Los ingredientes para una invasión neoliberal de lo rural están servidos. Pero son quienes viven y mantienen estos territorios los que deben decidir sobre ellos
Brieves (Asturias). MIGUEL CHECA
Antes de la pandemia (a.P.) vivíamos junto a una hoguera que, en mayor o menor medida, a todas nos producía algún grado de quemaduras. Pero las clases gobernantes, inconscientes o parapetadas en sus privilegios –o las dos cosas– no detectaban ni siquiera el humo. Han pasado poco más de tres meses de la explosión de la covid-19 y, aunque el incendio eco-social no puede ser más evidente, no solo no proponen ninguna medida para frenarlo sino que, con sus políticas y fondos de recuperación, lo alimentan cual pirómanos. Esto sí que nos genera un verdadero estado de alarma.
Me preocupa, también, el salto mortal que nos ha llevado de decenios a.P. donde predominaban los sentimientos mayoritarios de ruralofobia y de desprecio hacia la Naturaleza a lo contrario, el boom rural. En los últimos meses abundan los anuncios publicitarios donde la estrategia de marketing pasa por piropear a los pueblos y a sus gentes; la prensa convencional está haciendo huecos urgentes a la cultura rural, que ahora está de moda; y, desde luego, las grandes cadenas de supermercados ya no solo llenan lineales con productos ecológicos sino que también divulgan a los cuatro vientos su compromiso para salvar a la pequeña agricultura y “su trabajo esencial”. ¿Será lo rural un nuevo nicho de negocio? ¿Qué planes para “reflotar la economía” de los entornos rurales se imaginan los gobiernos?
El renovado interés por la búsqueda de espacios naturales acrecienta los fenómenos especulativos de la vivienda en los pueblos
Como advertían algunas voces, la construcción del discurso de la España vacía ha generado un buen pretexto para justificar cualquier tipo de negocio, por perjudicial que sea. El argumento de repoblar los entornos rurales está permitiendo la expansión de las macrogranjas industriales, por ejemplo, o la expansión desproporcionada de parques eólicos. El renovado interés por la búsqueda de espacios naturales, lejos de los riesgos epidémicos de las grandes ciudades, es un segundo factor que ya está acentuando una suerte de retorno a lo rural que, sin compromiso por formar parte de la sostenibilidad colectiva del pueblo, acrecienta los fenómenos especulativos de la vivienda en los pueblos y de la tierra cultivable. Y esto hace aún más difícil la llegada de personas que sí miran a lo rural/natural como el lugar donde situar vidas vivibles a partir de la relación con la tierra y su fertilidad.
Con este escenario, lo rural y lo natural cotiza cada vez más alto en las bolsas de valores. A los buitres que rastrean donde invertir no se les escapa que en esta época d.P. el mundo rural es muy llamativo en cualquier escaparate. Vendemos pueblos abandonados. Buena inversión para ofrecer lugares donde vivir y teletrabajar con menos riesgos de caer enfermo, dirán sus anuncios. Increíble caserío a la venta, protegido con seguridad privada 24 horas y dos huertas perimetradas con vallas electrificadas. Solares por edificar en una calle asfaltada, sin olor a estiércol. Vendo 20 hectáreas de prístinos parajes. Muchas posibilidades
De hecho, poniendo un poco de atención, ya detectamos esta nueva tendencia para “refugiados pandémicos clase top”. En las mesas de algunas administraciones se está discutiendo el proyecto llamado “Maestrazgo-Els Ports” –impulsado por una conjunción de entidades filantrópicas y fondos de inversión– que pretende reducir 550.000 hectáreas de comarcas del norte del País Valencià, de las Terres del Ebre y del Maestrazgo aragonés a una postal, a un parque temático de lo salvaje. Como se explica en esta serie de reportajes publicados por La Directa, a los promotores no les tiembla la voz cuando esgrimen que “con la reintroducción de especies salvajes o la renaturalización del territorio (léase, expulsión de campesinado) se facilitará el trasvase de capital de las ciudades al campo así como generar oportunidades económicas en las comunidades rurales”.
Satisface ver cómo la sociedad en general ha puesto en valor la libertad no confinada y poder vivir o tener acceso cotidiano a los espacios naturales. También es una buena noticia observar cómo se ha redignificado el papel de las personas productoras de alimentos… pero no perdamos de vista que los ingredientes para una invasión neoliberal de lo rural están servidos. Es ahora, con más importancia que nunca, cuando se debe apelar a la soberanía rural. Son quienes viven y mantienen estos territorios los que deben decidir sobre los mismos. Lo expresa muy bien el colectivo Arterra con un fanzine cuyo título es suficientemente explícito: “Saca Tus Sucias Manos De Mi Pueblo”. Como ellas dicen, “levantadas en defensa de la comunidad cual lo hacen los campanarios de nuestros pueblos”.
Este artículo se publicó originalmente en catalán en Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.
Fuente: http://www.ctxt.es/es/20200701/Firmas/32847/#.Xx_yxBN0_NE.twitter