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¿Qué diferencia realmente a Obama de Netanyahu?

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Benjamín Netanyahu y Barack Obama tienen algo muy en común: ambos detentan casi la misma visión de futuro para «Palestina». Puede que no lo reconozcan, pero antes o después tanto si Netanyahu sigue en el poder como si le sustituye alguien que domine mejor el lenguaje de los palomas de Washington[*], se estrecharán la mano y estarán de acuerdo en que lo único que realmente les separó durante los primeros meses de la administración del Presidente Obama fue la semántica: el lenguaje que cada uno de ellos utilizó para describir cómo entreveía el futuro de Palestina o «el conflicto israelo-palestino», una expresión ésta que sugiere que hay dos partes, que cada una carga con su sufrimiento, que iguala o anula el de la otra y que es eso lo que hace que sea tan difícil formular una solución justa.

¡Cuán profundamente nos tienen adoctrinados!

Si el discurso del Presidente Obama en El Cairo significó algo, fue que en los próximos años no hay prácticamente posibilidad alguna de cambio drástico en la política de EEUU hacia Israel. Se espera que continúe el marco negacionista en el que ambos estados han desplegado sus políticas a lo largo de los últimos treinta y tres años -o desde la Resolución 1976 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que fue la que primero reconoció los derechos nacionales palestinos dentro del contexto de dos estados-. Si Obama ha dejado algo claro en su largo, a menudo condescendiente y con frecuencia obsequioso discurso en Egipto -un país cuyo líder personifica a los regimenes tiránicos y represivos que tan a menudo son los receptores fundamentales de la masiva ayuda exterior estadounidense por hacer lo que se les dice que tienen que hacer-, ha sido que no hay ningún elemento esperando al acecho que vaya a representar una amenaza para el statu quo de las décadas Bush-Clinton-Bush.

Una nunca podría tener esas perspectivas muy claras si considerara tan sólo las reacciones de los agudos observadores de los asuntos globales y regionales de Oriente Medio. Sus reacciones de alabanza y excitación acerca del audaz nuevo Presidente, y de su disposición a desafiar el campo pro-Israel en EEUU, se deben en gran medida al éxito del marketing masivo y de la creación de imágenes públicas utilizadas en la brillante campaña de Obama; una que nos ha llegado bona-fide, que había sido puesta en circulación con anterioridad por el Nuevo Siglo Americano y que, sin embargo, desconocíamos hasta ahora, postulaba que por fin tenemos a alguien que nos va a liberar del azote de las indeseables guerras y conflictos; alguien que restaurará las glorias perdidas de la «Ciudad en lo Alto de la Colina» [**], ese faro de nobleza y gracia humanitaria conocido con el nombre de Estados Unidos de América, cuya excepcional historia nos aparta de la barbarie y depravación de otras civilizaciones.

Al abordar la cuestión de Palestina, Obama nos recuerda en primer lugar los «inquebrantables» lazos de amistad y los intereses que vinculan a Israel y a Estados Unidos, así como la importancia de recordar la pasada historia de sufrimiento y persecución de los judíos como justificación esencial para el establecimiento de una «patria» judía. Por supuesto, no debemos olvidar tampoco que también anhelan una patria los cristianos y musulmanes palestinos que durante sesenta años, o desde el establecimiento de ese Estado judío, han venido sufriendo una «dislocación» total. Su sufrimiento, describe Obama correctamente, es «intolerable». Sin embargo, afirma esto al subrayar la necesidad política de la visión de dos estados que intenta poner en marcha, una visión que difiere en muy poco de la postura de «ningún estado palestino» de su homólogo israelí Benjamín Netanyahu. En un contexto histórico reduccionista, Obama nos informa que Israel ha sufrido «hostilidad y ataques» desde «dentro de sus fronteras y más allá» (¿Dónde quedaba Palestina en toda esa zona?) y que la única solución posible es la que EEUU e Israel han estado rechazando durante los últimos sesenta y un años, es decir, dos estados para dos pueblos. Lo que resulta nuevo e innovador en la visión de Obama es que la «solución de dos estados» que persigue se ajusta ahora a la exigencia de «ningún estado palestino» del estado judío revisionista desde la época de Jabotinsky; una solución que Netanyahu y sus predecesores (en Israel y en EEUU) han promovido durante mucho tiempo y con sumo cuidado.

