Es casi imposible determinar cuál de las discriminaciones de humanos contra humanos es la peor. El ser humano discrimina más por naturaleza, que por raciocinio. Todo lo que le es diferente, no le huele bien y por lo tanto, discrimina, de hecho o de pensamiento, en menor o mayor grado. Creo que todos nacemos con […]
Es casi imposible determinar cuál de las discriminaciones de humanos contra humanos es la peor. El ser humano discrimina más por naturaleza, que por raciocinio. Todo lo que le es diferente, no le huele bien y por lo tanto, discrimina, de hecho o de pensamiento, en menor o mayor grado. Creo que todos nacemos con ese despreciable instinto muy dentro de nosotros mismos. Algunos, más que otros, lo desarrollan en mayor o menor proporción. Muchos, a través del tiempo, lo logran eliminar o disminuir considerablemente. Otros mueren con el veneno de la discriminación en sus venas.
Se discrimina por todo, ya sea raza, etnia, género, preferencias sexuales, por ser bajito o alto, por ser pobre o por ser rico, etc., etc. Nací en una época y en una región en la que se discriminaba a diestra y siniestra, por lo tanto, conozco bien lo que significa. Los cubanos más viejos recuerdan cómo, en Santa Clara, los ciudadanos de la raza negra estaban obligados a pasear en el parque por una senda diferente a aquella por la que paseaban los blancos, y un matrimonio interracial era casi apedreado en plena calle. Pobre del homosexual que, en público, demostrara afeminamiento. Los negros que iban a la escuela con nosotros, que jugaban pelota con nosotros, que eran amigos nuestros desde que habíamos nacido, no iban a nuestras casas, no iban a nuestros bailes y no se podían casar con nuestras hermanas. Tenían una sociedad para ellos ya que no se les permitía la entrada en las sociedades nuestras, y sus fiestas eran separadas de las de nosotros. Racismo raro y selectivo el que teníamos en la antigua provincia de Las Villas.
A los chinos, les decíamos narras; a los judíos, polacos; a los del medio oriente, moros; a los españoles, gallegos, y a los latino americanos, indios con levita. Esos motes eran una forma clara de discriminación con los que considerábamos diferentes.
Cuando llegué a EE.UU. a principio de los sesenta, me encontré con una sociedad absolutamente racista. Aún los demócratas no habían firmado la ley de derechos civiles, por lo tanto, el racismo estaba a la orden del día. Los negros tenían que sentarse al fondo de los ómnibus. En negocios y en sitios públicos había servicios sanitarios y bebederos de agua para los blancos y otros separados para los negros. Incluso, no muy lejos de aquí de Miami, había una playa con un letrero que decía «No se admiten negros, ni latinos, ni perros, ni judíos». Eso sucedía después de casi cien años de haber sido abolida la esclavitud en este país, la cual costó centenares de miles de muertos en la llamada Guerra Civil, pero que no evitó que el racismo semi-oficial perdurara hasta la firma de la ley, por parte del Presidente Lyndon Johnson, a mediado de los sesenta.
Oficialmente, el racismo fue eliminado, pero continuó perdurando dentro de la población anglosajona. Prueba de eso es que, para que un hombre negro, mejor preparado intelectualmente que su contrario de la raza blanca, fuera elegido presidente después del desastre que ocasionó en el país la administración del republicano George W. Bush, tuvo que ocurrir la mayor crisis económica de los EE.UU desde la gran depresión de los años treinta del siglo pasado. A nadie le cabe duda que Barack Obama fue electo a la presidencia de este país por la crisis económica que estalló a solo un mes de la contienda electoral del 2008.
Según un estudio que acaban de hacer varias universidades para la agencia de noticias AP, los blancos americanos son más racistas ahora de lo que lo eran en el 2008, cuando Obama fue electo presidente. Entonces, el 49% de los norteamericanos expresaron tener actitudes negativas sobre sus conciudadanos negros. Este año dicha cifra ha subido al 56%. No solamente son los negros los afectados por estos racistas, ya que, cuando se refiere a los hispanos, el número sube al 57%.
Hace unos días, el General Collin Powell declaró su apoyo a la reelección del presidente Obama. Inmediatamente salió al aire una declaración de uno de los principales asesores del candidato Mitt Romney en la que afirmaba que el ex secretario de estado apoyaba a Obama porque era negro igual que él. De más está decir que el que hizo la declaración en contra de Powell fue jefe de despacho de George Bush padre cuando este era presidente.
En esta elección que se avecina, el problema más grande que tiene Obama para ser reelegido, no es que haya o no cumplido todo lo que prometió, ni el mal estado en que sigue estando la economía, sino el color de su piel. Espero que, a pesar de su color, la mayoría del pueblo de este país se dé cuenta que el color de la piel no hace a la persona mejor ni peor y que el racismo es una de las peores actitudes que tienen los seres humanos.
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