Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Durante una entrevista con el periodista británico Robert Fisk en Democracy Now! El 1 de octubre, la mañana después del primer debate presidencial Bush-Kerry, el colega de Amy Goodman, Juan González, a la espera, sin duda, de una respuesta contundente, señaló a Fisk que Israel había sido apenas mencionado durante el debate; cada candidato lo mencionó sólo una vez, y el moderador Jim Lehrer no hizo ni una sola pregunta sobre Israel o el conflicto palestino-israelí. Pero Fisk simplemente descartó el tema como si no fuera algo particularmente trascendente. Seguro, dijo, es algo de lo que no se puede hablar en discusiones políticas en EE.UU., y es lo que hizo.
Fisk no simpatizó con este impulso tan estadounidense de dejar de lado un tema de extrema importancia, pero que haya hecho caso omiso de la pregunta ayudó a perpetuar un error muy generalizado en la política estadounidense. Uno de los mitos duraderos del conflicto árabe-israelí y especialmente del conflicto palestino-israelí es que ese conflicto, y la relación EE.UU.-israelí que se encuentra en su centro, son básicamente algo secundario, de vital importancia emocional para los judíos estadounidenses y en realidad para la mayoría de los estadounidenses, pero sin gran importancia estratégica para los intereses nacionales de EE.UU. Esta idea, de demasiados estadounidenses, de que Israel no tiene que ver con las políticas globales de EE.UU., y particularmente con la campaña de EE.UU. por el imperio, ha sido particularmente evidente durante los últimos años, precisamente cuando todo el que desee verdaderamente un Medio Oriente pacífico debería haber estado promoviendo precisamente el punto de vista contrario.
El año pasado, hubo una racha de películas investigativas y de estudios y análisis en profundidad presentados por periodistas y medios noticiosos progresistas que examinan el impulso de EE.UU. hacia la hegemonía mundial y tratan de establecer por qué los terroristas escogieron a EE.UU. como objetivo. Estos periodistas y medios noticiosos, los propios progresistas que deberían haber sido capaces de «comprenderlo», han ignorado total o casi totalmente la conexión israelí con la guerra de Irak y con los otros varios planes de la administración Bush para Medio Oriente: la tan discutida posibilidad de un ataque contra Irán y su capacidad nuclear, los posibles planes de atacar Siria, la así llamada «transformación» del Medio Oriente que supuestamente le endilgaría una falsa democracia llevada sobre las alas de los misiles crucero y de los B-52.
Estos documentales e informes son sobre todo presentaciones en vídeo ampliamente circuladas como ser «Uncovered», que tuvo mucha publicidad a fines del año pasado, y «Hijacking Catastrophe» [Secuestro catastrofal], que es muy popular ahora mismo. También tenemos «Fahrenheit 9/11» de Michael Moore. Entre los informes existen por lo menos dos estudios en profundidad muy serios hechos por Foreign Policy in Focus («A Secure America in a Secure World,» publicado en septiembre de 2004) y por un think-tank en Notre Dame («Toward a More Secure America: Grounding U.S. Policy in Global Realities,» publicados en conjunto en noviembre de 2003 por Fourth Freedom Forum y el Instituto de Estudios de Paz Internacional Joan B. Kroc de la Universidad de Notre Dame). Ambos estudios fueron firmados por una amplia fama de estudiosos y antiguos expertos gubernamentales muy respetados. Y, por cierto, existe el informe de la Comisión del 11-S. que es considerado por la mayoría como la palabra definitiva sobre lo que anduvo mal antes del 11 de septiembre y si la política externa de EE.UU. tuvo algo que ver con la provocación del ataque.
«Hijacking Catastrophe» en realidad se acerca a la conexión israelí al examinar directamente el complot neoconservador por inducir miedo en los estadounidenses promedio que serviría como mandato para Bush para implementar los planes para una invasión de Irak que los neoconservadores habían formulado mucho antes, sobre todo para beneficiar a Israel. Pero esta película, así como otras como ella, y los informes, se detienen justo antes de llegar a examinar la conexión israelí con el belicismo de EE.UU. en Medio Oriente. Son excelentes denuncias de la construcción del imperio y de la codicia de petróleo de la administración Bush, pero cinta tras cinta e informe tras informe ignoran uno de los motivadores estratégicos más importantes para la guerra de Irak: Israel y el esfuerzo por garantizar la seguridad de Israel al neutralizar su mayor amenaza, o sea Irak bajo Sadam Husein. Los neoconservadores se concentran ahora en Irán, y se puede apostar que si EE.UU. ataca Irán, dentro de un año o dos, cuando esa guerra comience a ir mal, todos ignorarán también la conexión de Israel con esa guerra – aunque, una vez liquidado Sadam, Irán es ahora la mayor amenaza para Israel.
