Con el fulminante (y arreglado) derrocamiento de Bashar al-Assad, la guerra civil en Siria, promovida desde el exterior, no ha terminado. Por el contrario, entrará en una nueva fase, a medida que continuamos avanzando hacia a una guerra total por sobre el Anillo de Fuego.
Es cuestión de meses, tal vez semanas, el reagrupamiento de combatientes voluntarios con el ejército sirio en milicias y de un caos que no podrá controlar tan fácilmente el eje Washington-Tel Aviv, fanáticos supremacistas expertos en demoliciones pero incapaces de construir nada. Desde los muyahidines, los talibán, Al Qaeda y el Isis, los “rebeldes” y “luchadores por la libertad”, entre otros, nunca ningún Frankenstein creado por Occidente terminó bien, ni siquiera para sus propios intereses.
Mientras, China, que es el primer y último objetivo de esta ofensiva imperialista, continúa durmiendo la siesta de su prosperidad económica. Más allá de su incremento en gasto militar y tecnológico, parece no querer ver que a largo plazo el ajedrez geopolítico la puede encontrar no tan bien parada como el mundo presume.
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