A primera vista, no hay relación alguna entre los dos casos. No tienen nada que ver. A primera vista. Por un lado, un individuo poco recomendable, a quien se le ofreció vivir un retiro tranquilo en algún lugar seguro de la Florida, bajo la protección de la policía norteamericana y de compinches de siempre, más […]
A primera vista, no hay relación alguna entre los dos casos. No tienen nada que ver. A primera vista. Por un lado, un individuo poco recomendable, a quien se le ofreció vivir un retiro tranquilo en algún lugar seguro de la Florida, bajo la protección de la policía norteamericana y de compinches de siempre, más bien armados, claro está. Por el otro, un hombre más bien joven, un escocés de 41 años, que tuvo un puesto de cuadro en el sector informático, que da vueltas en un modesto apartamento en algún lugar del Reino Unido, vigilado de cerca por policías enviados por Tony Blair, listo para ir a la carga, haciendo imposible cualquier retirada.
El nombre del primero, un hombre formalmente reclamado por la justicia de Venezuela y que Cuba espera ver ante los tribunales, es conocido. El nombre del segundo, desgraciadamente lo conocen solamente sus amigos de Londres y algunos fanáticos de Internet y de la informática, incluyendo a los hackers.
El primero tiene las manos manchadas de sangre, el segundo tiene dedos de oro -como un virtuoso del teclado, no del piano sino del teclado alfanumérico.
La amenaza de extradición no pesa ya sobre el hombre de Miami, un asesino a sueldo que se ha «encargado» de numerosos «contratos», delincuente notorio, protegido de la familia Bush, tanto del padre como del hijo. No necesita presentación. Se trata, claro está, de Luis Posada Carriles, un individuo que tiene sobre sus espaldas el peso de medio siglo de crímenes de todo tipo (Ver Dossier de Posada Carriles del diario Granma).
En cambio, la extradición del segundo ya está firmada. Se trata de un tal Gary McKinnon. Su extradición hacia…Estados Unidos representa un grave peligro para el discreto sujeto de su Majestad.
«EL HOMBRE QUE SABÍA DEMASIADO»
El genial McKinnon, cuyos «crímenes» se resumen al acceso no autorizado a un centenar de ordenadores de las fuerzas armadas, de la marina de guerra y de la fuerza aérea estadounidenses, de la NASA y del Pentágono entre febrero del 2001 y marzo del 2002, corre el riesgo de que a él también lo pongan en «un lugar seguro», pero en un lugar más bien como Guantánamo o alguna prisión estadounidense de alta seguridad. El posible encierro iría acompañado además de la obligación de pagar una verdadera fortuna (1,75 millones de dólares) por «daños» (estimados por la parte estadounidense en unos 700 mil dólares) a la seguridad de Estados Unidos.
McKinnon podría ser condenado a una pena que iría de 40 a 70 años de prisión, para que pierda la mala de costumbre de meterse en los ordenadores de los uniformados estadounidenses… Por el momento, las autoridades británicas, tan previsores como siempre, ya le quitaron la posibilidad de disponer de un pasaporte y le prohibieron… conectarse a Internet, incluyendo el uso del correo electrónico [1].
Antes de remontarnos a la génesis de este caso de «terrorismo», según la terminología que utiliza Estados Unidos para el «caso McKinnon», hay que precisar que el escocés no hizo otra cosa que burlarse de las más altas autoridades estadounidenses, incluyendo a la Casa Blanca y su actual inquilino, George W. Bush. Le falta poco para ir corriendo.
Sin albergar nunca la intención de hacer daño, cosa que siempre dejó en claro ante sus jueces británicos, McKinnon puso en evidencia ante los ojos del mundo, asombrado ya por la facilidad con la que los terroristas-kamikazes habían perpetrado los atentados del 11 de septiembre del 2001, el talón de Aquiles de la «fortaleza» informática del país más poderoso del mundo entrando en ella como un cuchillo caliente en una barra de manquilla de maní.
Aturdido por ese crimen de lesa majestad -cuando le habían garantizado que los sistemas informáticos en cuestión ya habían alcanzado de nuevo su nivel de seguridad idóneo gracias a los brillantes expertos de Washington- fue un George W. Bush profundamente ofendido quien exigió a su amigo Blair, hoy a punto de dejar voluntariamente su cargo, que movilizara a los mejores detectives de Scotland Yard para que localicen en Londres al «terrorista» que se había burlado de Estados Unidos. Es sabido que el presidente Bush es capaz de movilizar miles de soldados y la opinión pública estadounidenses en función de las mentiras que ya conocemos. Pero, ¿cómo pedirle tolerancia ante alguien que saca a la luz los fallos y las brechas existentes en los sistemas informáticos militares estadounidenses? ¡No faltaría más!
