El ascenso a la Presidencia de EEUU del multimillonario Donald Trump, va más allá de las posiciones xenofóbicas que ha manifestado, pues las mismas deben verse en un contexto histórico más general, determinado por la influencia del puritanismo en las sociedad norteamericana, desde su establecimiento en el siglo XVII hasta la actualidad, tal como lo […]
El ascenso a la Presidencia de EEUU del multimillonario Donald Trump, va más allá de las posiciones xenofóbicas que ha manifestado, pues las mismas deben verse en un contexto histórico más general, determinado por la influencia del puritanismo en las sociedad norteamericana, desde su establecimiento en el siglo XVII hasta la actualidad, tal como lo señaláramos en un artículo anterior (http://critica24.com/index.php/2016/11/09/analisis-necesario-elecciones-en-usa-como-entender-lo-que-paso-por-juan-romero-historiadorjuan/) . Trump se mueve sobre las bases doctrinarias del puritanismo, que no sólo establece que los norteamericanos son un «pueblo elegido por Dios», sino que además se basa en la presunción que como pueblo elegido deben luchar «contra mal», que impide el desarrollo de la individualidad humana y por lo tanto, del progreso.
Por eso su eslogan de campaña, estuvo referido al uso de un simbolismo muy presente en la psiquis del norteamericano promedio (Make America great again), «hacer de América grande de nuevo». En esencia, el eslogan no solo planteó una confrontación con las tesis de unilateralismo globalizante, esgrimidas por el binomio Clinton- Obama, sino que además lo enfrenta con las políticas adelantadas por los ex presidentes Bush (padre e hijo) y más en el fondo, con las súper elites (política, económica, militar y cultural) que controlan la sociedad norteamericana.
¿Cómo entender esto? Para la mayoría de nosotros, los que habitamos Nuestra América, y donde prevalecen los sistemas presidencialistas, con un poder ejecutivo muy fuerte, resulta paradójico afirmar que el Presidente de EEUU no ejerce realmente el poder, sin embargo es la realidad. Ya el ex presidente Dwight Eisenhower había advertido en 1961, las amenazas que significaban para la democracia el excesivo poder del binomio estamento militar- capital económico (lo denomino complejo militar industrial), pero en los años finales del siglo XX y lo que va del siglo XXI, el desarrollo de este poder detrás del poder presidencial en los EEUU, ha sido notorio. Hay investigaciones que aseguran que ese complejo – que creció exponencialmente con la excusa post 11 Septiembre de 2001- ha llegado a incluir cerca de 3.100 organizaciones que trabajan en el área de inteligencia, empleando casi 1 millón de personas (unas 854.000 personas), con gastos que superan los 80.000 millones US$, siendo un elemento impulsor del desarrollo económico a lo interno de los EEUU.
Se trata de comprender que ese complejo militar- industrial, no sólo se moviliza en la fabricación de aviones, fusiles, cohetes, barcos y otros implementos de la carrera armamentística, sino que también tiene una estrecha relación con el dominio científico- tecnológico, esencial es esta sociedad del siglo XXI y ese binomio capacidad de combate-desarrollo tecnológico, son dos de los elementos primordiales en las concepciones de dominio y predominio estratégico militar de los EEUU. Asimismo, ese súper complejo militar-industrial mueve enormes recursos que impulsan el papel – y la tesis- de Imperio-mundo del coloso del Norte. Es fácilmente comprobable este papel esencial al observar las cifras que desde el Departamento de Defensa de los EEUU, se dedican a financiar investigaciones por parte de empresas privadas, ligadas al desarrollo tecnológico para la industria militar; en el año 2014 por ejemplo, las Empresas Lockheed Martin, Boeing, General Dinamics, Raytheon, Northrup Grumman, entre otras recibieron en conjunto unos 239.000 millones de US$ en contratos.
¿Trump contra el triángulo de hierro?
Se denomina triángulo de hierro, a la súper estructura de poder en los EEUU, que conjuga actores de los lobby de opinión – y presión- que se mueven en el Congreso, empresas privadas y las agencias del propio Gobierno (Defensa, Energía, Ambiente, Seguridad, NASA, entre muchas otras). Ese triángulo ha sido el gran responsable – y beneficiario al mismo tiempo- de las acciones enmarcadas en el unilateralismo globalizante, que ha pretendido cumplir con tres objetivos esenciales: 1) imposición hegemónica, tanto sobre aliados (Inglaterra, Francia, Alemania, Japón) como adversarios históricos (China y Rusia), en todo el Globo, pero con especial énfasis en el corazón de la tierra (heartland) Euroasiático, 2)el impulso de la revolución en Armamento Militar (RAM), que ha implicado la aplicación de los adelantos derivados del control hegemónico en ciencia y tecnología, al área militar y 3) la creación de grandes espacios geoeconómicos, que aseguren el monopolio comercial de los EEUU.
