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Segundas partes nunca fueron buenas

Fuentes: Página 12

Al gobierno demócrata le critican desde su manejo del ataque en Benghazi el año pasado, pasando por su política impositiva, hasta las escuchas secretas a la agencia informativa AP. Nada se acerca aún al Watergate de Nixon.

La mayoría de la gente esperaba que la demasiado familiar enfermedad de Washington se declarara, pero pocos predijeron que los síntomas aparecerían tan pronto. Seis meses después de su triunfante reelección, la segunda termitis golpeó al presidente Obama, acosado por escándalos simultáneos que podrían frustrar sus ya débiles esperanzas de pasar la nueva legislación en el Congreso. El giro es tanto más asombroso porque previamente la Casa Blanca de Obama había estado casi libre de escándalos, la única mancha era el fracaso de la empresa llamada Solyndra de energía solar. Pero los republicanos no tuvieron éxito en mostrar que 400 millones del dinero de los contribuyentes que se gastaron en Solyndra no era más que una apuesta a la alta tecnología que se frustraba.

Sin embargo, la administración está de pronto a la defensiva en tres frentes: su manejo del período posterior al ataque al consulado en Benghazi en septiembre pasado, el hecho de que las autoridades impositivas les apunten a los grupos políticos conservadores y ahora las escuchas secretas hechas por el Departamento de Justicia a los periodistas de la agencia Associated Press (AP), en su búsqueda por filtrar información sobre el frustrado complot de Al Qaida el año pasado. Nada se acerca a Watergate, que destruyó a Richard Nixon, o el asunto Irán-Contra que envolvió a Ronald Reagan.

Tampoco le otorgan todavía a Obama el estatus de «pato rengo» al que, antes o después, cada presidente recibe en su segundo mandato. Pero señalan una verdad eterna. Desde Franklin Roosevelt y su intento de formar una Corte Suprema tendenciosa, Nixon y Watergate, Reagan e Irán-Contra, a Bill Clinton y Mónica Lewinsky, y más recientemente George W. Bush y el huracán Katrina, caos en Irak y la crisis financiera de 2007-2008, los segundos mandatos están donde golpean los problemas.

De los tres, el asunto Benghazi parece el menos amenazante. Si se hubieran podido prevenir las muertes del embajador Christopher Stevens y tres miembros de su personal en el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2012, no sería más un tema. Lo que les molesta a los republicanos es la manera en la que la administración mostró los ataques. Y su presa es tanto la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton -a quien los republicanos ven como su más potente opositora en el 2016-, como Obama mismo.

Las controversias de la AP y de la Dirección General Impositiva (IRS, por sus siglas en inglés) pueden ser más dañinas. En la primera, el Departamento de Justicia está buscando no tanto el servicio de cables como el funcionario que filtró detalles de la operación en 2012 para frustrar un plan terrorista de la rama yemení de Al-Qaida para poner una bomba en un avión comercial con destino a Estados Unidos.

Se puede presumir que las administraciones demócratas son más relajadas con las filtraciones que las republicanas. No es así con la de Obama, que inició una acción penal contra seis funcionarios por filtrar información clasificada a los periodistas. El alcance de la investigación, según los expertos legales, es excepcional. En una carta al fiscal general, Eric Holder, Gary Pruitt, el presidente de AP, denunció una intrusión masiva y sin precedentes en la actividad periodística que no tiene justificativo posible y exigió la devolución de las grabaciones.

El asunto impositivo puede tener la mayor cantidad de ramificaciones y, por cierto, toca las cuerdas históricas más oscuras. Con su examinación del estatus libre de impuestos del Tea Party y otros grupos políticos de derecha, la dirección general impositiva trajo a la memoria la Casa Blanca de Nixon y su uso de las autoridades impositivas para perseguir a los opositores políticos, salvo que esta vez los roles están revertidos, siendo los conservadores el blanco.

En la conferencia de prensa del lunes con David Cameron, Obama describió la conducta del IRS, (que admite que fue inapropiada) como escandalosa. No tenía razón de ser y debe totalmente responsable de sus actos, dijo. Nadie está afirmando que el presidente haya ordenado la investigación, por cierto desde Watergate, los presidentes legalmente no pueden contactarse con el IRS. Que la misma pregunta actuó como ilustración de cómo los escándalos son distracciones para la más disciplinada Casa Blanca. Obama ya está aprendiendo la lección.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12

Traducción: Celita Doyhambéhère.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-219993-2013-05-15.html