En las semanas transcurridas desde que Sarah Palin hiciera su entretenida y sumamente cautivadora aparición en el panorama nacional, los periodistas se han estado debatiendo para hacerse una idea clara sobre ella, colgándole una etiqueta tras otra a la Gobernadora de Alaska con la esperanza de que alguna le cuadre. ¿Es Palin una madre abnegada, […]
En las semanas transcurridas desde que Sarah Palin hiciera su entretenida y sumamente cautivadora aparición en el panorama nacional, los periodistas se han estado debatiendo para hacerse una idea clara sobre ella, colgándole una etiqueta tras otra a la Gobernadora de Alaska con la esperanza de que alguna le cuadre. ¿Es Palin una madre abnegada, «una heroína de la clase trabajadora que hace malabarismos para combinar su vida profesional y familiar, y vivir de acuerdo con sus convicciones religiosas», en palabras del escritor conservador Ross Douthat? ¿O es, como plantea Katha Pollitt, «una cristiana de extrema derecha antiabortista»? Otros observadores se han centrado en la apariencia física de Palin, llamándola «nena» (Rush Limbaugh), «mamá que tiene un polvo» (Tina Fey), «azafata» (Bill Maher) o, incesantemente, «bibliotecaria sexy» (sólo Google lo sabe). La ingente cantidad de ocurrencias desplegadas para calificarla podría hacernos creer que Palin es algo novedoso y desconcertante en el panorama estadounidense. Pero no es tan original como parece. Aparte de la caza del caribú, Sarah Palin representa la última versión de un tipo de mujer -llamémosla «puritana sexy»-, que se ha convertido en una potente figura ya habitual en el conflicto cultural estadounidense en los últimos años.
Las puritanas sexys existen desde hace tiempo. Anita Bryant, la finalista del concurso de Miss América que se sumó a la cruzada contra los homosexuales en los años setenta, fue un ejemplar precoz de esta tendencia. La joven Britney Spears, que se vestía provocativamente al tiempo que proclamaba a voz en grito su virginidad, es una versión más moderna, aunque la maniobra no haya salido demasiado bien. Elissabeth Hasselbeck, la tertuliana más conservadora del programa televisivo ‘The View’, tiene un punto de puritana sexy, como también Monica Goodling, la antigua asistente del Fiscal General, Alberto González, que admitió haber incurrido en prácticas políticas inadecuadas de contratación, entre las que se incluye el despido de una fiscal de carrera que Goodling pensaba que era lesbiana. (Nota puritana a pie de página: se atribuye a Goodling la responsabilidad de haber cubierto las estatuas desnudas que adornan el Ministerio de Justicia.)
Las puritanas sexys participan en el conflicto cultural en dos sentidos: no sólo defienden posturas conservadoras en cuestiones sociales candentes, sino que, al mismo tiempo, encarnan modelos establecidos e inofensivos de belleza y conducta femeninas. El resultado neto es una paradoja, una cierta disonancia cognitiva muy útil para la derecha cultural: le añades un poco de emoción a tus valores conservadores, haces un guiño al tiempo que agitas el dedo acusador, y, de algún modo, ya no te sientes tan mojigata como suponías que eras.
No me había parado a pensar demasiado en las puritanas sexys como tipo hasta que, haciendo investigación para mi novela The Abstinence Teacher [El profesor de abstinencia], empecé a interesarme por la corriente de educación sexual «sólo abstinencia». Esperaba encontrarme con un montón de cascarrabias, del estilo del obstinado James Dobson, advirtiendo a los adolescentes de los peligros del sexo prematrimonial -y había unos cuantos así-, pero, lo que me encontré una y otra vez, fueron mujeres jóvenes atentas, atractivas y muy sexys que hablaban de su decisión personal de mantenerse puras hasta el matrimonio. Erika Harold, Miss América 2003 (desde luego, a la derecha le encantan las reinas de la belleza), es probablemente la más conocida para el gran público, pero no hay acto a favor de la abstinencia que se precie sin el testimonio de alguna virgen muy guapa de veinte o veintitantos años.
La abstinencia ha dejado de ser la excusa de las fracasadas
En un acto del Silver Ring Thing al que asistí en Nueva Jersey en 2007, una joven rubia y esbelta con camiseta y pantalones vaqueros ajustados -que habría pasado desapercibida en una fiesta universitaria de botellón- alardeaba de todos los estudiantes que habían intentado llevársela a la cama infructuosamente. La joven se regodeaba en su capacidad para resistirse, para mantenerse sola hasta que encontrase al chico perfecto, al prometido con quien pronto compartiría toda una vida rica en fabulosas experiencias sexuales. Si su mensaje explícito era convincente y reconfortante -la virginidad es una forma de fortaleza y autosuficiencia-, el implícito también era evidente: la abstinencia no es la típica excusa de las fracasadas, ni el premio de consolación para las chicas que no pueden encontrar novio de todas formas.
