1° Desde el 8 de julio de 2014, la agresión israelí contra el pueblo palestino -primero en la franja de Gaza, después de Cisjordania- se ha vuelto cada vez más brutal, mortífera y destructiva. Esto representa un episodio más en el desarrollo de una política sionista exacerbada del gobierno del Estado de Israel y de […]
1° Desde el 8 de julio de 2014, la agresión israelí contra el pueblo palestino -primero en la franja de Gaza, después de Cisjordania- se ha vuelto cada vez más brutal, mortífera y destructiva. Esto representa un episodio más en el desarrollo de una política sionista exacerbada del gobierno del Estado de Israel y de las fuerzas armadas de este Estado, calificadas de «ejército de defensa».
Este calificativo reciclado con cinismo pretende obtener una legitimidad, actualmente, en una historia dramática: la historia de un antisemitismo que se desencadenó en los siglos XIX y XX en diversos países, entre ellos varias potencias imperialistas occidentales. Su manifestación extrema fue la «destrucción de los judíos» por el régimen imperialista alemán de Hitler. Las empresas industriales y financieras que le prestaron entonces su apoyo hacen hoy todo lo posible por conseguir que su papel en esta historia caiga en el olvido. Así, las burguesías imperialistas actuales creen «redimirse» apoyando al Estado sionista o presentando sus crímenes y sus guerras como «espiral de violencia entre un Estado en situación de legítima defensa y unos terroristas».
2° Hoy, en una inversión trágica, quienes dominan el Estado de Israel han puesto en práctica, en el fondo, una política de cerco y expulsión del pueblo palestino. Durante décadas se ha tejido un estrecho vínculo entre el imperialismo de EEUU y el Estado de Israel. Para Washington, tanto si gobiernan los demócratas como los republicanos, disponer del Estado colonial israelí -que recibe un flujo incesante de medios financieros y militares procedentes de estructuras estatales y redes privadas- aseguraba la presencia de un instrumento suplementario en los proyectos estadounidenses de control de Oriente Medio.
Desde hace varios años, la influencia regional de EEUU se ha debilitado. A ello han contribuido varios factores, entre los que aquí podemos señalar los siguientes:
• El fracaso de la invasión de Irak en 2003, que ha dado lugar al establecimiento de un gobierno de gánsters, simbolizado en estos momentos por Nuri al Maliki y el surgimiento de una fuerza yihadista: el pretendido califato del criminal Abu Bakr al Baghdadi, aliado militarmente con estructuras surgidas del ejército de Sadam Husein y con diversos jefes tribales.
• El fracaso del proyecto de mantenimiento de un Estado dictatorial baasista en Siria sin la presencia incómoda de Bachar al-Assad. De ahí la negativa del imperialismo a prestar ayuda militar, en el segundo trimestre de 2011, al ESL (Ejército Sirio Libre). A resultas de ello, el dictador Bachar al-Assad -apoyado por la Rusia de Putin, el Irán de Jamenei, el Irak de Al Maliki y el Hizbolá libanés- ha exterminado a más de 170.000 hombres y mujeres sirias, condenado al exilio interior y exterior más precario a millones de habitantes y destruido sistemáticamente ciudades enteras. Bachar y sus aliados han llevado a cabo numerosas Gazas, cosa que olvidan, bien por necedad, bien por ceguera sectaria -o bien por una combinación de ambas- las fuerzas que reclaman su apoyo a «la causa palestina», cuando el dictador de Damasco ha matado y condenado al hambre a miles de palestinos del campo de refugiados de Yarmuk, a las afueras de Damasco.
• El debilitamiento de la presencia imperialista estadounidense ha facilitado iniciativas centrífugas de países del Golfo (de Qatar, por ejemplo) y de Arabia Saudita, uno de cuyos enemigos y rivales no es otro que Irán. Un Irán con el que, en vista del lugar estratégico que ocupa y del mercado que representa, el imperialismo negocia bajo el paraguas de las amenazas contra su potencial armamento nuclear. Un tema que cultiva el Estado sionista para consolidar un complejo militar-industrial estrechamente ligado al de EEUU. Y también para cultivar una amenaza calificada de «enorme» con el fin de que su población cierre fijas en torno a «su ejército».
Los países petroleros, forrados como están de dólares, ya no obedecen ciegamente a la Casa Blanca, lo que obliga al secretario John Kerry a multiplicar las idas y venidas en avión, una especie de símbolo de la coyuntura militar, política y diplomática. Y el Egipto de Sissi, que condena a muerte a cientos de Hermanos Musulmanes, se convierte en aliado de Netanyahu y se propone como mediador entre el Estado sionista, las «fracciones políticas del pueblo palestino», acompañado por los EEUU de Obama, que se encargan de las relaciones con Qatar y Turquía. Se trata de convertir a Gaza en una «franja» todavía más controlada. Ya que su proclamada reconstrucción deberá situarse bajo el mando de Mahmud Abás y de sus diversos amos, entre ellos el gobierno israelí.
