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¿Qué es ser sujetx de una identidad sexual?

Fuentes: Rebelión

El conflicto de las identidades

Un hecho es algo que puedo captar a través de mis sentidos (cuando lo siento físicamente —sentidos externos— o psíquicamente —sentido interno—). En el primer caso digo que he tenido una sensación (visual, auditiva,etc.). En el segundo que he conocido algo o que he tenido una idea, o que tengo una duda, que tengo una convicción o siento un afecto, por ejemplo un sentimiento. Y eso, ese hecho, puede ser objeto de mi conocimiento, a través de mi cuerpo y/o mi alma, pero no puede serlo de mi decisión como sujeto/a práctico.

Para ver más acerca de la diferencia entre lo físico y lo psíquico haga click aquí (Aviso: este texto es sólo para menores –4º de ESO o 1ºBACH aprox.—).

Personas físicas

Yo sólo puedo conocer a mi primo/a Vicente/a a partir de lo que él/ella es, de lo que es, por ejemplo de hecho. Entonces la/le estaré conociendo como ente en general, como fenómeno (como lo que se me presenta tal y como se me presenta). Y, en este caso, puedo decir que es alto/a, gordo/a/delgado/a, bello/a, etc. cosas todas ellas que no dejan de ser bastante subjetivas

Pero en este caso le/la puedo conocer, también, objetivamente, por ejemplo como objeto físico. Y entonces le/la conozco no sólo como ente en general (tal y como de hecho es según se me presenta, como mero fenómeno), sino que le/la puedo llegar a conocer sabiendo qué es y cómo es él/ella, por sí, de la forma más objetiva posible: contando, midiendo, pesando, etc. ese objeto físico. De este modo yo puedo llegar a saber que es un cuerpo que mide 1,85 m /1,65 m, que pesa 90 Kg/56 Kg, etc. Pero como mi primo/a no es sólo un objeto físico, sino también un ser vivo, un animal, puedo llegar también a saber objetivamente acerca de él/ella, que es un/a homo/a sapiens, que tiene un gen mutado de origen neanderthal, o que tiene pito/menene (aunque ésto último sólo si él/ella me lo/a enseña, por ejemplo si él/ella me enseña su cosita, su “cosita en sí”, como cuando jugamos a los/as médicos/as). Dado que mi primo/a pertenece a una especie zoológica sexuada, y además, con una sexualidad “normalmente” –es decir en el caso estadísticamente más frecuente— bipolar, (ya que los casos de hermafroditismo entre los homo sapiens, que los hay, son muy excepcionales), pues, normalmente, en términos biológicos, pero objetivamente, diré que es “macho” y/o “hembra”, que es como denominamos a los sexos biológicos bipolares.

Lo primero (cosas como su tamaño, peso, etc.) es lo que mi primo/a es y cómo es de hecho en términos físicos objetivos, como objeto físico, en este caso (puesto que yo lo puedo haber contado, medido, pesado, etc.). Lo segundo, cosas como su género biológico, su especie biológica, su sexo biológico, etc. Son también cosas que mi primo es, como objeto biológico, y que yo puedo establecer objetivamente mediante un exámen científico, biológico o médico (no simplemente un juego en este caso). En estos dos casos yo estaría conociendo a mi primo/a vicente/a como ente. Como ente físico en el primer caso (es decir sin sexo). Como ente/a biológico/a y/o como animal en el segundo y, en este caso, por lo menos por lo que respecta a nosotros/as los/as homo sapiens, con pito y/o con menene. En ambos casos lo estaría conociendo no sólo como fenómeno/a, sino como objeto, objetivamente.

No parece que tenga mucho sentido distinguir los entes físicos por sexos (salvo metafóricamente o míticamente, en plan: “spin macho” (que gira a derechas) o “spin hembra” (que seguro que acabaría siendo el que gira a siniestras, como siempre) o diferenciar sexualmente estructuras, sin cuerpo siquiera, como los números, como lo hacían los/as pitagóricos/as, dividiéndolos en femeninos (pares) y masculinos (impares). Incluso en este caso, los/as pitagóricos justificaban esta sexualización diciendo que la resistencia a ser divididos en dos de los impares encarna la fortaleza, en contraste con la vulnerabilidad de los pares que se parten con facilidad, lo que los hace débiles. Y de este modo: «Los impares dominaban a los pares así como el hombre a la mujer, porque si le sumas un número impar a uno par, el resultado será un número impar». ¡Toma ya! Se ve que quien escribió esto no era madre y no se dio cuenta de que sólo las mujeres, como los números pares, tienen esa posibilidad de dividirse en dos, como las células madre, y la fuerza de parir a ese otro ser sin partirse en dos en el intento.

