Recomiendo:
0

Inmigrante clandestina

Travesía desierto Sonora-Arizona (última parte)

Fuentes: Rebelión

(Continuación) Muchos del grupo vomitaron lo poco de suero que habían bebido cuando vieron los restos en estado de descomposición, a otros les daba por orar, el hombre de la biblia les leía salmos. Habíamos caminado el doble de kilómetros de cuando llegamos a la línea divisoria. Tres del grupo se desmayaron por insolación eso […]

(Continuación)

Muchos del grupo vomitaron lo poco de suero que habían bebido cuando vieron los restos en estado de descomposición, a otros les daba por orar, el hombre de la biblia les leía salmos. Habíamos caminado el doble de kilómetros de cuando llegamos a la línea divisoria. Tres del grupo se desmayaron por insolación eso nos obligó a descansar más tiempo hasta que se recuperaron. Algunos querían quedarse ahí porque ya se daban por muertos y como sucede siempre y en todos los tiempos habidos y por haber somos las mujeres las encargadas de subir la moral a los hombres fornidos que en la adversidad el espíritu se les quiebra; nosotras que de sexo débil no tenemos ni la sombra.

Por metros nos subíamos a la muchacha en la espalda y en otros caminaba con la ayuda de su muleta.

No podíamos ver más allá de doscientos metros porque íbamos en plan pero cerrada la visibilidad por plantas de cactus, finalmente se empezó a escuchar el sonido de automóviles sin lugar a duda estábamos cerca de una carretera.

La encontramos y de uno en uno la cruzamos y nos internamos lo más pronto posible en el zarzal, kilómetros adelante estaba otra y fue la misma técnica.

Nos tocó subir una especie de loma que no era tan alta pero desde su cúspide pudimos ver en la lejanía altas torres de cableado eléctrico lo que indicaba que estábamos cerca de un poblado, la alegría nos animó y avanzamos, yo tocaba mi rodilla y le decía al dolor que no me iba a vencer aunque me hiciera llorar desconsoladamente y todo el tiempo caminé rezagada del grupo a unos cien metros. Y nadie se atrevió a decirme una sola palabra, creo que la expresión en mi rostro y mi enojo lo decían todo.

Nos sentamos a descansar y el crepúsculo comenzó a llenar de colores el cielo desnudo. Distraídos en la ilusión de estar cerca de la salida nos sorprendió un nativo americano que iba en su caballo, no fue para nada un delirio de desierto, era un nativo americano que nos vio y siguió su camino sin detenerse pero tampoco sin inquietarse. Estábamos en un reserva de nativos americanos. Pasamos ahí la noche y al amanecer continuamos el viaje. Ya era el tercer día. No podíamos salir a la carretera en grupo y pedir ayuda porque lo primero que harían sería llamar a la policía y entregarnos y no habíamos arriesgado la vida para eso. El coyote cargaba un teléfono celular pero hasta el momento no había logrado señal. Él tenía que decir en dónde estábamos para que nos llegaran a buscar los del a casa bodega.

Pasados los años comencé a investigar y a buscar en mapas y pude confirmar que desde que bajamos el cerro estuvimos caminando en reservas forestales y parques protegidos. Nuestro camino al principio debió conducirnos hacia Douglas pero en la extraviada fuimos a dar cerca de Tucson.

El camino se hizo más escarpado y loma tras loma fuimos subiendo y bajando, así se nos fue el día hasta que al atardecer el coyote logró señal y las indicaciones fueron que teníamos que llegar a cierta autopista para que nos llegaran a recoger, estábamos a cinco horas de camino.

Dejamos las mochilas tiradas y por órdenes de la gente de la casa-bodega solo podíamos llevar puesta la mudada de ropa, nada de suéteres dobles ni mochilas, ahí tiramos todo pero yo mantuve en la bolsa de mi pants el recipiente con listerine y el de talcos.

Entre mis manías están la de enjuagarme la boca con antiséptico bucal mínimo tres veces al día, me encanta esa sensación de frescura y si no lo hago me siento incómoda y también la de utilizar talcos para los pies porque detesto cuando andan pegajosos, ya sé que en el desierto fue una extravagancia pero así sucedió y es motivo de bromas por parte de mis familiares y amigos cercanos que supieron de esta fumada. ¿A quién más se le pudo haber ocurrido algo así? A nadie solo a mí. Si lo de sui géneris no es por gusto.

La última loma que subimos nos mostró el poblado cercano con sus luces encendidas, ese momento y aquella sensación los reviví años después cuando vi la película El Norte, le lloré cada escena.

A las diez de la noche llegamos al lugar indicado y tres carros llegaron rechinando llantas y se detuvieron sin apagar el motor, salimos corriendo del desierto y nos lanzamos dentro de éstos. Las indicaciones fueron similares al modo de operación de la organización de Agua Prieta cuando subimos a los taxis. Por ser la más rolliza me tocó en el suelo y tres más se acostaron sobre mí, nadie se sentó en el sillón de atrás; junto al piloto iban dos, una sentaba en el sillón y la otra acurrucada a sus pies. Las otras iban en la cajuela. Los hombres con la misma técnica se repartieron en los otros dos carros. Los tres automóviles sedan de año reciente. Rechinando llanta se alejaron del desierto para tomar la autopista rumbo a Phoenix. En el camino el coyote nos amenazó con una pistola y nos dijo que no nos moviéramos porque la migra no siempre andaba uniformada y si veían un carro sospechoso con varios tripulantes lo detenía y eso no nos podía pasar a nosotros. La misma amenaza nos hizo que si nos descubrían y decíamos que él era el coyote nos iba a matar ahí mismo y después él se pagaría un tiro. No vimos el camino porque estábamos acostadas boca abajo. Horas después llegamos a la ciudad de Phoenix y pudimos salir del automóvil hasta cuando ya estábamos adentro de un estacionamiento cerrado de una mansión, era la casa-bodega donde nos encontramos con otras docenas de migrantes que esperaban para ser trasladados hacia los distintos Estados donde estaban sus familiares.

