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Tres instantes de la España cañí (IV)

Fuentes: Rebelión

1. La derecha en acción El Partido Popular, alias PP, está de enhorabuena. Gobiernan, acumulan poder, y todo va -dicen- bien, pese a las dificultades internacionales y la herencia recibida. Mariano Rajoy brilla en sus soliloquios de los jardines de la Moncloa y desfallece, por desidia o languidez, en los debates parlamentarios. Por eso apenas […]


1. La derecha en acción

El Partido Popular, alias PP, está de enhorabuena. Gobiernan, acumulan poder, y todo va -dicen- bien, pese a las dificultades internacionales y la herencia recibida. Mariano Rajoy brilla en sus soliloquios de los jardines de la Moncloa y desfallece, por desidia o languidez, en los debates parlamentarios. Por eso apenas interviene. Igual le da. Llegaron con la «promesa del cambio» y el fin de los desmanes, que no fueron pocos, de Rodríguez Zapatero. El recorte del estado social es su lema, igual que rojigualda, grande y libre, es su bandera. Enfrente, paladín de la democracia, muñidor de acuerdos en la sombra, neorasputín de antecámara, Pérez -al que dicen señor Rubalcaba, por el segundo apellido, más sonoro, como se hace con los árbitros de fútbol, siempre llevan dos, no confundir con nuestro Pérez, don Ángel-, arrastra el recosido fardo del PSOE mientras los validos de largos incisivos quieren ocupar el trono antes de que el jefe caiga. El PP, a su aire, celebra la Navidad. Siempre fueron aficionados a esos ritos de mesa. Nada como un comedor bien amueblado, bailarinas de Lladró, variadas viandas finas y servicio. Acabaremos en Buñuel o en las pinturas negras de Goya. Si no estamos ya. Recortan, recortan, educación, sanidad, pensiones, prestaciones, lo que pillen, y con el sobrante, retales de espanto teñidos con la merma salarial de los desfavorecidos (algunos votantes suyos, por cierto, o del PSOE, facción droite), se harán vestidos de faralaes para que la virgen del Rocío o la ministra Fátima, ICADE, Báñez, o Esperanza Aguirre (de profesión «sus turismos», no crean que se ha retirado), o el lenguaraz Wert Ortega salten, elegantes, la reja del ramplón neoliberalismo camino del directo: «búscate la vida». El Reich, paso de oca, sigue ganando, como el Cid, batallas después de muerto.

2. Gracias, Felipe

Allí estaban todos, relucientes y repeinados, entregados al líder modernizador, caudillo sevillano, adalid de las ocurrencias, hacedor de la lluvia y culpable de tantas cosas que la lista sería infinita; allí estaban todos, o casi, menos algunos muertos, se entiende, rindiendo pleitesía al hombre providencial, queremos un hijo tuyo, o un nieto, poco importa, que condujo al país del desconcierto tardofranquista de Suárez y sus militares golpistas, a la vanguardia mundial, los fondos europeos y la NATO. Allí estaban todos, jóvenes y viejos, admiradores y vilipendiados, Griñán y Guerra, solo Alfonso, petite Fouché, no sus simpáticos hermanillos, y Rubalcaba, Pérez, no confundir con Ángel, también Pérez, este de IU, ejerciendo de anfitrión, además de barones y otros nobles, procónsules provinciales, alcaldes varios y la alargada sombra de Ernest Lluch, asesinado por ETA en noviembre de 2000. También, creo, ya no estoy segura de casi nada, será la edad, estaban algunos que entraron en la cárcel por delitos graves y que guardaron respetuoso silencio; y otros que no entraron pero que debían haber entrado: puertas giratorias. También andaba Solchaga, el de los millones. El caso es que cada vez que el PSOE siente frío bajo la alfombra, y ahora sufre hipotermia, saca al hombre de Slim, su momia particular, espalda plateada del socialismo patrio, de paseo. Felipe, Felipón, de tabaco y oro, grana y oro, azules mayestáticos, grande de España entera, director comercial del PSOE, se vistió de autoridad internacional e impartió doctrina, la suya, la de siempre. Terminado el acto-homenaje-misa, Gracias, Felipe, se fueron tan contentos, insuflados de aliento regenerador, totus tuus, a comerse unas gambitas de Huelva.

3. Sobre la Constitución

Mira que nos gusta celebrar. Hace años, era yo niña, terminábamos los entierros en una venta, corderito y vino, sardinas, embutidos, lo que cada cual pudiera pagar. O en casa, si eran pocos los invitados. Lo nuestro es la parranda, camino de tragedia, como en aquella novela gallega de Eduardo Blanco Amor. Por festejar, nos reunimos cada año ante un texto muerto, letra mojada, papel para envolver el pescado: nuestra carta magna. Arrancó viciada, envenenada de tanto consenso, y al cabo de unas décadas, pocas, la cosa ya no funciona. Pero el ágape que no falte, ligero, eso sí, que luego tenemos comida o cena, no sea que la ministra Báñez tenga que ir a un Consejo de Ministros europeo y llegue mareada, pobre, de tanto trasiego. Celebramos -lo nuestro es la fiesta- una constitución que nació herida de muerte, cruzada por flechas imperiales y que, en lo esencial, pese a los teóricos de la cosa, era rígida y flexible al tiempo, ejemplar, modélica: el germen de la futura democracia nacional. Es imposible, en estas breves líneas, desmontar el artificio del texto legal. Baste citar, a modo de ejemplo, el Título II, de la Corona, y el VIII, el modelo de Estado, como reflejo del desbarajuste jurídico y político. El VIII, vemos en la actualidad, trae extrañas consecuencias fiscales para la «indisoluble unidad de la patria» (por mí, como si se parte en mil pedazos), y el II, abotargado de lugares comunes, lleno de requiebros, perpetúa, sin más, la monarquía franquista. El preámbulo es una zarabanda de buenas intenciones y palabras vacías. Recuerdo a Julio Anguita, compañero ahora en este medio, analista de lo real, invocando la Constitución de 1978 como espada flamígera contra los desafueros de los sucesivos gobiernos. Nada. Ni para eso servía.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.