La brillantez de Obama al abrazar la mismísima posición negacionista de sus predecesores cuando utiliza el lenguaje de la solución de dos estados, se ve sólo igualada por la honestidad de Netanyahu al rechazar tal posibilidad. Para Obama, el estado palestino que intenta crear podría tener sentido si Israel dejara de construir más asentamientos. Obama deja claro que: «Los Estados Unidos no aceptan la legitimidad de los continuos asentamientos israelíes. Esta construcción viola acuerdos anteriores y socava los esfuerzos para conseguir la paz. Es el momento de detener ya esos asentamientos». ¿Esos asentamientos? ¿Y qué hay de los que ya existen? ¿Esos que han destruido totalmente la integridad territorial de Cisjordania durante las últimas cuatro décadas? ¿Los que aglutinan a medio millón de ilegales colonos judíos -y que no paran de crecer- que están consumando la anexión de Jerusalén Este mientras escribo; los que están sirviendo para justificar demoliciones continuas de casas cada día; los que han desplazado sistemática y metódicamente a las personas que han vivido en esta tierra durante milenios? ¿Dónde está el plan de Obama para devolverle a ese pueblo su tierra?

Obama sigue insistiendo en volver a la Hoja de Ruta, el mismo documento que el gobierno de Ariel Sharon vació de contenido casi inmediatamente al añadirle catorce «reservas», que son las condiciones que mantienen el statu quo: la cantonización de Cisjordania en una serie de pueblos y ciudades-«isla» desconectados; la anexión y militarización, de facto, del Valle del Jordán; el cerco de los enclaves palestinos con una economía saqueada por el muro de anexión, cuyo trazado acarrea el robo de la mejor tierra y recursos agrícolas de Palestina sólo para uso israelí. El statu quo de la cuadrícula de redes de carreteras interestatales «sólo para judíos», que conectan los bloques de asentamientos con Israel para así hacerlos inseparables e indistinguibles del mismo estado judío. El mantenimiento y legitimación de los mayores bloques de asentamientos en la Palestina histórica, asegurando así su debilidad y fragmentación, garantiza su incuestionable continuación, a menos que una resistencia regional o nacional unificada, con el apoyo crítico del pueblo estadounidense, puedan obligar a que cambien los hechos sobre el terreno.

Las «islas» palestinas proseguirán desmilitarizadas y rodeadas de controles, torres de vigilancia y bloqueos de carretera por parte del ejército israelí. La Franja de Gaza continuará bajo asedio, permanentemente desconectada de «Cisjordania» hasta que los dirigentes democráticamente elegidos de Hamas sean exterminados, asesinados hasta el punto de que ya no puedan ser eficaces, o dimitan voluntariamente para dejar paso a la Autoridad Palestina bajo mando israelí. ¿Dónde están las demandas de Obama para que se desmantele la infraestructura estatal colonial y pueda así salir adelante un estado palestino soberano, viable, con continuidad territorial, unidad nacional y viabilidad económica?

Al leer el discurso de Obama encontramos que condena (de forma pertinente) el recurso a la violencia de Hamas, el partido que gobierna en Gaza querámoslo o no. Con un lenguaje especialmente duro condena a quienes «…Disparan cohetes contra niños que duermen o… hacen que estalle una anciana en un autobús. Así no se puede reivindicar autoridad moral alguna; así es cómo se renuncia a la misma. Ha llegado el momento de que los palestinos se centren en lo que pueden construir».

¿Qué hay acerca de lo que Israel puede construir -mucho más de lo que puede arrasar sin oposición alguna-? ¿Qué pasa con las tres cuartas partes del millón de niños de Gaza que no pudieron dormir durante los interminables bombardeos aéreos nocturnos contra Gaza a lo largo de tres semanas; cuyos temblorosos cuerpos eran inmunes a los abrazos y desesperados intentos de consuelo de sus padres, también ellos mismos aterrados mientras sus niños les preguntaban: «¿Es que van a matarnos a todos?». ¿Qué hay del ilegal uso de fósforo blanco sobre las densamente pobladas barriadas de la Ciudad de Gaza y más lugares? ¿De las bombas-racimo y de las flechettes? ¿Qué hay de los proyectiles, del lanzamiento de bombas y de arrasar barriadas enteras? ¿Por qué Obama no condenó a los israelíes por la indecible destrucción y sufrimiento que causó durante tres semanas a la encarcelada población de la Franja de Gaza precisamente en invierno, en el momento en que eran más graves la escasez de agua, calefacción y electricidad? ¿Por qué no se dirigió contra el ejército israelí por sus ataques contra hospitales, escuelas, ambulancias, edificios y refugios de Naciones Unidas, almacenes de alimentos, comercios, industrias y hogares? ¿Por qué no le pide a Israel que pague para reconstruir Gaza en lugar de hacerlo la comunidad internacional de donantes, que es quien sufraga una y otra vez las sucesivas devastaciones de Israel? ¿Dónde está la insistencia de Obama para que Israel permita que entre la misión de Naciones Unidas que quiere investigar los crímenes de guerra cometidos durante su inmisericorde ataque? ¿Por qué Obama no sugiere que Israel resuelva con medios pacíficos, en vez de por medios violentos, sus disputas? ¿Por qué no menciona que aunque puede comprenderse la «autodefensa» contra el lanzamiento de cohetes, el uso de la fuerza es ilegal y era completamente innecesario? ¿Por qué no condena a Israel por romper el alto el fuego y por planificar -ahora lo sabemos- la operación «Plomo Fundido» seis meses antes de perpetrarla, o cuando el alto el fuego todavía estaba activo? ¿Qué otro país puede desencadenar el poderío militar de una superpotencia contra una sociedad indefensa, asesinando a 1.400 personas, el 85% de las cuales eran civiles, con alrededor de 400 niños entre ellas?