Y, del mismo modo en que no tiene mucho sentido sexuar los objetos de conocimiento (a menos que se trate de animales o plantas sexuados/as), tampoco tendría sentido hablar “del/la sujeto/a” del conocimiento, sino sólo del sujeto del conocimiento en general, sin sexo, dado que, cuando se trata de conocer, o al menos, de conocer objetivamente, ni el sujeto ni el objeto deberían tener sexo, a no ser metafóricamente, míticamente, en plan: “Él, el entendimiento, se siente sin ella, la sensibilidad (porque ya sabemos que a ellas siempre les va a tocar en el mundo mítico simbólico lo de la sensibilidad y la pasividad), vacío. Pero ella, la sensibilidad, siempre estará sin él, su concepto del alma, ciega, y andará sin su guía como una cosa tonta, etc., hasta que se encuentran y se sintetizan a posteriori y tienen esquemitas, etc.”.

Para ver un intento de crítica de esa visión mítica sexualizada del sujeto del conocimiento tal y como es pensado en la modernidad a partir de Kant, hacer click aquí (Aviso: Por su alto contenido sexual es un texto pensado para mayores o, por lo menos, para adultos/as)

En la lengua castellana que es más machista que el inglés o el alemán, por ejemplo –al menos en esto—, suele usarse el término masculino para representar al universal cuando se elimina la polaridad y se desexualiza el término, como tanto le gusta recordar al académico palanca Pérez Revierte, de modo que aquí parece que tendremos que escoger entre hablar todo el rato del “subject of knowledge” o del “Subjektum des Erkenntnis» (que me imagino que se dirá así en alemán o algo parecido), y quedar como unos pigos/as, o bien resignarnos a hablar del “sujeto del conocimiento”, como en la tradición machista. Pues no. Gracias al pensamiento queer ahora sabemos que hay otra posibilidad podríamos hablar del “sujetx del conocimiento”, y así todxs contentxs. Del mismo modo en que al objeto del conocimiento (sobre todo cuando aún no le conocemos) le llamamos “x” (incógnita), pues lo mismo podemos hacer con el sujeto = x. Jodeté Reverde. ¡Déjanos usar la lengua como nos dé la gana, siempre que sea para pensar, y dedícate a limpiar, fijar y darle esplendor a la espada esa de un húsar que tienes, o a dárselo a tu pito, pero en tu casa! ¡Machirulos fuera de la Academia! ¡Pongamos un cartel bien grande a la entrada –como en la Academia de Platón— no entre aquí quien no sepa un poquito de teoría queer!

Para ver más acerca de la diferencia entre sujeto y objeto de conocimiento y sobre “el lenguaje mítico de las facultades” haz click aquí.

Pero volviendo al tema, que se me va la olla, si bien no parece que tenga mucho sentido sexuar a los objetos (salvo en términos lingüísticos –tampoco nos vamos a poner ahora a decir los martillos y martillas y los penes y las penas–, o bien en términos metafóricos, simbólicos o míticos –que son, a su vez, maneras muy distintas de distinguir y de sexuar las cosas–), no parece tampoco que tenga sentido, sentido biológico, al menos y, no al menos cuando hablamos de animales como nosotros/as –que somos una especie sexuada normalmente bipolar—,” no reconocer una diferencia biológica como lo es la sexual, entre macho y hembra, ya que, además se trata de una diferencia que incumbe, no sólo a las diferencias morfológicas y/o anatómicas (que, actualmente pueden elminarse biotécnicamente con los tratamientos de cambio de sexo), sino también las funcionales. Yo, si soy macho, no puedo embarazarme ni parir. De momento eso es así. Es un hecho, es un fucktum. Puedo ayudar en el parto con eso de las respiraciones, o decir muchas paridas para intentar que mi mujer se ría y así le duela menos. Pero puesto que yo no puedo parir, pues, dicho sea de paso, tampoco decidir. No sólo no puedo decidir si ella pare o no por parto natural en casa o en el hospital, sino tampoco si sigue o no adelante con el embarazo, dado que, actualmente, un embarazo no es una persona (al menos no realmente, no legalmente), y no se es persona hasta que se ha nacido y sobrevivido separado de la madre (como dice el actual código civil) como número impar, como individuo/a y no como mero conjunto de células.

