La guerra de Israel contra Gaza puede sintetizarse en la historia de la guerra de Israel contra Beit Lahia, una pequeña ciudad palestina del norte de la Franja.
Cuando Israel lanzó sus operaciones terrestres en Gaza, Beit Lahia ya estaba en gran parte destruida debido a los muchos días de incesantes bombardeos israelíes que mataron a miles de personas. Aun así, la ciudad fronteriza de Gaza resistió, lo que provocó un hermético asedio que nunca se levantó, ni siquiera cuando el ejército israelí abandonó gran parte del norte de Gaza en enero de 2024.
Beit Lahia es en gran medida una ciudad aislada, a poca distancia de la valla que separa la asediada Gaza de Israel. Está rodeada casi en su totalidad por zonas agrícolas que hacen casi imposible su defensa. Sin embargo, un año de espeluznante guerra y genocidio no ha puesto fin a los combates en esta localidad. Por el contrario, 2024 ha terminado como empezó, con intensos combates en todos los frentes de Gaza, con Beit Lahia, una ciudad que ya estaba supuestamente “conquistada”, a la cabeza de la lucha.
Beit Lahia es un microcosmos del fracaso de la guerra de Israel contra la Franja, una sangrienta pesadilla que no ha llevado a ninguna parte, a pesar de la destrucción masiva, la reiterada limpieza étnica de la población, el hambre y el genocidio. Cada día de la terrible guerra de Israel contra el pueblo palestino sirve para recordar que no hay soluciones militares y que no se puede doblegar la voluntad palestina, por grande que sea el coste o el sacrificio.
Sin embargo, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu sigue sin convencerse de ello. Inauguró el nuevo año con más promesas de “rotunda victoria” y lo terminó siendo un delincuente perseguido por el Tribunal Penal Internacional (TPI). La emisión de una orden de detención contra el dirigente israelí fue una reafirmación de la postura similar adoptada por el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) a comienzos de 2024.
Sin embargo, la postura del TIJ no fue tan firme como muchos esperaban o querían creer. El 26 de enero, el más alto tribunal del mundo había ordenado a Israel “tomar medidas para impedir actos de genocidio”, pero sin llegar a ordenarle que detuviera su guerra.
Los objetivos de la guerra contra Gaza seguían sin estar claros, aunque los políticos israelíes dieron pistas al respecto. El pasado enero varios ministros israelíes, entre ellos 12 del partido Likud de Netanyahu, participaron en una conferencia en la que se pedía retomar los asentamientos en Gaza y la limpieza étnica de los palestinos. “Sin asentamientos, no hay seguridad”, dijo el extremista ministro israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich.
Para que eso ocurriera había que domesticar, doblegar y derrotar al propio pueblo palestino, no sólo a los que luchaban sobre el terreno. Por eso surgieron las “masacres de la harina”, una nueva táctica de guerra israelí centrada en matar al mayor número posible de palestinos mientras esperaban a los pocos camiones de ayuda que podían llegar al norte de Gaza.
El 29 de febrero más de 100 gazatíes fueron asesinados mientras hacían cola para recibir ayuda. Fueron atropellados por soldados israelíes cuando trataban desesperadamente de alcanzar con sus manos una hogaza de pan, leche para bebés o una botella de agua. Esta escena se repitió una y otra vez por todo el norte, pero también en otras partes de la Franja de Gaza, a lo largo de todo el año.
El propósito era matar de hambre a los palestinos del norte para obligarlos a huir hacia otras partes de la Franja. La hambruna se hizo realidad ya en enero y muchos de los que intentaban huir hacia el sur fueron asesinados de todos modos.
Desde los primeros días de la guerra Israel comprendió que para realizar una limpieza étnica de los palestinos debía atacar todos los aspectos de la vida en la Franja. Ello incluía las panaderías, hospitales, mercados, redes eléctricas, depósitos de agua y similares.
Los hospitales de Gaza, por supuesto, fueron blanco de gran parte de los ataques. En marzo Israel atacó, una vez más, el complejo médico Al-Shifa, en la Ciudad de Gaza, con mayor ferocidad si cabe que anteriormente. Cuando finalmente se retiró, el 1 de abril, el ejército israelí lo destruyó por completo, dejando tras de sí fosas comunes con cientos de cadáveres, en su mayoría personal médico, mujeres y niños. Incluso ejecutaron a varios pacientes.
A excepción de unas pocas declaraciones de preocupación por parte de dirigentes occidentales, poco se ha hecho para detener el genocidio. Solo surgió un clamor de protesta cuando Israel asesinó a siete trabajadores humanitarios internacionales de la oenegé World Central Kitchen, lo que provocó la primera y única disculpa de Israel en toda la guerra.
Desesperado por desviar la atención de su fracaso en Gaza, pero también en Líbano, y deseoso de presentar a la opinión pública israelí cualquier tipo de victoria, el ejército israelí comenzó a intensificar su guerra más allá de Gaza. Esto incluyó el ataque a la embajada iraní en Siria el 1 de abril. A pesar de los repetidos atentados, que incluyeron el asesinato en Irán del jefe del Buró Político de Hamás, Ismail Haniyeh, el 31 de julio, todavía no se ha producido una guerra regional total.
Al mismo tiempo estaba teniendo lugar otra escalada, esta vez no por parte de Netanyahu sino de millones de personas de todo el mundo que exigían el fin de la guerra israelí. Un punto crucial de las protestas fueron los movimientos estudiantiles que se extendieron por los campus estadounidenses y, en última instancia, por todo el mundo. Sin embargo, en lugar de permitir que floreciera la libertad de expresión, las mayores instituciones académicas de Estados Unidos recurrieron a la policía para disolver violentamente muchas de las protestas, deteniendo a cientos de estudiantes, a muchos de los cuales no se les permitió regresar a sus facultades.