(Tanto Bush como Kerry cometieron en realidad un pequeño error en su primer debate al mencionar la conexión israelí con Irak, pero fue tan de paso, que casi nadie se dio cuenta. Bush dijo, sin que nadie se lo preguntara que, junto con otros beneficios imaginarios para EE.UU. y el mundo, «un Irak libre ayudará a asegurar Israel». Kerry, para no quedarse atrás en la competencia por complacer a Israel, agregó una declaración de que «va a hacer bien las cosas» en Irak porque «es importante para Israel, es importante para EE.UU., es importante para el mundo». Los candidatos pueden haber perdido de vista por un instante el deseo general de minimizar toda conexión israelí, pero sin duda pensaron que era más importante, por el momento, no permitir que su oponente obtuviera una ventaja en la competencia por demostrar el mayor apoyo a Israel. Sin embargo, todo el episodio pasó como un relámpago, y en la arena del discurso público, Israel sigue pareciendo secundario.)
La realidad es que virtualmente nadie – ningún analista, ningún cineasta – quiere tocar el tema de Israel. No se puede vender una película como Fahrenheit 9/11 si se habla de Israel; no tendrá el mismo impacto, y ciertamente no se podrá ganar dinero, si se considera que se está criticando de alguna manera a Israel, así que más vale ignorarlo. En realidad, es imposible dejar de lado el hecho de que la mayoría de los neoconservadores en la actual administración, que tienen muchísima influencia en la política externa de EE.UU., han sido desde hace mucho tiempo partidarios activos de Israel, llegando al extremo de oponerse a pasadas políticas de EE.UU. en el proceso de paz que contradecían los deseos de la derecha israelí. También es imposible dejar de lado el hecho de que muchos de los neoconservadores son judíos. Pero esto es realidad; en el mundo surreal de la política de EE.UU. e Israel, no se puede hablar de este tema. Es antisemita, se te dice, decir que los judíos tengan algún poder, porque eso comienza a sonar como los antiguos rumores, que eran realmente antisemitas, que solían presentar un engañoso caso de que los judíos querían controlar el mundo.
Así que nadie quiere tocar el tema. El resultado es que los cineastas y los comentaristas que forman la opinión pública se mantienen frecuentemente lejos del problema. Esto vale incluso en el caso de periodistas progresistas que conocen las realidades. También vale para casi todos los políticos, la mayoría de los cuales no conoce las realidades, con la feliz excepción de Ralph Nader. Vale para antiguos diplomáticos. No alcanzan los dedos de dos manos para contar la cantidad de diplomáticos jubilados que, cuando se les pide en diversos foros públicos que se explayen sobre la política de EE.UU. hacia Palestina-Israel, sueltan formulaciones sin sentido o se niegan por completo a hablar, porque el tema es demasiado delicado, demasiado peligroso, demasiado enterrado en el hormigón determinado por la política interior.
Como resultado de este silencio dominante, la opinión pública llega a pensar que Israel no tiene influencia estratégica sobre EE.UU., que ciertamente EE.UU. no realizaría alguna política por causa de Israel o incluso en cooperación con Israel, y que las políticas de Israel en los territorios ocupados y su opresión de los palestinos no tienen un impacto estratégico y que no podrían posiblemente constituir un factor en los motivos por los que EE.UU. es un objetivo de los terroristas o en la realidad de que la mayoría del mundo árabe y musulmán odia a Estados Unidos por sus políticas exteriores y particularmente porque posibilita la opresión israelí de los palestinos. Israel es el elefante en la tienda de porcelana del imperio.
En todo esto funciona un círculo vicioso: mientras menos discuten los políticos y los medios sobre Israel-Palestina, menos sabe y menos se interesa el público, y viceversa. El tono general de los pocos artículos de prensa que tomaron nota del silencio de los candidatos después del primer debate Bush-Kerry fue que los temas palestinos-israelíes preocupaban poco al público y por ello no debían tampoco preocupar mucho a los candidatos. Shibley Telhami, un destacado experto en el Medio Oriente, que es un palestino-estadounidense, es citado declarando que el tema no está «en la agenda del público» y que por lo tanto es de baja prioridad para los candidatos. «Tienen peces más importantes que freír», dijo otro experto de un think-tank sobre el Medio Oriente en Washington. Según un sondeo del Consejo de Relaciones Exteriores realizado en agosto, los encuestados colocaron la solución del conflicto palestino-israelí en el lugar 17 de una lista de 19 temas importantes para la próxima administración. Los israelíes están tomando nota. Un artículo en el periódico israelí Ha’aretz lo resumió: «No se puede culpar a los candidatos. Ellos no fijaron la agenda para el electorado, tienen que reaccionar a ella, y los votantes están lejos de interesarse por el conflicto israelí-palestino».