El sexo y las diferencias sexuales son, por tanto, diferencias reales, fácticas, en este caso. Y son diferencias que pueden objetivarse (a través de un examen científico anatómico o genético) Diferencias de hecho, en el sentido no sólo físico, sino biológico y, en algunos casos, se trata de diferencias que aún no podemos resolver biotécnicamente, como lo es la maternidad, y que, por tanto, pueden tener y tienen consecuencias biopolíticas. Reconocer esto no es sacralizar nada, como se dice a veces, sino reconocer un hecho. Otra cosa será la importancia que les demos a todos esos hechos para definir otros aspectos de lo que somos, por ejemplo, de lo que somos como personas.

Personas humanas

En efecto, en todos los casos anteriores yo estoy conociendo a mi primo/a sólo como objeto, como objeto de mi conocimiento (físico y/o biológico). Pero dado que, en este caso, mi primo/a no es simplemente un objeto, no es sólo un cuerpo, ni es sólo un animal, puedo conocerle/a también como sujeto/a, saber qué es y cómo es como persona, por ejemplo, y decir entonces que es una persona física (porque tiene un cuerpo que es un objeto físico que mide 1,85 m /1,65 m, que pesa 90 Kg/56 Kg, etc,), pero que es, además, una persona humana, un ser humano, majo/a –según su personalidad—, primo/a mío/a –según sus relaciones sociales de parentesco conmigo o con otros/as humanos/as—, que es rico/a o pobre –según su estatus social–, o que es antidisturbios o modelo de pasarela –según sus relaciones laborales–, etc. También ahora y aquí puedo decir –al menos si me mantengo dentro de una definición simplificada, bipolar, del género– que es “varón” o “mujer”, que es como más frecuentemente denominamos las diferencias de género en términos biopolíticos. Esta bipolaridad es la que tradicionalmente ha articulado la diferencia de género en términos políticos y ha señalado la línea de la “normalidad”, una línea basada, como en muchos otros casos, en criterios meramente estadísticos de frecuencia. Es esto lo que propone revisar el pensamiento de género en general, y de forma muy especial la teoría queer de autorxs como Judith Butler o, en españxl, Beatriz/Paul Preciado. Estos planteamientos son los que, ahora, están dando el salto a la biopolítica con proyectos, o anteproyectos o, más bien, borradores, como el de la llamada “Ley trans”.

Ahora bien, cosas tales como el hecho de ser una persona física, el hecho de ser un animal de un determinado género, especie y sexo biológicos, etc. Son cosas que se son o no, y que todo lo más se pueden conocer o no, o conocer más o menos objetivamente. Como objeto físico o como cuerpo biológico, yo soy lo que soy, con o sin mi consentimiento, al menos en lo que respecta a todo lo que objetivamente y/o de hecho se pueda conocer acerca de mí. Todo lo más podré cambiarme, física o biológicamente, todo lo que la tecnología me lo permita (pensemos en el manifiesto cyborg de Donna Haraway). Pero, al menos en cada momento de ese proceso de cambio (incluso aunque mi identidad de género sea procesual), yo tendré que ser, en cada momento, lo que soy. No puedo serlo todo, en términos de género, al mismo tiempo o, al menos, no en el mismo sentido. Y lo mismo te pasa a tí.

Tú como objeto de mi conocimiento eres lo que eres, o mejor dicho, lo que me pareces, porque tú y mi primo/a Vicente/a sois, como objetos de mi conocimiento algo que se me presenta de hecho, en mi experiencia, y a eso le llamamos un “fenómenx”. Tú como objeto de mi conocimiento tendrás para mí como sujeto de ese conocimiento, sólo aquellas características con las cuales te me presentes explícitamente. Tenlo en cuenta. Yo lo que voy a ver así, objetivamente, es, por ejemplo, lo que mides, lo que pesas y de qué género biológico, especie biológica, sexo biológico eres (esto último, eso sí, sólo si tú consientes en que yo te lo/a vea). Es decir, lo único que yo voy a ver de esta forma objetiva (al menos en estos términos de objetividad físico-matemática y/o biológica), son tus características físicas y/o biológicas, lo que tú eres como cosa física y como bicho o bicha.

Lo otro, lo que tú eres como sujeto/a/x, normalmente es algo que capto subjetivamente y que sólo puedo intentar objetivar a través de un proceso de objetivación diferente del de las ciencias naturales, el propio de otro tipo de ciencias fácticas que llamamos las ciencias sociales o humanas y de la objetividad que les es propia.

Para ver más acerca de las diferentes ciencias y sus diferentes metodologías y formas de objetividad haga click aquí (Aviso: este texto es sólo para menores –1ºBACH aprox.—).

