A pesar del escándalo universal que supone, las autoridades estadounidenses han puesto en libertad a Luis Posada Carriles, acusado de mil delitos de terrorismo, de muchos de los cuales él mismo se ha jactado en radio y televisión y en entrevista exclusiva para el New York Times. Ignorando todos sus precedentes, […]
A pesar del escándalo universal que supone, las autoridades estadounidenses han puesto en libertad a Luis Posada Carriles, acusado de mil delitos de terrorismo, de muchos de los cuales él mismo se ha jactado en radio y televisión y en entrevista exclusiva para el New York Times. Ignorando todos sus precedentes, solo le acusan de mentirijillas a las autoridades de migración. Ni una palabra sobre sus actividades de terrorismo, ni una mención a los crímenes que el mismo sujeto ha reconocido públicamente. A fin de cuentas, todos y cada uno han sido llevados a cabo como activo agente de la CIA y como exponente inmejorable del exilio más exaltado de Miami. De él como de Somoza, los gringos pueden decir, «será un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta».
Posada Carriles ha participado en todas las formas de sabotaje, atentados y crímenes horribles contra la Revolución cubana, el más execrable de todos, el de la voladura de un avión de pasajeros con rumbo a Cuba y que dejó el saldo de 76 muertos. Un crimen atroz que Posada justificaba alegando que «se trataba de comunistas». En realidad en el aparato viajaban inocentes pasajeros, el equipo juvenil de esgrima de Cuba y, por supuesto, la tripulación, todos ellos evidentemente «comunistas muy peligrosos». Este individuo es responsable de atentados con bombas, intentos de asesinar a Fidel, activa participación en las filas de la contrarrevolución en Centroamérica y muy posiblemente esté implicado en los ataques a la economía cubana con enfermedades que diezmaron la población porcina de la isla o virus genéticamente manipulados que produjeron un tipo desconocido hasta entonces de dengue hemorrágico, fatal en muchos casos.
Por su participación en la voladura del avión estaba siendo juzgado en Venezuela de donde escapó; sus autoridades lo solicitan para continuar el juicio pero Estados Unidos se niega a extraditarlo alegando que allí «puede ser torturado». Todo un sarcasmo porque no se conoce ni un solo caso de torturas ni tan siquiera malos tratos a prisionero alguno durante el mandato de Hugo Chávez mientras Washington es responsable de Abu Ghraib, Guantánamo, secuestros y cárceles secretas y de leyes que de hecho legalizan precisamente la tortura.
El exilio violento de Miami lo recibe con muestras de gran entusiasmo. Será un terrorista más que se pasee por sus calles impunemente, con las manos manchadas con sangre inocente. Terroristas de cabo a rabo, pues aún admitiendo las dificultades existentes para definir correctamente el término, en algo si coinciden todas las voces: un acto terrorista es aquel que golpea a personas inocentes, no vinculadas directamente al conflicto; una acción indiscriminada que persigue sembrar el terror entre la población civil ya sea mediante un bombardeo sobre ciudades alemanas, una bomba atómica sobre los japoneses, la destrucción sistemática de un país, la limpieza étnica o cualesquiera de las otras formas de terror que vivimos a diario y que hacen víctimas entre la población no combatiente. Luis Posada Carriles ha sido desde siempre un alumno destacado de la escuela del terror, entrenado y pagado por las autoridades estadounidenses y peón de primera fila en las peores causas contra su propia gente (la población de Cuba) o contra cualquiera que Washington coloque como objetivo.
Seguramente que a no pocos en los Estados Unidos les resulta incómodo que su gobierno convierta a un terrorista en un pobre anciano, enfermo y aparentemente inofensivo cuyo único delito ha sido no decir toda la verdad a las autoridades migratorias sobre la forma en que ingresó ilegalmente al país. Para otros muchos, que descubren cada día que pasa cómo se manipula a la opinión y cómo se miente sistemáticamente desde los medios de información, la libertad de Posada constituye una vergüenza más y un nuevo desmentido a la supuesta «lucha contra el terrorismo» pues a todas luces no parece éticamente aceptable distinguir entre terroristas buenos y malos. Voces muy destacadas solicitan a su gobierno que detengan al individuo, lo someta a un juicio por todos sus crímenes y no convierta a su país en cómplice y alcahueta de criminales. A ellos se suman ya varios premios Nobel, intelectuales, destacadas personalidades y miles de gentes sencillas que no entienden cómo se puede actuar con tanta desfachatez, con tan diferentes varas de medir, con tamaña complicidad. Recuerdan además cómo, al tiempo que Posada Carriles pasea ya libre y tranquilo por la soleada Miami, cinco cubanos enviados a realizar el seguimiento de las actividades terroristas del exilio cubano y poner a las autoridades sobre aviso continúan presos en Estados Unidos luego de haber sido sometidos a un juicio carente de las garantías mínimas que asegura la misma legislación estadounidense, condenados a largas penas y en condiciones inhumanas. Ni siquiera ha valido que una corte haya declarado nulo aquel juicio por evidente parcialidad.
