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Memoria contra el fascismo

Una exposición en Nueva York recuerda a los brigadistas que defendieron la República española

Fuentes: Gara

La Guerra del 36 se convirtió en la pasión de miles de jóvenes idealistas estadounidenses, que apenas sabían nada del Estado español y en el que, si acaso muy pocos, nunca habían estado. Esta ola de simpatía progresista hacía la República se notó especialmente en Chicago, San Francisco y Nueva York. El Museo de Historia […]

La Guerra del 36 se convirtió en la pasión de miles de jóvenes idealistas estadounidenses, que apenas sabían nada del Estado español y en el que, si acaso muy pocos, nunca habían estado. Esta ola de simpatía progresista hacía la República se notó especialmente en Chicago, San Francisco y Nueva York. El Museo de Historia de esta ciudad vuelve la mirada a aquella época con la muestra «Plantando cara al fascismo: Nueva York y la Guerra Civil española».

Fue en Nueva York donde la movilización popular alcanzó una mayor implicación y de su puerto zarparon los casi tres mil jóvenes que, desobedeciendo la prohibición del gobierno estadounidense de tomar parte en el conflicto, integraron la llamada Brigada Abraham Lincoln. «La Guerra Civil española era nuestra pasión, la causa de nuestras vidas», recuerda con la voz rota y entre sollozos Amy Swerdow, una neoyorquina de 83 años en un documental que se exhibe en el Museo de Historia de la Ciudad de Nueva York, junto con cientos de fotografías y de recuerdos de todo tipo de aquella lucha, enmarcado en la exposición «Plantando cara al fascismo: Nueva York y la Guerra Civil española».

Amy era apenas una jovencita que se volcó apasionadamente en la ayuda a la República. En el mismo documental, un voluntario, Peter Frye, recuerda que decidió tomar parte activa en el conflicto, después de que un día de 1937 desayunó con una foto a siete columnas de bombardeos en Madrid en la portada del «The New York Times». «No quiero parecer un romántico pero me dije: ‘No puedo vivir en este mundo sin hacer nada’. Llamé a un amigo para decirle: ‘¿Qué hay que hacer para ingresar en las Brigadas Internacionales? Bien, aunque sea con los comunistas, cualquier manera es buena para ir a luchar allí'».

Para James D. Fernández, uno de los impulsores de la exposición, la Brigada Lincoln «es la prueba más destacada e irrefutable de la existencia de una izquierda muy fuerte en los EEUU de los años treinta». Este profesor de Literatura Española y responsable del Departamento de Español y Portugués de la New York University, ha dado a conocer a muchos de sus alumnos la existencia de esta brigada, y en alguna ocasión ha llevado a clase a algún veterano brigadista. «Casi ningún alumno tenía ni la más mínima idea de este tema pero, una vez lo conocen, les entusiasma. Lo quieren saber todo y lo leen todo. Les intriga y les fascina saber que ciudadanos de este país se fueran a luchar a otro que no conocían más que de referencias por unos ideales», explica Fernández. Una cosa parecida a la que ocurre con el resto de la sociedad. «Ni el americano ni el neoyorquino medio saben nada pero los que lo conocen, lo conocen muy bien. Tienen opiniones muy formadas y muy encontradas», añade Fernández. Porque aunque en la Nueva York de los años treinta, la gran mayoría de la ciudad se mostró prorrepublicana, también hubo pequeños grupos, básicamente articulados en torno a la iglesia católica, que apoyaban la sublevación con igual entusiasmo, que entendían que la persecución a personas y propiedades religiosas era abominable y fruto de la cara más salvaje del comunismo. Pese a la existencia de estos grupos, algunos fundadores de la Casa de España en Nueva York, como el cirujano Ramón Castroviejo, favorable también al golpe, por aquel entonces se quejaba de que sus actos contaban «con tan pocos partidarios verdaderos que se podían contar con los dedos de las dos manos», recuerda Fernández.

Mientras, por muchas partes de la ciudad se recogió ayuda humanitaria y se organizaron actos para recaudar fondos para la República, como uno que llenó el Madison Square Garden con 20.000 personas y 10.000 más que se quedaron fuera.

«Los voluntarios de la Brigada Abraham Lincoln procedían de casi todos los estados, aunque la mayoría venía de las grandes ciudades. Algunos eran de familias acomodadas pero, en general, eran hijos de inmigrantes -irlandeses, judíos, italianos, eslavos, griegos…- que habían llegado a Nueva York a principios de siglo», explica el historiador Peter N. Carroll, autor de «La odisea de la Brigada Abraham Lincoln», depositario de las confidencias de muchos brigadistas y uno de los principales promotores de la muestra. En total, fueron unos tres mil, una tercera parte de Nueva York. «A los judíos -que supusieron un 30% de los voluntarios- les dió la oportunidad de luchar contra los perseguidores de su pueblo en Europa», añade Carroll. También se sumaron un centenar de afroamericanos y unos pocos centenares más de hispanos. Al final de la contienda, ochocientos habían dejado la vida en el campo de batalla.