Personas legales

En efecto, mi primo/a Vicente/a, como sujeto/a –volviendo para simplificar a los términos bipolares—, al menos por lo que yo le/la conozco (y por lo poco o mucho que yo sé acerca del tipo de objeto y de sujeto/a que es, que tampoco es que seamos íntimos/as), no es un objeto de conocimiento de las ciencias naturales, sino de las sociales. Aunque para mí es también algo más, alguien con quien interactúo socialmente, y con quien tengo una relación social (es mi primo/a), y/o política (es español/a), y/o laboral (es mi jefe/a), etc.

En este sentido, pues, en aquel en el cual yo no le estoy estudiando como objeto de un saber, sino interactuando con él/ella puedo decir cosas como que él/ella es una persona humana muy maja/o, varón/mujer, rico/a/pobre/a poli/modelo, etc.

Todo esto lo es como sujeto/a no como objeto (ni como objeto físico-biológico, ni como objeto social), y todo esto, al menos dentro del esquema simplificado bipolar tradicional o “normal”, lo puede ser como sujeto o bien como sujeta, porque aquí no se trata del sujetx del conocimiento (que no tiene sexo salvo míticamente), sino del/a sujeto/a de la acción. Aquí la diferencia de género sí importa, porque yo, normalmente, tendré que referirme a él o a ella de una manera o de otra: Sea como “mi primo” o sea como “mi prima” o, incluso, en caso de que sea queer, puede que con otras fórmulas no binarias más o menos complejas. Importa por esto pero, además, también, por muchas otras cosas más, entre ellas por ciertas posibilidades físicas y/o biológicas como la potencia física, la maternidad y/o paternidad, o por hechos cuyas consecuencias todavía sufren de manera diferenciada varones y mujeres y personas trans o queer, o por cuestiones biopolíticas como los derechos aún diferenciados o no identificados que hay en nuestra sociedad y acerca de los cuales se debate con objeto de leyes como la llamada “Ley trans”, etc.

Esto de su género, no biológico (ya que en ese sentido él/ella es tan homo, como yo –puesto que, en el caso de mi primo/a ya he establecido objetivamente con ayuda de la biología que sé que es un homo sapiens–), sino biopolítico (que no sé si es varón/mujer u otras posibilidades, y tampoco –si es homo o hetero u otras posibilidades en términos afectivo-sexuales, que sería otra variable a tener en cuenta–), eso, por lo tanto, como decíamos, de su/s género/s social/es y/o biopolíticos, y/o de su polaridad o polaridades afectivo-sexuales, lo puedo yo saber, no obstante, según le veo venir, según cómo se presente como fenómeno: vestido/a con un traje de lunares rosas, una melena y unos tacones, y venga de marcar curvas y contoneos y de entrarle a todos los tíos, o con un traje de chaqueta azul oscuro (casi negro) de varón, más tieso que un palo y marcando abdominales y/o paquete y mirándoles el culo a todas las tías. En el primer caso “normalmente” diré que es “una mujer”, en el segundo, diré “normalmente” que es “un varón” –o “un hombre”, pero esto último puede ser más problemático porque fricciona con el uso de esa expresión en términos universales asexuados que se hace en muchos textos antigüos y hasta modernos—.

En caso de que yo haga eso, le estaré adscribiendo una identidad de género, pero se la estaré adscribiendo yo subjetivamente, según a mí me lo parece, o bien, objetivamente y a partir de los saberes sociales que yo poseo que me permiten saber que cuando alguien se viste, anda, se comporta así “suele” –en el caso estadísticamente más frecuente y que por ello tradicionalmente se ha llamado “normal”– identificarse como “chica” o, en el otro caso, como “chico”.

En estos casos, le veo como objeto de mi conocimiento, tal y como se me presenta, como fenómeno o como fenómena. Sin embargo, en este caso no siempre le veo desde una objetividad estrictamente científica, o no, al menos, desde el punto de vista de las ciencias sociales o, frecuentemente, no desde la perspectiva de las mejores ciencias sociales disponibles (que, en este caso, deberían incluir tanto la teoría feminista como la teoría queer), sino sólo desde el punto de vista de mis costumbres, o de las costumbres de mi sociedad y desde lo que mi sociedad llama “la normalidad” que es algo que con frecuencia nunca he criticado demasiado, es decir, es algo cuyos fundamentos, a menudo, no me he parado a investigar lo suficiente, ni tampoco he atendido mucho cuando me lo han explicado en clase de Valores Éticos, o de Filosofía (si es que me lo han explicado) o en esos actos extraescolares en los que se explica eso de la, así llamada, “ideología de género” a los que, a lo mejor, ni he podido ir porque un/a consejero/a/x de Vox y mis/as padres/madres me han dejado fuera con el jodido “pin parental”.

