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Reseña de “L’anarquisme, fet diferencial català” (Virus), de Xavier Diez

Una Cataluña anarquista frente al «sentido común» burgués

Fuentes: Rebelión

El tópico califica a los habitantes de Cataluña como gente con sentido común, ordenada, ahorradora y de orden. Amante de la faena bien hecha. Es el discurso que ha sabido «vender» la burguesía. Sin embargo, muchos observadores de los siglos XVIII y XIX consideraban a los catalanes como «violentos», ya que no se sometían a […]

El tópico califica a los habitantes de Cataluña como gente con sentido común, ordenada, ahorradora y de orden. Amante de la faena bien hecha. Es el discurso que ha sabido «vender» la burguesía. Sin embargo, muchos observadores de los siglos XVIII y XIX consideraban a los catalanes como «violentos», ya que no se sometían a los valores dominantes. Se les veía como gente insumisa, desobediente, brava y levantisca. En los últimos cinco siglos se han producido en Cataluña cinco revoluciones de importancia. Fue, de hecho, la primera nación europea que consiguió derogar legalmente la servidumbre con el movimiento de la Remença (segunda mitad del siglo XV).

La tesis central del libro de Xavier Diez -el anarquismo como «hecho diferencial» que caracteriza a la sociedad catalana- se entiende mejor con el concepto «larga duración», que el historiador francés Fernand Braudel acuñó en 1949. De ese modo (la «larga duración») designaba Braudel a los procesos históricos en los que determinados fenómenos sobrevivían a los cambios y perduraban en el «largo plazo». Al hilo de esta tesis, el anarquismo formaría parte de la Historia de Cataluña y de su estructura profunda. Por ejemplo, explica Xavier Diez, ya en la revuelta de 1640 (la «revolta dels segadors») se ponían las bases para que arraigara el anarquismo, «en cuanto resistencia contra cualquier poder con tentaciones totalitarias en el seno de la sociedad catalana».

Giuseppe Fanelli llegó a Barcelona en octubre de 1868, después que la revolución «gloriosa» derrocara a la monarquía isabelina, con el fin de recabar apoyos para la Internacional (fundada en Londres en 1864) y en concreto para la corriente bakuninista. La elección de Cataluña no fue azarosa. En Barcelona residían grandes internacionalistas como Reclus, que introducen a Fanelli en grupos donde convergen el republicanismo, el librepensamiento, la masonería y organizaciones obreras en régimen de semiclandestinidad. ¿Por qué Cataluña se inclinó finalmente por las ideas anarquistas y libertarias? Xavier Diez aporta razones históricas, sociológicas y económicas de fondo. «Cataluña constituye una sociedad industrial, con un conflicto de clases profundo, y los internacionalistas suelen ser personas de los antiguos oficios amenazados de proletarización por los nuevos métodos de producción. Además del terrible enfrentamiento con la burguesía industrial, que implora -día sí, día también- la intervención de las fuerzas represivas del estado».

Constituida en 1910, en la CNT acaban convergiendo anarquismo y sindicalismo. La CNT es la gran organización obrera que marca, desde Cataluña aunque con vocación confederal, la lucha contra el capitalismo. Por tanto, subraya Xavier Diez, «se establece una dualidad obrera en el estado español. Sindicalismo socialista supeditado a la acción política, y anarquismo autogestionario vinculado a la acción directa. Los primeros querrán conseguir el poder, los segundos, destruirlo». Algunos datos estadísticos avalan la tesis del «hecho diferencial»: en 1911, de los 29.425 militantes de la CNT en el conjunto del estado, 16.425 corresponden al ámbito de Països Catalans (Cataluña, País Valenciano y Baleares). En 1936, de un total de 549.393, están adscritos al área de Països Catalans 236.948.

El autor dedica un lugar central en el ensayo a analizar la imbricación entre republicanismo y anarquismo, que en Cataluña es manifiesta. La Primera República española (1873-1874) cuenta en primera fila con un par de catalanes insignes: el presidente Figueras (1813-1882) y sobre todo Francesc Pi i Margall, de fuerte espíritu federalista y embarcado en la idea de «transformar el estado en una organización más horizontal, tanto desde el punto de vista social como nacional». Republicanos y anarquistas coincidían habitualmente en la mesa y la barricada, pero también en la lógica masónica y en su inclinación por el librepensamiento. Compartían asimismo un cierto imaginario (por ejemplo, «la Marsellesa») sin que ello ocultara, finalmente, una discrepancia de aspiraciones. Si las organizaciones republicanas querían un cambio político, el anarquismo luchaba por la revolución social. En conclusión, «Cataluña contaba con una doble capitalidad: la del movimiento obrero y la del republicanismo federal», señala Xavier Diez.

En la Restauración (1876-1923), la realidad del anarquismo y del republicanismo no se presenta de manera plana y unívoca. Ofrece, al contrario, un cuadro heterogéneo. Dentro del mundo libertario se puede distinguir a colectivistas, individualistas, anarcosindicalistas, comunistas libertarios, partidarios de la acción directa o del cambio radical a través de la cultura. En el campo republicano los había radicales y moderados, socialmente avanzados y darvinistas, centralistas y federalistas… Pero ello no excluye los puntos en común, que eran muchos. Encarnados, por ejemplo, en personalidades como Francesc Macià, quien se apoyará en la CNT y se acercará a dirigentes de la talla de Salvador Seguí o Joan García Oliver.

Pero finalmente entre los proyectos republicano y anarquista hay una divergencia sociológica y de proyectos, como pone de manifiesto la II República. Recuerda Xavier Diez que ya la jornada del Primero de Mayo de 1931 concluye con la represión policial contra los manifestantes obreros, singularmente en la Plaça de Sant Jaume de Barcelona. Los intentos de «insurrección» en el Alt Llobregat y en las barriadas periféricas, entre otros conatos subversivos, conducen a la estigmatización del anarquismo. El autor de «L’anarquisme, fet diferencial català» destaca cómo la tacha se aplica a los discursos, pues la inteligencia republicana describe a los anarquistas «como si fueran subpersonas, enemigos de la República y elementos perturbadores».