• Las revoluciones árabes, con sus trayectorias particulares, han modificado la relación de sectores enteros de la población con el poder. La depauperación extrema y las políticas de austeridad en este contexto, la polarización social cada vez mayor, los enfrentamientos militares, la represión y la corrupción de los regímenes dictatoriales, la afirmación y los fracasos de las fuerzas islámicas reaccionarias (Morsi en Egipto), la falta de credibilidad de las fuerzas nacionalistas tradicionales, la esperanza del cambio y el desespero que nutre la emigración, todo esto genera un torbellino que alimenta en su interior el posible resurgir de la perspectiva: el pueblo quiere otra cosa. Se vio en Gaza antes de la operación «Borde protector»: el temor compartido del poder sionista y de la Autoridad Palestina ante una posible «tercera intifada».
3° El gobierno del Estado de Israel pretende en esta situación acentuar una política encaminada a «exterminar toda resistencia» por parte de la población palestina. La extrema violencia mortífera de los bombardeos es una consecuencia de ello, junto con la destrucción por la «cúpula de hierro» de los misiles lanzados por las estructuras militares de Hamás. Esta destrucción de los misiles ha de demostrar a la población civil del Estado de Israel hasta qué punto «los terroristas son impotentes», mientras que los misiles, y después los túneles, y mañana alguna otra cosa, deben justificar, a ojos de la «comunidad internacional», que el ejército israelí «termine el trabajo». Ese «trabajo» camina sobre los rastros de la colonización permanente de Cisjordania. Este «trabajo» ha allanado el camino a un ascenso racista no disimulado en Israel. El ministro Avigdor Liberman llama al boicot contra los comercios árabes israelíes. El periodista israelí Zvi Schuldiner informa de «mensajes racistas, incluso de tono neonazi, en las redes sociales de Israel», así como de ataques físicos de grupos fascistas israelíes contra los y las militantes del «campo de la paz».
«Destruir la resistencia palestina» conduce a la destrucción sistemática de las infraestructuras, de las escuelas, de las mezquitas (88), de las explotaciones agrícolas en esta minifranja de Gaza. La imposibilidad de los barcos de pesca de salir a faenar, la devastación de miles de pequeñas fábricas y de talleres artesanos son otra de las consecuencias.
Los obuses de mortero que caen en hospitales, clínicas y centros sanitarios son la manifestación de esas decisiones encaminadas a mortificar en lo más profundo al pueblo palestino. Ahora bien, esos obuses siguen, si se puede decir así, las restricciones organizadas de equipos médicos, de medicamentos, de sistemas de atención. Asistentes palestinos de Médicos Sin Fronteras (MSF) ven todos los días a mujeres embarazadas recorrer este «gueto» bombardeado so riesgo de perder a sus hijos, es decir, el futuro de un pueblo, mientras que cientos de jóvenes caen muertos y miles resultan heridos. Las autoridades médicas cifran en 180.000 el número de niños palestinos que requieren urgentemente medicamentos y cuidados a raíz de los traumas inimaginables de las guerras repetidas, de los encarcelamientos, de los lutos repetidos. Este drama ha sido descrito con todo su horror por las decenas de personalidades del mundo de la medicina que el 23 de julio de 2014 publicaron una emotiva carta abierta en la revista médica de referencia The Lancet.
Quebrar la resistencia equivale a quebrar los cuerpos y las almas. El rechazo de esta destrucción de un pueblo equivale por tanto a la defensa de valores universales, del mismo modo que el apoyo al insurgente pueblo sirio que la autocracia de Bachar trata de quebrar. Para quienes están comprometidos con los derechos del pueblo palestino -tanto si vive en la llamada Palestina histórica como en los campos de refugiados o en el exilio-, no hay excepciones en la lucha por garantizar los derechos humanos fundamentales. Las causas universales excluyen los silencios selectivos. Es preciso reforzar la campaña BDS (boicot, desinversión y sanciones). Puede existir con formas distintas frente al régimen del autócrata «elegido» como todos los dictadores: Bachar el-Assad.
* Nota de Correspondencia de Prensa: el MPS integra el colectivo que edita A l’encontre-La Breche. El pronunciamiento que publicamos fue distribuido por sus militantes en la manifestación de solidaridad con el pueblo palestino, realizada el 2 de agosto en Berna (Suiza).
Fuente original: www.alencontre.org/