En este caso, en caso de que yo no sea un/a especialista en temas de género, o de que sea un/a ignorante total, tendré que tener cuidado, porque lo más probable es que lo esté juzgando a partir de una supuesta objetividad que, en realidad, es más subjetiva de lo que yo creo, porque está ya marcada por los prejuicios de mi sociedad, prejuicios acerca de, por ejemplo, los roles de género, que todos/as sabemos que son estructuras simbólicas superfuertes. Estructuras muy abstractas, en el sentido de que todos/as sabemos (aunque no lo recordemos) que comienzan a fraguarse desde las diferencias entre lo recto y lo curvo, lo húmedo y lo seco, lo cóncavo y lo convexo, lo azul y lo rosa, etc. Pero que al final acaban teniendo efectos muy concretos en tu cuerpo, al que van permitiendo y premiando o reprimiendo y castigando una forma u otra, y están ahí vigilándote todo el rato y, en cuanto te descuidas te acaban metiendo en unos líos o en otros.

Personax sin máx

Pero para conocer a mi primo/a Vicente/a, no sólo como ente, sino propiamente como sujeto/a, en relación con lo que él/ella es para sí mismo/a, no para mí y, en este caso, y hasta para saber lo que es para mí, si es mi primo o mi prima, es decir, si es un sujeto práctico y/o una sujeta practica (o hasta ninguna de esas cosas o algo distinto de ellas) le tendré que preguntar a él/ella/ello/ellas/ellos/etc. ¿No?¿Él/ella/ello/etc. sabrá lo que es como sujeto/a/e/etc. para él/ella/ello/ellas/ellos/etc. mismo?¿No?¿No lo voy a saber yo? Y, desde luego, eso es algo respecto de lo cual tampoco yo le voy a decir lo que tiene que ser, porque eso es algo práctico, que se elige, y que se puede elegir seas lo que seas como objeto físico o biológico e incluso, como objeto social.

De modo que eso otro, el género biopolítico, por ejemplo, o la identidad sexual o la personalidad, o el carácter (mis hábitos, virtudes o vicios), etc. No son cosas que formen parte de mi naturaleza (ni física, ni biológica, ni social –si la hubiera, una naturaleza social, que yo creo que no–). Forman parte, en todo caso, de una “segunda naturaleza” a la que Aristóteles y los/as griegos/as llamaban “ethos”; y eso es algo que se elige, algo práctico y que tiene que ver con la condición de sujetxs prácticos de aquellxs seres que pueden elegir lo que son.

Aspectos de lo que yo soy, de lo que yo realmente soy, como mi personalidad como mi identidad de sexual o mi género biopolítico, no son cosas que las pueda establecer un médico/a o un científico/a objetivamente (y desde luego no viéndome la cosita en sí), porque no tienen que ver con objetos/as (ni siquiera con objetos u órganos simbólicamente tan cargados como los falos y/o las vaginas) sino con sujetos/as/es/etc. Con cosas que no son fenómenos (cosas que se me presentan de hecho) sino con cosas que sólo se me presentan de derecho, a través de una ley y los derechos que me otorga y deberes que me exige (eso es, por cierto, lo que el filósofo Immanuel Kahnt llamaba noúmenos/as).

