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¿Qué hizo peligroso a Malcolm X?

Fuentes: Jacobin América Latina

Malcolm X desafió la violencia del poder estadounidense, tanto en el extranjero como en su propio país. Su internacionalismo radical, que lo llevó a identificarse con los pueblos oprimidos desde el Congo hasta Palestina, hoy es relevante más relevante que nunca.

Este mes de mayo se cumple el centenario del nacimiento de el-Hajj Malik el-Shabazz, conocido en todo el mundo como Malcolm X. Conmemorar su legado exige ir más allá de la caricatura del revolucionario negro enfadado que suele aparecer en los relatos dominantes. El verdadero Malcolm fue un visionario cuya transformación radical conmocionó e inspiró al mundo.

Su trayectoria, desde la Nación del Islam y el separatismo negro hasta convertirse en un revolucionario global comprometido con el antimperialismo y la solidaridad con los pueblos oprimidos de todo el mundo, nos ofrece profundas lecciones para el presente. La evolución de Malcolm no fue solo política, sino también espiritual e intelectual. Inicialmente, se vio influido por el énfasis de la Nación del Islam en la autosuficiencia y la separación racial.

Según las versiones populares, en 1964, tras romper con la Nación, Malcolm experimentó una profunda transformación. Su peregrinación a La Meca, donde rezó con musulmanes de todas las razas, le llevó a adoptar una visión más inclusiva de la solidaridad.

Sin embargo, en realidad, el compromiso de Malcolm X con la solidaridad global comenzó mucho antes de su peregrinación. Criado en un hogar garveyista, absorbió los ideales panafricanistas de sus padres, que eran activos en la Asociación Universal para el Progreso de la Raza Negra. Esos primeros pasos marcaron sus viajes por África y Oriente Medio en 1959, donde profundizó su comprensión de las luchas antiimperialistas. El asesinato de Patrice Lumumba en 1961 agudizó aún más su crítica a la política exterior estadounidense. Ese mismo año, Malcolm fundó Muhammad Speaks, un periódico arraigado en la política internacionalista y la liberación negra, como parte de una lucha global contra el colonialismo y el imperio.

En septiembre de 1964 Malcolm X visitó Gaza, entonces bajo administración egipcia. Durante su visita conoció al poeta palestino Harun Hashim Rashid, quien le contó cómo escapó por poco de la masacre de Khan Yunis de 1956, en la que las fuerzas israelíes mataron a 275 palestinos. El poema de Rashid «We Must Return» (Debemos volver), que Malcolm transcribió en su diario, transmitía con fuerza el espíritu perdurable de la resistencia palestina y la lucha universal contra la opresión colonial.

A lo largo de sus viajes por África y Oriente Medio, Malcolm conoció a revolucionarios que luchaban contra el colonialismo y los gobiernos autoritarios respaldados por Estados Unidos. Estos encuentros confirmaron lo que ya sospechaba: Estados Unidos no era una democracia, era un imperio. «No puede haber capitalismo sin racismo», dijo a la audiencia del Militant Labor Forum en 1964.

Malcolm observó que la explotación de los negros en Estados Unidos no era una excepción, sino parte de un patrón global más amplio, que conectaba Harlem con el Congo, Misisipi con Palestina y los guetos estadounidenses con todas las naciones colonizadas que se resistían al dominio imperial. «La misma rebelión, la misma impaciencia, la misma ira que existe en los corazones de los pueblos negros de África y Asia», dijo, «existe en los corazones y las mentes de 20 millones de negros en este país».

Malcolm calificó la política exterior estadounidense como lo que era: violenta, racista e imperialista. Se opuso al gobierno estadounidense no solo por cómo trataba a los negros estadounidenses, sino por cómo desestabilizaba y dominaba a otras naciones. Denunció la participación de la CIA en asesinatos y golpes de Estado en África y América Latina. Puso al descubierto el apoyo de Estados Unidos al apartheid en Sudáfrica. Y denunció la hipocresía de una nación que afirmaba defender la libertad en el extranjero mientras la negaba en su propio país.

Hoy en día, su crítica sigue siendo devastadoramente acertada.

Las advertencias de Malcolm se hacen eco del continuo apoyo de Estados Unidos a los bombardeos israelíes sobre Gaza, donde familias enteras quedan sepultadas bajo los escombros de las armas estadounidenses. La deshumanización de los palestinos, retratados como terroristas en lugar de como un pueblo sitiado, refleja la misma propaganda que Malcolm denunció cuando los negros estadounidenses eran criminalizados por resistirse a la violencia sistémica. Al igual que Malcolm expuso la doble moral de la política estadounidense —derechos humanos para unos, ocupación para otros—, las atrocidades masivas que se cometen hoy en Gaza ponen de relieve la misma lógica imperial contra la que luchó durante toda su vida.

