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Trump, el nuevo intento de asalto al poder del populismo (xenófobo) en Estados Unidos

Fuentes:

 Si finalmente en el próximo mes  de noviembre Donald Trump se convirtiese en presidente de los Estados Unidos seguramente estaríamos ante un cierto quiebre de la historia cuya intensidad habría que calibrar con cuidado. No sería la primera vez que ocurre algo así. El impacto más espectacular en sus consecuencias de los resultados de unas […]

 Si finalmente en el próximo mes  de noviembre Donald Trump se convirtiese en presidente de los Estados Unidos seguramente estaríamos ante un cierto quiebre de la historia cuya intensidad habría que calibrar con cuidado. No sería la primera vez que ocurre algo así. El impacto más espectacular en sus consecuencias de los resultados de unas elecciones presidenciales norteamericanas en las últimas décadas posiblemente fue el de Ronald Reagan. Coincidiendo en el tiempo con otros dos fenómenos históricos – de un lado la victoria poco antes en Gran Bretaña de Margaret Thatcher, de otro el declive final de la URSS y la llegada al poder de Gorbachov – Reagan impulsó dos grandes terremotos políticos cuyas consecuencias han modelado el mundo larga y profundamente, la disolución de la URSS y el dominio mundial del neoliberalismo.

No se trata de defender la importancia decisiva de las personalidades en la historia ni mucho menos, pero sí reconocer que en determinadas coyunturas históricas condensan tendencias existentes, las encauzan y potencian su acción, especialmente si esa personalidad se encuentra al frente del Estado más poderoso del mundo. Por seguir con el ejemplo elegido, Reagan se encontró con unas tendencias históricas intensas ya existentes, el neoliberalismo y el declive de la URSS, a las que dio un impulso decisivo para llevarlas hasta sus últimas consecuencias. Igualmente, hoy existe una tendencia política que empuja con fuerza en Estados Unidos y Europa, y que la representa un populismo de carácter xenófobo, en ocasiones ultraderechista. La victoria de Trump en noviembre podría jugar el mismo papel histórico que jugó en su momento la de Reagan.

La gran diferencia entre ambos casos es que mientras Reagan expresaba y defendía directamente los intereses del establishment norteamericano, los de sus élites políticas, militares y económicas, Trump, por el contrario basa su ascenso y posibilidad de victoria electoral en un discurso contra dichas élites, por ello mismo se le puede calificar de populista. Otra cuestión diferente sería el tipo de política que aplicaría si alcanzase la presidencia, probablemente se reconciliaría con los intereses del establishment intensificando los aspectos xenófobos y chauvinistas como modo de compensación psicológica hacia las masas que lo apoyan.

En esta época de ascensos de los populismos cada caso es diferente, se ha señalado el parecido de Trump con  Berlusconi, pero se trata de una diferencia superficial basada en las características personales de ambos personaje, multimillonarios polémicos que se incorporan a la política con un lenguaje populista.

Pero detrás de esta superficie sus diferencias son muy importantes. Berlusconi era un arribista que aprovechó un momento de crisis política en Italia tras el colapso del anterior sistema de partidos, especialmente por el proceso judicial manos limpias que barrió con los dos partidos más corruptos de Italia, la DC y el PSI; proceso que coincidió en el tiempo con la debacle del socialismo real que llevó a la desaparición del otro gran contrapeso histórico en la Italia moderna, el PCI. Berlusconi desembarcó en la política con éxito y – se mantuvo en ella durante 17 años, de los cuales 10 fue como primer ministro – fundamentalmente para garantizarse su inmunidad ante la cantidad de procesos que tenía abiertos por su actividad empresarial, llena de escándalos, como su vida privada. Su derechismo populista le llevó a aliarse con formaciones de extrema derecha como la Alianza Nacional de Fini, o la Liga Norte, y a utilizar el discurso de la xenofobia antiinmigrantes, pero no se enfrentó al establishment italiano, del cual era parte y defendió sus intereses. Fue un producto de las circunstancias políticas italianas en una coyuntura histórica dada, y su influencia o efectos no desbordó el marco de la península mediterránea.

