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Oriente Medio, abierto en canal

Fuentes: Eurasian Hub

Conforme pasan los días, van quedando patentes las relaciones existentes entre algunos de los acontecimientos de gran calado que han confluido en el pasado mes de junio de 2013, y que parecen marcar un cambio de rumbo histórico, primero en el escenario de las recientes «crisis de Oriente», y después en el discurrir de la […]

Conforme pasan los días, van quedando patentes las relaciones existentes entre algunos de los acontecimientos de gran calado que han confluido en el pasado mes de junio de 2013, y que parecen marcar un cambio de rumbo histórico, primero en el escenario de las recientes «crisis de Oriente», y después en el discurrir de la Posguerra Fría.

Sea cual haya sido el desencadenante concreto del golpe en Egipto -ahora se empieza a discutir sobre ello en los medios de comunicación- parece más que evidente que existe una conexión directa con el trasfondo de las duras protestas en Estambul, que estallaron el 29 de mayo. Y ésta consiste en que, con el golpe acaecido en Egipto, el «modelo turco» ha resultado quebrantado. Si no se hubieran producido las protestas en Taksim, con la brutal represión consiguiente, se podría decir que la fallida actuación del gobierno de Erdogan en Siria y el golpe de Egipto sólo habrían puesto en cuestión la variante exterior, «de exportación» del modelo turco. Pero el malestar interior en Turquía revela que el problema es más profundo, y que, posiblemente, afecta también a los gobiernos y partidos islamistas de la zona MENA en su conjunto.

Si es así, ya se puede decir que el «modelo homeopático» impulsado para el mundo árabe por la administración Obama, está en crisis. La iniciativa de respaldar gobiernos islamistas más o menos moderados, dispuestos a impulsar sistemas económicos neoliberales y favorecer el desarrollo de clases medias, debería de haber servido como antídoto al radicalismo yihadista. En realidad, hasta ahora parece haber funcionado en sentido opuesto: la guerra de Libia y ahora la de Siria, han servido de catalizadores del fenómeno que se intentaba prevenir. Para muestra un botón: la capacidad de irradiación de la guerra civil siria y el desorden en MENA es de tal envergadura que este mismo verano las fuerzas de seguridad españolas han debido extremar la vigilancia para controlar el tráfico de activistas radicales por el Estrecho, Ceuta y Melilla.

Seguramente, la opción de promover el islamismo moderado en MENA hubiera dado resultado con el tiempo, caso de que no se hubieran torcido la situación en Siria; pero así están las cosas, y lo sucedido en Egipto constituye un golpe mortal

Lo malo es que no parece existir un plan B. La situación en Egipto es muy delicada, y en Washington deben de estar rogando para que la estabilidad política en Turquía no se deteriore todavía más, como parece estar sucediendo. Desde luego, cabe recordar que el resultado de la gestión de Erdogan es una historia de éxito en lo económico a lo largo de diez años, mientras que el gobierno de los Hermanos Musulmanes ha sido un fracaso en tan solo uno. Pero eso sólo demuestra que la fórmula del islamismo político no es exportable, porque no es una opción que asegure iguales o parecidos resultados en países diferentes, por mucho que los turcos asesoren.

Y por lo demás, mientras no se solucione la guerra de Siria, ésta seguirá envenenando cualquier plan de estabilidad para el mundo árabe. Existe una razón profunda para ello: desde que aparecieron los modernos estados árabes surgidos de la disolución del Imperio otomano, allá por 1918, se han ido encarando dos grandes modelos. A un lado, las monarquías patrimonialistas, muy basadas en la Sharia: Arabia Saudí, Yemen (hasta 1968), los Emiratos del Golfo. Y al otro, las repúblicas, más arabistas que islamistas, con regímenes basados en conceptos políticos laicos de inspiración europea: Siria, Irak, Líbano, Egipto. Curiosamente, los Estados Unidos se apoyaron muy tempranamente en las monarquías, sobre todo en Arabia Saudí, ya desde los años treinta del siglo pasado. Jordania es otro ejemplo.

Ahora, esas monarquías han continuado incólumes, han pasado por el vendaval de la Primavera Árabe sin verse afectadas por ningún cambio de régimen, mientras Arabia Saudí y Qatar se implicaban a fondo en las guerras de Libia y Siria.

Mientras tanto, los regímenes laicos han ido decayendo, convertidos en dictaduras encorsetadas, anticuadas y patrimoniales. Lo malo del asunto es que su derrumbe progresivo, hasta el batacazo final, no ha traído un nuevo modelo de estado, eficaz en lo económico, integrador pero aperturista en lo social. Líbano es la perpetua inestabilidad. El Irak surgido de la invasión de 2003 no es un ejemplo edificante. Libia es un caos. Yemen se muere de hambre. Y ahora nadie parece saber qué va a suceder con Egipto y Siria. Los americanos consintieron mucho de lo sucedido en Egipto, se desentendieron; y ahora, en relación a Siria, sólo se les ocurre alimentar el conflicto con más y más armas.

Se habla poco, cada vez menos, de la conferencia de Ginebra que debería aportar alguna solución para atajar la guerra. Los atentados de Boston, ocurridos en aquel ya lejanísimo 15 de abril, propiciaron ese acercamiento ruso-americano que pudo ser el comienzo de solución para Siria.

Pero los que se empeñaron en obstaculizar el proceso triunfaron, sin muchos problemas. Para Washington, antes de la solución diplomática en Siria, tenía que triunfar la opción militar. Conforme ésta se demoraba, por el recurso a estrategias inadecuadas por parte de la oposición al régimen de Damasco, la salida diplomática se difuminaba. Segundo: un acuerdo ruso-americano para Siria invalidaría el «modelo Obama» para Oriente Medio, porque ya no sería exclusivamente americano. Y esa consideración era importante en primavera, porque arrancaba el segundo mandato del presidente.

Lo malo, es que a Obama le pilló de lleno uno de esos característicos «escándalos de segundo mandato», letales para muchos presidentes USA: el Watergate de Nixon, el Irangate de Reagan o caso Lewinsky de Clinton.

La defección de Edward Snowden está resultando un auténtico vía crucis para Obama. Pero en realidad, va más allá, al cuestionar la validez de los hasta ahora modélicos sistemas de inteligencia americanos.

¿Qué la NSA es capaz de intervenir cualquier cuenta de mail o teléfono en todo el mundo? Eso ya se sabía, al menos desde 1998, cuando se dio a conocer el sistema Echelon. ¿Qué los servicios de inteligencia alemanes cyberespían a su propia población, si eso conviene? Vaya una noticia: hasta lo admitió el mismo gobierno alemán en octubre del año pasado, y sin ningún rubor. También se podría hablar de los franceses, desde luego, y de otras muchas potencias que han desarrollado y utilizan sistemas propios para el ciberespionaje masivo de las comunicaciones propias y ajenas.

Pero lo importante de las revelaciones de Snowden es que ponen de relieve: a) que los americanos y británicos tienen más interés en obtener ventajas diplomáticas y comerciales del espionaje a sus propios aliados… b) que en utilizar eficazmente su enorme ventaja tecnológica en inteligencia, a beneficio de los objetivos estratégicos propios de una superpotencia supuestamente ganadora de la Guerra Fría.

Y eso se aplica muy bien a la desastrosa evolución de la política exterior americana en Oriente Medio y el Cáucaso. ¿Tanta escucha y tanto cyberespionaje masivo para no prever o contrarrestar el ataque contra la Embajada USA en Bengasi, con el asesinato del embajador Christopher Stevens, el pasado 11 de septiembre? ¿Y qué decir del asalto a la Embajada en El Cairo, ese mismo día? ¿Y de los atentados en Boston, el 15 de abril de este 2013? ¿Y la detención del agente Ryan Fogle en Moscú, a manos del FSB, el mes de mayo, cuando buscaba información sobre Daguestán?

Toda una sucesión de torpezas y carencias de información que se prolongan y sobredimensionan en la desastrosa deriva de la guerra en Siria, el precario equilibrio en Líbano, la inseguridad crónica y los vacíos de poder en Libia o Irak; y ahora, la quiebra de Egipto. Hace más de una década que Robert Baer escribió: «Al igual que el resto de Washington, la CIA se había enamorado de la tecnología. La idea era que los satélites, Internet, las interceptaciones electrónicas, e incluso las publicaciones académicas nos revelarían todo lo que necesitábamos saber sobre lo que estaba sucediendo más allá de nuestras fronteras. En cuanto a los fundamentalistas islámicos en concreto, la postura oficial era que nuestros aliados de Europa y Oriente Medio podrían completar el puzzle. Dirigir a nuestros propios agentes, es decir, nuestros propios recursos humanos, se había convertido en una tarea demasiado complicada».

Desde 2008 vivimos una crisis de crédito y credibilidad, términos que van más allá del ámbito financiero, para afectar a todo el equilibrio estratégico mundial. Se suponía que los vencedores de la Guerra Fría iban a crear un marco adecuado para el triunfo de la democracia, la libertad y la prosperidad en el mundo. Han pasado veintidós años, y el estado general de quiebra y desorden hacen temer que, ya en 1991, quizá estuvieran tan profundamente errados soviéticos como americanos en sus preconcepciones ideológicas sobre lo que debería ser el orden mundial.

Fuente original: http://eurasianhub.com/2013/07/09/oriente-medio-abierto-en-canal/