Lo vemos en la ocupación militar y la desestabilización de Haití, donde los gobiernos respaldados por Estados Unidos han sumido al país en el caos. Y lo vemos en el presupuesto de defensa de casi un billón de dólares que alimenta las guerras con drones, los golpes de Estado y cientos de bases militares en todo el mundo, mientras que las comunidades pobres de Estados Unidos carecen de servicios básicos y una parte importante de los estadounidenses vive con lo justo.

A nivel nacional, el análisis de Malcolm X sobre el racismo sistémico nunca ha sido más relevante. Describió a la policía en las comunidades negras como un ejército de ocupación, un lenguaje que aún hoy repiten los activistas tras los asesinatos policiales desde Ferguson hasta Minneapolis. Malcolm también entendió el encarcelamiento masivo antes de que tuviera nombre, y advirtió que los sistemas de castigo estaban diseñados para controlar y contener a la población negra, no para rehabilitarla o protegerla. «Esto es lo que quieren decir cuando hablan de “ley y orden”», declaró. «Quieren decir que quieren mantenernos a ti y a mí bajo control».

En cuanto Malcolm regresó a Estados Unidos tras completar su peregrinación a La Meca y reunirse con líderes e intelectuales durante su viaje por Oriente Medio y África, celebró una rueda de prensa en el aeropuerto JFK, en Nueva York. Allí habló sobre la transformación de su pensamiento y presentó la idea de abordar la lucha afroamericana como una cuestión de derechos humanos, declarando que trabajaría para presentar cargos contra Estados Unidos por su trato a la población negra. Dos semanas más tarde, el director del FBI, J. Edgar Hoover, envió un telegrama a la oficina del FBI en Nueva York ordenándoles que «hicieran algo con Malcolm X».

El giro de Malcolm hacia la defensa internacional de los derechos humanos y su creciente capacidad para crear coaliciones entre ideologías y razas lo convirtieron en una preocupación única y creciente para el FBI, mientras el programa ilegal de contrainteligencia de la agencia seguía en marcha, apuntando a líderes y grupos negros en todo el país.

El internacionalismo de Malcolm X era peligroso precisamente porque decía la verdad. Revelaba que Estados Unidos no era un ejemplo aislado de democracia fallida, sino el centro de un sistema global de capitalismo racial. En este sentido, sus opiniones eran más radicales —y más acertadas— que las de la mayoría de sus contemporáneos. Pero no estaba solo.

En sus últimos años, el Dr. Martin Luther King Jr. comenzó a parecerse más a Malcolm, condenando la guerra de Vietnam, el complejo militar-industrial y el capitalismo estadounidense. En su discurso «Más allá de Vietnam», pronunciado en 1967, King declaró que Washington era «el mayor proveedor de violencia del mundo actual». El Dr. King, al igual que Malcolm, fue asesinado poco después de expresar esta crítica más profunda al imperio.

Malcolm X fue asesinado en 1965, justo cuando su política se expandía hacia una visión global de solidaridad y lucha revolucionaria. Seis décadas después, su análisis sigue siendo escalofriantemente relevante.

Sus advertencias sobre el poder de Estados Unidos —su fundamento en el capitalismo racial, su dependencia de la violencia y su alcance global— se confirman en cada ataque con drones, en cada asesinato policial, en cada acuerdo armamentístico multimillonario y en cada barrio abandonado del país. También lo es su llamamiento a la solidaridad global: no se trata de reformar la maquinaria de opresión, sino de desmantelarla por completo. «No hay revolución en la que se le suplique al sistema de explotación que te integre», declaró en 1964. «Las revoluciones derrocan los sistemas».

Malcolm se negó a guardar silencio cuando la verdad era incómoda. Se puso del lado de los oprimidos, desde Harlem hasta el Congo, desde Mississippi hasta Palestina, no por los aplausos, sino porque la justicia lo exigía. «Estoy a favor de la verdad, sin importar quién la diga. Estoy a favor de la justicia, sin importar a quién beneficie o perjudique», declaró. «Soy un ser humano, ante todo, y como tal estoy a favor de quienquiera y de lo que sea que beneficie a la humanidad en su conjunto».

Su legado no solo vive en discursos y fotos, sino en movimientos: en la indignación mundial por el ataque de Israel a Gaza, en el rechazo a la intervención de Estados Unidos en Haití y en la lucha continua por la abolición y la dignidad, desde Rikers hasta Rafah. Honrar a Malcolm ignorando estas luchas es traicionar la política misma que lo hizo peligroso para la estructura de poder occidental. Él nos enseñó que la solidaridad debe extenderse más allá de las fronteras, más allá de la comodidad, más allá de la propaganda; que ponerse del lado de los oprimidos no es opcional, sino esencial.

TRADUCCIÓN: FLORENCIA OROZ

Fuente: https://jacobinlat.com/2025/08/que-hizo-peligroso-a-malcolm-x/