El elenco de aspirantes presidenciales del Partido Republicano suma 17 (el debate de hoy se realizará sólo con los primeros diez con más apoyo en las encuestas). Arriba, de izquierda a derecha: Donald Trump, Jeb Bush, Scott Walker, Mike Huckabee y Ben Carson. Abajo: Ted Cruz, Marco Rubio, Rand Paul, Chris Christie y John KasichFoto […]
El elenco de aspirantes presidenciales del Partido Republicano suma 17 (el debate de hoy se realizará sólo con los primeros diez con más apoyo en las encuestas). Arriba, de izquierda a derecha: Donald Trump, Jeb Bush, Scott Walker, Mike Huckabee y Ben Carson. Abajo: Ted Cruz, Marco Rubio, Rand Paul, Chris Christie y John KasichFoto Reuters David Brooks Corresponsal Periódico La Jornada Jueves 6 de agosto de 2015, p. 21 Nueva York.
En vísperas del primer debate entre los aspirantes a la candidatura presidencial republicana, la noche del jueves, la gran interrogante es cómo un bufón peligroso ha logrado, por ahora, colocarse como el precandidato republicano con mayor apoyo en el país proclamado como el faro de la democracia del mundo.
Ser bufón peligroso no ha descalificado a otros para llegar a la Casa Blanca, pero Donald Trump es más que eso: un integrante de alto perfil de la cúpula económica del país y, sobre todo, un genio publicitario de una marca llamada Trump.
Muchos lo han comparado con PT Barnum, el gran emprendedor de espectáculos y trucos del siglo XIX, quien fundó un circo que hoy día aún es famoso y cuyo lema es el show más grandioso del mundo. Barnum era experto en captar la atención pública y lo que ahora está ofreciendo Trump es el show más grandioso, pero en el circo político.
Con su estrategia de promover su imagen como un extraordinario y feroz negociador empresarial súperexitoso. que no teme decir la verdad y con su lema de campaña: «hacer a América grande de nuevo», el multimillonario populista ha sacudido el inicio de este ciclo electoral que culminará en 2016.
Este jueves, en el primer debate entre los precandidatos presidenciales del Partido Republicano, Trump ocupará el centro -literal y figurativamente- del escenario, mientras sus contrincantes harán todo lo posible por elevar sus perfiles mientras intentan atropellar al líder de su grupo.
El elenco de aspirantes presidenciales del Partido Republicano suma ahora 17 (el debate de este jueves se realizará sólo con los primeros diez con más apoyo en las encuestas), en lo que a veces se parece a ese clásico acto de payasos de circo cuando sale un número imposible de ellos de un pequeño automóvil. Pero la sorpresa es que, por ahora, de los 17 sólo uno, Trump, es quien ha logrado ocupar el papel estelar en esta obra que apenas empieza.
Hasta ahora la contienda entre republicanos ha sido empapada de retórica e imágenes que no dejan mucho que agregar a los que se dedican a la sátira política. Algunos ejemplos: el senador Ted Cruz muestran cómo se hacen las cosas de modo diferente en Texas, enrollando tocino alrededor de una ametralladora que dispara (cocinando al tocino); el gobernador de Nueva Jersey Chris Christie declara que un sindicato nacional de maestros merece un golpe en la cara; Mike Huckabee indica que con el acuerdo con Irán Obama está llevando a los israelíes a las puertas del horno, y, como hizo de nuevo el gobernador Scott Walker, no dejan de promover dudas sobre si Obama es un musulmán clandestino nacido en Kenia (54 por ciento de votantes republicanos sospechan eso, según una encuesta del año pasado). Ni hablar de la condena de Marco Rubio y otros al acuerdo para restablecer relaciones diplomáticas con Cuba, y de otros que afirman que no hay evidencia del cambio climático.
