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Reino de España: La patria (glups)

Fuentes: Ctxt

Puede sorprender la introducción del palabro «Patriotismo», emitido por Podemos, en esta campaña. Particularmente, a mí me sorprende también la denuncia de ello por parte de los grandes partidos -nacionalistas, en muchos de sus tramos básicos-, y el alud de críticas y denuncias aparecidos en la prensa diaria, que parecen denunciar que Podemos es, lo […]


Puede sorprender la introducción del palabro «Patriotismo», emitido por Podemos, en esta campaña. Particularmente, a mí me sorprende también la denuncia de ello por parte de los grandes partidos -nacionalistas, en muchos de sus tramos básicos-, y el alud de críticas y denuncias aparecidos en la prensa diaria, que parecen denunciar que Podemos es, lo nunca visto en España, un partido nacionalista. ¿Es Podemos nacionalista? ¿Lo es sólo Podemos? ¿Podemos rompe la pauta de partidos no-nacionalistas, iniciada por el PP, autoproclamado primer partido no-nacionalista del Estado en los 90’s del siglo XX? ¿Estamos en un periodo de auge nacionalista, vinculado al populismo?

Vayamos por partes. El nacionalismo español es un animal de compañía de creación reciente. Es otro objeto no milenario. Más bien un marco creado en tres grandes etapas. Se puede pensar que nace con la guerra de la Independencia. Ahí, de hecho, nace la bandera española. Igual, ahora que lo pienso, la historia de esa bandera puede dibujar la historia del nacionalismo que invoca. Agárrense.

La actual bandera española es la bandera de la marina borbónica española. La bandera española, como su nacionalismo, no existía antes de Napoleón. Existía la bandera del rey, y la figura del rey como aglutinante de algo que no era aún la nación. Como la bandera del rey -blanca- era la misma que la del rey de Francia y el de Nápoles, se inventó ese distintivo rojo y amarillo. Para evitar equívocos, supongo. En tanto que plaza de marina, era la bandera que ondeaba en Cádiz cuando los bombardeos de los franceses. Lo que le hizo adquirir carácter simbólico. En un reducido grupo: esa bandera fue prohibida por el absolutismo. Posteriormente, sólo estuvo vigente tras el Pronunciamiento de Riego. Tres añitos. En su banda amarilla, esos tres añitos, estaba escrita la palabra Constitución. Como saben, Riego y la Constitución fueron hechos puré tras su trienio. Y la bandera volvió a ser blanca. No obstante, las banderas, en el siglo XIX, parecen importar una higa. Espartero realiza toda su campaña contra el carlismo -en principio, muy patriótica- con una bandera que no es la española -que volvía a ser, oficialmente, la roja y amarilla, gualda para los cursis-, sino un pendón morado. Pretendía ser un homenaje a los Comuneros, pero por un error filológico, en el XIX se entendió que el morado medieval -es decir, el granate, un rojo oscuro- era el morado actual. Ese error, prolongado en el tiempo, dio origen a la bandera republicana. Que tampoco importa una higa. La primera tricolor española es la exhibida por Torrijos en su pronunciamiento. Sólo se sabe que tenía una franja verde. La I República no perdió un segundo en su simbología. En un museo militar con banderas capturadas al enemigo -casi todas son españolas; la historia del Ejército de aquí abajo haría reír, si no hiciera llorar-, vi una bandera de la I República. Era un trapo granate, con estas palabras bordadas: República Federal.

Las banderas -y se supone que los nacionalismos que simbolizan- empiezan a ser importantes por aquí abajo en la Restauración. Que es la formuladora del nacionalismo español. Ya saben: catolicismo + monolingüismo. No existe otra formulación. Es decir, no hubo ocasión de un nacionalismo progresista y republicano, fundamentado en valores cívicos. La Restauración es, también, la que depura los símbolos. Como la bandera, que vuelve a ser aquella rechazada por el absolutismo y, al parecer, desgastada a lo largo de la Restauración. De hecho, es la Restauración quien, en un momento tardío, legisla la obligatoriedad de sus símbolos, es decir, de su nacionalismo. En 1902 se legisla el uso de la bandera y del pack himno y demás simbología. Es decir, en esa época ya existen otras banderas -la vasca, la catalana, pero también, y sobre todo, la republicana, la roja, o la negra- que pugnan con la bandera roja y amarilla, convertida en símbolo de la monarquía o/y del nacionalismo español, en ausencia de otro. Es decir, ya existen otros nacionalismos e ideologías, que entran en colisión con el nacionalismo español. Sobre el carácter hegemónico y excluyente del nacionalismo español: tan tarde como en 1898, Pi i Margall, que a pesar de todo no había perdido el prestigio de haber sido jefe de Estado, sufre una campaña de difamación y vacío desde el nacionalismo, por oponerse a la guerra en Cuba con EE.UU. Esa campaña acaba con su prestigio. Zas.