Así, en la medida, al menos, en que mi primo/a/e/etc., tenga derecho a ser lo que quiera él/ella/ello/etc. mismo/a/e/etc. por sí mismo/a/e/etc., entonces, y sólo entonces, se me podrá presentar como primo o como prima o como prime, etc. Pero en todos esos casos lo estará haciendo ya como sujet/a/e/etc. práctico, interactuando conmigo, si bien lo hará, en cada caso, con la fórmula: “Hola, soy tu primo Vicente”, o bien con la fórmula: “Hola, soy tu prima Vicenta”, o bien “soy tu prime Vicent”. A través de esa interacción social comunicativa se me estará presentando como sujeto/a/e/etc. y no como objeto. De modo que, mientras aún no se me haya presentado explícitamente, como una cosa o como la otra o como la otra etc. lo más prudente será referirme a él/ella/ello… por medio de un símbolo que represente esa incógnita, por ejemplo el símbolo que eligió el/la filósofo/a Renato/a Descartes para nombrar la primera incógnita de cualquier problema: “x”, y tendré que hablar de mi primx Vicentx o, en caso de que me esté moviendo en un contexto más simple, binario, porque no quiero introducir aún esa complejidad subjetiva de las otras identidades de género, pues también podré decir: “mi primo/a Vicente/a” e, incluso, si mi primo Vicente, él mismo, me ha dicho explícitamente que es un tío (o un primo, en este caso), o consiente tácitamente que yo hable de él en masculino y le llame “primo”, pues podré referirme a él como “mi primo Vicente”. O bien, si mi primo Vicente me ha dicho que es una tía, o una prima (y en este caso, a lo mejor me lo tendrá que decir ella explícitamente, porque si no, a lo mejor yo no lo voy a notar –porque soy muy pavo/a para eso—- y menos aún si, pongamos por caso, mide 1,85 m, pesa 90 Kg/56 Kg, es un homo sapiens de lxs que tienen pito –o por lo menos marca paquete–, y ha venido a la boda de nuestra prima Loli, con un traje de tío de chaqueta azul oscuro casi negro), pues me referiré a ella como mi prima Vicenta la que es antidisturbios en el barrio de Vallecas, pero que es muy maja y es un amor de niña, aunque así, como fenómena, de hasta un poco de miedito, si no la conoces. Si no la conoces como sujeta, es decir, si la pretendes conocer sólo como objeto de tu conocimiento.

Resolver esa incógnita no es algo que se pueda llevar a cabo científico-biológicamente (contando el número de moléculas de testosterona por ml cúbico de sangre, o midiendo los grados de curvatura o rectitud o de concavidad/convexidad), sino sólo biopolíticamente, por ejemplo, dando a mi primx Vicentx la oportunidad de resolver eso como sujetx político, marcando la casilla que corresponda. Ciertamente si el formulario es muy viejuno (de antes de los 80) puede que no ponga explícitamente ni siquiera “el/a firmante”. Si es de los 90 a los 2000, como mucho tendrá una opción binaria. En 2025 puede que tenga que pasarse un buen rato decidiendo qué casilla tacha (si es que sigue habiendo casillas, porque lo más probable es que ya se haya convertido en un combo desplegable).

¡Funcionarixs del mundo, no seais vagxs! ¡Actualizad vuestros saberes y vuestros formularios para permitir a vuestrxs primxs ser lo que ellxs quieran ser como personxs y como sujetxs pácticxs! ¡Dejadlxs consentir explícitamente su género y no lxs obliguéis a sufrir vuestras estrechas denominaciones de género (sean monarias o binarias, o ternarias, etc.) sólo porque no sabéis programar bien una hoja excell!

Personos y personas

Pero, a la vez, habría también que exigir a todxs lxs primxs Vicentxs del mundo, que no se tomasen este tema como un juego, como si se tratara de jugar a los médicos y/o médicas, o a los papás y/o las mamás, o a l@s ciudad@nos y/o a lxs cidadanxs. Yo, personalmente, estoy seguro (por mi experiencia, y por todas las personas trans y/o queerque conozco –que no son muchas pero sí serias y divertidas–) de que la inmensa mayoría de las personas trans y/o queer, no sólo consienten libre y responsablemente, sino después de haber sufrido lo indecible, antes de aceptar ellxs mismxs su propia identidad sexual y hasta mostrársela a lxs demxs –jopeta, ¡no se puede acentuar la x!–. ¡ Hay que decírselo a Bill Gates!

La violencia, no sólo social y política, sino física y biológica y psicológica que han sufrido históricamente esxs personxs en sociedades como la nuestra, y siguen sufriendo, bastaría para escribir una nueva edición actualizada de La leyenda dorada (el famoso libro de martirologios cristianos escrito por Santiago de la Vorágine –que no se puede tener más nombre de drag queer--). Una nueva versión que se podría titular La leyenda arcoíris. Jollywood está ya contribuyendo a ello a través de las numerosas películas de este género, de denuncia de las violencias sufridas por estas personxs, y de reivindicación de sus derechos. Eso es algo que, en absoluto pretendería yo jamás frivolizar, pero es que como no lo diga con un poco de coña no me suena serio.

Sin embargo, luego estamos también los/as personos/as las/os feministas/os que consideramos, por ejemplo, que eso –el género— no puede ser sólo el resultado de un consentimiento biopolítico, de la firma de un contrato social firmado como: “Vicentx”, al menos no, mientras el género lleve asociados derechos diferenciables por género y, al menos, respecto de aquellos que creemos que deban diferenciarse por género como los que ayudan a las mujeres maltratadas, o a las mujeres que son madres solteras o a las mujeres en paro, etc., cosas para las cuales todavía consideramos políticamente relevante esa diferencia entre mujeres y hombres que, afortunadamente, no lo es ya en relación a muchos otros derechos (empezando por el derecho a la educación y los intentos de diferenciar la educación por sexos —Ni siquiera por géneros—-).