No pasó mucho tiempo antes de que Scotland Yard encontrara, en 2002, «la guarida» y la computadora de Gary McKinnan, quien no opuso la menor resistencia a los policías lanzados tras la pista del autor del robo con efracción informático del siglo. Llevado ante los tribunales, acusado por la justicia federal estadounidense de 8 cargos por crímenes cometidos en 14 Estados, McKinnon presentó varias apelaciones, la más reciente de las cuales acaba de ser rechazada por la Corte Suprema en abril del 2007. McKinnon reconoce totalmente los hechos, de los cuales no sacó el menor provecho, y pide que lo juzguen en su propio país. El acusado explicaba recientemente que sólo podría ser extraditado si Estados Unidos lograse demostrar que lo que él hizo merecía «cuando más un año de prisión en los dos países». Además, para merecer esa sentencia tendría que haber ocasionado daños por un monto de por lo menos 5 000 dólares, lo cual -según él propio McKinnon- está muy lejos de ser el caso.
A estas alturas de la anécdota, y sin ser obligatoriamente mal pensado, uno no puede menos que preguntarse ¿por qué los Bush, padre e hijo, no sintieron nunca la misma imperiosa necesidad de movilizar la policía de su propio país para capturar a Posada Carriles, de quien siempre conocieron -durante décadas – los menores movimientos y lugares donde supuestamente se ocultaba, tratándose como se trata de un verdadero terrorista, según la definición internacional del término?
El tal Posada Carriles, nacido en Cuba, ciudadano venezolano desde hace más de 30 años, es de hecho un (mal) súbdito estadounidense ya que se trata de un producto, de un engendro, del clan Bush y de la CIA.
Es evidente que Washington teme a la reacción del «el peje gordo» -también se podría designar como «el hombre que sabía demasiado- (perdón Sir Alfred) y prefiere dedicarse a perseguir a «la sardinita», y escribimos esto sin querer por ello ofender a Gary McKinnon.
El terror, a la gracias de Dios, pero ¡que Dios nos salve del deshonor!
Imaginemos por un momento que Gary McKinnon, en vez de arremeter «cobardemente» contra los intereses supremos (!) de los Estados Unidos de América, hubiese utilizado su talento de genio informático para violar, desde su oficina londinense de Bounds Green, las puertas informáticas de las fuerzas armadas cubanas, de las redes públicas de la isla grande del Caribe y para meterse, digamos, en la computadora personal de Fidel Castro.
¿Qué habría pasado entonces con el pirata informático McKinnon? Trasladado hacia algún aeropuerto secreto bajo escolta de los «servicios» estadounidenses e invitado a viajar en primera clase hacia el edén norteamericano, el «héroe nacional» Gary McKinnon, y aquí le cedo la palabra a Duncan Campbell del diario británico The Guardian, «estaría actualmente disfrutando de la libertad que ofrece la ciudad de Miami y de un viaje al norte, a Disney World donde podría, conversar sobre la justicia estadounidense con Mickey Mouse».
Resultado: aunque en niveles diferentes, el escándalo de Posada Carriles y el caso McKinnon son dos «papas calientes», más bien abrasadora en el caso del primero y bastante incómoda en lo tocante al segundo.
En el titular de su artículo publicado en The Guardian, Duncan Campbell afirma: «Reciente caso sugiere que después de la guerra contra el terror tenemos la guerra contra el deshonor» (A recent case suggest that the war on terror has been superseded by the war on embarrassament. The Guardian, edición del 12 de mayo del 2007.).
Embarazo estadounidense que resulta evidente en el caso McKinnon ya que el asunto está en suspenso y el acusado se encuentra en espera, no en el corredor de la muerte pero prácticamente en los pasillos del aeropuerto de Londres. El ministro británico del Interior, John Reid, ya aceptó el pedido estadounidense de extradición del hacker hacia el Estado de Virginia, donde se desarrollaría el juicio estadounidense. La Cámara de los Lores, que constituye la más alta instancia jurídica del Reino Unido, no se ha pronunciado aún. Si no fuera por eso, Gary McKinnon ya estaría «frito» (fry)… ¿en la silla eléctrica? La idea no deja de preocupar al escocés quien, desde que se mencionó en su caso la mágica cifra del 9/11, tiene la profunda convicción de que la justicia estadounidense no debe estar muy dispuesta a absolverlo por, digamos, alguna deficiencia en el desarrollo del proceso.