Pero hay otro país cuyas acciones superan las de su aliado: Estados Unidos, lo que explicaría por qué se le permite a Israel seguir con la misma pauta de destrucción y asesinato con tanta impunidad y sí, efectivamente, con el aplauso del Congreso de EEUU, del lobby pro-Israel y de sus muchos amigos en los medios, en el sector académico y por todas partes a lo largo y ancho de todo el país.

Antes de trasladarnos a discutir otro tópico importante, como es el de Irán, que tiene derecho legal, bajo el Tratado de No Proliferación Nuclear, a completar el ciclo de enriquecimiento de uranio que podría incluir la capacidad para producir armas nucleares (pero que no necesariamente tiene que ser así) y discutir la importancia de la democracia en Oriente Medio (desde El Cairo, no lo olviden), Obama insta a los palestinos «a elegir un enfoque de progreso antes que el autodestructivo del pasado».

Quizá alguien debiera indicarle la ironía de que su siguiente parada tras El Cairo no sea la Ciudad de Gaza ni Beirut, donde podría ayudar a cicatrizar las muy recientes y muy reales heridas de guerra infligidas a esas torturadas sociedades, sino Buchenwald, un campo de la muerte de la era nazi, ubicado en la ahora ex Alemania Oriental. Ciertamente que Obama debería ser el primero en poner en práctica lo que él mismo predica mostrando compasión por las recientes e inocentes víctimas de una premeditada carnicería completamente ilegal, en vez de irse corriendo a hacerse una foto, en una operación de manipulación de los medios, ante uno de los poderosos símbolos de una depravada industria alrededor del Holocausto, cuya bien afinada ideología busca justificación para cada acto de inhumanidad basándose en los lamentos por los hechos inhumanos del pasado?

Barack Obama ha enviado a Benjamín Netanyahu el mensaje que éste más esperaba, lo reconozca o no: continúa con tu proyecto colonialista como has venido haciendo; tan sólo cambia el vocabulario que utilizas para describirlo. Entonces nadie se molestará ni se dará cuenta de que el statu quo persiste. Mientras tanto, Nasrallah y sus seguidores en el Líbano sacudirán incrédulos las cabezas ante el servicio que Obama acaba de realizar en nombre de Hizbollah.

N de la T.:

[*] En el original, aparece la expresión dove-Liberalese, que he traducido como palomas de Washington. El término liberalese se refiere a un complejo lenguaje que se habla en Washington, y que es también el lenguaje preferido en los cócteles por todo el noroeste de EEUU y en California. Lo que se quiere dar a entender con esa especie de lenguaje puede variar dependiendo de la intención auténtica del que habla.

[**] En el original «City on the Hill», frase derivada de la metáfora de la Sal y la Luz del Sermón de la Montaña, contenida en el verso catorce del capítulo quince de Mateo. Esta frase entró en el léxico estadounidense en los primeros estadios de su historia, en el sermón de 1630 de John Winthrop «Un modelo de caridad cristiana».

Jennifer Loewenstein es Directora Asociada del Programa de Estudios sobre Oriente Medio de la Universidad de Wisconsin-Madison; es también periodista independiente, miembro de la junta de ICAHD-USA y fundadora del Proyecto para el Hermanamiento de las ciudades de Rafah y Madison. Ha vivido y trabajado en Jerusalén, la Ciudad de Gaza y Beirut. Puede contactarse con ella en: [email protected]

Enlace con texto original:

http://www.counterpunch.org/loewenstein06052009.html