En una evidente y desvergonzada operación política comunicacional de lavado de imagen y favorecer sus posiciones de dominio en Asia Occidental, el gobierno de Estados Unidos ha facilitado (con Arabia saudí en las sombras) que la entidad sionista firme una serie de acuerdos con dos regímenes árabes: Los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahréin.
Tanto Estados Unidos como Israel poseen mandatarios cuestionados. Uno, Donald Trump, que se presenta a la reelección para volver a ocupar la Casa Blanca, con un país bajo una severa crisis sanitaria, económica y social, que lo ha llevado a porcentajes de preferencia ciudadana, siete puntos abajo del candidato demócrata a la presidencia, Joe Biden. El otro, Benjamín Netanyahu, primer ministro del régimen israelí, acusado de soborno, fraude y abuso de confianza contra el cual parte de la población israelí exige su dimisión y procesamiento por corrupto. Ambos con necesidades de mostrar frutos, en el plano internacional, ante su electorado y sociedades, de tal manera de afianzar un poder que se les presenta escurridizo.
Para contrarrestar esta baja de popularidad, que en el caso de Trump puede significar su derrota en las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre y con referencia a Netanyahu implica la posibilidad de un procesamiento, que lo saqué del sillón en el cual está por quinta vez y lo conduzca a sitios menos cómodos del cual ha estado acostumbrado, desde la primera ocasión que llegó al cargo de primer ministro de este régimen de extranjeros en Asia occidental. Ambos dirigentes, en un plan que se viene tejiendo desde el momento mismo del triunfo de Trump el año 2016 están utilizando la ficha de forzar acercamientos, entre el sionismo y gobiernos de países árabes, destinado a afianzar posiciones de dominio. Esto, pues lo menos que pueden ofrecer es una visión de democracias, respeto a los derechos humanos o sociedades donde el conflicto social no existe. Ambos encantadores de serpientes ofrecen lo único que dos regímenes de dominio y crimen pueden ofrecer: guerras y posiciones de poder para las castas gobernantes.
Se buscan monarquías para lavado de imagen
Tanto EAU como Bahréin son entidades carentes, absolutamente, de visos democráticos. Alejadas completamente de ser consideradas referentes de sociedades donde prime la libertad en su más amplia excepción: prensa, religiosa, política, cultural, respeto a los derechos humanos de sus connacionales y de su nutrida población extranjera. En el caso de EAU una Monarquía feudal conformada por la unión de siete emiratos, sin instituciones elegidas democráticamente ni partidos políticos. Cuenta con 10 millones de habitantes, en 83 mil kilómetros cuadrados donde el 80% son extranjeros y donde priman por su poder, en el conjunto de los emiratos, fundamentalmente dos: Abu Dabi y Dubái.
EAU es un pequeño país, pero que ha devenido en una entidad agresiva, belicosa, financista de bandas armadas que actúan en diversas partes de Asia occidental y el Magreb, dotada de bases militares en el cuerno africano, surgidas en base a su poder económico y una visión geopolítica, que ha tenido poco a poco que reconsiderarse. Sin duda, para su propia sobrevivencia y de ahí la necesidad de buscar como aquellos carteles de la mafia, ejércitos, servicios de inteligencia que los doten de protección, con la promesa de comprar miles de millones de dóalres en armas, entregar sus riquezas naturales al beneficio de transnacionales y así mantener sus castas gobernantes libres del peligro de sublevaciones sociales, que termine derrocándolos y enviándolos a exilios dorados.
EAU, un régimen que ha intervenido en la agresión a Yemen, en la contratación de mercenarios y la provisión de armas a favor de las milicias del mariscal Jalifa Haftar en Libia y que no extraña, en modo alguno, su acercamiento a Israel pues, de la mano de Arabia saudí han tenido relaciones bajo cuerda hace muchos años con el sionismo, donde el eje principal es, reitero, dotarse de protección para su casa gobernante en un escenario de cambios sociales, que tarde o temprano exigirá el fin de una monarquía anquilosada y antipopular, asentada en el poder de las armas y la represión.