Es espantoso – es colocar cabeza abajo el concepto de liderazgo, una falla inmensa en la comprensión de la situación por parte del público estadounidense y una aberrante falla de comprensión por parte de los políticos en cuyas manos se encuentra supuestamente la seguridad de EE.UU. En realidad, la relación entre EE.UU. e Israel se ha hecho tan estrecha con el pasar de los años, que es casi imposible distinguir qué política, la de Israel o la nuestra, están siendo seguida en Medio Oriente, y es una realidad que coloca a Estados Unidos en grave peligro.
El vínculo EE.UU.-Israel ha estado creciendo continuamente desde antes de que se estableciera el Estado de Israel – desde la época en la que creció el movimiento sionista y ganó el apoyo de gran parte del público estadounidense y de los políticos de comienzos del Siglo XX. Pero ahora, la cultura política en Estados Unidos se ha volcado de modo tan decidido hacia el apoyo a Israel que es casi imposible expresar algún punto de vista alternativo. Es más cierto hoy en día que en ningún momento del pasado, y actualmente la relación llega mucho más lejos que un simple asunto de simpatía emocional por los sufrimientos de los judíos o de admiración por los logros de Israel, mucho más de ser sólo la consideración del conflicto desde una perspectiva centrada en Israel.
Después de décadas de lazos que se han solidificado cada vez más, Israel está tan ligado concretamente a Estados Unidos que forma parte real del complejo militar-industrial de EE.UU. Israel vende equipo militar, a sabiendas de EE.UU., a países a los que EE.UU. no puede vender por restricciones legales – por ejemplo, a China. En EE.UU. se producen tantas armas y tipos de armas para Israel que se ha hecho extremadamente fácil para los lobbyistas de Israel en Washington ir donde congresistas individuales y señalarles cuántos puestos de trabajo en un distrito dado dependen de esa industria de armamentos y que no se impida la entrega de armas de Israel. Así, Israel se convierte en un factor directo en el mantenimiento del complejo militar-industrial de EE.UU., en la conservación de puestos de trabajo en EE.UU., y en la subsistencia de congresistas y otros políticos en sus puestos.
Con el tipo de activistas pro-israelíes que llenan las filas de los que deciden la política de la administración Bush, se ha llegado a una situación en la que EE.UU. ajusta gran parte de su política externa para favorecer los intereses de Israel, tanto o más que los propios. Los que deciden la política de Bush tienen tan poco interés en la solución real del conflicto palestino-israelí como los votantes del sondeo del Consejo de Relaciones Exteriores a los que supuestamente deberían dirigir: su interés es manejar el conflicto de cualquier manera que le convenga a Israel. Una de las principales razones por las que fuimos a la guerra contra Irak fue para beneficiar a Israel. Esta realidad es tan aterradora que es necesario sacarla a relucir cada vez que se discutan las motivaciones para la guerra. La propia campaña de Estados Unidos por la hegemonía global fue obviamente otra importante motivación, como lo fue el petróleo, pero los objetivos de EE.UU. e Israel en Medio Oriente están tan entrelazados que es imposible que un político como Paul Wolfowitz, por ejemplo, o Donald Rumsfeld o los numerosos neoconservadores en el Departamento de Defensa dejen de pensar en los intereses israelíes y comiencen a pensar exclusivamente en los intereses de EE.UU. La política y los que la deciden están tan íntimamente interrelacionados que probablemente esa diferencia no existe. Esto debe ser discutido abiertamente y a menudo.
Un problema resultante del trato de Israel y su conflicto con los palestinos como algo secundario, sin impacto directo en los intereses de EE.UU., es que mientras más se ignore a Israel como factor, como ingrediente en la construcción del imperio de EE.UU., más fuerte se hará Israel, más fuertes sus vínculos con el complejo militar-industrial, más capaz será de confrontar a Estados Unidos y de resistir cualquier demanda de EE.UU. – en el proceso de paz por ejemplo – más capaz será de matar palestinos, impulsar su engrandecimiento territorial, y en última instancia poner en peligro a Estados Unidos. Todo lo que Israel hace en Medio Oriente es percibido en todo el mundo, correctamente, como aprobado, alentado y posibilitado por Estados Unidos, con el resultado de que todo terrorista capaz de preparar un ataque como los del 11 de septiembre nos escogerá como objetivo antes de que lo haga con Israel.
