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Dos perspectivas sobre la orientación ideológica de la izquierda

Protagonismo político y subjetividad política

Fuentes: Rebelión

Si es cierto que hacen falta nuevas formaciones y nuevos líderes al frente de la izquierda, aquellos que hayan de guiar a grandes masas de población y representar su voluntad y sus intereses de cara a los poderes establecidos, no es menos cierto que esos líderes y esas formaciones deben encarnar determinados valores, y que […]


Si es cierto que hacen falta nuevas formaciones y nuevos líderes al frente de la izquierda, aquellos que hayan de guiar a grandes masas de población y representar su voluntad y sus intereses de cara a los poderes establecidos, no es menos cierto que esos líderes y esas formaciones deben encarnar determinados valores, y que deben asimismo ejercer públicamente sus particulares habilidades y aptitudes. Así, el protagonista político de nuevo cuño en el panorama público español se podría caracterizar principalmente por los tres siguientes aspectos, en clara oposición a la generación previa y su correspondiente idiosincrasia:

-una cierta afinidad con la justicia y los derechos sociales;

-un dominio de la historia contemporánea y de la ciencia política;

-ciertas técnicas y/o estrategias de comunicación y difusión mediáticas.

Tales aspectos convergen en la figura, claro está, de Pablo Iglesias, y ello en una coyuntura favorable para la renovación o la reforma del sistema institucional vigente. Y es que, de forma consciente y coherente, éste ha logrado atraer la atención de buena parte del electorado, y ha ascendido así a la posición de relevancia política que, por otra parte, era de esperar. No en vano, él se ha incorporado al mapa de la Unión Europa después de que esa otra corriente reivindicativa de largo alcance haya ido ocupando el espacio de la opinión pública española en los últimos años, corriente que en parte se ha visto identificada en la imagen del número uno de Podemos.

Pero la incertidumbre o las inquietudes que puedan surgir ahora acerca del potencial desarrollo de esta forma de organización y representación política y, a la postre, de su posible injerencia en el Congreso de los Diputados, se siguen no tanto de los aspectos arriba señalados como de su orientación ideológica. Pues es obvio que esa afinidad con lo social, ese bagaje histórico y científico y la influencia mediática del personaje no pueden sino repercutir de manera atractiva y sugerente en grandes capas de la llamada «ciudadanía». Esto es lo que algunos consideran «un soplo de aire fresco» -y lo que otros tienen, por contra, por una clara amenaza a la futura estabilidad del régimen de la monarquía parlamentaria-constitucional.

Pero con orientación ideológica nos referimos a otra cosa. Más allá de ese «soplo de aire fresco», nos referimos al papel que puede jugar el protagonista político en todo este asunto, protagonista que no siempre es sinónimo de sujeto político. Entiéndase por protagonista aquel individuo en quien recae el peso de la acción y a menudo también la culpa o la responsabilidad de lo acaecido. Dicho individuo puede jugar un papel u otro; puede, como hemos visto, distinguirse por su sensibilidad social, por su cultura politológica o por su imagen vanguardista. Pero él no puede sustituir a la subjetividad política -y esto es algo de lo que también él mismo parece ser consciente.

La subjetividad política de izquierdas se constituye como tal en base a una orientación ideológica radical: la lucha contra el capital y contra sus órganos o dispositivos de poder. La radicalidad de esta lucha es tanto más rigurosa cuanto que aquellos órganos y dispositivos requieren de una especial atención, de un especial ímpetu de crítica y de subversión constantes, atención e ímpetu que no siempre acompañan a las corrientes sociales y la opinión pública dada, y que por tanto apelan a una actitud y una praxis revolucionarias que van más allá del protagonismo mencionado y de la tendencia al alza de esas nuevas formaciones y esos nuevos líderes de izquierdas.

¿En qué consiste la subjetividad política más vehementemente revolucionaria? La férrea estructura de partido, la inercia del electoralismo, el protagonismo mediático y la delegación de responsabilidades tienden a subvertir los órdenes de la participación colectiva incluso en los sectores más decididamente radicales de la llamada izquierda. Es por eso que la subjetividad política de la que hablamos debe construirse de forma no tanto representativa, delegatoria o mediática como autónoma, consecuente y decidida, y siempre en contra de los principales órganos de poder del capital y siempre a favor de nuevas formas de productividad, de distribución y de identificación social y colectiva.

Se trata de regenerar el sujeto político de la modernidad y de hacerlo -aquí no sobran las palabras- de hecho y por derecho. Para ello, no hay programa de mínimos ni agenda provisional de acuerdos que valga; no se trata de eso. Se precisa, antes bien, de la creación de espacios locales y municipales de productividad autónoma, de sistemas de distribución de bienes y servicios situados al margen de la lógica del beneficio y, finalmente, de una cultura colectiva independiente y libre. Cultura como cohesión de esos grupos organizados para la resistencia y la labor conjunta; cultura no de la mera participación o delegación de poder, sino también de la producción alternativa. Cultura, en definitiva, para la verdadera democracia. La que vive y lucha contra la hegemonía del capital, contra el monopolio de la violencia y contra la destrucción de la naturaleza.

En semejante lucha, protagonista y sujeto sólo pueden ser una y la misma cosa. Pues, por derecho, todos somos libres; a lo único que aspiramos, ahora, es a serlo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.