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¿»Que se pudran»?

Fuentes: javierotiz.net

La presa de ETA Oihane Errazkin fue encontrada muerta, ahorcada, en la noche del miércoles pasado, en la celda que ocupaba en la prisión de Fleury-Mérogis, en París. A expensas de la investigación que se realice -si es que se realiza algo que merezca el nombre de investigación-, se supone que Errazkin se suicidó. Ignoro […]

La presa de ETA Oihane Errazkin fue encontrada muerta, ahorcada, en la noche del miércoles pasado, en la celda que ocupaba en la prisión de Fleury-Mérogis, en París.

A expensas de la investigación que se realice -si es que se realiza algo que merezca el nombre de investigación-, se supone que Errazkin se suicidó.

Ignoro qué le pasó por la cabeza -y qué se quedó clavado en ella- en las horas anteriores a su muerte. Es posible que tuviera motivos muy personales para el hastío de vivir. No me cabe ninguna duda, en cambio, de que las condiciones en que se hallaba, si no fueron determinantes de su muerte, tuvieron forzosamente que contribuir a ella. Y mucho.

Una visita oficial de inspección realizada hace algunos meses a la cárcel de Fleury-Mérogis dio como resultado un informe en el que se calificaban de «medievales» las condiciones en que malviven allí los presos. El retrato de las celdas de castigo (mitards) que ofrecieron los visitantes multiplicaba por diez la carga de la denuncia. A lo largo de los tres años que llevaba en esa cárcel, Errazkin realizó diversas acciones de protesta en contra del trato inhumano y degradante que recibía, lo que la condujo una y otra vez a las temibles celdas de castigo. Errazkin tenía que saber qué perspectiva le esperaba: o aceptaba con resignación el régimen de internamiento imperante en la cárcel francesa -es decir: o aceptaba autodegradarse- o cumpliría su larga pena de celda de castigo en celda de castigo.

Ohiana Errazkin era militante de ETA. A los efectos de este comentario, me daría lo mismo que estuviera en la cárcel por error, que fuera la estafadora más importante de París o que hubiera matado a cuatro viandantes por el placer de verlos morir. De lo que se trata en este caso no es de sus derechos particulares, sino de los derechos que asisten a toda persona, por el hecho de serlo. Unos derechos que son violados a diario en las cárceles francesas y españolas.

Según la Constitución Española, la finalidad de la pena de cárcel es la rehabilitación social del delincuente. No lo sé, pero imagino que la legislación fundamental del Estado francés recogerá alguna afirmación de ese mismo tenor.

Para que ese fin pueda cumplirse, lo menos que debería hacerse (¡lo menos!) es asegurar las condiciones materiales que permitan al recluso o la reclusa vivir con dignidad. Lo que se hace en la práctica es todo lo contrario.

Hace años, Felipe González, por entonces presidente del Gobierno español, expresó su deseo de que los miembros de ETA «se pudran en las cárceles». No se trató de un mero exabrupto, sino del enunciado de un programa que se ha venido aplicando desde entonces de manera sistemática, tanto con el PSOE como con el PP.

Que resulte despiadado es lo de menos. No hace al caso ponerse a discutir con ellos sobre sensibilidad. Lo principal es que se trata de un propósito anticonstitucional. Ilegal. Que combaten la ilegalidad con ilegalidad.

Eso los retrata.