Estamos ante una sofisticada estrategia de captación -no muy distinta de la empleada por las bandas de rock cristianas que se visten y suenan casi exactamente igual que sus equivalentes seglares-, un intento de separar el atractivo sexual, que mola y es permisible, de la verdadera actividad sexual, que no lo es. En la práctica, es un camino difícil de recorrer, como puede atestiguar Britney, muy distinto de la más sencilla y coherente «vuelta a la modestia» abanderada por Wendy Shalit, que anima a las chicas a reducir al mínimo su sexualidad a todos los niveles. A mi juicio, la corriente puritana sexy obedece al reconocimiento por parte de algunos guerreros culturales derechistas de que dar la imagen de ser contrario al sexo -y, sobre todo, ser percibido como poco sexy- es una propuesta condenada al fracaso en la América contemporánea, incluso entre los cristianos evangélicos más obsesionados por las secuelas de la revolución sexual.
Aparentemente, a nadie le gustan ya las beatas de iglesia, ni siquiera a quienes van a misa. Si no me creen, deberían echarle una ojeada a la página web Christian Nymphos, cuyas autoras proclaman alegremente que «¡somos mujeres con un deseo sexual desmedido por nuestros maridos!», y ofrecen cándidos consejos prácticos sobre sexo anal, fisting y cómo «masturbarte para tu marido».
Palin, «una de las nuestras»
Sabe Dios que no estoy tratando de relacionar a Palin con las Christian Nymphos; tan sólo trato de ubicarla en el contexto del gran choque cultural en Estados Unidos, que parece haber reavivado ella sola sin ayuda de nadie durante una campaña electoral que supuestamente iba a centrarse en otras cuestiones (como todavía puede ser el caso, ahora que Wall Street ha hecho implosión). Con la elección de Palin, McCain no sólo ha conseguido emocionar a la derecha cristiana, sino también embarullar las premisas de la campaña. Antes, estaba clarísimo qué lista representaba a la juventud y el cambio, cuál parecía vieja y aburrida, y cuál era más atractiva para las mujeres votantes. Al menos por un momento, Sarah Palin parece haber transformado esas certezas en cuestiones abiertas.
La derecha ha comprendido al fin que los mensajes sociales radicales resultan mucho más aceptables cuando proceden de una atractiva joven que cuando los formula un hombre mayor ceñudo. Teniendo en cuenta algunas de las posturas extremistas que adoptó en el pasado, lo más sorprendente de Palin hasta el momento es su reticencia a entrar explícitamente en la polémica cultural. Sus últimas declaraciones públicas acerca de la homosexualidad o el calentamiento global son más conciliadoras de lo que cabría esperar, diseñadas para tranquilizar en el aspecto social a los votantes moderados indecisos. Además, no está en condiciones de pontificar sobre las virtudes de la educación sexual que predica la abstinencia exclusiva. Por el momento, su papel en el conflicto cultural es sobre todo simbólico. Millones de estadounidenses la perciben claramente como «una de las nuestras» -una cristiana de la clase trabajadora, devota y «que cree en la Biblia», en cuyos valores, opiniones y forma de hablar se ven reflejados-, y su regocijo al ver un alma gemela en las listas del Partido Republicano ha supuesto una inyección de energía populista para la campaña de McCain.
En las semanas que quedan hasta el 4 de noviembre, los asesores de campaña de Obama se enfrentan al reto de reinstaurar la claridad en los términos de la elección, haciendo que la gente vea en Palin no sólo una valiente mamá provida sorprendentemente atractiva que ha logrado ascender desde la Asociación de Padres de Alumnos hasta el cargo de Gobernadora, sino también una creacionista afín al grupo ‘Young Earth’ que se opone al aborto incluso en los casos de violación e incesto, y que piensa que un conducto de gas natural es una expresión de la voluntad de Dios. De momento, en todo caso, sigue constituyendo un símbolo perfecto del conflicto cultural larvado: una bibliotecaria sexy que estaría encantada de censurar unos cuantos libros.
*Tom Perrotta es autor de Election (1998) y Little Children (2006). Su última novela es The Abstinence Teacher (2007).
Traducción de NGA