Mientras tanto Estados Unidos continuaba bloqueando las iniciativas internacionales por conseguir una resolución de alto el fuego en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Finalmente, el 31 de mayo, el presidente Joe Biden pronunció un discurso en el que transmitió lo que denominó una “propuesta israelí” para poner fin a la guerra. Tras cierto retraso, Hamás aceptó la proposición, pero Israel la rechazó. En su rechazo, Netanyahu se refirió al discurso de Biden como “incorrecto” e “incompleto”. Curiosamente, aunque tampoco sorprende, la Casa Blanca culpó a los palestinos del fracaso de la iniciativa.
Al perder la fe en el liderazgo estadounidense, algunos países europeos empezaron a cambiar sus doctrinas de política exterior sobre Palestina, e Irlanda, Noruega y España reconocieron el Estado de Palestina el 28 de mayo. Las decisiones fueron en gran medida simbólicas, pero indicaban que la unidad occidental en torno a Israel se tambaleaba.
Israel permaneció imperturbable y, a pesar de las advertencias internacionales, invadió la zona de Rafah, en el sur de Gaza, el 7 de mayo, haciéndose con el control del Corredor Filadelfia, una zona de seguridad entre Gaza y la frontera egipcia que se extiende a lo largo de 14 kilómetros.
El gobierno de Netanyahu insistía en que solo la guerra podía hacer que los cautivos regresaran a casa. No obstante, esta estrategia no produjo ningún resultado. El 8 de junio Israel, con el apoyo logístico de EE.UU. y otros países occidentales, consiguió rescatar a cuatro de los rehenes cautivos en el campo de refugiados de Nuseirat, en Gaza Central, aunque para ello asesinó a más de 276 palestinos e hirió a 800 más.
En agosto se produjo otra sobrecogedora masacre, esta vez en la escuela Al-Tabaeen de la ciudad de Gaza, donde 93 personas, en su mayoría mujeres y niños, fueron asesinadas en un solo ataque. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, las mujeres y los niños están siendo las principales víctimas del genocidio israelí, representando el 70% hasta el 8 de noviembre.
Un informe anterior de la revista médica Lancet afirmaba que si la masacre se detuviera en julio “al menos 186.000 palestinos” habrían sido asesinados. No obstante, la guerra continuó. El ritmo del genocidio en Gaza mantuvo la misma proporción de muertes, a pesar de los grandes acontecimientos en la región, como los ataques mutuos Irán-Israel y la gran operación terrestre israelí en Líbano.
En octubre Israel volvió a la estrategia de asediar y asaltar hospitales, asesinando a los médicos y demás personal sanitario e intimidando a los trabajadores de protección civil y ayuda humanitaria. A pesar de ello, Israel no logró ninguno de los objetivos estratégicos de la guerra. Ni siquiera la muerte en combate del líder de Hamás, Yahya Sinwar el 16 de octubre alteró en forma alguna el curso de la guerra.
La frustración de Israel creció a pasos agigantados a lo largo del año. Su desesperado intento de controlar la cobertura mundial del genocidio de Gaza fracasó en gran medida. El 19 de julio, y tras escuchar los testimonios de más de 50 países, el TIJ emitió una sentencia histórica que considera “ilegal la presencia continuada de Israel en el Territorio Palestino Ocupado”.
Ese fallo, que expresaba el consenso internacional sobre la cuestión, se tradujo el 17 de septiembre en una resolución de la Asamblea General de la ONU “exigiendo el fin de la ocupación israelí de Palestina en los próximos doce meses”.
Todo ello significaba que el intento de Israel de normalizar su ocupación de Palestina y su tentativa de anexionarse ilegalmente Cisjordania era considerado nulo por la comunidad internacional. Sin embargo Israel redobló la apuesta y descargó su ira contra los palestinos de Cisjordania, que también estaban sufriendo uno de los peores pogromos israelíes en muchos años.
Según el ministerio de sanidad palestino, a fecha de 21 de noviembre, los colonos o el ejército israelí había asesinado al menos a 777 palestinos en Cisjordania desde el 7 de octubre de 2023, miles más habían resultado heridos y más de 11.700 arrestados.
Para empeorar aún más las cosas, [el ministro de finanzas y a cargo de las colonias Bezalel] Smotrich pidió, el 11 de noviembre, la anexión total de Cisjordania. El llamamiento se hizo poco después de la elección de Donald Trump como próximo presidente de Estados Unidos, un acontecimiento que inicialmente inspiró optimismo entre los dirigentes israelíes, pero que más tarde suscitó preocupación por la posibilidad de que finalmente Trump no desempeñara el papel de salvador de Israel.
El 21 de noviembre, el TPI emitió su histórica orden de detención de Netanyahu y de su ministro de Defensa, Yoav Gallant. La decisión representó una ligera esperanza de que el mundo esté finalmente dispuesto a exigir responsabilidades a Israel por sus numerosos crímenes.
2025 podría, de hecho, representar ese momento decisivo. Está por ver. Sin embargo, a pesar del fracaso de la comunidad internacional para detener el genocidio y la hegemonía de Israel, los palestinos mantendrán su sumud, su firmeza y perseverancia hasta alcanzar finalmente la libertad.
Ramzy Baroud es periodista y director de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros, el último de los cuales esThese Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons (Clarity Press, Atlanta). El Dr. Baroud es investigador senior no residente en el Centro para el Islam y Asuntos Globales (CIGA, por sus siglas en inglés) de la Universidad Zaim de Estambul (IZU). Su página web es www.ramzybaroud.net.
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