Esa diferencia la justificamos por el hecho de que la hay aún de hecho en la sociedad, y también de derecho en la ley (aunque la dejaría de haber de derecho si se acabase con las leyes de género tal como están). Hacer desaparecer esa diferencia de la ley no la haría desaparecer de la sociedad.

Por último están esos/as gilipoyas/as que se lo toman como si fuese un juego, y que (por lo menos por mi experiencia) son, precisamente, los/as que menos trans y/o queer son. Tíos/as de esos/as como mi cuñado/a Genaro/a, que dicen aquello de: “Y si yo mañana digo que me llamo Jenaro en lugar de Jenara (o viceversa), y le pego a mi marido/a mujer/a y no me pueden aplicar el agravante de violencia de Genaro –como la llamaban Celia Amorós y/o Amelia Valcárcel— porque les digo que soy un antidisturbios de Vallecas trans”, “Ja, je, ji, jo, ju”.

A estos/as lo que les pasa, simplemente, es que son gilipoyas. Lo cual lo pueden ser de forma autoculpable o no.

Para ver más acerca del concepto de gilipoyas haz click aquí

Pero lo peor es que el/la muy gilipoyas/os de mi cuñado/a Genaro/a tiene razón. Si legalmente, no conseguimos, de alguna forma, o encontrando la fórmula adecuada, acabar con eso que hasta ahora se ha tratado como una enfermedad (mental) –la “disforia de género” según la última edición de DSM— sin hacer sufrir y sin matar xl pacientx, pero sin tener que sacrificar para ello tampoco a ninguna mujer (que ya han tenido ellas lo suyo por su cuenta), pues no se puede negar que eso sería lo mejor y lo más justo. Lo malo es que yo no sé cuál es, porque si no me dedicaría a hacer fórmulas legales y sería juristo/a, o sería político/a y haría fórmulas biopolíticas, o biólogo/a médico/a y haría vacunas contra la desigualdad de género como la de Desastrazéneca –bueno, como esa mejor no, mejor como la de Modelna—. Yo sólo sé hacer o usar o intentar comprender fórmulas filosóficas más o menos raritas (en el sentido de weird, no de queer) del tipo: “sujetx prácticx”, o “persono/a”, etc. Porque yo no puedo evitar ser un/a w.e.i.r.d (al menos en el sentido que le da Joseph Henrich a ese término en su reciente libro The WEIRDest People in the World como alguien perteneciente a esa: “Western, educated, industrialized, rich, and democraticpeople, que vivimos en el primer mundo, e incluso, en mi caso, yo sería un w.e.i.r.d.man, puesto que soy, además, varón, y eso me convierte ya, casi en un superhéroe dentro de este mundo, dándome unos superpoderes y unos superprivilegios que, en mi caso, me han llevado a, como le pasaba a Spiderman en la película, ser también consciente de que: “grandes poderes suponen grandes responsabilidades” (de pensamiento en este caso).

Feministas y feministos

En efecto, yo no soy trans ni queer. Yo soy más antiguo/o en el sentido biopolítico y en el sentido ludopolítico también. Ni siquiera soy mujer, aunque sí soy feminista, bueno, en realidad soy feministo. Soy feministo porque entiendo bien lo que es sufrir en un mundo bipolar, tan polarizado además, por ser lo uno, por ser impar, como soy yo, por ser hombre. Y por eso trato también de entender lo que se sufre por lo otro, por ser mujer. Trato de entenderlo, precisamente, porque eso no lo puedo sentir. Aunque no creo que sea lo mismo entenderlo que sentirlo, que sentirse mujer, y que sufrir como mujer lo que yo sufro como hombre, dado que yo estoy en una posición dominante de esa misma estructura, lo sepa o no, lo entienda o no, lo quiera o no.

A mí, por ejemplo, me puede avergonzar, o repugnar, o indignar, cruzarme por la noche con una manada de tíos borrachos que vienen del fútbol dando voces y diciendo cosas a las chicas, pero normalmente, no me va a aterrorizar, por ejemplo, como me aterrorizaría si yo fuese una víctima siquiera potencial de esa manada, para lo cual bastaría con que fuese mujer, o hasta con que lo pareciera, porque en esas condiciones ni siquiera creo que se vayan a parar a comprobar mi edad, estado civil, nacionalidad, identidad de género, disponibilidad, nivel de riqueza, etc.

