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Rompamos la baraja

Fuentes: Rebelión

Desbordados por la realidad, aparentemente ajenos a ella, las vedettes de la farsa política gastan esfuerzo y dinero para seguir interpretando su mascarada como si nada ocurriera fuera de sus bambalinas. Cinco millones de parados, cientos de miles de desahucios, una caravana de familias sumidas en la miseria, una juventud expulsada de la esperanza y […]

Desbordados por la realidad, aparentemente ajenos a ella, las vedettes de la farsa política gastan esfuerzo y dinero para seguir interpretando su mascarada como si nada ocurriera fuera de sus bambalinas. Cinco millones de parados, cientos de miles de desahucios, una caravana de familias sumidas en la miseria, una juventud expulsada de la esperanza y el futuro al tiempo que banqueros, especuladores financieros, grandes empresarios y otras malas hierbas no paran de llenar sus arcas para que la desigualdad se instale en términos pornográficos, no parecen mover un ápice de sus libretos a los desgraciados títeres que juegan su papel tetranual de vendedores de falsas soluciones.

En el clímax de la parodia, el guiñol televisivo Rubalcaba-Rajoy ofrece la expresión más fulera de la Sociedad del Espectáculo. Pasen y vean. La dialéctica del garrotazo y tente tieso mantiene ante sus televisores a un público infantil de todas las edades. Hay que decidirse, repiten incansable los almuédanos de la función bipartidista. O se vota a la derecha que viene, o votamos a la derecha que está. No hay otra. El duelo singular está servido, pero también los cada vez más estrechos márgenes de la realidad accesible.

La violación de la Democracia en manos de los santones de la clase política occidental ha llegado a tal descaro que, viéndose obligado Papandreu a tomar la decisión más democrática de toda su carrera política; esto es: llamar a su pueblo a referéndum para que se pronuncie ante el «paquetazo» neoliberal que amenaza con devolver a Grecia a la edad de piedra, es llamado al orden y obligado a rectificar por las altas instancias del capitalismo europeo, a través de sus más destacados agentes -Merkel y Sarkozy-, para poner las cosas en orden y evitar la «catástrofe» de llamar a consultas al pueblo griego. Después viene el imperativo de gobierno de coalición en Italia, sugerido por Durao Barroso, y la dimisión forzosa de Berlusconi. Y no es que tenga la mínima sintonía con un neofascista como Il Cavaliere, pero nuestro rechazo al fantoche no puede ocultar la magnitud de lo que está ocurriendo: El Primer Ministro de un país supuestamente soberano, elegido democráticamente en las urnas, es instado a abandonar el cargo por «sus socios europeos», los cuales no tienen el menor pudor en ingerirse en la política italiana diciendo quién y quién no debe mandar en la República. Si estas actuaciones en Grecia e Italia no suponen el asesinato del Sistema Democrático, díganme entonces qué significa.

Así que, ¿para qué tanto «cara a cara» al más puro estilo yanqui? ¿Para qué la parodia de elecciones? ¿Para que luego vengan de Bruselas, del Grupo de Frankfurt o del FMI a decirnos -aquellos que nunca entraron en las urnas- lo que se puede o no se puede hacer?… ¡Venga ya! Los mangantes más ilustres de Europa y sus siervos políticos llevan tiempo rompiendo la baraja, y ya es hora de que nosotros, el pueblo, la gente común que el neoliberalismo no otorga otra condición que la de mercancía, rompamos la nuestra también y nos plantemos frente a este atropello, a esta ilegalidad, a esta involución, a esta inconstitucionalidad. ¿Cómo?… Dentro de la ley, sólo nos dejan un camino: la utilización de nuestro voto. Pero sería un disparate prestarse a las elecciones de los trileros, votando a unos o a otros, porque ninguno de ellos va a decidir fuera de lo que les imponga el fundamentalismo económico de los mercados. El voto en blanco, también lo negocian en beneficio de los partidos mayoritarios. La abstención, la van a hacer pasar por desidia o indiferencia. Sólo nos queda el voto nulo consciente; esto es: no el nulo por error, sino un voto emitido democráticamente que nos sirva para denunciar nuestro hartazgo ante tanta delincuencia institucional; un voto que rece: «No nos representáis». Así de clarito.

Dicen que hay más de tres millones de indecisos. Con un millón de votos nulos que portaran el lema anterior me conformaría yo, porque en un número tal sería imposible de ocultar. Piénsese que las mesas electorales están compuestas por personas corrientes que no tendrían por qué silenciar el impacto de ese «No nos representáis», que, de seguirse tan sólo por la mitad de los parados de este país, supondría una cifra formidable. ¿Qué, por qué, entonces, no formamos otro partido para hacer valer nuestras ideas en la arena política?… Porque no sirve de nada. Porque las reglas del juego están trucadas. Y sobre todo: ¡Porque la Democracia está muerta! La han matado los chicos del Euro, los que creen que las personas estamos para servir a la Economía y no al revés, y los que van con marchamo humanitario a «salvar» países a fuerza de masacrarlos. Hay ya tantos gobiernos en la sombra, que, como no nos movilicemos en masa, difícilmente vamos a volver a ver el Sol.

Dado el espacio democrático que ambos definen, hay que tomar las urnas como antes las calles. Puede pensarse que ambas acciones son insuficientes, pero las dos me parecen absolutamente necesarias. Con la toma del espacio público ya se ha comprobado, con la de las urnas habrá de verse.

Tanto el sistema político como la Sociedad en general deberán figurar como objetivos para nuestro voto nulo, cuyo impacto sobre ambos será directamente proporcional al número que consigamos emitir. Piénsese que no se trata sólo de desmantelar la única coartada democrática que les queda a títeres y titiriteros, sino de insuflar estímulo a la ciudadanía haciéndoles percibir su indomeñable fuerza, su inmensa potencialidad para el cambio. Y, sobre todo, se trata de seguir avanzando, de dar un paso más hacia el desenmascaramiento de esta farsa y en pos de la devolución de los poderes reales al pueblo, su único y legítimo depositario.

El próximo 20-N hemos de pegar un puñetazo en la historia acudiendo a las urnas con nuestro voto de «No nos representáis». Si lo hacemos masivamente, puede que un rayo de esperanza comience a iluminar de aurora las tinieblas dictatoriales donde estamos sumidos. Es nuestro deber intentarlo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.