Pero Trump ha sido el más efectivo en esta competencia por la atención pública, parte de su estrategia estilo PT Barnum. Sus pronunciamientos más conocidos en México son los dirigidos contra los inmigrantes mexicanos a los que acusa de traer drogas, traer crimen y ser violadores sexuales, y después afirma que son responsables por tremendas enfermedades contagiosas que se vierten a través de la frontera, y adelanta que construirá un muro a lo largo de la frontera y que obligará a México a pagar los costos.
Pero también ha atacado al senador republicano John McCain, quien padeció años de cárcel y tortura como prisionero de guerra en Vietnam, sobre quien declaró que no debe ser considerado héroe, ya que fue capturado. Ha insultado a casi todos sus contrincantes, y su ataque más efectivo es calificarlos de títeres de sus donantes ricos (casi todos los candidatos republicanos tienen por lo menos a un multimillonario detrás). Trump tiene el privilegio de ser las dos cosas a la vez: candidato y su propio patrón multimillonario, y con ello promueve la idea de que a él, en contraste con los otros políticos, nadie lo puede comprar.
A un sector cada vez más desencantado con la clase política, y que se siente cada vez más marginado -sobre todo hombres blancos de clase trabajadora que perciben el desmoronamiento del sueño americano que se les prometió-, su retórica e imagen les fascina. Irónicamente, el multimillonario ha logrado convencer a trabajadores que enfrentan las consecuencias de las políticas del 1 por ciento más rico con su retórica populista de derecha.
Trump ha logrado colocarse en el primer lugar de las encuestas por ahora, según expertos, sobre todo por el nivel de reconocimiento de su nombre (el otro precandidato que goza de este factor es Jeb Bush, por su apellido), fruto de lo que se ha dedicado a hacer toda su vida profesional, y personal: promover su marca.
Se presenta como un titán en bienes raíces, y edificios, hoteles, casinos y campos de golf que llevan sus nombre en letras monumentales. También ayudó a elevar su perfil nacional con su estrellato en un reality show que se transmitió por televisión.
Nadie sabe bien el monto de su fortuna, con cálculos de entre 3 a 4 mil millones, pero él insiste en que vale 10 mil millones. No oculta que lo más importante es su marca, y afirma que su solo apellido tiene un valor de 3 mil millones.
Su gran negocio no es ser dueño de edificios y casinos, sino alquilar su nombre para colocarlo sobre esas propiedades, las cuales casi siempre tienen otros dueños. Extrañamente, como señaló recientemente The New Yorker, su imagen de superempresario no se ha dañado, a pesar de que ha sufrido fracasos tremendos con por lo menos cuatro bancarrotas de empresas en las que ha participado.
Por otro lado, su imagen de externo a la cúpula del país es una ficción. Nació en una familia adinerada (o sea, no es producto de algún sueño americano), y es parte de esa misma élite en la que, como es el caso en otros países, casi todos se conocen en persona. Tanto así que la ahora principal precandidata demócrata y supuesta enemiga política de Trump, Hillary Clinton, asistió, con su esposo Bill, a los festejos de la tercera boda de Trump en 2005. Trump explicó que la invitó porque él era donante de sus campañas y de la Fundación Clinton.
Casi todos los analistas y comentaristas, como varios de sus contrincantes, descartan que Trump pueda prevalecer en esta contienda, pero siguen sorprendidos de que sus declaraciones hasta ahora no lo han anulado, sino todo lo contrario. Más aún, ha logrado lo que todos quieren: ser el tema constante en el ciclo noticioso diario.
Su franqueza muy ensayada -con frases célebres como «yo, pues, soy una persona realmente muy inteligente»- sigue captando la atención de un amplio sector de la base republicana y con ello ha logrado representar a una corriente real frustrada con lo que considera la corrupción de una clase política comprada mientras su país está en picada. A fin de cuentas, Trump es espejo de una de las caras de este país.
Puede que sea un bufón peligroso, pero es un bufón que sabe muy bien lo que hace. Con su talento publicitario conoce muy bien su mercado y todo este ejercicio político sólo nutre lo que más le importa, y con lo que más lucra: su marca.
Para Trump no hay pierde, aun si pierde este juego electoral.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/08/06/mundo/021n1mun