El único europeo que formó parte del consejo asesor de la exposición, el catalán Lluís Agustí, se sorprendió mucho cuando en una de las primeras reuniones se dijo que uno de los propósitos de la muestra era demostrar que «aquellos voluntarios y voluntarias, aunque hubieran perdido, eran buenas personas». Además de explicar a muchos neoyorquinos un episodio que desconocían por completo, la exposición también ha servido para que los descendientes de aquellos luchadores finalmente «se atrevieran a sacar los recuerdos que durante muchos años han permanecido en cajas y para que se atrevan a hablar sin el resquemor a enfrentarse a los anticomunistas», dice Elisabeth Compa, una de las comisarías de la muestra. Por que esta es otra cuestión; después de la Segunda Guerra Mundial y con la «caza de brujas» del senador McCarthy, la mayoría de brigadistas pasaron a formar parte de las listas de vigilados y perseguidos, explica Compa, estigmatizados como «comunistas». La Guerra Fría contribuyó a ello y a borrar de la memoria colectiva aquella época y el amplio espectro político que había en los EEUU, y sobretodo en las grandes ciudades, reduciéndolo a la dicotomía «demócratas-republicanos», que aún se mantiene vigente. «Los alumnos se quedan de piedra cuando les explico que en los años treinta, en casi cada barrio de Brooklyn había una delegación del Partido Comunista, que entonces contaba con un apoyo nada despreciable», explica Fernández.

Pero el objetivo del consejo asesor ha quedado cumplido sólo a medias. Ya antes de inaugurarse la exposición, por tanto sin verla, el paladín de la visión antibrigadista la criticó duramente en un artículo en «The New York Sun». Poco después, el crítico de exposiciones del «The New York Times», Edward Rothstein, este sí después de verla detenidamente, hizo una crítica también bastante dura, que sorprendió a los organizadores y promotores. El articulista lamenta el trato casi de héroes a los brigadistas, que sin ser del todo cierto, sí que es ciertamente partidista, puesto que uno de los propósitos, como ya se ha indicado, era reivindicar su papel noble y desinteresado. Pero está claro que setenta años después, la Brigada Abraham Lincoln continúa levantando ampollas.

IZQUIERDA EN EEUU

Para James D. Fernández, uno de los impulsores de la exposición, la Brigada Lincoln «es la prueba irrefutable de la existencia de una izquierda muy fuerte en los EEUU de los años treinta».

INMIGRANTES

Los voluntarios de la Brigada Abraham Lincoln procedían en su mayoría de familias inmigrantes -irlandesas, judías, italianas, eslavas, griegas…- que habían llegado a Nueva York a principios de siglo.

DESCONOCIMIENTO

Además de explicar a muchos neoyorquinos un episodio que desconocían por completo, la exposición también ha servido para que los descendientes de aquellos luchadores se hayan atrevido a sacar los recuerdos.

El Museo de Historia rescata del olvido el papel de aquellos voluntarios

Leah es una joven estudiante de 20 años que pasa bastantes minutos ante la mayoría de vitrinas de la exposición. Tal vez la historia le sea conocida o tal vez no. Decido salir de dudas. «Nunca había oído a hablar de esta historia y la verdad es que la encuentro increíble. Como neoyorquina me siento muy orgullosa». Le preguntó si hoy ve factible que se pueda repetir algo así. «No lo creo, las cosas han cambiado mucho».

Verónica, una profesora adjunta de 30 años, también confiesa que no sabía absolutamente nada. «Es increíble, no sabía nada de esto que se explica y me parece admirable», dice, con cara de sorpresa. Crystal, de 23 años y también estudiante, visita con mucho detenimiento la exposición y además va tomando notas. «Sí, lo conocía. En un curso de verano hemos hablado del tema y de hecho aquí estoy haciendo un trabajo que me han encargado». También lo conocía Ken de 57 años. «Claro que conozco este tema. Cuando era pequeño, en mi casa España era como una especie de religión. Mis padres eran personas implicadas políticamente, comunistas, y la época de McCarthy fue dura». Isabele y Rita son dos amigas de 50 largos que miran con atención y luego comentan todo con mucho interés. Rita es historiadora y categórica. «Todo Nueva York debería pasar por aquí. Los comisarios han tratado muy bien la extraordinaria complejidad de aquella época. Es maravillosa». En el libro de visitas, todos los comentarios son elogiosos. Pero la comisaria adjunta, Elisabeth Compa, me comenta que en el primero hay un par de «¡Arriba España, viva Franco!». «No sé si lo pusieron en broma». Me temo que no.