La Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos es el precepto legal que permite a la población de ese país tener armas. Pese a las duras restricciones que imponen algunos estados, la posesión continúa siendo legal. Marietta, condado de Cobb. A media hora en coche de Atlanta hacia el noroeste, en pleno corazón de […]
La Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos es el precepto legal que permite a la población de ese país tener armas. Pese a las duras restricciones que imponen algunos estados, la posesión continúa siendo legal.
Marietta, condado de Cobb. A media hora en coche de Atlanta hacia el noroeste, en pleno corazón de Georgia. Un domingo cualquiera de esta primavera. Ese fin de semana el centro cívico del condado acoge una feria de armas, una de las 5.000 que se celebran anualmente en los Estados Unidos. Los días de Gun Show, como así se llaman estas ferias, el parking del centro cívico, que no es pequeño, está a tope y para encontrar un hueco hay que dar varias vueltas. Después de aparcar, primera imagen que choca al visitante novel en estos eventos: antes de entrar al pabellón, de él salen una mujer de unos 50 años cargada con una caja de municiones a la espalda y una pareja de mediana edad, cogidos de la mano, con un rifle cada uno colgando de su hombro.
La entrada a la feria cuesta ocho dólares y con ella se entrega al visitante un formulario para asociarse a la GeorgiaCarry.Org (GCO), una asociación que defiende el derecho de los georgianos a llevar armas. En el acceso al recinto, una pareja de policías revisa las mochilas. Se permite entrar con armas aunque éstas deben estar descargadas. En cambio, los agentes advierten de que está prohibido hacer fotos, cuando ven una cámara reflex en mi mochila. El centro cívico está, como cabe suponer después de ver el aparcamiento, repleto. Además, el espacio que los stands dejan libre en los pasillos, aunque suficiente, no es demasiado ancho, lo que acentúa la sensación de enorme afluencia.
Los vendedores ofrecen una variada mercancia para todos los gustos y bolsillos: desde revólveres por menos de doscientos dólares hasta fusiles de asalto, que se venden a partir de unos mil dólares, aunque se pueden encontrar algunos más baratos. También hay munición, fundas, miras telescópicas, navajas y otros productos relacionados con el mundo de las armas. Además, se pueden encontrar pistolas, revólveres y rifles antiguos en perfecto estado, piezas para coleccionistas que pueden valer unos cuantos miles de dólares.
Para los menores de doce años, la entrada a la feria es gratis, por lo que no es extraño ver en el interior del recinto a unos cuantos, sobre todo niños paseando acompañados por sus padres o correteando entre los puestos. «Es la primera vez que vengo a una feria de armas. Unos amigos han venido y me he animado. Como ves, llevo a mis tres hijos conmigo». Quien habla es Scott Gero, un hombre de 41 años de Marietta, padre de tres niños de diez, ocho y dos años. «Creo que algo bueno para enseñar a los niños. No veo nada de malo en que se familiaricen con las armas desde pequeños. Yo cazo y lo veo como una extensión de la caza. Además, las armas también sirven para la autodefensa», añade Gero.
Autodefensa
En la feria de Marietta se ven algunas chapas con el lema «Las armas salvan vidas». Este concepto, el de la autodefensa, tanto individual como colectiva, es clave para entender el porqué del derecho de los estadounidenses a tener armas. La Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos es el precepto legal en el que se sustenta el derecho de sus ciudadanos a poseer armas. Se remonta a 1787 y, traducida al castellano, viene a decir: «Siendo necesaria una milicia bien preparada para la seguridad de un Estado libre, el derecho a tener la responsabilidad de un arma no debe ser vulnerado».
Entre los redactores de la citada enmienda estuvo James Madison, quien fuera uno de los primeros políticos en admitir que puede ser el propio Ejército de un país el que amenace su libertad. Por eso, desde detrás de su tenderete en el centro cívico de Marietta, Nelson Chambliss recuerda que «nuestro primer derecho constitucional es la libertad de expresión; el segundo, tener armas. Y no para cazar u otra cosa, sino para prevenir una tiranía. Un día te puedes levantar y encontrarte bajo una dictadura. Si los ciudadanos tenemos armas, se puede evitar».
En su momento, James Madison también señaló que los estados europeos restringían el acceso a las armas por parte de los civiles, precisamente para asegurar su poder. En esa línea, un miembro de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) que declina dar su nombre real y se hace llamar John apunta que «lo que no comprendo es que en Europa no entendáis que queramos ejercer nuestro derecho a tener armas. ¿De Barcelona dices que eres? Estoy seguro que si hubieseis estado armados en 1936, el golpe de Franco no habría triunfado. Y si los judíos hubieran tenido armas, habrían podido parar a Hitler». Es el sentido de autodefensa colectiva que dan los defensores de las armas a la polémica Segunda Enmienda: el «derecho» que tienen los ciudadanos a tener armas, incluso para enfrentarse al propio Estado, si éste se extralimita, y la obligación de utilizarlas con «sensatez y responsabilidad».
Gran negocio
En Marietta, un hombre luce una camiseta que dice: «Si sabes cuántas armas tienes, es que no tienes bastantes». Una inscripción que también se puede leer en alguno de los stands. «Nunca he contado las que tengo, las puedo tener y para mí es suficiente. Las armas no son peligrosas y forman parte de nuestra cultura», dice John, que habla desde el puesto instalado por la NRA en el recinto para captar nuevos afiliados. En su cabeza luce una gorra de la asociación, en la que milita desde 1968. Según una promoción que se ofrece en la feria, comprando una de esas gorras por 25 dólares, se incluye la cuota del primer año como miembro de la NRA. Esta asociación es, si no el «lobby» más importante de Estados Unidos, uno de los más influyentes, y su número de afiliados crece cada año. También aceptan socios de fuera del territorio estadounidense; en ese caso, la cuota anual asciende a 40 dólares.
Aunque en la feria nadie hable de ello, es evidente que más allá del derecho legal o no a tener armas, detrás de ellas hay un negocio muy importante. No hay cifras concretas al respecto, porque nunca se ha hecho un inventario riguroso, pero se estima que la población civil tiene un arsenal privado de entre 200 y 280 millones de armas. El volumen de negocio tampoco está nada claro, pero se calcula que mueve alrededor de 2.000 millones de dólares anuales.
Ni con la crisis mundial parece entrar en recesión. En los tres primeros meses de 2009, se han presentado cuatro millones de solicitudes para permisos casi instantáneos de adquisición de armas, según datos del FBI. En el mes de marzo se registró un 29% más que durante el mismo período del año pasado.
De hecho, en épocas de crisis económicas, las ventas de armas tienden a incrementarse y, en esta ocasión, además, hay que sumar el temor que existe a que la Administración Obama, con el respaldo de la mayoría del Partido Demócrata en ambas cámaras, pueda imponer una regulación más estricta.
¿Restricciones a la vista?
El debate en el seno de la sociedad estadounidense sobre si la legislación debería ser más estricta para limitar o no la posesión de armas a la población, ha disminuído en los últimos tiempos, a pesar de algunos sangrientos episodios como el cometido hace dos años por el estudiante Cho Seung Hui, que mató 31 personas en el campus de la universidad de Virginia Tech. «Si algún alumno o profesor hubiera estado armado en Virginia, tal vez habría parado antes a aquel loco», explica Gero, el padre de los tres niños, al recordarle aquella matanza. Hace ocho años, las encuestas revelaban que más de la mitad de la población, un 54%, se mostraba a favor de una legislación más estricta. Hoy en día, esa postura se sitúa en el mínimo histórico del 39%, según un reciente sondeo realizado por la cadena CNN.
A pesar de todo, la llegada de Obama a la Casa Blanca ha inquietado a los partidarios de la posesión de armas, porque durante la campaña electoral el hoy presidente expresó su deseo de volver a prohibir todos los fusiles de asalto, tipo AK-47 o M-16, además de los cargadores de alta capacidad. En algunas webs, como thegunsource.com, hay banners en los que se advierte de esta posibilidad -«peligran los derechos de los americanos», alerta uno- y salvapantallas en los que se ridiculiza a Obama, a quien ven como una amenaza latente. Cabe recordar que la Administración Clinton ya hizo algo parecido en 1994, a través una regulación federal que caducó en setiembre de 2004 y que la Administración Bush no quiso prorrogar.
Como es lógico, el nuevo presidente no despierta muchas simpatías en esta feria. «A mí no me gusta y no encontrarás mucha gente en el sur a quien le guste Obama. Y tampoco McCain», dice Chambliss, sentado detrás de su puesto. En él que vende armas y parafernalia nazi de todo tipo: bayonetas con la cruz gamada en la empuñadura, anillos con el mismo motivo o con el símbolo de las SS, y otros objetos que «recuerdan la hermandad que hubo entre estadounidenses y nazis antes de que los primeros se implicaran en la Segunda Guerra Mundial», explica Chambliss a un posible cliente. Tal vez esperando vender alguno, este comerciante georgiano asegura que los recuerdos del régimen nazi «son muy valiosos, aumentan su valor cada año un 20%». Curiosamente, Chambliss asegura que él no es fascista y que no vende su material ni a skinheads ni a jóvenes neonazis. «No se lo pueden permitir. Vendo, sobre todo, a abogados, médicos… y gente así, que lo quieren por su valor histórico», explica.
«Restringir el uso o dificultar el acceso a las armas no acabará con el problema», explica en el aparcamiento Brian Chalders, que ha venido a Marietta a comprar munición, ya que en las ferias es más barata. Él tampoco sabe cuántas armas tiene en casa, «tal vez catorce o quince» afirma con la misma tranquilidad que más tarde cuenta cómo tiempo atrás su madre disparó a su padre, sin concretar si lo mató o no. Para zanjar la conversación, mientras cierra el maletero de su coche, concluye: «Los criminales siempre tendrán acceso a ellas. Si todo el mundo las devolviera, yo también lo haría. Pero eso no pasará nunca. Es una causa perdida». Luego se marcha y cede a otro su lugar a otro vehículo que espera para aparcar.