retirándose de aquellas porciones de territorio ocupado que considera problemático debido a las operaciones de la resistencia o demasiado gravoso demográficamente.

Pero no es sólo el unilateralismo lo que los socios no existentes encuentran tan fastidioso. Es el hecho de que Israel deja invariablemente detrás una estela de problemas graves e intolerables, como mantener una última porción de territorio bajo ocupación o transformar el territorio del que se retira en un inmenso campo de concentración cuyos puertos de entrada controla completamente y al que asalta o invade con regularidad rutinaria ya que, al fin y al cabo, no hubo acuerdo y no hay paz. Es decir, Israel hace exactamente lo que le da la gana.

Aunque los árabes consideran de forma muy diferente las situaciones en Gaza y en Líbano, para Israel las razones de su política unilateral fracasada pueden reducirse todas al mismo origen: el ímpetu creciente de la resistencia. Si este fenómeno se manifestó por si mismo en la victoria electoral de Hamas, con mucha más fuerza le obligó a volver a casa tras el coraje y la eficacia de las fuerzas de la resistencia en el Líbano. Añádase a este hecho que el gobierno de Olmert no pudo proporcionar otra confrontación a la derecha israelí, ni siquiera una mínima retirada de Cisjordania, porque la atmósfera interior está de por sí bastante cargada ya con la acalorada controversia sobre las causas del fracaso israelí en Líbano, y resulta obvio por qué se ha suspendido el plan de retirada unilateral de Cisjordania.

Mucho antes de esto, en Camp David II, Barak anuló los Acuerdos de Oslo firmados con Rabin y el memorando de entendimiento de Wye River acordado con Netanyahu. Cogió sólo el plan de desenganche unilateral para desmantelar con efectividad todos los acuerdos previos. En Camp David, Barak declaró que no quería acuerdos parciales y paulatinos, sino un acuerdo de una vez por todas. Efectivamente, cuando esas conversaciones colapsaron, todos los acuerdos anteriores quedaron congelados, después de lo cual se presentó el desenganche unilateral para enterrarlos completamente a todos. Actualmente, las soluciones unilaterales se han quedado por el camino tras haber anulado las soluciones parciales.

Pero eso no es todo lo que resulta evidente en la estela de la guerra contra el Líbano. Es también obvio que la política de la fuerza bruta se ha venido abajo. Una de las razones por la que Israel emprendió en el Líbano una guerra al estilo estadounidense fue la de tratar de resucitar ese poder disuasorio que durante mucho tiempo estuvo dependiendo de que los árabes rechazaran aceptar sus dictados. Efectivamente, Israel emergió de esa guerra con la mística acerca de su poder disuasorio más hecha trizas que nunca. Nadie en Israel discute que se fracasó en la guerra del Líbano. La controversia gira más alrededor de por qué se fracasó y a quién le se puede cargar la responsabilidad de ese fracaso. Los árabes harían bien en tener presente esto, porque el hecho preciso de que todos en Israel, desde la extrema izquierda a la extrema derecha, estén debatiendo las consecuencias del fracaso implica que la guerra aún sigue activa, aunque por otros derroteros. Mientras tanto, parece que en el mundo árabe no se está abordando la cuestión del fracaso de Israel, y ese hecho lo que sugiere es la fuerte reticencia de algunos a concederle a la resistencia libanesa los méritos que con tanta dignidad se ha ganado.

Un importante interrogante planea ahora sobre la eficacia de la fuerza aérea, que no sólo ha sido siempre un elemento importante del principio disuasorio israelí, sino también un instrumento largamente mitificado del combate ofensivo contra una resistencia que disfruta de tan amplia base de apoyo popular. La fuerza aérea de Israel puede ser efectiva contra ejércitos nacionales de gobiernos impopulares, pero en esta corta guerra contra el Líbano (aunque larga desde la perspectiva israelí), el poder aéreo israelí, a pesar de la enorme destrucción que causó, fracasó a la hora de aplastar la voluntad del pueblo.

Pero aún hay más. La resistencia anuló ese corolario fundamental de la política disuasoria israelí que supone «exportar la guerra al territorio enemigo y mantenerla fuera del territorio israelí». Esa fuerza aérea de Israel no pudo detener el cada vez más intenso bombardeo con misiles de las ciudades y pueblos situados en el norte de Israel y que, eventualmente, obligó a Israel a enviar fuerzas terrestres que sólo sirvieron para exacerbar las dificultades militares de Israel.

Simultáneamente, la guerra aniquiló otro corolario de la filosofía militar israelí: el principio de la britzkrieg [guerra relámpago]. Antes del Líbano, Israel había podido recurrir siempre a bombardeos tácticos masivos, a la destrucción inmediata de la línea de mando del enemigo, a una rápida incursión en territorio enemigo para ocupar una franja del mismo y cualesquiera otras tácticas que sirvieran para resolver la batalla con rapidez, así como para impedir que se quedaran atrapados en una guerra extendida de desgaste. La resistencia probó que se ajustaba a su autodefinición; por su propia naturaleza representa el anticuerpo de las britzkriegs. Esto debería servir como recordatorio para aquellos que mantienen que la fuerza disuasoria de la resistencia se colapsó en el ataque israelí sobre el Líbano.