Donald Trump, por el contrario, responde a otras tendencias más de fondo tanto internas a Estados Unidos como extendidas por gran parte del mundo. Los efectos sociales y económicos de la globalización primero y de la gran recesión iniciada en 2008 después; el conflicto racial persistente en Estados Unidos y que, contradictoriamente, se ha agravado durante la presidencia de Obama; o la presión del fenómeno migratorio nunca terminado de asumir en dicho país. Esas tendencias, con matices diferentes, están presentes de manera clara también en la vieja Europa y ha originado reacciones políticas similares.

Trump se parece más a Viktor Orban, Farage, Le Pen o Geert Wilders que a Berlusconi, pero su victoria electoral podría desencadenar consecuencias globales que le asimilarían, en este sentido, al papel jugado por la presidencia de Reagan en su momento.

Las viejas raíces del populismo norteamericano

El populismo esgrimido por Trump en su batalla actual por la presidencia forma parte de un fenómeno político de viejas raíces que, sin embargo, ha cambiado a lo largo del tiempo. Podríamos hablar de tres olas anteriores, la primera desarrollada a finales del siglo XIX, y la segunda y la tercera en los años 30 y 50-60 del siglo XX.

La primera expresión se basó en los profundos cambios que conocieron los Estados Unidos en las décadas finales del siglo XIX, cuando su acelerada industrialización y urbanización desplazaron el peso y la influencia del mundo rural y el sector agrícola – que se industrializaba y entraba en la dinámica de los circuitos comerciales -, dónde el granjero tradicional gozaba de una  imagen mitificada como base fundamental del sistema social y político norteamericano. Paralelamente la tasa de inmigración, en niveles altos desde hacía décadas había aumentado en la de 1880 generando una intensa animadversión por parte de los agricultores.

El malestar desarrollado entre los granjeros desembocó en la creación del Partido del Pueblo en 1892, apoyándose en otros antecedentes organizativos no políticos en el mundo rural como fueron La Grange y las Farmer’s Alliances. El nuevo partido se apoyaba en un programa político heterogéneo y contradictorio que contenía demandas que iban desde una mayor democratización del sistema político y la nacionalización de los ferrocarriles y el telégrafo hasta la restricción de la inmigración, basada en su fuerte oposición a la inmigración católica irlandés y alemana y a la de procedencia china. A pesar de sus buenos resultados en 1892 y 1894, estos fueron insuficientes y en 1986 apoyaron en las elecciones al candidato demócrata, a partir de cuyo momento iniciaron un declive que les llevaría a su desaparición pocos años después. El rechazo hacia las élites políticas y económicas, y la defensa del hombre sencillo, tenía su sustento en las herencias ideológicas de Jefferson y Jackson. Pero también contenían aspectos reaccionarios como el rechazo a la inmigración, la aceptación de la supremacía blanca frente a la población negra y la exclusión de la población de origen asiático. En cierto sentido, este populismo de fines del siglo XIX representaba un intento de vuelta atrás, a la democracia agraria de Jefferson, rechazando la rápida expansión capitalista por una sociedad cooperativa de agricultores independientes no sometidos a la competitividad y dependencia de las grandes corporaciones capitalistas.

Para la campaña presidencial de 1936, tres movimientos populistas anteriores se unieron para formar el Union Party y disputar desde la izquierda la presidencia a Franklin Roosevelt. Representaba la expresión política de la profunda insatisfacción por las limitaciones del New Deal atacando al capitalismo financiero y proponiendo una batería de medidas progresistas populares pero, como el populismo de cuatro décadas antes, éste también contenía una mezcla ambigua y contradictoria de posiciones, pues, por otro lado, atacaba al comunismo, condenó la ola huelguística desatada pata exigir derechos sindicales y mostró simpatías por el nazismo.

