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Sentencia del Procés, jaque a la democracia

Fuentes: Rebelión

«Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos« (Salvador Allende) En el lenguaje del ajedrez, se denomina «Jaque» al ataque que un jugador realiza a otro consistente en acorralar a su Rey, es decir, […]

«Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos«

(Salvador Allende)

En el lenguaje del ajedrez, se denomina «Jaque» al ataque que un jugador realiza a otro consistente en acorralar a su Rey, es decir, a su fuerza, a su representante, a su sistema defensivo. El Jaque no es «Mate» hasta que un determinado movimiento acorrala completa y definitivamente el sistema defensivo del otro, de tal forma que no existe otro camino que la rendición. Eso es exactamente lo que ha ocurrido con la sentencia del Procés, es decir, un ataque en toda regla, con la fuerza del Estado Español y por todos sus medios (ya se habían utilizado los medios policiales el 1-O, y antes los medios políticos desde varios años atrás, y ahora han sido los medios judiciales), que ha acorralado la democracia de nuestro país, que la ha sentenciado a muerte, aunque por supuesto, la lucha no ha finalizado, y por ello no es «Jaque Mate». Aunque en la sentencia los magistrados del Tribunal Supremo no han considerado el caso de rebelión (ya existe una propuesta del PP para modificar el Código Penal y que exista dicho delito incluso sin la utilización de la violencia), sí han contemplado la sedición, argumentando unos ridículos razonamientos para explicarlo. Penas de prisión e inhabilitación de entre 9 y 13 años van a tener que sufrir los encausados, sin más delito que haber luchado por todos sus medios contra el Estado, primero para intentar pactar un referéndum, y después para celebrarlo sin garantías, poniendo urnas en los colegios.

La sentencia, pues, ha sido absolutamente injusta y vengativa. Una sentencia que supone un insulto a la democracia, un ataque a nuestro sistema de convivencia, un torpedo en la línea de flotación de nuestro Estado de Derecho, que tras la sentencia lo es menos. Porque por lo visto, eso de poner urnas en los colegios para que la gente vote constituye un delito muy serio, en un sistema que se tilda de «democrático». Y aún se intenta aclarar en la sentencia, de forma grotesca (y en el discurso de Pedro Sánchez se ha vuelto a insistir en ello) en que aquí no se juzga a nadie por sus ideas, sino por cometer delitos. Se nos dice que en una democracia todas las ideas caben, pero no es verdad. Existen algunas que no caben, justo aquéllas que inciden en una mayor democracia. Existen ideas que no caben, justo aquéllas que intentan romper con el status quo de nuestras élites políticas, económicas y sociales. Curioso sistema aquél que proclama que ninguna idea es delictiva, hasta que se intenta llevar a cabo. Entonces se convierte en peligrosa. Los encausados del Procés son presos políticos, porque defienden ideas y proyectos que no convienen a dichas élites. Son presos políticos porque son representantes del pueblo catalán, y el pueblo catalán quiso de forma mayoritaria lo que estos políticos llevaron a cabo. Por eso precisamente lo son. El delito lo ha cometido el Estado, que al igual que en la época franquista, ha desplegado toda su violencia institucional contra estos legítimos representantes del pueblo catalán: primero ignorando la legitimidad del Parlament y sus resoluciones, después ignorando las peticiones de sus representantes, luego desplegando violencia contra las personas que fueron a votar el 1-O, y por fin, deteniendo, manteniendo encarcelados preventivamente y sentenciando para ellos las penas que hoy hemos conocido.

Cientos de veces hemos advertido de que la judicialización de la política no era el camino, no es el camino, y que ante un problema político, han de darse soluciones políticas, basadas en el diálogo, en la negociación y en el pacto. Pero nuestro sistema político viene del franquismo, así que evidentemente, no está a la altura. La vena y los tics autoritarios le salen con demasiada frecuencia, sobre todo para algunos asuntos. Y si ya éramos una democracia incompleta, una democracia débil, la sentencia del Procés nos ha convertido en una democracia bananera. Desgraciadamente, estamos volviendo a una etapa negra en la historia de España que creíamos olvidada. Hoy día se persigue penalmente al soberanismo, y aunque la sentencia del TS afirma que el tal «derecho a decidir» no existe en ninguna Constitución europea, sí tenemos referentes que se podrían haber adoptado solo con un poco de voluntad política. El soberanismo no es ningún enemigo al que haya que abatir ni aniquilar, sino un ejercicio de plena legitimidad democrática, adscrito al derecho de autodeterminación de los pueblos.

Pero como decíamos al comienzo, este Jaque no es Mate. La democracia tendrá que ir complementándose en nuestro país, tendrá que ir enriqueciéndose y madurando, tendrá que ir evolucionando hacia una democracia plena, y esto habrá de hacerse mediante la lucha, mediante la movilización pacífica, mediante la protesta masiva, mediante la resistencia, mediante la desobediencia civil. Siempre de forma pacífica y no violenta, pero de manera firme y contundente. Sin prisas, pero sin pausa. Observemos la historia y a sus grandes líderes, que sembraron la semilla para después conseguir para sus pueblos los avances, el progreso y los derechos que correspondían. La sentencia solo ha sido un hito más dentro de este proceso. Los ineptos y patéticos políticos (la Tríada derechista junto con el PSOE, que aquí se alinea también con ellos), junto con la ciudadanía españolista que los jalea, que hayan entendido que aquí se acaba todo están muy equivocados. Ahora más que nunca la ciudadanía catalana, de forma mayoritaria, tendrá que continuar impulsando una serie de movimientos que den lugar al siguiente estadío, que no es otro que la celebración de un referéndum de autodeterminación pactado, esta vez sí, con el resto del Estado Español, y celebrado con totales garantías.

Ya sabemos que las derechas españolas, provenientes del franquismo, necesitan «enemigos» que les sirvan como chivos expiatorios. En su momento lo fue ETA (aún quedan rescoldos de esta situación que sacan a relucir de vez en cuando), lo es el comunismo (desde la II República hasta hoy), lo es el terrorismo yihadista (véase el estrambótico y ridículo Pacto de Estado contra el mismo), y últimamente el chivo expiatorio son los catalanes, esos malvados que quieren «romper España», vamos que quieren romper el legado de los Reyes Católicos. Les importa España, pero no sus pueblos ni sus gentes. Les importan sus privilegios, pero no las personas. Es la clásica estrategia consistente en desviar la atención de las clases populares hacia un enemigo común y ficticio, al que se señala como diferente y perverso, para justificar así el autoritarismo y la deficiente gestión de los asuntos políticos. Pero después de esta experiencia, es evidente que ni la movilización popular en Cataluña ni las ansias independentistas de una gran parte del pueblo catalán van a mermar, por muchas medidas represoras que se pongan en marcha por parte del gobierno de turno, con la complicidad de la casta judicial españolista y conservadora. Podrán encarcelar a una parte, pero siempre existirán más dirigentes políticos que continúen encauzando las necesidades de expresión del pueblo. Es hora ya, por tanto, de converger hacia una solución política definitiva, tanto para Cataluña como para el resto del Estado Español (Proceso Constituyente y Estado Federal). Pero eso lo alcanzaremos en un futuro próximo, porque hoy, la involución democrática se ha consumado en España.

Blog del autor: http://rafaelsilva.over-blog.es

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.