La perfecta articulación – producto de la presión en términos de poder condigno o compensatorio- de los intereses del triángulo de hierro en los distintos gobiernos desde Ronald Reagan (1981-1988), George Bush padre (1989-1993), Bill Clinton (1993-2001), George Bush hijo (2001-2009) y Barack Obama (2009-2017), nos permite entender el enorme poder real ejercido y porque, a pesar de ser Presidentes por organizaciones políticas distintas (demócratas o republicanos), mantuvieron la misma política exterior. Ese complejo cuadro de relaciones – y poder real- se ve amenazado por el planteamiento de Donald Trump y las feroces críticas al excesivo gasto militar, descuidando en su criterio, el desarrollo de la estructura económica y productiva de los EEUU. El próximo Presidente de EEUU ha señalado que la política exterior ha tenido cinco (5) debilidades marcadas – sin distinguir o diferenciar entre los expresidentes-: 1) recursos sobrecargados, 2) los aliados no aportan en una justa proporción, 3) los países amigos de EEUU buscan mirar hacia otros en busca de ayuda, 4) los rivales no respetan a los EEUU y 5) la política exterior no tiene objetivos claros.
Con ello, se mostró opuesto a las líneas estratégicas expresadas en la política exterior de sus antecesores, que ha llevado a cambios sustanciales, en términos de presencia – y acción- militar, que permitió a los EEUU a aumentar sus bases militares, de unas 400 en 1955 a más de 1000 en 2016, o el hecho del aumento de las tropas permanentes en Nuestra América, y más de 30 sitios de asentamientos de tropas de Operaciones Especiales (FOL en inglés), en 17 países, entre los que cabe señalar a Colombia, Honduras, Panamá, Curazao, Perú, Costa Rica, Paraguay.
O la reactivación de la IV Flota, con ámbito de acción desde el Golfo de México hasta la desembocadura del Río Esequibo; la instalación del Comando de África (Africom), con bases en Senegal, Ghana y Gabón, más otras bases de Operaciones Especiales en 11 partes diferentes de ese continente. La beligerancia en Medio Oriente, a partir de la invasión a Afganistán e Irak. El cerco hacia Rusia, a partir de la incorporación a la OTAN de países que estuvieron bajo la órbita de la extinta URSS, como Polonia, Hungría, República Checa o Georgia en la cercanía del espacio vital, de su adversario durante la Guerra Fría. Todas estas son acciones, que Trump considera equivocadas y que han incidido en la «pérdida de supremacía». Ante ellas ha dicho «América es menos segura y el mundo es menos estable».
Sin embargo, es la ambigüedad la nota exaltante en el discurso de quién ocupará la Casa Blanca a partir de enero de este año. Por una parte, parece distanciarse de la política armamentista que tanto ha criticado, pero por la otra señala que mantendrá la política de Obama en relación con China. Las posiciones del virtual Secretario de Estado, Red Tillerson, ha ratificado la oposición a las políticas de la Gran Potencia Asiática en el Mar Meridional de China. ¿Estará realmente distanciado Trump de la política exterior de Obama? La respuesta es sí y no. Sí, en cuanto a las posiciones de Obama con respecto a Rusia, pues piensa que fue errado presionar tanto a su adversario histórico, facilitando así la conformación de un binomio con China, que atenta a futuro contra la supremacía económica y militar de EEUU. No, pues coincide en ver a china como enemigo histórico, que fue una postura constante en Obama.
Un punto importante, que afectará la relación de Trump con el triángulo de hierro, es su posición con respecto al Tratado Transpacífico (TTP). Las posiciones del polémico líder norteamericano, apuntan a revertir los términos de esos tratados, en función de priorizar el sistema económico norteamericano, sobre todo a nivel industrial. Las vinculaciones – e intereses- del triángulo de hierro con el proceso de expansión comercial del TTP son claras, y la perspectiva de un cambio, puede dar al traste con años de negociaciones y oportunidades de negocios de actores representados en el lobby de interés del Congreso Norteamericano.