Por lo pronto, si nos basamos estrictamente en las decisiones ya tomadas por la justicia estadounidense, hacer estallar en pleno vuelo un avión con 73 personas a bordo resulta mucho menos grave que poner en tela de juicio la eficacia del sistema informático de las instituciones armadas estadounidenses.
La justicia estadounidense parece ser entonces una justicia (?) cuyo funcionamiento depende de quién sea el paciente, en la que se cumple aquello que escribiera en una de sus fábulas el poeta francés del siglo XVII Jean de La Fontaine: «Según sea usted poderoso o miserable, los juicios de los cortesanos lo considerarán inocente o culpable».
ACOSADO DESDE HACE AÑOS POR LA «JUSTICIA» YANKEE
En el caso McKinnon, la desazón de Estados Unidos resulta enorme.
Ya se sabe que las autoridades estadounidenses no tienen reparos en caer en la ignominia pero, ¿podrán asumir ante los ojos del mundo la responsabilidad de condenar a prisión por «terrorismo» a un simple delincuente informático mientras que despliegan todo su arsenal político, jurídico y policíaco para proteger a un esbirro, a un matón que, en cualquier otro país del mundo, ya hubiera sido enviado a los tribunales, juzgado como se debe y estaría probablemente encerrado bajo siete cerrojos en una prisión de alta seguridad?
La «justicia estadounidense» está al parecer enfrascada con la de Gran Bretaña en la búsqueda de una salida «amigable» que le permita salvar las apariencias… o lo que aún pueda quedar de estas. Según los abogados del hacker, su cliente está siendo objeto de fuertes presiones. Si McKinnon aceptara «cooperar», podría obtener una reducción de la posible pena (!) y quizás podría terminar de purgarla en una cárcel británica… Entretanto, ya van a hacer 5 años que la justicia estadounidense se ceba en McKinnon, quien ya ha tenido incluso que ser hospitalizado por causa de esta implacable persecución. Como para que tenga una idea de lo que le espera…
Además, ya se ve que la justicia británica le está dando de largas al asunto. El fallo sobre la última apelación de McKinnon estaba en espera desde febrero. En cuanto a la Cámara de los Lores, todavía no se sabe cuándo se pronunciará sobre el caso.
El escocés será objeto de una decisión jurídica que, más allá de su repercusión en el ciberuniverso, plantea también el problema de la subordinación de la justicia británica a los intereses estadounidenses. «No creo en la independencia de este gobierno ante Estados Unidos», ha dicho McKinnon. El informático tiene actualmente un solo factor a su favor: nunca ha cometido el menor delito informático en el Reino Unido.
«Hay que señalar que sin la presión del gobierno estadounidense para echarle el guante a McKinnon, es muy probable que la justicia británica hubiese abandonado las acciones juridicas [contra él]», estimó el experto francés Arnaud Dimberton en sitio web Silicon.fr.
Dimberton agrega que «el texto de ley británico del 2003 sobre la extradición fue impuesto después de los atentados del 11 de septiembre del 2001. Esa ley no ha sido ratificada por el gobierno de Estados Unidos. Eso implica que Estados Unidos puede pedir la extradición de McKinnon pero que el gobierno británico no puede obtener la extradición de un estadounidense. Si la justicia inglesa decide extraditar a McKinnon, es muy probable que ello dé mucho que hablar, en particular sobre el sometimiento de Gran Bretaña a Estados Unidos».
En el contexto actual, es difícil imaginar que una corte estadounidense pueda mostrarse tolerante o magnánima con McKinnon, sobre todo teniendo en cuenta que su veredicto sentaría un precedente jurídico. Algunos expertos proponen una solución intermedia: un proceso judicial rápido, una pena muy fuerte, pero acompañada de toda una larga lista de condiciones a las que el acusado tendría someterse para obtener así una mejoría en las condiciones de aplicación de la sentencia.
Y antes o después, habrá que decidir qué hacer con el caso de Posada, si todavía está vivo… [email protected] (Traducido por Hugo Vidal) •
[1] Ver el sitio (en inglés) http://freegary.org.uk/ o dirigirse a [email protected]. Aunque aún conserva su libertad de movimiento, este informático de alto nivel ya está sometido a la peor frustración que se le puede infligir a un especialista de la informática, según se precisa en el sitio web antes mencionado mediante un aviso de que «Gary McKinnon is » not allowed to use any computer connected to the Internet «, as part his current bail conditions».