Llega el golpe de estado del 18 de julio de 1936 y, tras su fracaso, adviene la guerra civil. Pero también una Revolución que subvierte las bases del poder, iguala sueldos y categorías, y promueve la colectivización y autogestión de empresas. Tras la derrota, los militantes libertarios sufren una represión durísima. En el caso de Cataluña, explica Xavier Diez, «los más significados tuvieron la oportunidad de huir por la frontera, sobre todo en los primeros meses de 1939». Además, «otros ácratas no encarcelados pudieron vivir en la clandestinidad en una gran ciudad como Barcelona; eso les ayudó a evitar la política de exterminio practicada por las autoridades franquistas y los colaboradores de los grupos dirigentes». La cercanía con la frontera permitió también la infiltración de la guerrilla libertaria, sobre todo urbana, que mantuvo la llama de la disidencia contra el franquismo.

Durante el periodo revolucionario de 1936, la CNT había vivido fuertes divisiones entre los partidarios de incorporarse al gobierno de la Generalitat y la II República, y los que consideraban este hecho como un ejercicio imperdonable de incoherencia ideológica. Después llegaron otras dicotomías. El exilio en la capital oficiosa de Tolosa de Llenguadoc, por un lado, y la clandestinidad barcelonesa por otro. Pero finalizó la larga noche franquista y, de lleno en la Transición, Xavier Diez resalta que en 1977 la CNT contaba con cerca de 300.000 militantes y reunió a más de 500.000 personas en las Jornadas Libertarias de Montjuïc (en el verano del mismo año). En ese contexto, una parte de la generación más joven ponderaba en el mundo libertario una alternativa abierta, espontánea y lúdica, relacionada con los ideales de mayo del 68. Una manera de entender la política y la vida que se oponía a «la rígida y estricta disciplina comunista y socialista que marcaba la oposición oficial», resalta el autor.

Pero más allá de desavenencias internas y fracturas generacionales en la CNT y el mundo anarquista, el autor destaca la influencia de dos factores: las operaciones de infiltración policial, y el uso de los medios de comunicación para criminalizar al movimiento libertario. El gran hito se sitúa en el «caso Scala» (enero de 1978), cuando un infiltrado de la policía (bajo la responsabilidad del gobernador civil, Martín Villa) «provocó un atentado contra una conocida sala de fiestas donde murieron cuatro empleados, paradójicamente afiliados a la CNT». La organización anarcosindicalista no suscribió los Pactos de la Moncloa. Tampoco se le restituyó al completo el patrimonio que le expolió el franquismo. Por el contrario, recuerda Xavier Diez, otros sindicatos contaron con generosas subvenciones estatales y buena parte de los locales del sindicato falangista. Si todo ello explica en parte la decadencia, la otra clave son las escisiones. La primera, a finales de 1979, entre la CNT y la futura CGT, que aceptaba la participación en elecciones sindicales y los comités de empresa.

La conclusión de Xavier Diez no es pesimista. Si bien puede calificarse de «modesta» la presencia pública de organizaciones anarquistas en el mundo actual, sus ideas «han impregnado ideológicamente determinados ámbitos de la vida política, social y cultural». El anarquismo catalán ha influido en el movimiento de los objetores de conciencia e insumisos, las protestas contra la guerra, el movimiento okupa y antigobalización, la recuperación de la memoria histórica y el 15-M. Pero más allá del recorrido histórico, el ensayo desarrolla un conjunto de ítems, de hondo sustrato en la sociedad catalana, y en los que el anarquismo influye de manera decisiva. En primer lugar, el antimilitarismo: la Semana Trágica (1909); las milicias revolucionarias y populares en los inicios de la guerra civil (frente a los ejércitos estatales y jerarquizados); el auge del movimiento antimilitarista y por la objeción de conciencia en los años 70 o el resultado del referéndum de la OTAN (con la victoria del «no»), entre otros ejemplos.

También se pregunta el autor por la existencia de un anarquismo catalanista, y además de citar diferentes revistas culturales en las que se aprecian estas conexiones, menciona la tesis doctoral de Anna Monjo, en la que se subraya el apoyo electoral de militantes libertarios a Esquerra Republicana de Catalunya. Esto ocurrió hasta que en 1934 la Generalitat asumió las competencias en Interior y con los hermanos Badia manifestó una clara hostilidad hacia el mundo anarquista. Además, se apunta en el libro cómo durante la revolución anarquista del 36 se colectivizaron escuelas privadas y religiosas. Pero no sólo eso, el Consell d’Escola Nova Unificada (CENU) impulsó políticas de «inmersión» lingüística.

El ensayo se adentra asimismo en el terreno sexual. Los neomalthusianos catalanes -a través del grupo barcelonés «Salud y Fuerza», y personajes como el médico Pedro Vallina o Mateo Morral- constituyeron en 1906 la primer centro de planificación familiar en el estado español, además de difundir los métodos contraceptivos. El nudismo militante «invade las playas y los campos catalanes en la década de los 30, en busca de una subversión moral contra los adversarios ideológicos», subraya Xavier Diez. También el librepensamiento (la idea de que Dios no es el centro del universo), Darwin y la razón frente a la fe, pero también las prácticas espiritistas en contraposición al dogma católico. Ideas sometidas a un proceso de invisibilización, critica Xavier Diez, «pero cuyo poso puede percibirse en buena parte de las prácticas, creencias y actitudes de la sociedad catalana».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.