Trump y la geopolítica del Sistema-mundo
La perspectiva del sistema-mundo que expresa, entran en franca contradicción con las tradiciones posturas del unilateralismo globalizante y su correlato en términos doctrinarios, manifestados en el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNSA), pero parecen coincidir en el denominado «destino manifiesto» de grandeza de los EEUU, que desde los tiempos de los llamados «padres fundadores » (1776) ha impulsado las intenciones de convertirse en un «imperio-mundo», que ejerza control sobre el todo planetario, mediante la hegemonía militar y el control económico.
Para Trump, la estrategia de «dominio total» (full sectrum dominance), que plantea que bien con apoyo de sus aliados o sin ellos, los EEUU deben dominar el mundo, ha sido un total fracaso. No significa, que llamé a un repliegue del sentido guerrerista que ha caracterizado al coloso del norte y que lo ha llevado a tener responsabilidad en más de 20 millones de muertos, en 37 naciones (https://diario-octubre.com/estados-unidos-ha-matado-a-mas-de-20-millones-de-personas-en-37-naciones-victima-desde-la-segunda-guerra-mundial/ ), desde la finalización de la II Gran Guerra en 1945. Más bien se ha pronunciado por una «optimización» de esas acciones guerreristas: «Al contrario que otros candidatos a la presidencia, la guerra y la agresión no son mi primer instinto. Una superpotencia sabe que la cautela y la contención son señales de fortaleza», dijo en algún momento durante la campaña interna republicana.
Esta acción, tiene enorme relación con el rotundo fracaso (en términos de objetivos militares y costo económico) de las intervenciones en Siria y Libia, así como en Eurasia, y el costo que ha tenido en la supremacía militar que aspira el unilateralismo globalizante. Un factor a considerar, en la interpretación del sistema-mundo planteado por Trump, es su controversial posición en torno a la relación con la Rusia de Vladimir Putin. Tal como hizo Richard Nixon en la década del 70 del pasado siglo XX, el millonario norteamericano pretende usar a uno de los dos (2) adversarios históricos de los EEUU desde 1945, para impedir la concreción de la alianza Euroasiática.
Trump, entre Rusia y China, parece apostar por una mejor relación con el primero, evitando a toda costa la consolidación de una unión que implicaría diferencias importantes con EEUU. Por ejemplo, Rusia y China tienen en conjunto una población de casi 1.500 millones de habitantes, un PIB per capita en conjunto de más de 20.000 $, un PIB en conjunto de más de 2100 miles de millones US$ y un intercambio comercial entre ellos, que supera los 88.000 millones US$. Entre ambos reúnen una numerosa cantidad de tanques (24.000 aproximadamente), aviones (+ de 5000), ojivas nucleares (casi 9000), entre otros armamentos. Ante la contundencia de estos datos, es posible que intenté una «estabilidad» no confrontacional con Putin, buscando con ello fortalecer las posiciones en el tablero mundial, tal como lo ha venido sosteniendo el teórico norteamericano Zbiegniew Brzezinski (http://www.15yultimo.com/2017/01/12/brzezinski-donald-trump-el-sistema-mundo-y-venezuela/ ).
Para el caso de Europa y Suramérica, la situación se plantea interesante. Trump, ha sostenido desde hace tiempo, que los «socios» de EEUU no han respondido en igualdad de condiciones a los esfuerzos militares y que una revisión del papel de la OTAN, es urgente. Ello tiene relación directa con las políticas de esa organización supranacional con Rusia y los esfuerzos que ya ha manifestado, por regularizar sus relaciones. En el caso de Suramérica, aunque no hubo grandes anuncios durante la campaña, es de esperar que su tesis de «hacer grande a América de nuevo», lo llevé a replantearse acciones de recuperación de la influencia en lo que consideran su «patio trasero» y ello puede significar, tanto el apoyo – o continuidad- de sanciones contra Venezuela o los intentos de desestabilización a través de la NED, de los sistemas políticos que no responden a los «supremos intereses de EEUU».
Como sea, seremos testigos de un proceso político que tendrá mucho de controversial y generará enormes debates en el sistema-mundo. Los roces de Trump con el sistema de poder interno en los EEUU, se evidenciarán a cada momento o la otra opción, es que ese complejo militar-industrial, someta a Trump, como ha sucedido con otros presidentes. Ya veremos.
Dr. Juan Eduardo Romero es historiador/politólogo. Director Centro de Investigaciones y Estudios Políticos y estratégicos (CIEPES)