Otro problema es que todo el movimiento contra la guerra y contra el imperio en EE.UU. está dividido en el tema de la política hacia Israel, y los esfuerzos por ocultar dicha división son generales. Dos argumentos diferentes, los dos falsos, se presentan a favor de continuar con el ocultamiento. El primer argumento es que la relación EE.UU.-Israel no es simplemente un factor causal mayor detrás de la invasión de Irak por EE.UU. o del deseo de EE.UU. de concentrar su campaña por la dominación global primero y ante todo en Medio Oriente. Muchos activistas por la paz israelíes y estadounidenses-judíos apoyan firmemente este argumento, y no se puede negar que muchos activistas no-judíos también lo hacen, aunque algunos de ellos lo hagan por lo menos en parte por razones tácticas.
El segundo argumento es totalmente táctico, y los que lo aprueban reconocen abiertamente ese hecho. Este argumento afirma que la unidad en el movimiento por la paz de EE.UU. es importante por sobre todo lo demás, y que debilitaremos irreparablemente el movimiento a menos que ignoremos el controvertido problema Israel-Palestina. El temor es que las compañías mediáticas y los editores se negarán a distribuir vídeos documentales, películas, libros, y artículos si nos oponemos a las posiciones del establishment sobre Israel y Palestina, y que menos gente mirará, o comprará o leerá nuestros documentales y escritos. Se presenta a menudo la racionalización de que hay tantos otros temas respecto a los cuales podemos atacar las políticas belicosas de EE.UU. que en realidad no es siquiera necesario tratar delicado problema de la relación estadounidense con Israel.
Para comenzar, dice el argumento, tenemos montones de qué hablar: los males de la dominación global; las inmorales guerras contra el «terrorismo» (que no es más que una definición táctica) como han sido definidas interesadamente por Washington y sus aliados; los asesinatos de miles de inocentes en Afganistán e Irak, que EE.UU. se niega a contar; las injusticias de una versión estadounidense de la globalización económica que ha aumentado la brecha entre ricos y pobres en todo el mundo; el continuo aumento de los gastos militares de EE.UU.,; el establecimiento de más bases militares nuevas de EE.UU. por doquier; el permanente apoyo de EE.UU. a gobiernos autoritarios en el mundo árabe, Asia Central, y en otros sitios; las nuevas armas nucleares producidas por un gobierno de EE.UU. descaradamente hipócrita que trata inútilmente al mismo tiempo de impedir que naciones inamistosas y entidades no-estatales obtengan armas nucleares, etc., etc., etc.
Así que, con tanto de qué hablar, ¿por qué preocuparnos de un tema tan problemático? Ignoremos simplemente el tema Israel-Palestina y cómo tanto republicanos como demócratas le hacen el juego al terrible gobierno derechista israelí. Después de todo, la crítica de cualquier política israelí se acerca demasiado al antisemitismo y todo eso destruiría el movimiento por la paz. Así que – juguemos como equipo. Al mismo tiempo, no debemos dejar de deplorar, y considerablemente, los actos contra israelíes como el reciente terrorismo en Taba, haya sido cometido por palestinos, por al-Qaeda, o por cualquier otro, y debemos tener cuidado de evitar toda crítica seria de cualquier represalia israelí, aunque esa represalia sea en una escala dos o tres veces mayor que el acto terrorista original. Y, desde luego, sería mejor no molestar a Israel y a sus partidarios de AIPAC hablando demasiado fuerte de los recientes asesinatos excesivos de palestinos en Gaza – muchos más que la cantidad de israelíes matados en Taba. Dejemos todo eso de lado. La unidad del movimiento por la paz es muchísimo más importante.
En circunstancias en las que la mayoría de los dirigentes republicanos y demócratas ya consienten a más no dar los caprichos de AIPAC y del actual gobierno israelí, ¿cómo podemos cambiar la situación? Primero, los líderes del movimiento por la paz que crean que está mal que se les esté haciendo el juego deberían mostrar algo de coraje. Deberían olvidar la unidad con cualquiera que crea que las actuales políticas de EE.UU. y Palestina son moralmente justificables y que favorecen la futura paz y estabilidad global. Luego, deberían anunciar también fuerte y públicamente su convicción de que la crítica de las políticas crueles y opresivas de Israel hacia los palestinos no es antisemitismo, igual como criticar la actual política combinada de republicanos y demócratas de apoyar de modo tan absoluto a Israel no es antiamericanismo. Deberían dirigir el esfuerzo por la paz y dejar de tratar de lograr la unidad con cualquiera que crea, absurdamente, que la crítica de cualquiera política gubernamental constituye odio racial.