Por lo que se ve, no hubo tiempo de crear otro nacionalismo posterior. La II República y el exterminio franquista no dio lugar a crear esa identidad abierta, cívica y no identitaria -quizás la palabra sea «republicanismo» a secas- que por aquí abajo se necesita como agua de mayo. Con posterioridad al paréntesis republicano, se opta por el corpus nacionalista y simbólico de la Restauración, adornado con ultranacionalismo fascista. La impronta del fascismo en el corpus, de por sí reaccionario, del nacionalismo español, debe de ser importante, en tanto no tuvo ocasión de ser sometido a juicio, como el nacionalismo alemán, italiano, rumano, húngaro o, incluso, el portugués.

La Transición vuelve a adoptar el corpus nacionalista y simbólico de la Restauración -sin duda, el más sangriento del siglo XX en la Península-. Adornado, en esta ocasión, con imprecisiones de Pi i Margall, como la palabra nacionalidad, que ahora no venía a ilustrar nada, sino a evitar el uso de la palabra «nación» por otro sujeto que no fuera España. No es mucho. Es Restauración, básicamente. La sentencia del TC sobre el Estatut de Catalunya de 2010, por si hubiera dudas, especifica que España no es un Estado federal, que sólo hay un sujeto nacional y que las autonomías son descentralización, no federalización. Es decir, que estamos, de cuatro patas, en el Corpus Restauración y, glups, posfranquismo. Con preciosismos republicanoides, como, lo dicho, la adopción de palabros como nacionalidades, y estados de ánimo como el soportarse mutuamente, del breve Ortega republicano. Ha habido pocas aportaciones posteriores. Y todas, desde la derecha, como el no-nacionalismo, forma de ultranacionalismo español pasado por Habermas -a través de la alocución patriotismo constitucional, adoptada por el Aznar de la II Legislatura- que en su día hizo escandalizar a Habermas. Viene a significar que el nacionalismo de la Restauración, oficializado en la Constitución y en la cultura política democrática, viene a ser una suerte de normalidad, por lo que no merece el término de nacionalismo, que sí que merecen otros nacionalismos.

El nacionalismo -el español, u oficial, en tanto que la Constitución le da la razón que defiende desde la Restauración, cuando aspiró a ser el único nacionalismo en plaza; y los otros nacionalismos, pues también- es un gran motor político en la Transición. En tanto, una vez aplazados otros temas, como la propiedad, la calidad democrática, la forma del Estado, la democracia económica, pasó a ser el único tema de discusión política posible. Es más, canalizó el resto de discusiones, y posibilitó políticas dirigidas a grupos amplios -naciones, nacionalistas- antes que reducidos -clases, por ejemplo-. Es un instrumento usual -es EL instrumento básico- de la Cultura de la Transición.

En España, en fin, sigue aplazada una identidad fundamentada en derechos, en valores éticos y cívicos, no nacionalistas. No ha habido ningún Gobierno que, por ejemplo, rechazara las ventajas del discurso identitario. Ningún partido que aspire al poder puede mearse, al parecer, en ese juego de espejos creado en la Restauración, potenciado en el Franquismo y recreado en la Transi.

¿Es Podemos un partido nacionalista? No lo sé. Su uso, notorio, del palabro patria no viene de la tradición española, sino de la sudamericana. Bolivia y, espero -lo ruego- Ecuador. Es una palabra básica del posmarxismo y paragramscismo de Laclau y Mouffe. Es decir, no viene de una tradición cultural, sino de una dinámica de las ciencias sociales, y de experiencias políticas alejadas a la realidad peninsular. El uso de patriotismo aparece como un intento de crear un nuevo marco para crear hegemonía. Las Repúblicas sudamericanas están equipadas de serie con ese nacionalismo. Y con otros. Por aquí abajo, pues no. El patriotismo español nace en la Restauración y el resto de nacionalismos suponen una fricción carlista o federalista contra la Restauración. Es difícil cambiar un marco. Cuesta mucho tiempo y pasta. Es difícil que Podemos cuele patriotismo como animal de compañía, y que esa palabra no caiga en su antiguo marco. Ese que facilita no emitir políticas para grupos sociales concretos como, pongamos, los asalariados. No es imposible. Pero supone mucho esfuerzo. Quizás, y esto puede ser un indicio para evaluar las futuras evoluciones de la palabra patriotismo emitida por Podemos, costaría menos calorías, pero más políticas, intentar refundar un marco olvidado, denominado republicanismo.

Fuente: http://ctxt.es/es/20160615/Politica/6683/Patria-Nacionalismo-Podemos-Glups.htm