Nos abrazamos todos los del grupo cuando nos vimos cabales, habíamos logrado sobrevivir la frontera. Un joven de unos veinte años de edad salió de una habitación con un niño de unos seis tomado de la mano, el crío corrió desesperadamente y se lanzó con todo sobre la joven del tobillo lesionado llamándola, ¡mamá! La escena me dejó sin respiración y más cuando ella lo abrazó conmovida y se lo comía a besos, pronto se puso de pie, se levantó la blusa y comenzó a quitarse una faja que dejó ver su embarazo, nunca nos dijo que estaba embarazada, verla con la faja en las manos me sorprendió y su estómago de cinco meses mucho más; no pude con el asombro y me desmoroné por completo abrazada a su estómago me dio por llorar a mares besando su panza.

Todos los dolores se me quitaron cuando sentí su bebé moverse en su vientre. También era un sobreviviente, ella me abrazó con tal fuerza que siento todavía su piel junto a la mía. Se hincó y quiso besarme las manos pero le pegué la maltratada de su vida le dije que mi obligación era sacarlas con vida del desierto, por algo habían decidido irse conmigo en el grupo de varones y nos las podías defraudar tenía que demostrarles que lo de la suerte era cierto. Se los dije con una sonrisa desbordando en ternura. En ese momento todas me abrazaron y lloramos juntas.

Después de la cena comenzaron a llamar a los familiares para realizar la entrega no sin antes cobrar el dinero de la extorsión. El secuestro también es parte de la frontera. Yo salí de ese desierto peleada con la vida y el proceso de mi reconciliación con ella me ha llevado años, ya no soy la misma que salió de Guatemala y jamás volveré a serlo porque la frontera roba mucho, va secando el alma poco a poco, la alegría la convierte en veneno que consume todo deseo de subsistencia. No hay sueños, ninguna ilusión por el mañana; somos los migrantes clandestinos espectros de una vida que ya fue. Y quien se atreva a negarlo es porque la frontera también le robó los arrestos.

Sin embargo lo poco que me ha quedado ha comenzado a florecer y es ahí cuando una se da cuenta que solo con el instante de ver un botón convertirse en flor la vida es vale la pena lucharla.

A diez años de aquella travesía he comprobado una vez más que lo que es para vos aunque te quités y lo que no aunque te pongás. Mi destino no era morir en aquellos desiertos, ni tampoco ser árbitra internacional, era indudablemente convertirme en escritora fuera de mi país de origen para contarle al mundo lo que es la frontera, para darle voz a los miles de invisibles habidos y por haber. Ésa es mi misión en la vida y la vine a encontrar lejos del amado terruño que me vio nacer en lluvia torrencial de agosto.

La vida realmente me preparó físicamente en mi infancia creciendo con varones, yendo a barrancos, subiendo montañas, trabajando en fincas de fresas, cargando hieleras con helados a lo largo de kilómetros bajo el sol del medio día, para que conociera de cerca la adversidad y no le tuviera miedo. No, no era para viajar por el mundo entero visitando estadios y dirigiendo juegos internacionales que yo entrené durante años con cuatrocientos hombres siendo la única mujer del grupo; ahí se estaba forjando mi carácter y mi ímpetu indomable. Ahí estaba conociendo el cansancio físico y mental que me serviría para cruzar las fronteras de la muerte.

No, yo no aprendí a leer y a escribir para hacerme maestra ni para egresar de la universidad, yo aprendí a leer y a escribir para relatar lo que muchos ven y fingen desconocer, lo que es real y se traga las vidas de miles, yo aprendí a leer y a escribir para darle vida a los desaparecidos sin identidad que murieron en el intento de lo que yo pude lograr.

Y aquí estoy indocumentada laborando el los mil usos, sin afán de ningún tipo de gloria, sin ningún privilegio en este país, soy una de los millones que viven en las sombras de la clandestinidad en este país que tiene la insolencia de auto proclamarse el más rico del mundo.

No sé lo que me tenga preparado el azar, no sé si moriré lejos de mi país de origen, si regrese por mi propio pie o si un día no muy lejano mi retorno sea en un deportación. De ser así regresaré como he vivido siempre: con mi frente en alto porque no le he robado a nadie.

De lo que sí estoy segura en absoluto es que soy una Chilipuca que nació con suerte.

A los once capítulos de relatos de mi travesía se los dedico a quienes murieron en el intento y a los sobrevivientes de frontera. A mi Melodía de Quinqué por haber confiado en esta causa perdida y abrigarme con su serenidad.

Nota: como es habitual en mí hacer las cosas al revés, escribí primero el final de esta travesía, el capítulo 10 y 11 cambian de nombre: el 10 se llama: Desde Guatemala hasta Illinois. El 11: «Hija del demonio.»

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes