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Sobre la (in)justicia

Fuentes: Gara

Si la guerra es una cosa suficientemente brutal como para dejarla en manos de los militares, la justicia es lo suficientemente inhumana como para dejarla en manos de los jueces. Naturalmente hablo de la guerra imperialista y de la justicia burguesa. Las más recientes decisiones de la (in)justicia española reafirman la constante histórica según la […]

Si la guerra es una cosa suficientemente brutal como para dejarla en manos de los militares, la justicia es lo suficientemente inhumana como para dejarla en manos de los jueces. Naturalmente hablo de la guerra imperialista y de la justicia burguesa. Las más recientes decisiones de la (in)justicia española reafirman la constante histórica según la cual determinados sectores de los asalariados venden con especial devoción y voluntarismo su fuerza de trabajo a la clase dominante cuando ésta necesita reforzar las cadenas. Los jueces no son otra cosa que asalariados muy bien retribuidos y tratados siempre que sigan comportándose como siervos del poder. Pero a diferencia del resto de la gente que también vive de vender su fuerza de trabajo, los jueces, como los policías, tienen una especial alienación e ilusión subjetivas que les hacen creerse seres especiales, por encima de los humanos comunes. Es cierto que algunos provienen de las clases propietarias, de la burguesía y que otros provienen de la pequeña burguesía; pero también los hay de sectores de las llamadas «clase medias» o trabajadores con altos salarios, e incluso de familias trabajadoras que se han sacrificado para pagarles el sillón. Pero, al margen de estas diferencias de origen clasista, lo decisivo es que los jueces, en masculino, son asalariados especiales a cargo del Estado burgués. Sin duda alguna, este origen e ideología clasista es una de las razones que explican el silencio cómplice de los jueces para con el salvaje terrorismo empresarial, el asesinato de cientos de trabajadoras y trabajadores.

Hablo en masculino porque aplican una legislación patriarcal, aunque algunas sean juezas. Lo de menos es qué identidad de género digan o crean tener, lo decisivo es lo que hacen, a quién benefician y a quién protegen. En el sistema patriarco-burgués, la judicatura es un instrumento en manos de la explotación falocéntrica de la fuerza de trabajo sexo-económica de la mujer, aunque algunas juezas intenten suavizar algunas muestras del terror machista. Pero muchas otras ni eso, y es que para triunfar en el sistema falocéntrico hay que ser como los hombres. Sin duda alguna, esta ideología machista es la que explica la pasividad de la judicatura ante el terrorismo masculino, que sólo ha empezado a reaccionar muy débil y tenuemente bajo la presión de las movilizaciones de las mujeres emancipadas. La (in)justicia aplicada diariamente por la judicatura refuerza estos dos pilares de la acumulación capitalista ­explotación asalariada y sistema patriarcal­ pero ocurre que la ideología burguesa y machista en el capitalismo ha ido históricamente unida a la opresión nacional y al desprecio racista y xenófobo de los pueblos oprimidos y explotados, de modo que ideología burguesa, sexismo, imperialismo, racismo y eurocentrismo forman un sistema integral coherente en el que cada subsistema o parte específica cumple una función precisa apoyada por las restantes en un sinergia interactiva. Se explica así que los jueces además de pensar en burgués y en masculino, también actúen consciente o inconscientemente en defensa de su Estado nacional opresor de otros pueblos, imperialista y eurocéntrico. Sin duda alguna, esta característica esencial de los jueces es una de las razones que explican su silencio cómplice o su directa participación en el proceso entero de saqueo y expolio de las naciones oprimidas, que es de lo que se trata. La opresión nacional, al igual que el machismo y que la explotación capitalista, busca antes que nada la obtención de un beneficio material.

La tortura, por ejemplo, es un indicativo de todo lo dicho hasta aquí porque no es sólo la aplicación sistemática de la ciencia de la destrucción psíquica y física del ser humano, que también y en determinados momentos sobre todo, sino a la vez es un conjunto de mecanismos de amedrentar, aterrorizar y doblegar física, moral y anímicamente al personal an- tes, durante y después de su explotación asalariada en todas sus formas. Muchas personas sienten el trabajo como una tortura, como muchas mujeres sienten su matrimonio y muchos pueblos la opresión que padecen. Partiendo de aquí, la tortura es una práctica necesaria y consustancial al capitalismo, y por ello mismo es algo contra lo que los jueces jamás se enfrentan de forma radical, porque sería como morder la mano que les da de comer. Otro indicativo es la inhumanidad maquiavélica, fría y meticulosa con la que el Estado español trata a De Juana Chaos, a los prisioneros políticos y a las naciones que oprime, sin extendernos ahora a la crítica del Estado francés. Pocas veces asistiremos a un ejemplo tan perfecto de la irreconciliabilidad entre el derecho del opresor y del oprimido, entre la ética del dominante y la ética del dominado. Una dialéctica que jamás funcionaría sin la intervención del Estado como centralizador estratégico de las represiones, en plural. La (in)justicia es sólo parte de ese sistema centralizado que está por encima de los gobiernos pero que también está por encima de la oposición. Siendo verdad que los gobiernos pasan y el sistema represivo permanece, es más cierto aún que la oposición manda menos que el Gobierno, que el PP manda menos que el PSOE, responsable primero de la violencia contra los derechos humanos de la gente oprimida, sea vasca o emigrada de otros continentes.

Los jueces son asalariados especiales de un Estado gobernado por el PSOE. Aunque existe una relativa autonomía judicial ­nunca independencia­, está sometida en última instancia a los recursos de poder a manos del Gobierno del PSOE, que en síntesis se expresan en su capacidad para determinar el futuro de cada juez mediante decisiones salariales, ascensos, cargos, prebendas, castigos. El PSOE, si quiere, puede cambiar las leyes, puede dar pasos adelante, puede mover a sus fieles peones ­PNV, PSE, PSN; IU…­ asegurándose una mayoría parlamentaria suficiente para acallar a un PP corroído por tensiones internas pero envalentonado por el derechismo españolista de un PSOE que hace suya la tesis reaccionaria de que no hay más justicia que la Santa Inquisición.