Una tras otra, las alternativas de Israel se vinieron abajo. La política de la fuerza se quedó por el camino en el intento recién arruinado de resucitar su estrategia de disuasión y, antes de este hecho, trataron de maniobrar con algunas soluciones parciales además de la política unilateral de desenganche que, también ahora, ha sido borrada de la pizarra. ¿Qué posibilidades le quedan? Sólo dos: o una paz amplia, justa y duradera o el estancamiento político y diplomático que sólo puede degenerar en guerra y, más probablemente, en una guerra prolongada si sus adversarios adoptan la estrategia de la resistencia. La claridad meridiana de esta opción representa el principal dilema estratégico para Israel.

Si los árabes capitalizaran esta situación como debieran, al menos no deberían ceder ni un milímetro en su iniciativa para una paz justa y duradera. La pelota está ahora en el tejado israelí. Cualquier iniciativa nueva o modificación servirá meramente para ofrecer a Israel, y a los demás, un punto de partida que sólo tendrá utilidad para embaucar a todo el mundo con maniobras diplomáticas, diálogos en el vacío y visitas y viajes que tratan de forjar esperanzas, enhebrar nuevas ilusiones y ofuscar hechos evidentes. Estas son tácticas que no disipan las ilusiones pero disipan la claridad.

Esas rutinas de relaciones públicas sirven para múltiples funciones. Funcionan sobre todo como una especie de antiséptico que limpia la imagen del agresor mientras reúne apoyos para el asalto siguiente y suaviza el camino a los gobiernos árabes, que no pueden tomar parte en coaliciones o en boicots o en campañas de sanciones a menos que se haga algún movimiento hacia la causa palestina. La palabra operativa aquí es movimiento, en oposición a solución. El movimiento es mejor que el estancamiento. Dicen que es el todo en el «proceso». Tan sólo sigue adelante y todo irá bien.

Según el Haaretz del 19 de septiembre, EEUU advirtió a Israel para que tuviera iniciativas de buena voluntad hacia el presidente palestino. Olmert debería estar de acuerdo en encontrarse con Abu Mazen y, quizás, por ejemplo, liberar a unos cuantos prisioneros palestinos. En estos momentos, ese gesto bastaría para permitir que los gobiernos árabes continuaran contribuyendo al aislamiento y derribo del gobierno electo palestino. En lugar de aclarar las cosas con Israel, los gobiernos árabes están ayudando a aclarar posibles opciones a los funcionarios palestinos, por ejemplo, que Israel y los EEUU han decidido que no deberían haber sido elegidos por el pueblo. Esas opciones son o reconocer a Israel y los acuerdos que el mismo Israel no reconoce desde hace mucho tiempo o seguir bajo el bloqueo económico.

Al cooperar en la rutina de la causa palestina, los árabes están ayudando a EEUU y a otros poderes a rescatar a Israel del muro contra el que tropezaba. Esto podría marcar un hito histórico, porque si Israel hubiera tenido que elegir no optaría por una guerra extensa en vez de una paz amplia. Importantes desarrollos en la región han demostrado de forma palmaria que tirar por tierra o desmantelar por la fuerza un statu quo árabe produce un número mayor de enemigos peligrosos para los proyectos estadounidenses e israelíes. Además, esta clase de enemigos no ofrecen, o no están en posición de ofrecer, alternativas constructivas para sus sociedades, a diferencia de Hamas o Hezbolá y sus aliados. Estos movimientos de resistencia están trabajando sobre el terreno en sus sociedades y junto a ellas, y por tanto están en situación, si reúnen la suficiente voluntad e ingenio, de promover visiones socio-políticas que pueden llevar a sus sociedades, más allá de la lógica y de las tácticas de resistencia, hasta nuevos horizontes de coexistencia pacífica entre las diversas tendencias políticas comprometidas con la soberanía nacional y opuestas a la intervención extranjera.

No puedo recordar una ocasión en la que Israel estuviera tan carente de alternativas políticas como ahora. Esto se produce precisamente en una época en la que tiene que enfrentarse, como nunca antes, a las decisiones más graves. Hasta ahora, el liderazgo israelí nunca ha pedido a sus ciudadanos que escojan entre una paz justa y duradera o una guerra duradera. Si se pusiera ante ellos esa posibilidad de forma tan sucinta, no albergo dudas de que ese gobierno se sorprendería por la cifra de personas que votarían a favor de la paz y que estarían dispuestas a pagar por ella el precio que fuera necesario.

Tristemente, no hay un liderazgo en Israel capaz de alentar un momento histórico de tal envergadura. Más triste aún es ver que hay muchos árabes que rechazan los resultados de la guerra contra el Líbano, pidiendo la resurrección de una hoja de ruta que está muerta y haciendo todo lo que pueden para sacar a Israel de uno de los pozos más profundos en los que se ha metido nunca.

Texto original en inglés: Weekly Ahram

Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión.