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Sobre cómo el olvidado Iraq puede influir en la elección del próximo Presidente

¿Qué guerra ganará las elecciones, la de McCain o la de Obama ?

Fuentes: Tomdispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

En 1932, en medio de un desastroso colapso económico, Franklin D. Roosevelt hizo del «hombre olvidado» el centro de su campaña para las elecciones presidenciales. En un grado mucho mayor de lo que pudiéramos sospechar, las elecciones de este año pueden girar en torno no de un hombre olvidado sino de una guerra olvidada en un país olvidado.

Incluso antes de que el actual colapso financiero impactara de lleno en las noticias, la guerra de Iraq se había escurrido ya de las cabeceras y de la escena política. En estos momentos, cuando las inversiones inmobiliarias se tambalean y los planes de rescate financiero llenan los titulares, será aún más duro que Iraq consiga una mayor atención de los medios. Pero la guerra sigue estando ahí, bajo la superficie de la campaña presidencial, y seguro es que afectará a los resultados de manera que quizá no sea muy fácil de aprehender.

Piensen que en esa guerra hay no una sino dos corrientes afectando a las inminentes elecciones, tanto más poderosamente porque están fuera de la vista, fuera de la mente, y -interactuando de modo impredecible- completamente fuera del control de cualquiera.

La Guerra de Obama: El desastre realista

La primera corriente es la de la percepción realista. Las encuestas continúan mostrando que al menos el 60% de los posibles votantes ve la guerra como lo que es: un error desastroso. El porcentaje es más alto entre los demócratas que entre los republicanos y esto puede conformar la principal razón por la que Barack Obama es ahora el candidato a Presidente de ese Partido.

Como el único candidato importante que en las primarias demócratas se opuso a la guerra desde el principio, su postura resultó decisiva. Hay un factor poderoso que sigue estando a su favor mientras los votantes indecisos preparan sus mentes aunque no se den mucha cuenta de ello. Recuerden, la mayoría de los procesos de toma de decisiones electorales de la gente -como puede ser la guerra en la conciencia estadounidense- no discurren, en gran medida, en niveles superficiales.

Una amplia oposición y sentimiento de infelicidad hacia la guerra (y hacia sus gastos) han alentado la extendida sensación de que EEUU está yendo «por el camino equivocado» y que, en algún sentido, es necesario cambiar. Alrededor del 80% de los votantes expresaron ese sentimiento incluso antes de que estallara el reciente colapso financiero, que en gran parte vino motivado por la frustración ante un importante esfuerzo militar, similar al de Vietnam, que ha ido de nuevo espantosamente mal. Otra vez más nos hemos puesto a salvar una nación y lo único que hemos conseguido es destruirla absolutamente. Otra vez más el tesoro estadounidense se disipó en una aventura exterior desesperada y desafortunada. A partir de ahí, se mantiene un poderoso sentimiento de desilusión y desconfianza en todo el espectro político, en gran parte dirigido contra el partido en el poder.

Hasta hace muy poco, fue la guerra, más que cualquier otra cosa, lo que convirtió a George W. Bush en un albatros agarrado al pescuezo de la campaña de McCain. Fue la guerra (y el continuo apoyo de McCain a la misma) lo que permitió que, en su campaña, Obama se anotara muchos puntos con el sencillo eslogan de: McCain = Tercer mandato de Bush. No hay forma de medir cuántos votos le va a costar a McCain el sentimiento anti-Bush, pero seguramente se va a dejar sentir el día de las elecciones.

De hecho se ha dejado sentir ya en las salas del Congreso con motivo de las interminables las discusiones para inyectar un chute instantáneo de emergencia en el sistema financiero. Si no fuera por la maraña de engaños que la administración ha tejido alrededor de Iraq, la gente habría cedido y habría aceptado el «plan de rescate» propuesto sin más problemas. Pero al haber sido engañados por el ansia de poder -supuestamente, para salvarnos de las armas de destrucción masiva de Saddam-, la gente está enviando con su rechazo un mensaje al presidente, quien cuenta ahora con un índice de aceptación de tan sólo un veintitantos por cien y, en una reciente encuesta de CBS sobre la situación de la economía, el índice de aprobación era del 16% . Todo eso ha ido en ayuda de los demócratas.

«El hombre olvidado», al que ahora se ha unido una igualmente empobrecida «mujer olvidada», ha regresado a la política estadounidense. Aterrados ante un sistema financiero que saben está más allá de cualquier control, están gritando lo suficientemente alto como para que les oigan desde Main Street hasta en Wall Street y en K Street. Los estadounidenses controlan lo suficiente sobre financiación como para entender un hecho sencillo: Cuando estás gastando cada día sumas increíbles de dinero público en una guerra desastrosa, no puedes mostrar arrogancia sobre gastar cientos de miles de millones más en otra autoproclamada emergencia, especialmente cuando no hay razón alguna en el mundo que pueda hacernos creer que esta administración tiene respuesta para algo. Llegado el día de las elecciones, muchos pueden sencillamente decir: «Dejemos que el otro tipo dirija la orquesta durante un tiempo».

El sentimiento de que el otro tipo -Obama- tiene una visión mejor de la guerra viene confirmado por un hecho poderoso que es probable que la mayoría de los estadounidenses no hayan asumido. La posición que el senador ha propugnado siempre es ahora en esencia la posición oficial de la administración Bush : hay que retirar las tropas de combate estadounidenses de Iraq en una fecha determinada. En caso de que alguien en Washington no capte bien la idea, los altos funcionarios del gobierno iraquí parecen ansiosos por recordarles a cada oportunidad que es la posición de Obama la que para ellos tiene sentido.

Aunque hayan desertado hace mucho tiempo de la guerra del Presidente, la mayoría de los votantes no ha oído hablar de la cuestión porque, en uno de sus pocos triunfos del pasado año, la administración se las arregló para orquestar el apisonamiento de la violencia en Iraq sacando fuera de los focos de los medios toda la vorágine actual de la guerra. Por esa razón muy pocos votantes saben que Bush ha abrazado ahora, a su pesar y calladamente, el principio básico del plan de retirada de Obama.

Ni tampoco hay muchos estadounidenses que sean conscientes de lo poco que el «incremento de tropas» tuvo que ver con la disminución de la violencia en Iraq, o cuán inestable es la situación posterior existente en estos momentos . Sobre dicha situación contamos nada menos que con el testimonio principal, el del arquitecto de la estrategia, el General David Petraeus, quien recientemente expresó dudas de que EEUU pudiera proclamar nunca una victoria en Iraq y advirtió que los avances estadounidenses no eran «irreversibles… Hay muchos nubarrones por el horizonte que podrían evolucionar convirtiéndose en problemas reales». Hasta esta advertencia, como la mayoría de las noticias sobre Iraq, ha resbalado calladamente por debajo de la superficie de nuestras aguas políticas.

El eclipse de la guerra -que era supuestamente el quid de la cuestión para la victoria de Obama- es una de las grandes razones por las que hasta hace muy poco ha permanecido atascado, en las encuestas de opinión, en un empate estadístico con McCain.

La guerra de McCain: La victoria simbólica

¿Por qué, en general, la guerra ha ido a parar al cubo de la basura de las noticias y ha sido en tan gran medida olvidada? Aquí va una razón: La percepción realista estadounidense del desastre se ha visto continuamente bloqueada por una poderosa contracorriente que corre profundamente por nuestra cultura política, en función de la cual no se percibe la guerra como un hecho sangriento sino como toda una red de simbolismos y como una prueba de los «valores tradicionales estadounidenses». Esa contracorriente provoca poderosos sentimientos nacionalistas.

En ese estadio, parece que no es necesario preocuparse más por Iraq porque «el incremento de tropas funcionó». Es decir: la guerra terminó… ¡hemos ganado (más o menos)!. Hasta Sarah Palin lo dice .

Desde luego, la administración y los diseñadores del simbolismo de guerra en los medios no están diciendo tal cosa de forma rotunda. Saben que no necesitan hacerlo. La simple desaparición de las escenas de la carnicería iraquí de las primeras páginas y de las pantallas de televisión les resuelve también el problema. La gente, a la que no le llegan noticias y que asume que eso significa buenas noticias, oye sólo lo que quiere oír.

La idea de que estamos en la senda de la «victoria» -o al menos del «éxito»- es precisamente seductora porque parece probar que todavía somos los buenos chicos de blancos sombreros. ¿No es verdad que ellos ganan siempre? Es fácil sumergir la frustración y la desilusión bajo el sentimiento de tranquilidad de que EEUU es aún el resplandeciente faro mundial de la esperanza moral.

Esto resulta algo fundamental para algunos votantes. Otra derrota militar, ya sea en Iraq o en Afganistán, podría provocar preguntas profundamente conflictivas sobre orden moral, no sólo en cuanto a asuntos internacionales sino en cuanto al universo.

Por eso cuando un « héroe » de pelo blanco aparece llorando y proclamando que «ante todo está nuestro país» y que EEUU es la «única nación que yo conozca que realmente está profundamente preocupada por adherirse al principio de que todos nosotros hemos sido creados iguales», quizá algunos le crean y le sigan, sin que les importen sus políticas, especialmente si lo que le convirtió en un héroe de guerra fueron «cinco años de sufrimientos, similares a los de Cristo, a manos de los enemigos de Estados Unidos».

¿Quién mejor para conducir las fuerzas virtuosas en su batalla sin fin contra «la muchedumbre que proclama que ante todo, yo»? ¿Y dónde hacerlo mejor que en un campo de batalla lejano donde parece que el mal lo domina todo y que la «victoria» va a permanecer siempre del lado estadounidense?

Sí, esos simbolismos son las aguas revueltas que corren contra la corriente de la realidad. A menudo tienen una inexpugnable lógica propia que puede resultar muy convincente.

Pero, ¿para cuantos votantes? Nadie puede decirlo, especialmente cuando esas corrientes de realismo y simbolismo colisionan de forma subrepticia en las turbias aguas de la carrera presidencial, como también han estado indicando los resultados de los igualmente turbios sondeos de opinión.

Durante bastantes meses, mayorías claras de votantes han venido apoyando la política que Obama trata de vender como propia: Conseguir que las tropas de combate (o incluso todas las tropas estadounidenses) salgan de Iraq en una fecha determinada. Sin embargo, hay una mayoría, aunque sea una mayoría muy fina, que viene proclamando de forma sistemática que confía más en McCain, que quiere que permanezcamos allí hasta que «ganemos», que en Obama en lo que se refiere a la forma de abordar la guerra (así como en relación con otras cuestiones de seguridad nacional).

De forma típica, en la encuesta más reciente realizada por Los Angeles Times/Bloomberg , McCain superaba a Obama como «el mejor a la hora de conseguir el triunfo en Iraq», por un margen de 50% a 34%. Pero cuando a los mismos votantes se les leyó las posturas de los dos y se les preguntó: «¿Con quién estás más de acuerdo?», el resultado fue un empate virtual. Es decir, el 14% de los que se situaban con la posición de Obama sobre Iraq, no pensaban que era el que mejor manejaba la cuestión.

Esos resultados son sorprendentes para quien piensa que los votantes sencillamente escuchan las posiciones de los candidatos y después eligen al que se acerca más a sus puntos de vista. Si sólo fuera eso… Por ejemplo, en la misma encuesta, alrededor de la cuarta parte de los votantes dijo que tomarían su decisión sobre esas cuestiones cuando llegaran al colegio electoral, y eso es típico de otras encuestas que hacen la misma pregunta. Entre esa cuarta parte, de forma contundente, Obama resultaba favorecido por un margen considerable del 70% frente al 24%. Entre las otras tres cuartas partes, la elección se decantaba decididamente por McCain.

McCain ha seguido mostrándose competitivo, en parte porque un número importante de votantes siguen dispuestos a elegirle no por lo que haga en Iraq, sino por lo que parece simbolizar en el salón de los espejos donde se mueve la política estadounidense. Por otra parte, al menos en una encuesta anterior realizada este año, se averiguó que una tercera parte de los que confiaban más en McCain para el problema de Iraq no estaban dispuestos en absoluto a votarle.

Entre tantas contracorrientes confusas, hay una cosa clara: Ninguna oleada de simbolismo puede detener el flujo de las realidades empíricas en Iraq. No importa quién entre en la Oficina Oval el 20 de enero, todas aquellas atroces realidades y sus consecuencias en todo el mundo le estarán esperando en su escritorio, bien amontonadas y ocupándolo todo. Por desgracia, puede que sigan allí cuando ese presidente termine su primer (o único) mandato en el poder cuatro años después.

Esas consecuencias son mucho más duras y siniestras en las tierras musulmanas al este de Iraq. Confiemos en que el próximo presidente sea lo suficientemente prudente y abierto de mente para escucharnos cuando le señalemos: Una presidencia acabó estrellándose en las selvas de Vietnam, otra en las arenas de Iraq. No permita que una tercera presidencia acabe destruida en las montañas de Afganistán o Pakistán, o en Irán. Tan sólo ese peligro debería ser razón más que suficiente para que mantengamos la Guerra de Iraq en la vanguardia de nuestras mentes cuando decidamos, dejando entrar después, un nuevo presidente.

Ira Chernus es profesora de Estudios Religiosos en la Universidad de Colorado y autora de « Monster to Destroy: The Neoconservative War on Terror and Sin «. Puede contactarse con ella en: chernus@c olorado.edu

Enlace con texto original:

http://www.tomdispatch.com/post/174983/ira_chernus_campaign_riptides_from_the_forgotten_war