Pero, del mismo modo, cuando yo hablo de feminismo, intento no hacerlo sólo como hombre feminista, o como mujer feminista, sino como hombre/mujer feminista, porque lo que trato es de entender cosas que sirvan y ayuden a resolver problemas de género, tanto a los hombres como a las mujeres feministas, e incluso a los/as que no lo sean, o lo sean y no lo sepan (que es lo más frecuente), y creo que no se puede ser feminista o feministo, sino que sólo se puede ser feminista de una manera. Pero cuando se trata de actuar, no de pensar, entonces normalmente dejo que lo que tengan que hacer lo hagan ellas, que son las que sabrán qué es lo que hay que hacer mejor que yo ¿No?. Y no voy ahí a ponerme a la cabeza de la manifestación con el megáfono (y en esto tiene toda la razón mi sobrina Elisa San Miguel, esa mujer feminista, activista, incansable y admirable trabajadora social), o no voy a pasearme yo por delante con el megáfalo, porque yo lo valgo y porque soy igual de mujer que tú (porque soy un hombre muy feministo yo), o porque soy hasta más mujer que tú, porque no soy bipolar sino lo siguiente, y vivo mi sexualidad y mi generalidad, de una manera “más auténtica” como oía yo decir a alguien llamadx “Samantha”, que se autodefinía como queer, ayer 21 de marzo de 2021 en RNE en un programa muy apropiadamente llamado Utopías.

Pero, del mismo modo y por eso mismo, trato también de entender lo que debe ser, no ser ni lo uno ni lo otro, “ni trigo, ni cebada”, como le decían las monjitas a lx filósofx antes conocida como Beatriz Preciado y ahora como Paul Preciado. Aunque todavía estoy en ello y me estoy esforzando. Por más que yo sepa que nunca voy a llegar a entender lo que es sentirse un monstruo como se lx ha hecho sentir a xl, porque eso no es algo que se pueda entender, sino sólo sentir, al menos puedo aproximarme a ello de forma catártica gracias a algunas magníficas películas del género trans-queer sean las de Jollywood o sean obras de arte como Laurence Anyways (Xavier Dolan 2012) que es una peli que te hace reír, llorar, amar, sufrir, como si fueras otrx, al menos durante 168 terribles y maravillosos minutos. Te hace, al menos, sentirlo íntimamente, aunque nunca podrás sentir eso física o biopolíticamente (es decir consentirlo). Pero yo también he entendido y sentido y sufrido otras cosas que son las que os quiero hacer entender y sentir a través de mis textos, o, al menos, de este gipertexto. Yo he tenido que llorar como mujer, por ejemplo, lo que no he sabido defender como hombre, como Boabdil el Chico. Sólo por ser yo también chico, como Boabdil, entiendo que lo sería, si lo decía hasta su madre, se me han exigido y hecho cosas que sólo los que sois tíos como yo (y nunca mi mujer o mi sobrina Elisa) habréis sentido como yo: Ese embrutecimiento alcohólico-futbolero-acosador de una pandilla de adolescentes varones que sale de caza, esas heridas que causa en tu sensibilidad, ya desde tu más tierna infancia, la constante y creciente exposición a todo tipo de imágenes violentas y/o pornográficas en las que se glorifica la dominación en sus formas más extremas y machinazis, ese abismo existencial de quedarse sin beca, sin carrera, sin trabajo, sin futuro. Como decía Roy Batty, el nexus-6 supermachoman de la película Blade Runner (Ridley Scott 1982) mientras acariciaba tiernamente a una paloma bajo la lluvia: “Yo he visto, sentido, sufrido también cosas que no creeríais”. No hace falta ser un monstruo o ser consideradx tal, o para sentirse y/o comportarse como un monstruo y/o convertirse en tal. Basta con ser un replicante, no como Roy, sino como esos otros/as que nunca se han parado ni siquiera a pensar en qué son, todos esos Eichmanes/Eichwomanes y, hasta puede que Eichxs, que van por la vida como mi cuñado/a Genaro/a/x.

Pues, del mismo modo, las mujeres feministas son las que, propiamente, tienen que ayudarnos a entender y sentir lo que es ser mujer, y lxs autorxs como Preciado, no tienen precio a la hora de ayudarnos, por ejemplo a mí y a los que son como yo, a entender como son ellxs, y en esas estamos,así que, de momento, mejor me callo y lo dejo aquí.