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Carta abierta al presidente de la Autoridad Palestina de Abdelfatah Abusrour, Director del Centro Cultural y de Formación Teatral Al-Rowwad*

«¿Quién le ha dado permiso para hablar en mi nombre y en el nombre de mis hijos?»

Fuentes: Rebelión

Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos


Sr. Presidente de la Autoridad Palestina:

Me llamo Abdelfattah Abdelkarim Hasan Ibrahim Mohamad Ahmed Mostafa Ibrahim Srour Abusrour. Nací en el campo de refugiados de Aida, en una tierra alquilada a propietarios palestinos de Belén. Mis dos hermanos mayores así como mi padre y su padre, y todos aquellos que nacieron antes que ellos son originarios de Beit Nateef, una aldea destruida el 21 de octubre de1948. Mi madre nació en la aldea de Zakareya, destruida también en 1948 por los bandidos sionistas.

Crecí en el campo de refugiados de Aida. Recuerdo, cuando yo tenía cuatro años, a la mayoría de la gente del campo escondida en una bodega que había debajo de nuestra casa. Recuerdo a las personas mayores hablando de la guerra. Recuerdo el cielo repleto de aviones y a todos los niños pequeños cubiertas de mantas negras y protegidos por sus madres.

Recuerdo el primer toque de queda de la ocupación israelí en el campo de Aida en 1968. Recuerdo al primer soldado israelí, que era un judío iraquí mayor, de unos 60 años. Recuerdo el día en que la administración militar de la ocupación invitó a mi hermano segundo a hacer una entrevista en 1972 y nunca volvió a casa. Recuerdo que seis meses después lo enviaron al exilio, sin confesión alguna, sin veredicto o sentencia judicial alguna.

Recuerdo que nos alimentaron con el amor a este país ocupado, porque es nuestro. Recuerdo las llaves oxidadas de nuestras casas en Beit Nateef, llaves de puertas que ya no existen, pero llaves que tiene sus puertas en nuestros corazones y en nuestra imaginación, llaves de puertas que fueron reales y que han existido, de casas reales que fueron construidas que han desaparecido, en las que personas reales vivieron y criaron a sus hijos. Estas llaves oxidadas siguen estando conmigo. Recuerdo que fuimos educados en esta creencia eterna de que un derecho es un derecho y que nada puede justificar ignorarlo. Recuerdo que nuestro derecho a retornar a nuestras aldeas y hogares originarios es eterno y que nada puede cambiarlo, ni siquiera la realidad sobre el terreno ni los acuerdos políticos, porque no sólo es un derecho colectivo, sino que también es un derecho individual, es mi derecho, señor presidente, y el derecho de mis hijos y nietos y de todos aquellos que vengan después dondequiera que nazcan.

Señor presidente, recuerdo la muerte de mi madre, el 9 de septiembre de 2003. Tenía 75 años. Recuerdo la muerte de mi padre el 26 de septiembre de 2006. Tenía 96 años. Mi madre y mi padre esperaban ser enterrados en su aldea, en la que se casaron, en al que criaron a sus hijos, en la que regaron la tierra con su sudor, con su sangre, con sus lágrimas; en la que llenaron sus tierras de alegría, felicidad, risas y susurros.

Mis padres están enterrados en el cementerio del campo de Aida. La tumba de mi madre está cerca de una torre militar y rodeada de alambre de espino israelí. No se puede acceder a la tumba de mi madre. No puedo visitarla en los días festivos para recitar un alfateha o una sura del Santo Corán.

Señor presidente, yo estaba lleno de esperanza en que tras sesenta años de ocupación, tras sesenta años de resistencia armada y no armada podríamos lograr algo que no fueran promesas frívolas. Estaba lleno de esperanza en que nunca renunciaríamos a nuestros derechos, estos derechos reconocidos por el mundo entero, aún cuando el mundo entero siga siendo cómplice de la injusticia. Estaba lleno de esperanza en que nada puede justificar renunciar a estos derechos, a pesar de todas las realidades sobre el terreno, como ellos dicen; si no, ¿qué herencia estamos dejando a nuestros hijos y a las generaciones venideras?¿Acaso deberíamos decirles: ve a donde te lleve el viento, nunca te alces ni resistas a la opresión; lo importante es estar vivo aunque sea una vida de humillación, en la que no se reconoce que pertenecemos a la raza humana?

¿A dónde de nos está llevando usted, señor presidente? ¿A qué desierto nos está conduciendo, a qué catástrofe?¿Cómo se atreve a decidir cuántos refugiados pueden o no pueden retornar? ¿Quién le ha dado permiso para hablar en mi nombre y en el nombre de mis hijos?¿Quién le ha pedido que liquide nuestros derechos?¿Cuál es el precio de esa liquidación a cambio de los derechos y los sacrificios de nuestro pueblo durante sesenta años?

Cuando las resoluciones de Naciones Unidas hablan del Derecho al Retorno Y del Derecho a Compensaciones por todo este sufrimiento en el exilio, por todas esta explotación de tierras y de propiedades, por todas estas humillaciones y torturas que cada día son peores, ¿usted se atreve a decir que no todos los refugiados desean retornar? Aunque sea el caso, tienen derecho a sus hogares y a sus tierras, quieran o no retornar. Pueden vendérselas a otros si lo desean, pero usted no es quien decide quién quiere y quién no. Ni usted ni nadie tiene derecho a decir «quienes no quieran retornar deben ser compensados». Todos y cada uno de ellos deben ser compensado por estos sesenta años de Nakba, aquellos que se fueron o que fueron obligados a irse, aquellos que son propietarios de tierra, aquellos que tenían sus campos, y naranjos y frutales. Sí, los naranjos de Jaffa existían antes que Israel y seguirán existiendo después de Israel si no acaban destruyéndolos como ya han destruido los olivos centenarios.

Usted no fue elegido para regalar nuestros derechos, para regalar nuestras esperanzas y sueños y los derechos de personas que continúan en campos de refugiados, viviendo en tierra alquilada y esperando desde hace sesenta años retornar a sus hogares y tierras originarias.

Día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, ¿vivimos de mentiras y de falsas promesas de cambio? Los auténticos cambios llegan, pero para lo malo y para lo bueno, con todas esas negociaciones nada ha mejorado, señor presidente. ¿Deberíamos desvestirnos y mostrar nuestra desnudez para que Olmert y las fuerzas de ocupación israelí se queden satisfechas de que no tenemos nada que ocultar?

Ayer los israelíes distribuyeron unas hojas en Jerusalén este utilizando El Santo Corán y su Biblia para decir que están cumpliendo la promesa de Dios de poblar Israel y expulsar a todo aquel que no sea judío. ¿Y nosotros deberíamos entenderlo y ayudarles abandonando este país porque tenemos tantos otros a los que ir? Y después de eso, podemos vivir en paz y nuestros hijos serán felices con sus hijos y todo será maravilloso. ¿Es éste el siguiente paso, señor presidente? ¿Hacemos todo lo que Israel quiere que hagamos a causa de que las colonias se están expandiendo sobre el terreno y a causa de que no podemos forzar nuestra presencia en Israel, y a causa de que deberíamos ser buenos para que todo el mundo simpatice con nosotros? ¿Y cuando hablamos de compromisos horribles y de soluciones difíciles, nosotros deberíamos ser los buenos que se comprometen, que perdonan, que olvidan, que ceden, que se van o que mueren porque eso solucionaría las cosas para todos?

Señor presidente, yo no estoy dispuesto a marcharme, aunque ésa sea la única manera de ganarme la vida. Nunca renunciaré a mi derecho a retornar a mi aldea, aunque tuviera un castillo en Gran Bretaña, un chateau en Francia y un chalet en el Mar Rojo, y una propiedad en las Bahamas. Mi derecho es mío y ni usted ni nadie tiene derecho a eliminarlo, a cambiarlo o a jugar con él.

Espero que usted abandone su torre de ignorancia de las necesidades de su pueblo, descienda un poco a ras de tierra y mire a los ojos de aquellos que todavía sienten pasión por este país a pesar de los desastres en los que estamos sumergidos con estas inútiles e infructífera negociaciones, mientras que la sangre palestina de aquellos con los que usted negocia se derrama cada día. ¿Ya no nos queda vergüenza para impedir que continúe este circo?

Me hubiera gustado, señor presiente, que esa energía puesta en las negociaciones se empleara en los palestinos que continúan luchando. Quien sufre es su pueblo, no los dirigentes políticos. ¿Valemos tan poco que no merecemos su tiempo y su energía para detener este circo y unir a su pueblo en vez de buscar siempre lo que divide a estos espíritus torturados? ¿No basta con que se nos considere sólo una caso humanitario que no vale más que un saco de harina o una botella de aceite y una medicina caducada? ¿No basta con que toda una población haya sido transformada en mendigos, llevada a la pobreza y dependiente de la caridad, en vez de ayudarla a ser productivos y mantener su dignidad? ¿No basta con la humillación de la ocupación, se nos obliga además a sufrir más humillaciones futuras?

Creo inquebrantablemente en la paz y en la no violencia. Creo inquebrantablemente en la esperanza, en el derecho y la justicia. Creo inquebrantablemente en los valores que hacen de la humanidad lo que es. Nunca me enseñaron a odiar. Nunca he odiado a nadie. Mis padres estaban llenos de amor y de paz. Nunca nos enseñaron a mí o a mis hermanos nada que no fuera respeto a los demás y amor infinito para entregar a los demás y ayudarlos. Nos enseñaron que cuando uno practica la violencia pierde parte de su humanidad. Pero, al mismo tiempo, nos enseñaron a defender lo que es justo y a estar en contra de lo que es injusto y erróneo. Por lo tanto, señor presidente, me atrevo a decirle que usted no tiene derecho, ni siquiera como presidente, a renunciar a nuestros derechos, los derechos de dos terceras partes de su pueblo, a retornar dignamente a sus tierras y propiedades destruidas, y a ser compensados por todo este sufrimiento y exilio, y por el uso de sus tierras y campos, y por su dinero guardado en los bancos británicos y de otros países que los sionistas robaron.

Señor presidente, no sé si leerá estas palabras, si yo seguiré vivo cuando usted las lea o no, pero espero que estas palabras que salen del corazón le lleguen al suyo, señor presiente, y que pueda usted encontrar la esperanza y la fuerza que todavía mantiene nuestro pueblo. Nosotros no renunciamos a nuestros derechos. Nunca renunciaremos a nuestros derechos. Con la justicia se puede construir la paz. Con la verdadera justicia se puede construir la verdadera paz y cualquier otra cosa es una broma en la cara de la historia.

Me llamo Abdelfattah Abdelkarim Hasan Ibrahim Mohamad Ahmed Mostafa Ibrahim Srour Abusrour. Sigo siendo un refugiado en mi propio país con dos llaves oxidadas en casa.

AbdelFattah Abusrour, Doctorado

Miembro de Ashoka

Director del Centro Cultural y de Formación Teatral Al-Rowwad

*Alrowwad es un centro independiente de formación artística, cultural y teatral para niños del campo de Aida que trata de proporcionar un entorno «seguro» y sano para fomentar la creatividad de los niños y liberarlos del estrés de las condiciones de guerra en las que se les obliga a vivir.

Teléfono móvil: 0522 401 325 ó 0599 255 573 Telefax: +970 2 275 0030

Correo electrónico: [email protected] o [email protected]

Página web: http://alrowwad.virtualactivism.net

http://www.amis-alrowwad.org , http://www.imagesforlifeonline.com