Por cierto, los activistas por la paz en este país deberían trabajar por cambiar múltiples aspectos de las políticas exterior y militar de EE.UU. Pero ninguno de los elementos de la política global de EE.UU. en la lista mencionada es más importante que una causa para odiar la política de EEUU. en todo el mundo, y que por lo tanto constituye una causa potencial de futuro terrorismo contra EE.UU. y sus aliados, que el hecho que no se impongan restricciones significativas a la ocupación israelí y a su conducta hacia los palestinos. Al eliminar las políticas de EE.UU. hacia Israel de la lista de objetivos aceptables de crítica, demasiados voceros del movimiento por la paz, exageran inevitablemente – y tal vez a veces conscientemente – la importancia de otras políticas de EE.UU. Lo que ha sido más exagerado, en parte porque se ajusta mejor a las necesidades propagandísticas del gobierno del Likud en Israel, es la relación de EE.UU. con, y el papel de, los gobiernos autoritarios árabes como una causa a la raíz de los actos terroristas del 11 de septiembre.
Esta exageración se aplica particularmente al énfasis desplazado sobre la supuesta relación del gobierno árabe saudí con los eventos de esa fecha. El régimen casi feudal de la familia real saudí, apoyado durante medio siglo por EE.UU., y la alienación resultante de numerosos saudíes de a pie, particularmente entre los jóvenes, tanto ante las políticas de EE.UU. como las de su propio gobierno, constituyen claramente una – aunque sea sólo una – de las causas del terrorismo contra EE.UU. y sus aliados. Pero los esfuerzos de los funcionarios israelíes y de amigos de Israel en EE.UU. de magnificarlo como la raíz única, mayor que todas las otras, comenzaron inmediatamente después del 11 de septiembre y han tenido bastante éxito.
Desgraciadamente, para tomar un solo ejemplo, Michael Moore y su cinta «Fahrenheit 9/11» contribuyeron substancialmente a ese éxito, tanto por dedicar tanta atención a los saudíes como por ignorar el apoyo de EE.UU. a Israel como un factor causal mucho más importante del terrorismo contra Estados Unidos. Semejantes deformaciones han sido asimismo casi universales en otras películas y análisis académicos recientes de las políticas externas de EE.UU., facilitando la tarea de cualquier administración de concluir que puede «ganar» o «solucionar» la llamada guerra contra el terror mientras sigue apoyando a fondo la colonización de Cisjordania por Israel.
Y mientras tanto, la relación de EE.UU. con Israel continúa siendo tratada, a todos los niveles del discurso político en Estados Unidos, como algo secundario en comparación con temas estratégicos de más envergadura. Esto es extremadamente peligroso. No se solucionará la guerra contra el terror y no disminuirá el odio a Estados Unidos por parte de nuestros propios aliados y del mundo árabe y musulmán, hasta que haya una solución del conflicto palestino-israelí que garantice la misma justicia para palestinos e israelíes. Ignoramos el peligro directo que Israel representa para nosotros por nuestra cuenta y riesgo. Nuestra campaña por el imperio ya se volvió contra nosotros hace tres años, el 11 de septiembre, y volverá de nuevo mientras no sepamos distinguir nuestros propios intereses de los de Israel.
Y, sin embargo, la retórica electoral de Bush y Kerry sigue resonando, y ni los candidatos ni los moderadores de los medios en sus supuestos debates han presentado ni una sola vez el tema de los palestinos. El tema secundario se aleja aún más de las mentes de los estadounidenses, aun cuando aumenta la probabilidad de que cause una explosión internacional.
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Bill Christison fue alto funcionario de la CIA. Sirvió como Oficial Nacional de Inteligencia y como Director de la Oficina de la CIA de Análisis Regional y Político. Colabora con «Imperial Crusades«, la nueva historia de CounterPunch sobre las guerras contra Irak y Afganistán.
Kathleen Christison es una ex analista política de la CIA y ha trabajado en temas de Medio Oriente durante 30 años. Es autora de «Perceptions of Palestine and The Wound of Dispossession«.
Su ensayo «Dual Loyalities» es un material central de «The Politics of Anti-Semitism» de CounterPunch.
Su correo es: [email protected].
http://www.counterpunch.org/christison10122004.html