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Sobre el derecho de Israel a «defenderse»

Fuentes: Rebelión

Desde hace mucho tiempo, un sector político en España y otros países, en el que se incluyen desde conservadores y liberales hasta algunos socialdemócratas, justifica el «derecho del Estado de Israel a defenderse». La frase, en principio, podría ser razonable, es evidente que cualquier país tiene derecho a «defenderse» de una agresión exterior. El problema […]

Desde hace mucho tiempo, un sector político en España y otros países, en el que se incluyen desde conservadores y liberales hasta algunos socialdemócratas, justifica el «derecho del Estado de Israel a defenderse». La frase, en principio, podría ser razonable, es evidente que cualquier país tiene derecho a «defenderse» de una agresión exterior. El problema es que, demasiado a menudo, no existe ninguna agresión exterior, ni sus ataques son contra un «enemigo» en igualdad de condiciones.

Tras formar parte del imperio otomano durante un largo período, el territorio que actualmente constituye el estado de Israel pasó a ser, junto con el resto de Palestina, un protectorado del Reino Unido, que se prolongó desde la primera guerra mundial hasta 1948, poco después de la segunda gran guerra, cuando las revueltas árabes y hebreas llevarían a las tropas británicas a abandonar el territorio. El plan de participación del país entre israelíes y palestinos, promovido por las Naciones Unidas (ONU) y nunca aceptado por los países árabes, comportaría la primera guerra árabe-israelí con buena parte de los países vecinos, un conflicto que acabó con la victoria del nuevo ejército hebreo, formado a partir de diferentes grupos, «resistentes» o «terroristas» como pueda ser hoy día Hamas. Israel se quedó con la mayor parte del territorio, mientras Cisjordania pasaba a administración jordana y Gaza quedaba bajo el control de Egipto.

En 1956 Israel volvió a atacar Egipto en la llamada guerra del Sinaí por el control del canal de Suez, en esta ocasión con la ayuda de Francia y el Reino Unido. Pero sería en 1967 cuando el ejército hebreo iniciaría una nueva y demoledora ofensiva, la llamada «Guerra de los seis días» contra Egipto, Síria, Irak y Jordania, y que esta vez supuso la invasión de Cisjordania y Gaza, el Golán sirio y la península egipcia del Sinaí, una ocupación que no ha sido nunca reconocida por la ONU. Pocos años después, la nueva guerra de Yom Kipur (1973) con Siria y Egipto, provocó numerosas víctimas entre los tres ejércitos, sin que los aliados árabes lograran su objetivo de recuperar los Altos del Golán y la península del Sinaí.

En 1982 tuvo lugar la guerra del Líbano, en la que tropas de Israel ocuparon el sur de este país, enfrentándose a fuerzas no regulares palestinas, libanesas y sirias, y permitiendo, por parte de los aliados israelís de la milicia falangista libanesa, la llamada matanza de Sabra y Chatila en la que, según diversas fuentes, murieron asesinados más de 3.500 refugiados palestinos.

Desde finales de los años 60, pero cada vez con más intensidad, el estado hebreo ha impulsado un sistemático programa de establecimiento de colonias judías en Cisjordania, lo que habría de llevar a un incremento creciente de la tensión con los palestinos, que culminaría en 1987 con la primera gran intifada, una gran insurrección civil iniciada en los campos de refugiados de Gaza, y que poco después se extendería al resto de los territorios ocupados.

A pesar de la declaración unilateral de independencia de 1988 por parte de Yasser Arafat y de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), en base a los territorios ocupados desde 1967 y con la ciudad de Jerusalén como capital, ninguna de las grandes potencias occidentales, que en los años cincuenta y sesenta habían reconocido a Israel, hicieron lo propio, lamentablemente, con el nuevo estado palestino, aunque sí tuvieron el apoyo de muchos otros países.

Los acuerdos de Oslo de 1993 intentaron poner las bases de una paz duradera pero, salvo una cierta autonomía para Palestina, acabaron siendo un enorme fracaso. Israel continuó con la extensión de nuevos asentamientos, iniciando posteriormente la construcción del muro de Cisjordania, un verdadero y nuevo «muro de la vergüenza», que aísla gran parte de los territorios ocupados.

El modo de «defenderse» del estado sionista, especialmente durante las últimas décadas, es el mismo practicado a menudo por las tropas estadounidenses en la conquista del Oeste, cuando los soldados y los colonos que les acompañaban eran víctimas de los ataques de las tribus indias que, estas sí, defendían su territorio: Exterminando poblados y tribus enteras, en muchos casos ancianos, mujeres y niños, y trasladando a los supervivientes hacia reservas, en territorios cada vez más alejados, aislados y reducidos.

Los sionistas han aplicado en Palestina aquel colonialismo, a la par que la peor versión de la Ley del Talión. Y esto es válido tanto para los gobiernos de David Ben-Gurion como para los de Golda Meir, Menagem Beguin, Simon Peres, Ariel Sharón o Benjamín Netanyahu, entre otros dirigentes del país. Los datos son claros, y podemos poner como ejemplo las cifras contrastadas de las dos últimas incursiones israelíes de cierta envergadura: Durante el conflicto de 2008-2009 en el que, cada vez más claramente, podemos denominar «Gueto de Gaza», murieron 13 israelíes, casi todos ellos soldados, mientras 1.300 palestinos eran víctimas de los bombardeos e incursiones de represalia, entre ellos numerosas criaturas, mujeres y ancianos. Por su parte, durante el conflicto de 2014, también en Gaza, murieron 70 israelíes, la práctica totalidad militares, mientras los palestinos tuvieron más de 2.300 víctimas mortales a consecuencia de los bombardeos, entre ellos también numerosos niños, mujeres y personas de edad avanzada.

No importa que las víctimas sean musulmanas, judías, cristianas o laicas, pero cualquier crimen es infinitamente más grave cuando el criminal es un ejército regular, cuando los muertos son civiles y, sobre todo, cuando las víctimas son criaturas inocentes. Víctimas en otros tiempos del holocausto nazi, Israel parece ser hoy el único estado del mundo que puede cometer crímenes contra la humanidad de manera gratuita, sin que tenga que pagar por sus actos ante ningún tribunal penal internacional. Por otra parte, la supuesta neutralidad en el conflicto, sobre todo de algunos países europeos, juega claramente a favor de Israel y en contra del pueblo palestino, pues cada vez se antoja más difícil la posibilidad material de una Palestina independiente, geográficamente homogénea, y con una cierta continuidad territorial.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.