No obstante esa heterogeneidad contradictoria del populismo en estas dos etapas – por otro lado una característica bastante común a los populismos -, el populismo norteamericano hasta ese momento puede ser considerado como antagónico del conservadurismo de la derecha tradicional, defensora del capitalismo desregulado. Igualmente es una característica común en ambas épocas el que el desafío populista se realizase utilizando un tercer partido que intentaba romper el dominio férreo del bipartidismo norteamericano.

En la década de1950 se produce por primera vez la utilización del populismo por parte del discurso conservador, su punto de partida fue la campaña anticomunista del senador McCarthy. En este nuevo populismo la evocación al hombre trabajador anterior fue reemplazada por una nueva al tipo común o el americano medio.

Esta nueva modulación del populismo norteamericano de tipo conservador se mantendría en el tiempo. Después de McCarthy, la segunda expresión de populismo conservador sería la representada por Barry Goldwater y  George Wallace en la década de 1960, con una mezcla demagógica de racismo militante, apoyando el segregacionismo, y viejas demandas del populismo. Este nuevo populismo utilizaba tres registros diferentes: los ataques a las elites, es decir a las  burocracia estatal, los intelectuales y los oligarcas, que era un tema común a los populismos anteriores; una radicalización de los prejuicios raciales que devenían abiertamente posturas racistas y xenófobas; y la que era, sobre todo, su característica más definitoria, el ataque a la izquierda genéricamente entendida, que podía ir desde el anticomunismo exacerbado de la década de 1950, al movimiento por los derechos civiles o los movimientos pacifistas contra la guerra de Vietnam, y que en política exterior se traducía en un programa ultrabelicista. La posición agresiva de Godwater frente a la URSS hizo temer a los propios republicanos una guerra nuclear si ganaba la presidencia, y Wallace prometió bombardear Vietnam del norte hasta llevarlo a la edad de piedra.

Hay un cierto parecido de Donald Trump con estos también dos candidatos populistas a la presidencia estadounidense. Por el lado de Barry Goldwater, en cuanto que consiguió la nominación como candidato a las elecciones de 1964 en contra del candidato apoyado por la dirección del partido republicano, Nelson Rockefeller. Por el lado de George Wallace, que se presentaría candidato presidencial en 1968 con un tercer partido (el American Independent Party), por su apoyo a medidas favorables a los trabajadores. Así Trump podría, en cierto sentido, ser una mezcla de estos dos populistas conservadores de la década de 1960.

Como sostienen Joshua b. Freeman y Steve Fraser, el populismo conservador de la tercera etapa, que empezó fínales del siglo XX, se diferencia del de los anteriores también en su carácter más cultural que económico. Su expresión más conocida fue el Tea Party, nacido en 2009 frente a los paquetes de medidas económicas establecidas por los gobiernos norteamericanos para hacer frente a la gran recesión desencadenada en 2008 y que se convirtió en la oposición radical al presidente Obama en la primera parte de su mandato. Según estos autores, el Tea Party ponía el énfasis en la pretensión de superioridad moral o el patriotismo revanchista, y donde el anticapitalismo de antaño solo se mantiene en una pálida demagogia contra el dominio de las finanzas. Su base social es una clase media que rechaza el intervencionismo estatal y los impuestos para la  redistribución a través de programas sociales. Pero, a pesar de algunos éxitos, el Tea Party, no consiguió una influencia determinante ni en el Partido Republicano ni en la política general de Estados Unidos. Habrá que esperar a la meteórica carrera de Donald Trump para encontrarnos de nuevo con un fuerte renacimiento del populismo conservador.

Donald Trump, un populismo xenófobo no tan novedoso

Tras el rápido análisis realizado sobre la trayectoria del populismo en Estados Unidos podemos concluir que el fenómeno Trump efectivamente conecta con muchos de los temas de los populismos xenófobos europeos de derechas, pero igualmente tampoco se trata de algo novedoso en aquel país, pudiéndose detectar vínculos importantes con muchas de las reivindicaciones o estrategias del pasado, especialmente con el populismo de la década de 1960, actualizadas a la coyuntura histórica concreta de la segunda década del siglo XXI.

