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¿Qué pasa cuando no pasa nada?

Fuentes: Perfil.com

El 2 de agosto de 2009, tras acordonar parte del barrio árabe de Sheikh Jarrah en Jerusalén oriental, la policía israelí desalojó a dos familias palestinas (más de cincuenta personas) de sus hogares y permitió que colonos judíos se mudaran inmediatamente a las casas vacías. Aunque la policía israelí esgrimió un fallo de la Corte […]

El 2 de agosto de 2009, tras acordonar parte del barrio árabe de Sheikh Jarrah en Jerusalén oriental, la policía israelí desalojó a dos familias palestinas (más de cincuenta personas) de sus hogares y permitió que colonos judíos se mudaran inmediatamente a las casas vacías. Aunque la policía israelí esgrimió un fallo de la Corte Suprema de su país, las familias árabes desalojadas habían estado viviendo allí durante más de cincuenta años. El evento que, de modo excepcional atrajo la atención de los medios del mundo, es parte de un proceso en curso mucho mayor y generalmente ignorado.

Cinco meses antes, el 1º de marzo 2009, se informó que el gobierno israelí estaría elaborando planes para construir más de 70 mil nuevas viviendas en los asentamientos judíos en la Cisjordania ocupada. Si tales planes se aplicaran, el número de colonos en los territorios palestinos podría aumentar en unos 300 mil; una maniobra que no sólo comprometería gravemente la viabilidad de un Estado palestino, sino también obstaculizaría la vida cotidiana de los habitantes de la zona. Un portavoz del gobierno desestimó dichos informes, argumentando que los planes fueron de escasa importancia: la construcción de nuevas viviendas en los asentamientos requiere la aprobación del ministro de Defensa y del primer ministro. Sin embargo, un plan de 15 mil viviendas ya ha sido aprobado; además, casi 20 mil de esas unidades se ubican en los asentamientos que están lejos de la «línea verde» que separa Israel de Cisjordania. Israel sabe de sobra que ésas son áreas que no tienen ninguna posibilidad de obtener en algún futuro acuerdo de paz con los palestinos. La conclusión es obvia: si bien de la boca para afuera avalan la solución de los dos Estados, Israel está ocupándose de generar tal situación en el terreno que finalmente hará de facto imposible la solución de los dos Estados.

El sueño que sustenta esta política está mejor representado por el muro que, construido sobre una colina en algún lugar de Cisjordania, separa colonos y palestinos. La parte israelí del muro está pintada con una imagen del campo que no incluye la ciudad de Palestina, sino sólo naturaleza, pasto, árboles… ¿no es esto depuración étnica en estado puro, imaginar el otro lado del muro como debería ser: vacío, virginal, a la espera de ser colonizado?

¿Qué significa todo esto? Para llegar a la verdadera dimensión de las noticias, a veces es suficiente leer dos de ellas, totalmente dispares, como un conjunto; entonces, al vincularlas, el sentido surge como la chispa de una explosión causada por un cortocircuito eléctrico. El mismo día (2 de marzo) en que los informes sobre el plan del gobierno para construir 70 mil nuevas viviendas llegó a los medios de comunicación, Hillary Clinton criticaba el fuego de cohetes desde Gaza denominándolo «cínico», al decir: «No hay duda de que cualquier nación, incluido el Estado de Israel, no puede permanecer impasible mientras su territorio y su población son sometidos a ataques con cohetes».

¿Pero los palestinos deben permanecer impasibles mientras su tierra les es arrebatada día tras día? Cuando los israelíes liberales amantes de la paz presentan su conflicto con los palestinos lo hacen en términos neutros y «simétricos», admitiendo que hay extremistas de ambas partes que rechazan la paz, etc. Entonces, debería plantearse una pregunta sencilla: ¿qué pasa en el Oriente Medio cuando allí no ocurre nada en el nivel político-militar (es decir, cuando no hay tensiones, ataques, negociaciones)? Lo que pasa es la incesante y lenta labor de sacarles su tierra a los palestinos de la ribera occidental. El ahogamiento gradual de la economía palestina, el parcelamiento de sus tierras, la construcción de nuevos asentamientos, la presión sobre los agricultores palestinos para hacerlos abandonar sus tierras (desde incendiarles la cosecha y realizar profanaciones religiosas hasta los asesinatos individuales), todo esto respaldado por un entramado kafkiano de regulaciones legales.