En el caso de Bahréin, esta isla minúscula de 55 kilómetros de largo por 16 de ancho, dotada de algunos archipiélagos, que está comunicada al continente por un puente de 26 kilómetros de largo, llamada la calzada del Rey Fahd, que la comunica con Arabia saudí y que ha permitido, que en la última década se haya invadido el país por tropas saudíes, para reprimir las rebeliones (Tamarod en su nombre bahreiní) de su población. Rebeliones que han exigido a la dinastía de los al Jalifa, que gobiernan en Bahréin desde el año 1783, participación en las riendas del país, respeto a los derechos humanos de la población de creencia Chií y cuando la represión arreció las demandas fueron mayores: la caída de la monarquía. Todo ello en un país de 1.200.000 habitantes de los cuales la mitad son extranjeros y cuya casa gobernante es satélite de la casa saudí.
Recuerdo, que hace poco más de un lustro, analicé la situación en Bahréin a partir de la llamada Tamarod señalando que desde febrero del año 2011, coincidente con otros levantamientos en el mundo árabe, Bahréin fue escenario de manifestaciones, reprimidas brutalmente por las fuerzas de seguridad. Movilizaciones sociales dirigidas a obtener la libertad de los presos políticos, que se han incrementado en estos 9 años de protestas y que llenan las cárceles del régimen. Como también, en su momento, exigir la retirada de las fuerzas militares saudíes que cruzando la Calzada del Rey Fahd irrumpieron en el país para apuntalar a la Monarquía de los Al Jalifa. Un país que, geográficamente, es una porción de territorio rico en hidrocarburos y con una posición estratégica fundamental en el Golfo Pérsico. Ubicación que ha significado que Estados Unidos radique, desde principios del año 1990, en el principal puerto de Bahréin, Juffar, la denominada Quinta Flota Naval con 5 mil miembros de las Fuerzas Armadas norteamericanas y utilizada profusamente contra los pueblos de Asia Occidental.
Para Estados Unidos, que suele argumentar hipócritamente que sus intervenciones tienen su razón de ser, en la necesidad que se respeten los derechos humanos, las libertades individuales y que se camine hacia proyectos de democracia representativa, le da exactamente lo mismo cuando se trata de regímenes como el de Bahréin. Un país dotado de leyes destinadas a combatir las manifestaciones de la población, que han intensificado la represión y el juzgamiento severo de cualquier acto, que según las autoridades bahreiníes, vayan contra el orden público y la legitimidad de la monarquía. Leyes denominadas de “Protección a la comunidad contra actos terroristas” aplicadas contra la oposición política y aquellos activistas de derechos humanos, muchos de ellos aún encarcelados, incluso con duras condenas de cadena perpetua
Tanto EAU como Bahréin, con su acercamiento y proceso de “normalización” de relaciones con Israel, no hablo de paz pues estos dos regímenes jamás han estado en guerra contra la entidad sionista, ni ha sufrido ataques. bombardeos o asesinatos selectivos y menos la colonización u ocupación de su territorio, lo que hacen es afincar estrategias de seguridad al servicio del imperialismo y el sionismo. Se cobijan bajo el paraguas del binomio Trump-Netanyahu y sirven así a los intereses hegemónicos tendientes a seguir ejerciendo una política de máxima presión contra la República Islámica de Irán, tendiendo un cerco de bases militares, una amenaza que cada vez se acerca más a las fronteras de la nación persa que ha advertido: “Las consecuencias de cualquier acción provocadora del régimen sionista en la región del Golfo Pérsico recaerán sobre el régimen de Al Jalifa y los Emiratos Árabes Unidos (…), aliarse con el régimen usurpador y agresor sionista no será eficaz para la supervivencia de los inestables regímenes monárquicos, dictatoriales e impopulares, sino que acelerará su declive”
Hago mía las palabras de Anuar Majluf, Director Ejecutivo de la comunidad palestina de Chile – la más numerosa del mundo fuera de las fronteras de Asia Occidental – quien afirma: Entonces, lejos de ser “acuerdos de paz”, resultan ser más bien una suerte de creación y consolidación de alianzas mirando a Irán y que en cuanto a Israel, contribuyen a la impunidad más que al desarrollo económico, dejando fuera de agenda la posibilidad de abordar la problemática palestina en el marco de lo establecido por la legalidad internacional, cuya paz pasa necesariamente por un fin de la ocupación israelí. De ese modo, en momentos en que el gobierno israelí busca fórmulas para perpetuar la ocupación sin pagar ningún costo, ha recibido este regalo.
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