Su fuerte hostilidad a la inmigración, con sus propuestas de levantar un muro en la frontera mexicana y expulsar a los más de 11 millones sin papeles, refleja ese sentimiento racista y de resentimiento presente en la cultura wasp (white, anglo-saxon, protestant), modulada en cada época según factores concretos: el rechazo a la inmigración católica europea y a la asiática a finales del siglo XIX; el racismo segregacionista de mediados del siglo XX y; ahora, la agudización del conflicto con la población afroamericana desarrollado durante el mandato Obama, y expresado en la creciente cifra de muertos por la policía y los enfrentamientos posteriores, y el doble rechazo a la llegada de inmigrantes de origen hispano que ponga en peligro la hegemonía wasp, y de inmigrantes de origen árabe por el temor ante los atentados terroristas llevados a cabo en territorio norteamericano. Este triple filón xenófobo y racista ha sido explotado por el populismo de Trump con el éxito suficiente para lograr ser nominado candidato republicano a la presidencia a pesar de las fuertes resistencias en el interior de su partido.

Pero Trump también conecta con los otros temas del populismo estadounidense dirigidos a obtener el apoyo de la clase obrera, su cuestionamiento de las bondades del libre comercio y la globalización, su defensa del proteccionismo económico o sus promesas de no tocar o incluso reforzar algunos derechos sociales como las jubilaciones o la sanidad no están lejos de las propuestas, ya no del populismo de finales del siglo XIX o de la década de1930, sino del populismo derechista de Wallace que, como gobernador, favoreció la expansión del sector público, la sanidad y la educación y, como candidato presidencial, prometió la expansión de la seguridad social.
Como la mayoría de los movimientos populistas, los de Estados Unidos también contienen en sus programas una mezcla de reivindicaciones contradictorias de diferente significado que les hacen parecer ambivalentes en su ubicación en el eje derecha-izquierda, pero no obstante se pueden identificar tendencias claras. En el de finales del siglo XIX predominaban las reivindicaciones progresistas, en el de los años 30 esas reivindicaciones se equilibraban con sus tendencias antisocialistas, a partir de los años 50, con el macartismo, el vuelco a la derecha es claro y se convierte en irreversible por el momento.

Ninguna de las diferentes expresiones anteriores del populismo norteamericano consiguió alcanzar el poder, pero en algunos casos, como ocurrió con el populismo de los años 60, su estrategia sirvió, como apunta Laclau, «para cementar la articulación entre las identidades populares y el radicalismo de derecha» y fue aprovechada para impulsar el proceso que llevó de Nixon a Reagan. No podemos saber, en consecuencia, que tipos de desarrollos políticos hubiesen producido.

Puede que también esta vez, finalmente Trump sea derrotado y la nueva ola populista desactivada, aunque sus efectos, especialmente los xenófobos, puedan contaminar a los partidos del establishment. Pero si llegase a ganar la elección a la presidencia, nos encontraríamos en un terreno nuevo, inexplorado, sin antecedentes claros que tomar como referencia. Internacionalmente se podrían buscar algunas. Berlusconi podría ser uno, pero como apuntamos al inicio se trataba de un fenómeno que respondía a una coyuntura concreta de Italia, y su experimento terminó siendo normalizado por el sistema. Viktor Orban, actualmente en el poder en Hungría, podría ser otro ejemplo dónde mirar, pero las diferencias también son suficientemente grandes como para no servir de modelo de comportamiento a seguir. Otros casos internacionales, como los de Fujimori, Menem o Perón, estarían aún más alejados del de Trump para poder extraer lecciones.

Solo podemos concluir reconociendo que la existencia de este peligro real exige prestar atención a este proceso político que, por llevar aun más lejos la comparación con la presidencia de Reagan, se puede constatar que, como entonces, ahora también el populismo xenófobo se retroalimenta en ambas orillas del atlántico.  Si entonces fue el tándem Thatcher-Reagan con sus victorias electorales respectivas en 1979 y 1980, ahora la retroalimentación puede funcionar en un doble movimiento, victoria del brexit, victoria de Trump, victoria de Le Pen, dando lugar a un panorama realmente preocupante.

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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.