El contraste entre los «cinco de Cuba «(que ya son héroes en la Isla) y Posada Carriles no puede ser más expresivo de lo que es la justicia en Estados Unidos. A los primeros se les ha sometido a toda clase de vejaciones, sus familiares no les pueden visitar, no se ha podido mostrar una sola prueba que indique falta alguna contra los intereses de los Estados Unidos. El vínculo artificioso entre ellos y el derribo de aviones que violaban el espacio aéreo de Cuba no se sostiene. A los «cinco de Cuba» realmente el único delito del que se les puede acusar es precisamente el mismo que las autoridades endilgan a Posada Carriles: entrar a los Estados Unidos mintiendo a las autoridades migratorias. Dadas las circunstancias, es obvio que ellos no podían darse a conocer como agentes cubanos destinados a infiltrarse en los grupos exaltados del exilio que desde siempre han practicado el terrorismo con la ayuda de las mismas autoridades estadounidenses.
La puesta en libertad de Posada Carriles obedece en parte a la presión del exilio cubano que mantiene una enorme influencia en Washington. Algo que ya incomoda a muchos por considerar poco o nada conveniente que un grupo de exilados mantenga secuestrada la política exterior de los Estados Unidos hacia Cuba como si no hubiese terminado la Guerra Fría. Aún quienes suscriben la idea de aplastar esta revolución por el significado que tiene para la región (su sola permanencia demuestra que si es posible sobrevivir a pesar de ser objeto de la hostilidad permanente de la primera potencia del planeta), éstos han terminado por comprender que los caminos del terror y la intervención grosera han fracasado rotundamente.
Pero la liberación de Posada obedece también a otros motivos, seguramente inconfesables. Washington no quiere iniciar un juicio por terrorismo a este sujeto porque sabe demasiado. Como en las mejores familias mafiosas, no es conveniente presionar mucho a alguien que puede destapar la caja de los truenos y mostrar toda la miseria humana, toda la indignidad e hipocresía de la política estadounidense hacia Cuba, todos los compromisos oscuros y criminales en Centroamérica, todas las operaciones que violan las mismas leyes de los Estados Unidos, incluyendo la voladura del avión de pasajeros. Pero como suele ocurrir entre delincuentes, no sería extraño que en lugar de promesas de trato preferente para que guarde silencio Posada Carriles fuera víctima mortal de un fortuito accidente de tráfico, de una repentina enfermedad que a su edad y por su condición no despertaría sospechas o de algún atentado del que podría acusarse a los mismos cubanos. Muchos respirarían tranquilos en el Pentágono; no pocos dormirían mejor en las oficinas de la Central de Inteligencia Americana.
Seguramente que esta última alternativa rondará la cabeza del propio Posada Carriles. No sería la primera vez que se sacrifica a alguien para asegurar su silencio y salvar a los verdaderos responsables. No pueden arriesgarse a que el sujeto en cuestión empiece a utilizar el ventilador para que las heces que le cubren lleguen a quienes pretendan dejarlo cargar con todas las culpas o desean deshacerse de él discretamente si el asunto se les sale de las manos. Por ahora parece que Posada y sus gestores se van entendiendo bien. Pero la presión nacional e internacional y el desprestigio enorme que acarrea a Washington el tratamiento de favor a un terrorista de la calaña de Posada Carriles puede obligar a las autoridades a un cambio radical de política. Dadas todas estas circunstancias don Luis debe tener dificultades para conciliar el sueño y conociendo como conoce la moral de sus patronos deberá cruzar las calles con sumo cuidado y percatarse bien antes de poner en marcha su auto, no sea que los inquietos muchachos de la CIA o alguno de sus mismos compañeros de andanzas piense que es mejor silenciarlo a tiempo y no arriesgarse innecesariamente a ver ese ventilador distribuyendo responsabilidades a diestro y siniestro (y nunca mejor dicho!). Y si no, que le pregunten al pobre de Uribe Vélez, al que al parecer la misma oligarquía colombiana y la embajada estadounidense mueven el andamio ante las denuncias que cada día lo vinculan más y más con los horrendos crímenes del paramilitarismo y lo convierten en un aliado incómodo e impresentable para Washington.