En este artículo el autor reflexiona sobre las muestras de racismo que sufre la población indígena mexicana.
“Lo que no me gusta es la etiqueta: soy indígena. Es decir, yo voy a buscar la Presidencia de la República porque soy católico o porque soy heterosexual. Somos mexicanos…”, le dijo el periodista Carlos Ramos Padilla a María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy, en un programa de televisión en enero de 2018. Por aquellos días, Marichuy, vocera del Concejo Indígena de Gobierno-Congreso Nacional Indígena, era aspirante a candidata presidencial, una herramienta que utilizaron para, en primera instancia, visibilizar las violencias contra los pueblos originarios.
Parte de esas violencias son el racismo y la discriminación, males estructurales y sistémicos que quedaron ampliamente evidenciados con la iniciativa. El banco HSBC, por ejemplo, le negó a Marichuy la posibilidad de abrir una cuenta bancaria, a pesar de cumplir con todos los requisitos. La cuenta, vale señalar, es uno de los requerimientos que el INE le exigía para poder registrarla como aspirante a candidata. Luego, el levantamiento de firmas que respaldarían a Marichuy tenía que realizarse con dispositivos de gama media y acceso a Internet; algo de poco acceso para millones de personas que viven al día. Por si fuera poco, los dispositivos tecnológicos no siempre captaban las huellas digitales de las manos callosas y lastimadas de los y las trabajadoras del campo.
En redes sociales y en medios de comunicación se manifestó más claro el desprecio racista y la violencia patriarcal: “Yo sí votaría por Marichuy. Se ve que tiene experiencia en limpiar a México”, ¿“Quién es Marichuy y por qué no está haciendo pozole?”, “La candidata de Marcos”.
Las violencias contra Marichuy y lo que ella representa bien habían sido enunciadas 17 años atrás, cuando, en 2001, en la máxima tribuna del Congreso de la Unión –y no sin previas negativas bajo argumentos también racistas y elitistas–, la comandanta zapatista Esther recordó las múltiples opresiones que vive una mujer, indígena, pobre y además zapatista, al tiempo que dio una cátedra de teoría política y desglosó las razones del zapatismo y de los pueblos indígenas en lucha (https://bit.ly/2SH6xFb).
Desde sus primeros años públicos, el zapatismo ayudó a exhibir el racismo estructural del Estado mexicano, pero también el nacionalismo xenófobo. El 6 de enero de 1994, por ejemplo, Carlos Salinas de Gortari se refirió al ejército zapatista de liberación nacional (EZLN) como “profesionales de la violencia, nacionales y un grupo extranjero” que estaba contra México. No fue el único. Intelectuales y periodistas cercanos al salinismo reforzaron la idea del “extranjero” o “mestizo” que manipulaba a los indígenas, o difundía la supuesta intención separatista y balcanizante de los pueblos mayas rebeldes. Sobre estas y otras estrategias narrativas contrainsurgentes, puede revisarse en el estupendo texto de Luis Hernández Navarro: En torno a los orígenes de la narrativa antizapatista (https://bit.ly/3jzp01v).
Estos intentos por deslegitimar las luchas de los pueblos originarios no son cosa del pasado. Hoy, incluso, alcanzan expresiones delirantes y peligrosas: “son invento de Salinas”, “se quieren separar de México”, “los financia la corona británica”, “tienen vínculos con el crimen organizado”, afirman periodistas y usuarios en redes sociales. Una idea profundamente racista hay en común en todos estos señalamientos: los pueblos indios no pueden proponer y construir un mundo mejor.
En días recientes se ha hecho público el racismo, xenofobia y discriminación que vivieron indígenas zapatistas y del Congreso Nacional Indígena en su intento por obtener un pasaporte para ser parte de la Travesía por la Vida. “Se viste como la india María”, “¿No será que quieres ir a Estados Unidos a trabajar?”, “Ahora hay que esperar a que comprobemos que si son mexicanas”, “Eso está muy lejos y es caro el viaje, no puede ser que tengas el dinero necesario porque eres indígena” fueron algunas de las frases que tuvieron que escuchar de parte de funcionarios de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
El racismo, la discriminación, la xenofobia, el patriarcado y el elitismo son formas de dominación que se entremezclan con otras en el sistema de explotación capitalista y que hacen que los modos de vida no hegemónicos sean excluidos, perseguidos, exterminados. Erradicar este desprecio al otro, a la otra, a loas otroas… ¡a lo diferente! es una tarea urgente por resolver. Por lo pronto, denunciar, combatir y hacer frente al racismo estructural y sistémico que se reproduce desde el Estado mexicano es un buen comienzo para seguir agrietando este sistema de dominación, explotación y muerte. El mundo donde quepan muchos mundos no sólo es anticapitalista, también es antipatriarcal y antirracista. Hacia allá vamos.
Raúl Romero es sociólogo.
Fuente: https://www.jornada.com.mx/notas/2021/07/04/politica/racismo-20210704/