Saree Makdisi, en Palestina por dentro: la ocupación cotidiana, describe cómo, aunque la ocupación israelí de Cisjordania es en última instancia aplicada por las fuerzas armadas, es en realidad una «ocupación por la burocracia»: cuya forma básica son los formularios de solicitud, títulos de propiedad, certificados de residencia y toda otra clase de permisos. Es ésta microgestión de la vida cotidiana la que hace el trabajo de asegurar lenta pero firmemente la expansión israelí. La gente tiene que pedir un permiso para salir con su propia familia, para cultivar su propia tierra, para cavar un pozo de donde extraer agua, para ir a trabajar, a la escuela, a un hospital… Uno por uno, los palestinos nacidos en Jerusalén son, por esa misma condición, despojados de su derecho a vivir allí, se les impide ganarse la vida, se les niega el permiso para la vivienda, etc. Los palestinos suelen utilizar el problemático cliché de la Franja de Gaza como «el mayor campo de concentración en el mundo». Sin embargo, en el último año, esta designación llega peligrosamente cerca de la verdad. Esta es la realidad fundamental que hace que todas esas abstractas «oraciones por la paz» se vuelvan obscenas e hipócritas.

El Estado de Israel está claramente avocado en un proceso lento, invisible e ignorado por los medios de comunicación. Una especie de imperceptible excavación subterránea, por la cual un día el mundo se despertará y se dará cuenta de que no hay más Cisjordania palestina, que esa tierra es ya libre de palestinos, y entonces sólo podremos aceptar el hecho. El mapa de la Cisjordania palestina actualmente se parece ya a un archipiélago fragmentado.

En los últimos meses de 2008, cuando cotidianamente crecían los ataques de colonos ilegales a agricultores palestinos en Cisjordania, el Estado de Israel trató de contener esos excesos con medidas que para muchos observadores internacionales no podían sino parecer poco entusiastas (por ejemplo, el Tribunal Supremo ordenó la evacuación de algunos asentamientos, etc). No resultaban un modo eficaz de contrarrestar una política que, a un nivel más profundo, es la política del Estado de Israel a largo plazo, que viola masivamente los tratados internacionales que ha firmado. La respuesta de los colonos ilegales a las autoridades israelíes es básicamente ésta: estamos haciendo lo mismo que ustedes, sólo que simplemente lo hacemos de un modo más abierto, ¿qué derecho tienen entonces a condenarnos? Y la respuesta del Estado es: sean pacientes, no se apuren demasiado, hacemos lo que podemos, sólo de modo moderado y aceptable…

La misma historia desde 1949: mientras que Israel acepta las condiciones de paz propuestas por la comunidad internacional, considera que el plan de paz no funcionará. Los salvajes colonos a veces se parecen a Brunilda en el último acto de Las Walkirias de Wagner, reprochándole a Wotan que, al contrarrestar su orden explícita de proteger a Siegmund, ella sólo ha realizado su verdadero deseo, ése al que él mismo tuviera que renunciar obligado y presionado por fuerzas externas. Así, del mismo modo, los colonos ilegales sólo realizan el verdadero deseo que el Estado se vio obligado a deponer por presión de la comunidad internacional. Entonces, a la vez que condena los explícitos y violentos excesos de los asentamientos ilegales, el Estado de Israel promueve nuevos asentamientos «legales» en Cisjordania y sigue ahogando la economía palestina. Una mirada al mapa cambiante de Jerusalén oriental, donde los palestinos están siendo gradualmente cercados y su territorio rebanado, lo dice todo.

La condena extraestatal a la violencia anti Palestina confunde el verdadero problema de la violencia de Estado; la condena de los asentamientos ilegales confunde la ilegalidad de esos otros llamados «legales». En ella reside el doblez de la tan elogiada «honestidad» no sesgada del Tribunal Supremo de Israel: por medio de fallar ocasionalmente en favor de los desposeídos palestinos, proclamando ilegal su desalojo, garantiza la legalidad de la mayoría de los casos restantes. Y, para evitar cualquier tipo de malentendidos, tener todo esto en cuenta no implica en absoluto «comprender» los inexcusables actos terroristas. Por el contrario, proporciona el único terreno desde donde es posible condenar los atentados terroristas, sin hipocresía.

Traducción: Daniela Gutiérrez.

Fuente original: http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0398/articulo.php?art=16667&ed=0398